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Tras su derrota electoral hace 5 años contra Alan García, el radical que se reinventó a sí mismo se gana la confianza del pueblo peruano

La hora de Ollanta Humala

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Los pronósticos anticipaban una victoria de la populista Keiko Fujimori, pero los resultados que anunciaba esta madrugada la Oficina Nacional de Procesos Electorales hicieron que saltara la sorpresa. Recontado el 88 por ciento de las papeletas, Humala conseguía la victoria virtual, aunque por un estrechísimo margen, un 51,2 por ciento de los votos frente al 48,7 de su contrincante.

El recién electo presidente no tardaba en expresar su alegría y continuar con su discurso fraternizador, habitual en toda su campaña: “Formaré un gobierno de concertación nacional representativo de las fuerzas democráticas y abierto a la sociedad civil”, declaró, “gobernar no es cosa de una sola persona, convocaré a los mejores técnicos, independientes e intelectuales para hacer un gobierno plural, donde ninguno se sienta excluido y todos representados”.

Y adelantaba ya las directrices que tomaría su gobierno, afirmando que los principales esfuerzos irán dirigidos a “consolidar el crecimiento económico, que será el gran motor de la inclusión social que anhelan los peruanos, y que es el mandato de las urnas”.

Por su parte, la derrotada Keiko Fujimori, al poco de conocerse los primeros recuentos, abandonaba el hotel Bolívar, baluarte donde ella y su equipo habían permanecido toda la jornada electoral en espera de los resultados. Un signo inequívoco de que daba por perdidas las elecciones. Poco antes, desde una ventana del hotel agradecía su fidelidad a los simpatizantes reunidos a pie de calle, a los que dijo: “Si se ratifican estos resultados, seré la primera en reconocerlos, como dije desde un principio”, y consolidaba su “compromiso de trabajo por el país para seguir garantizando el crecimiento, seguir recibiendo inversiones y que se protejan los derechos laborales y los fondos de pensiones”.

Los seguidores de Humala celebraron anoche numerosos festejos, especialmente en las zonas donde el nacionalista tiene más aceptación: la zona del sur de Perú, la costera Trujillo, la selvática Iquitos o la céntrica Ayacucho.

Dos candidatos que siembran la duda
No hay que dejarse confundir por la tasa de participación en los comicios, que roza el 100 por ciento, ya que votar es un acto obligatorio en Perú. Muy por el contrario, las sensaciones entre el pueblo peruano frente a los dos candidatos son de desconfianza, por lo que algunos analistas comentaban que votar en estas elecciones era “elegir entre lo malo y lo peor”.

El periodista y escritor Pedro Salinas lo explicaba así: “Ganará las elecciones quien inspire menos temor de llevar al país al autoritarismo y al desastre económico. Eso se consigue con campañas electorales bien hechas, es decir, con imágenes construidas de manera experta para convencernos, muchas veces prescindiendo de la verdad”.

Y es que tanto Humala como Fujimori arrastran un pasado polémico, y ese ha sido el motor de la campaña electoral. Los argumentos no han girado en torno a ensalzar las virtudes propias, sino en las acusaciones y descalificaciones al oponente al recordar sus antecedentes.

Keiko usó en la primera vuelta la figura de su padre para ganarse la confianza de los sectores leales al expresidente, actualmente cumpliendo una condena de 25 años de prisión por corrupción y violación de derechos humanos, y la convirtió en su principal activo de campaña.

Pero, tras los primeros sondeos, esa arma resultó volverse en su contra, por lo que el centro todos los esfuerzos durante la segunda vuelta fue desvincularse de su progenitor, asegurando que su gobierno no lo indultaría, pese a que sus abogadas han presentado varios recursos para que se anule el juicio y que en repetidas ocasiones declaró que buscaría su libertad.

Finalmente, pediría perdón y prometería “no repetir los errores” del gobierno de su padre, el mismo que antes definía como el mejor gobierno de la historia de Perú”.

En el otro lado, Humala ha buscado separarse de su pasado militar y radical, con dos golpes de estado fallidos, y de su vinculación a la izquierda radical de su antiguo aliado Hugo Chávez.

“El Comandante”, como se le conoce, ha tenido que hacer frente a las acusaciones de tortura y desapariciones en los años en que estaba al frente de una base militar en la selva, durante los combates contra el grupo paramilitar Sendero Luminoso.

Asesorado tras su derrota en las pasadas elecciones por especialistas e intelectuales como el premio Nobel Mario Vargas Llosa, anunciaba que tomaría como ejemplo al brasileño Lula Da Silva, y que encauzaría su política hacia una izquierda más moderada.

Perú ha elegido, y es la hora de Ollanta Humala para responder a su confianza y traducir en hechos sus palabras.

La hora de Ollanta Humala

Tras su derrota electoral hace 5 años contra Alan García, el radical que se reinventó a sí mismo se gana la confianza del pueblo peruano
Rubén  Verdú
lunes, 6 de junio de 2011, 18:47 h (CET)
Los pronósticos anticipaban una victoria de la populista Keiko Fujimori, pero los resultados que anunciaba esta madrugada la Oficina Nacional de Procesos Electorales hicieron que saltara la sorpresa. Recontado el 88 por ciento de las papeletas, Humala conseguía la victoria virtual, aunque por un estrechísimo margen, un 51,2 por ciento de los votos frente al 48,7 de su contrincante.

El recién electo presidente no tardaba en expresar su alegría y continuar con su discurso fraternizador, habitual en toda su campaña: “Formaré un gobierno de concertación nacional representativo de las fuerzas democráticas y abierto a la sociedad civil”, declaró, “gobernar no es cosa de una sola persona, convocaré a los mejores técnicos, independientes e intelectuales para hacer un gobierno plural, donde ninguno se sienta excluido y todos representados”.

Y adelantaba ya las directrices que tomaría su gobierno, afirmando que los principales esfuerzos irán dirigidos a “consolidar el crecimiento económico, que será el gran motor de la inclusión social que anhelan los peruanos, y que es el mandato de las urnas”.

Por su parte, la derrotada Keiko Fujimori, al poco de conocerse los primeros recuentos, abandonaba el hotel Bolívar, baluarte donde ella y su equipo habían permanecido toda la jornada electoral en espera de los resultados. Un signo inequívoco de que daba por perdidas las elecciones. Poco antes, desde una ventana del hotel agradecía su fidelidad a los simpatizantes reunidos a pie de calle, a los que dijo: “Si se ratifican estos resultados, seré la primera en reconocerlos, como dije desde un principio”, y consolidaba su “compromiso de trabajo por el país para seguir garantizando el crecimiento, seguir recibiendo inversiones y que se protejan los derechos laborales y los fondos de pensiones”.

Los seguidores de Humala celebraron anoche numerosos festejos, especialmente en las zonas donde el nacionalista tiene más aceptación: la zona del sur de Perú, la costera Trujillo, la selvática Iquitos o la céntrica Ayacucho.

Dos candidatos que siembran la duda
No hay que dejarse confundir por la tasa de participación en los comicios, que roza el 100 por ciento, ya que votar es un acto obligatorio en Perú. Muy por el contrario, las sensaciones entre el pueblo peruano frente a los dos candidatos son de desconfianza, por lo que algunos analistas comentaban que votar en estas elecciones era “elegir entre lo malo y lo peor”.

El periodista y escritor Pedro Salinas lo explicaba así: “Ganará las elecciones quien inspire menos temor de llevar al país al autoritarismo y al desastre económico. Eso se consigue con campañas electorales bien hechas, es decir, con imágenes construidas de manera experta para convencernos, muchas veces prescindiendo de la verdad”.

Y es que tanto Humala como Fujimori arrastran un pasado polémico, y ese ha sido el motor de la campaña electoral. Los argumentos no han girado en torno a ensalzar las virtudes propias, sino en las acusaciones y descalificaciones al oponente al recordar sus antecedentes.

Keiko usó en la primera vuelta la figura de su padre para ganarse la confianza de los sectores leales al expresidente, actualmente cumpliendo una condena de 25 años de prisión por corrupción y violación de derechos humanos, y la convirtió en su principal activo de campaña.

Pero, tras los primeros sondeos, esa arma resultó volverse en su contra, por lo que el centro todos los esfuerzos durante la segunda vuelta fue desvincularse de su progenitor, asegurando que su gobierno no lo indultaría, pese a que sus abogadas han presentado varios recursos para que se anule el juicio y que en repetidas ocasiones declaró que buscaría su libertad.

Finalmente, pediría perdón y prometería “no repetir los errores” del gobierno de su padre, el mismo que antes definía como el mejor gobierno de la historia de Perú”.

En el otro lado, Humala ha buscado separarse de su pasado militar y radical, con dos golpes de estado fallidos, y de su vinculación a la izquierda radical de su antiguo aliado Hugo Chávez.

“El Comandante”, como se le conoce, ha tenido que hacer frente a las acusaciones de tortura y desapariciones en los años en que estaba al frente de una base militar en la selva, durante los combates contra el grupo paramilitar Sendero Luminoso.

Asesorado tras su derrota en las pasadas elecciones por especialistas e intelectuales como el premio Nobel Mario Vargas Llosa, anunciaba que tomaría como ejemplo al brasileño Lula Da Silva, y que encauzaría su política hacia una izquierda más moderada.

Perú ha elegido, y es la hora de Ollanta Humala para responder a su confianza y traducir en hechos sus palabras.

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