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Este mes se cumplen dos décadas del primer ascenso del Albacete a la máxima categoría del fútbol español

Veinte años no es nada

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Veinte años no es nada, eso decía Gardel, y eso mismo debió pensar Rafael Candel cuando la temporada pasada decidió hacerse cargo, veinte años después de que lo hiciera por primera vez, del Albacete Balompié.




La derrota ante el Numancia confirmó el descenso del Alba (Agencias)


En su descarga, podría decir, como el famoso cantante de tangos, que aunque no quiso el regreso siempre se vuelve al primer amor. Y es que las anteriores directivas crisparon tanto los ánimos de la afición que un cambio de timón se hizo necesario y nadie mejor que el considerado, hasta entonces, como mejor presidente de la historia del Alba para darlo.

Eso lo podría decir él, sí, aunque sus detractores, en un principio, y un amplio sector de la afición después, opinan que lo único que lo llevó a tomar de nuevo las riendas del club, una vez vio que aún era viable, no fue otra cosa que un estúpido orgullo por escribir su nombre en letras de oro como el único presidente capaz de ascender a primera división dos veces.

De ese modo, decidió rodearse de algunos de los mismos nombres que situaron Albacete en el mapa futbolístico español en la década de los noventa, pensando que las nieves del tiempo sólo habrían pasado factura en las sienes de sus consejeros. Sin embargo, no se paró a pensar que el mundo del fútbol es hoy completamente distinto del que se encontraron dos décadas atrás.

No lo entendieron la temporada pasada en la que el Albacete decidió gastar lo que no tenía jugando a la lotería del ascenso, y no lo entendieron esta nueva cuando se acogieron a ley concursal sin sopesar las consecuencias que sus restricciones podían tener en un equipo que apenas supera los 4.000 abonados.

Debido a estas restricciones, el club no pudo renovar al entrenador que consiguió que la debacle se aplazase una temporada, David Vidal. Para sustituir al gallego se confió en Antonio Calderón, al que dos exitosos años en Huesca le conferían una merecida buena reputación. No obstante, desde el momento de su llegada, el preparador gaditano no supo ganarse, con un carácter poco propio de su ciudad de origen, a una grada que nunca confío en sus métodos aunque con el tiempo quedó demostrado que eran los únicos válidos para los mimbres que disponía. Y es que la apuesta por hombres y no nombres, huyendo del escaso rendimiento que figuras contrastadas como Salva, Hidalgo o Notario dieron la temporada pasada, no pudo salir peor y las estrellas del nuevo proyecto como Kandol y Cuevas abandonaron el barco antes de tiempo incluso sin haberse vestido de corto, en el caso del congoleño que pasó el preceptivo reconocimiento médico estando lesionado, en una repetición del caso Vivar Dorado.

Desastrosa segunda vuelta
A pesar de las mil y una dificultades, el equipo llegó vivo y fuera del descenso al mercado de invierno en el que el auténtico protagonista de nuestro tango, Rafael Candel, decidió jugar a secretario técnico. Después de ocho bajas y otras tantas altas, ni rastro del conjunto que Calderón llegó a crear e imagen lamentable y bochornosa un día tras otro, hasta el punto que esa mala racha unida a casos estrambóticos e inexplicables como el cambio de cromos Asen-Gluscevic derivaron en un velado enfrentamiento de la plantilla con su entrenador que acabó con los huesos de Calderón en el paro allá por el mes de Febrero.

Para sustituir al gaditano, Candel decidió que se había acabado su dictadura y sometió a votación entre sus consejeros los nombres que se barajaban hasta ese momento, entre los que salió elegido el del conocido David Vidal, cuyas relaciones con una parte de la directiva (la fiel a Candel) eran peor que malas. De nuevo, decisión sin sentido, desestimada en Verano, más populista que otra cosa y destinada al fracaso más absoluto, como finalmente fue.

La nueva era Vidal se limitó a seis partidos, cinco derrotas, un empate, unas relaciones dudosas con sus jugadores y un club abocado al fracaso del que Mario Simón, técnico del filial, se tuvo que hacer cargo.

Tercer entrenador en una desastrosa temporada y difícil papeleta para un joven de treinta años que no había pasado de entrenar a un filial en tercera división. A pesar de lo que su falta de inexperiencia hacía preveer, Simón supo ganarse la confianza de unos jugadores, en muchos casos, con más edad que él. Las primeras semanas en el cargo, desoyendo las voces que clamaban por dar paso a sus chicos del segundo equipo, el nuevo preparador de los manchegos confió en los profesionales y el equipo incluso se asomó ligeramente a la esperanza situándose durante algunas semanas a cuatro puntos de la salvación.

Sin embargo, cuando los partidos otra vez volvieron a tornarse competitivos (hasta ese momento el equipo se daba por desahuciado), cometió el error de cargar de responsabilidad a unos canteranos que no habían convivido con ella en toda su carrera deportiva. El resultado es de todos conocidos: colista con unos números de risa y un entrenador en entredicho que puede haber acabado su carrera en los banquillos antes de comenzarla.

En definitiva, dos décadas después de que los Floro, Zalazar, Conejo, Catali y compañía asombraran a España entera, el mismo presidente que los puso en nómina ha llevado al Albacete Balompié al mismo pozo del que lo sacó, cerrando así un bucle maravilloso de veintiún años ininterrumpidos con el que ningún albaceteño mayor de cuarenta años hubiese soñado.

Y es que, al final, veinte años no son nada y uno siempre, aunque no quiera, regresa al primer amor.

Veinte años no es nada

Este mes se cumplen dos décadas del primer ascenso del Albacete a la máxima categoría del fútbol español
Vicente Cuquerella
lunes, 6 de junio de 2011, 17:42 h (CET)
Veinte años no es nada, eso decía Gardel, y eso mismo debió pensar Rafael Candel cuando la temporada pasada decidió hacerse cargo, veinte años después de que lo hiciera por primera vez, del Albacete Balompié.




La derrota ante el Numancia confirmó el descenso del Alba (Agencias)


En su descarga, podría decir, como el famoso cantante de tangos, que aunque no quiso el regreso siempre se vuelve al primer amor. Y es que las anteriores directivas crisparon tanto los ánimos de la afición que un cambio de timón se hizo necesario y nadie mejor que el considerado, hasta entonces, como mejor presidente de la historia del Alba para darlo.

Eso lo podría decir él, sí, aunque sus detractores, en un principio, y un amplio sector de la afición después, opinan que lo único que lo llevó a tomar de nuevo las riendas del club, una vez vio que aún era viable, no fue otra cosa que un estúpido orgullo por escribir su nombre en letras de oro como el único presidente capaz de ascender a primera división dos veces.

De ese modo, decidió rodearse de algunos de los mismos nombres que situaron Albacete en el mapa futbolístico español en la década de los noventa, pensando que las nieves del tiempo sólo habrían pasado factura en las sienes de sus consejeros. Sin embargo, no se paró a pensar que el mundo del fútbol es hoy completamente distinto del que se encontraron dos décadas atrás.

No lo entendieron la temporada pasada en la que el Albacete decidió gastar lo que no tenía jugando a la lotería del ascenso, y no lo entendieron esta nueva cuando se acogieron a ley concursal sin sopesar las consecuencias que sus restricciones podían tener en un equipo que apenas supera los 4.000 abonados.

Debido a estas restricciones, el club no pudo renovar al entrenador que consiguió que la debacle se aplazase una temporada, David Vidal. Para sustituir al gallego se confió en Antonio Calderón, al que dos exitosos años en Huesca le conferían una merecida buena reputación. No obstante, desde el momento de su llegada, el preparador gaditano no supo ganarse, con un carácter poco propio de su ciudad de origen, a una grada que nunca confío en sus métodos aunque con el tiempo quedó demostrado que eran los únicos válidos para los mimbres que disponía. Y es que la apuesta por hombres y no nombres, huyendo del escaso rendimiento que figuras contrastadas como Salva, Hidalgo o Notario dieron la temporada pasada, no pudo salir peor y las estrellas del nuevo proyecto como Kandol y Cuevas abandonaron el barco antes de tiempo incluso sin haberse vestido de corto, en el caso del congoleño que pasó el preceptivo reconocimiento médico estando lesionado, en una repetición del caso Vivar Dorado.

Desastrosa segunda vuelta
A pesar de las mil y una dificultades, el equipo llegó vivo y fuera del descenso al mercado de invierno en el que el auténtico protagonista de nuestro tango, Rafael Candel, decidió jugar a secretario técnico. Después de ocho bajas y otras tantas altas, ni rastro del conjunto que Calderón llegó a crear e imagen lamentable y bochornosa un día tras otro, hasta el punto que esa mala racha unida a casos estrambóticos e inexplicables como el cambio de cromos Asen-Gluscevic derivaron en un velado enfrentamiento de la plantilla con su entrenador que acabó con los huesos de Calderón en el paro allá por el mes de Febrero.

Para sustituir al gaditano, Candel decidió que se había acabado su dictadura y sometió a votación entre sus consejeros los nombres que se barajaban hasta ese momento, entre los que salió elegido el del conocido David Vidal, cuyas relaciones con una parte de la directiva (la fiel a Candel) eran peor que malas. De nuevo, decisión sin sentido, desestimada en Verano, más populista que otra cosa y destinada al fracaso más absoluto, como finalmente fue.

La nueva era Vidal se limitó a seis partidos, cinco derrotas, un empate, unas relaciones dudosas con sus jugadores y un club abocado al fracaso del que Mario Simón, técnico del filial, se tuvo que hacer cargo.

Tercer entrenador en una desastrosa temporada y difícil papeleta para un joven de treinta años que no había pasado de entrenar a un filial en tercera división. A pesar de lo que su falta de inexperiencia hacía preveer, Simón supo ganarse la confianza de unos jugadores, en muchos casos, con más edad que él. Las primeras semanas en el cargo, desoyendo las voces que clamaban por dar paso a sus chicos del segundo equipo, el nuevo preparador de los manchegos confió en los profesionales y el equipo incluso se asomó ligeramente a la esperanza situándose durante algunas semanas a cuatro puntos de la salvación.

Sin embargo, cuando los partidos otra vez volvieron a tornarse competitivos (hasta ese momento el equipo se daba por desahuciado), cometió el error de cargar de responsabilidad a unos canteranos que no habían convivido con ella en toda su carrera deportiva. El resultado es de todos conocidos: colista con unos números de risa y un entrenador en entredicho que puede haber acabado su carrera en los banquillos antes de comenzarla.

En definitiva, dos décadas después de que los Floro, Zalazar, Conejo, Catali y compañía asombraran a España entera, el mismo presidente que los puso en nómina ha llevado al Albacete Balompié al mismo pozo del que lo sacó, cerrando así un bucle maravilloso de veintiún años ininterrumpidos con el que ningún albaceteño mayor de cuarenta años hubiese soñado.

Y es que, al final, veinte años no son nada y uno siempre, aunque no quiera, regresa al primer amor.

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