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El amor para Alejandra, que nunca lo fue del todo

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (VII)

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Unnamed 6

A Alejandra, a los dieciséis años le gustaba un hombre de que tendría unos treinta y cinco, pero él no le hizo caso, pues ese “señor” era más rico. No obstante la tuvo engañada muchos años dándole falsas esperanzas que vendieron su vida a una falsa ilusión y eso a ella le dolió en lo más profundo de su ser, perdió de hacer importantes cosas en su vida, le fue mal en el trabajo, muchas desgracias le vinieron juntas, hasta que se enteró de que estaba casado con alguien de su misma profesión, ingeniero. Comprendió entonces que nunca la había querido.

Todo con él fuera una continua falsedad, sólo se estaba riendo de ella uno y otro día. Una noche, luego de saber lo que pasaba se dijo:

-“Tengo que elegir entre seguir llorando por él o vivir”, y eligió vivir, borrón y comienzo de nuevas ideas, proyectos y metas. Llegara el momento del adiós.

El que ya estuviera casado le daba pie a separarse de él pues no quería ser la culpable de una separación matrimonial cuando seguro, segurísimo, se amaban hasta la saciedad, amor que nunca, jamás, sintió por Alejandra.

Nunca la había querido ni deseado, se separaba de ella por considerarla menos, un día le gritó muy fuerte, y fue entonces cuando decidió, dejar de ir a verle a su trabajo, rotundamente, y para siempre.

Alejandra acabó de estudiar en el colegio con dieciséis años. A esa misma edad entró en la Facultad, en la UCV. Cuando recogió el diploma de graduación de bachiller fue vestida con el Liqui Liqui. El traje regional más típico de su sureño país.

Alejandra tenía grandes proyectos para su vida, quería llegar a sentirse realizada, pero bajo los pasos de Dios, siempre bajo ellos.

Cuando iba en el coche, iba viendo el paisaje, con la ventanilla bajada, le gustaba que le diese el aire en la cara.

Le gustaban los largos viajes en coche desde Los Llanos hasta Caracas, desde Valencia al estado Falcón, desde la frontera con Colombia al norte de la capital, Caracas o al estado Sucre. Todos esos viajes encerraban anécdotas, los niños del campo vendiendo mangos y naranjas a los bordes de la vía, en las gasolineras, niñas y mujeres vendiendo las cachapas con queso de mano en las grandes áreas de descanso, arepas con todos los rellenos posibles, sin olvidar la reina pepeada con aguacate, todo tipo de bebidas nacionales más demandadas, cocaditas dulces, raspones endulzados, “la frescolita”. Paraban a reposar camioneros, autobuses de las excursiones, todo tipo de viajantes para comprar esa gran variedad de productos tan ricos, tan inolvidables.

A su madre le gustaba conducir y se ponía limón en los ojos para no dormirse pues había grandes rectas que atravesar sin poder despistarse ni un rato, pues sería mortal. A ella le daban sueño los viajes.

Esas rectas eran interminables. En algunos pueblos que atravesaban había santuarios a los bordes de la carretera con una virgencita que era adorada en el lugar. En algunos de esos sitios había velas encendidas y regalos de todo tipo, en especial “matrículas de carros”. Quizás de personas que evitando un accidente, le dieron gracias a la virgen de ese modo por salir vivos.

No siempre iba caminaba recto como esas grandes rectas que comunicaban una y otra parte de Venezuela. Tenía sube y bajas. Cometía errores muy grandes y cuando chocaba lo hacía con fuerza. Porque ella… se equivocaba.

También se quedaba dormida en las rectas y se olvidaba de frenar.

El estrés le hacía cometer errores grandes, pero en ocasiones, necesarios para salvar la vida, mentiras, y otras cosas, que no saben otros porque las hacía. Ella si lo sabía.

Hubo momentos en que tuvo la seguridad de no querer realmente a su madre. La había traicionado. Le había mentido y pegado… ella sabrá la razón, una madre es una madre, por mal no fue.

Lo que le deseó, no puede decirse ahora.

Llegó a odiarla. Pero ahora se arrepiente porque sabe que fue para su bien. Mejor no hablar de eso. Una madre es como Dios, y la suya era la mejor.

Alejandra tenía miedo a morir trágicamente. Cuando le pasó se transformó en mala persona. No tenía porque pasarle eso a su frágil corazón de cristal. No había hecho nada malo para que Dios le tuviera que deparar ese gran mal. Pasó treinta días infernales. El demonio trató de poseerla. Al final la dejó, pero no fue fácil, porque aunque no podía guiar sus acciones, insistía en estar dentro de su cuerpo.

Luego se quedó un poco débil, pero su madre seguía obligándola a llevar una vida normal. Ella no podía con el peso de las circunstancias. Le costaba moverse, estaba paralizada.

¿Por qué le habría pasado eso?...

¿Por qué la trataban mal en el trabajo?...

¿Por qué no ascendía?...

¿Por qué oían sus conversaciones telefónicas y se reían de lo que decía?...

¿Por qué la habrían llamado a trabajar en ese sitio del sur caraqueño?...

Le costaba soportarlo pues no había sido criada como ellos. Ella recibió una educación bajo los mandatos de la religión, de Dios y fue la educación que voluntariamente quiso seguir y mantener hasta que no le dejaron otra opción que abandonarla.

Todos le hacían daño. Todos la llamaban “la tonta”.

Todos se creían merecer más que ella. Quisieron ser ella como el demonio.

Quisieron joderla, maltratarle, estropearla, malhumorarla, y duro. Ya llevaban años haciéndolo a sus anchas.

Ella no iba a trabajar por nada en concreto. No tenía porque hacer nada por nadie. No era la persona, compréndalo, no era la persona, no era nadie, nadie, absolutamente nadie.

No podía llevarse a nadie a ningún sitio eternamente, no se sacaría del bolsillo el descanso tras las muertes. Era la menos de los menos para hacerlo.

Por eso se desvistió una vez delante de todos, para que no creyeran que era una santa. Estaba empezando a odiarles por los cuatro costados. Después de lo vivido, no volvió a quererles nunca. Que lo sepan. No volvió a quererles jamás.

Nunca.

Podía vivir bien y perfectamente sin ellos. Mucho mejor sin ellos que con ellos.

No quería que la persiguiesen. Quería que la dejasen tranquila.

Eran unos brutos e ineptos. Unos retrasados mentales.

No le importaba que supieran lo que pensaba de ellos.

Lo pensaba en serio. Acabaron con cosas que consideraba importantes en su vida y que ya nunca jamás tendría.

Eso no tendría jamás su perdón.

No lo esperaran.

Le importaba un tomate maduro lo que fueran. Quería sólo estar lejos de ellos. Sólo eso. No volverles a ver nunca.

No saber de ellos. Ellos estaban condenados a la muerte por los siglos de los siglos, pues muchos de ellos condenaron a una vida infeliz a los que ella tanto quería, y a ella misma.

Una vez una chica le preguntó si sólo iba por trabajar y ganar un sueldo a ese sitio, y ella respondió que no tenía más porque ir.

-¿Sólo vienes aquí por el trabajo?

-¿Por qué más voy a venir, vengo a ganarme el sueldo para comer todos los días?

-También puedes hacer amistades y salir al cine o al teatro…

-Aquí no tengo amigos, ya me lo han demostrado. Lo tengo claro y muchito.

-Cambiando de tema, no entendí bien lo que me explicaste antes de mi trabajo. ¿Cómo tengo que realizar la maquetación de los libros?...

-Pues ven, subimos a la cafetería de la empresa, tomamos algo y te lo explico. No hay problema, ahora tengo tiempo.

El camarero como siempre tardó en atenderles y… en cobrarles. Pensaron en irse sin pagar.

Ese café sabía a muerte. ¿De qué estaría hecho?...

Era realmente malo, pero una invitación no se desprecia y se la habían aceptado.

A caballo regalado…

Ese día pagó Alejandra, sacó sus monedas del monedero verde militar que tanto le gustaba y se las entregó. El anterior le había tocado a su compañera.

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (VII)

El amor para Alejandra, que nunca lo fue del todo
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
domingo, 9 de abril de 2017, 12:18 h (CET)

Unnamed 6

A Alejandra, a los dieciséis años le gustaba un hombre de que tendría unos treinta y cinco, pero él no le hizo caso, pues ese “señor” era más rico. No obstante la tuvo engañada muchos años dándole falsas esperanzas que vendieron su vida a una falsa ilusión y eso a ella le dolió en lo más profundo de su ser, perdió de hacer importantes cosas en su vida, le fue mal en el trabajo, muchas desgracias le vinieron juntas, hasta que se enteró de que estaba casado con alguien de su misma profesión, ingeniero. Comprendió entonces que nunca la había querido.

Todo con él fuera una continua falsedad, sólo se estaba riendo de ella uno y otro día. Una noche, luego de saber lo que pasaba se dijo:

-“Tengo que elegir entre seguir llorando por él o vivir”, y eligió vivir, borrón y comienzo de nuevas ideas, proyectos y metas. Llegara el momento del adiós.

El que ya estuviera casado le daba pie a separarse de él pues no quería ser la culpable de una separación matrimonial cuando seguro, segurísimo, se amaban hasta la saciedad, amor que nunca, jamás, sintió por Alejandra.

Nunca la había querido ni deseado, se separaba de ella por considerarla menos, un día le gritó muy fuerte, y fue entonces cuando decidió, dejar de ir a verle a su trabajo, rotundamente, y para siempre.

Alejandra acabó de estudiar en el colegio con dieciséis años. A esa misma edad entró en la Facultad, en la UCV. Cuando recogió el diploma de graduación de bachiller fue vestida con el Liqui Liqui. El traje regional más típico de su sureño país.

Alejandra tenía grandes proyectos para su vida, quería llegar a sentirse realizada, pero bajo los pasos de Dios, siempre bajo ellos.

Cuando iba en el coche, iba viendo el paisaje, con la ventanilla bajada, le gustaba que le diese el aire en la cara.

Le gustaban los largos viajes en coche desde Los Llanos hasta Caracas, desde Valencia al estado Falcón, desde la frontera con Colombia al norte de la capital, Caracas o al estado Sucre. Todos esos viajes encerraban anécdotas, los niños del campo vendiendo mangos y naranjas a los bordes de la vía, en las gasolineras, niñas y mujeres vendiendo las cachapas con queso de mano en las grandes áreas de descanso, arepas con todos los rellenos posibles, sin olvidar la reina pepeada con aguacate, todo tipo de bebidas nacionales más demandadas, cocaditas dulces, raspones endulzados, “la frescolita”. Paraban a reposar camioneros, autobuses de las excursiones, todo tipo de viajantes para comprar esa gran variedad de productos tan ricos, tan inolvidables.

A su madre le gustaba conducir y se ponía limón en los ojos para no dormirse pues había grandes rectas que atravesar sin poder despistarse ni un rato, pues sería mortal. A ella le daban sueño los viajes.

Esas rectas eran interminables. En algunos pueblos que atravesaban había santuarios a los bordes de la carretera con una virgencita que era adorada en el lugar. En algunos de esos sitios había velas encendidas y regalos de todo tipo, en especial “matrículas de carros”. Quizás de personas que evitando un accidente, le dieron gracias a la virgen de ese modo por salir vivos.

No siempre iba caminaba recto como esas grandes rectas que comunicaban una y otra parte de Venezuela. Tenía sube y bajas. Cometía errores muy grandes y cuando chocaba lo hacía con fuerza. Porque ella… se equivocaba.

También se quedaba dormida en las rectas y se olvidaba de frenar.

El estrés le hacía cometer errores grandes, pero en ocasiones, necesarios para salvar la vida, mentiras, y otras cosas, que no saben otros porque las hacía. Ella si lo sabía.

Hubo momentos en que tuvo la seguridad de no querer realmente a su madre. La había traicionado. Le había mentido y pegado… ella sabrá la razón, una madre es una madre, por mal no fue.

Lo que le deseó, no puede decirse ahora.

Llegó a odiarla. Pero ahora se arrepiente porque sabe que fue para su bien. Mejor no hablar de eso. Una madre es como Dios, y la suya era la mejor.

Alejandra tenía miedo a morir trágicamente. Cuando le pasó se transformó en mala persona. No tenía porque pasarle eso a su frágil corazón de cristal. No había hecho nada malo para que Dios le tuviera que deparar ese gran mal. Pasó treinta días infernales. El demonio trató de poseerla. Al final la dejó, pero no fue fácil, porque aunque no podía guiar sus acciones, insistía en estar dentro de su cuerpo.

Luego se quedó un poco débil, pero su madre seguía obligándola a llevar una vida normal. Ella no podía con el peso de las circunstancias. Le costaba moverse, estaba paralizada.

¿Por qué le habría pasado eso?...

¿Por qué la trataban mal en el trabajo?...

¿Por qué no ascendía?...

¿Por qué oían sus conversaciones telefónicas y se reían de lo que decía?...

¿Por qué la habrían llamado a trabajar en ese sitio del sur caraqueño?...

Le costaba soportarlo pues no había sido criada como ellos. Ella recibió una educación bajo los mandatos de la religión, de Dios y fue la educación que voluntariamente quiso seguir y mantener hasta que no le dejaron otra opción que abandonarla.

Todos le hacían daño. Todos la llamaban “la tonta”.

Todos se creían merecer más que ella. Quisieron ser ella como el demonio.

Quisieron joderla, maltratarle, estropearla, malhumorarla, y duro. Ya llevaban años haciéndolo a sus anchas.

Ella no iba a trabajar por nada en concreto. No tenía porque hacer nada por nadie. No era la persona, compréndalo, no era la persona, no era nadie, nadie, absolutamente nadie.

No podía llevarse a nadie a ningún sitio eternamente, no se sacaría del bolsillo el descanso tras las muertes. Era la menos de los menos para hacerlo.

Por eso se desvistió una vez delante de todos, para que no creyeran que era una santa. Estaba empezando a odiarles por los cuatro costados. Después de lo vivido, no volvió a quererles nunca. Que lo sepan. No volvió a quererles jamás.

Nunca.

Podía vivir bien y perfectamente sin ellos. Mucho mejor sin ellos que con ellos.

No quería que la persiguiesen. Quería que la dejasen tranquila.

Eran unos brutos e ineptos. Unos retrasados mentales.

No le importaba que supieran lo que pensaba de ellos.

Lo pensaba en serio. Acabaron con cosas que consideraba importantes en su vida y que ya nunca jamás tendría.

Eso no tendría jamás su perdón.

No lo esperaran.

Le importaba un tomate maduro lo que fueran. Quería sólo estar lejos de ellos. Sólo eso. No volverles a ver nunca.

No saber de ellos. Ellos estaban condenados a la muerte por los siglos de los siglos, pues muchos de ellos condenaron a una vida infeliz a los que ella tanto quería, y a ella misma.

Una vez una chica le preguntó si sólo iba por trabajar y ganar un sueldo a ese sitio, y ella respondió que no tenía más porque ir.

-¿Sólo vienes aquí por el trabajo?

-¿Por qué más voy a venir, vengo a ganarme el sueldo para comer todos los días?

-También puedes hacer amistades y salir al cine o al teatro…

-Aquí no tengo amigos, ya me lo han demostrado. Lo tengo claro y muchito.

-Cambiando de tema, no entendí bien lo que me explicaste antes de mi trabajo. ¿Cómo tengo que realizar la maquetación de los libros?...

-Pues ven, subimos a la cafetería de la empresa, tomamos algo y te lo explico. No hay problema, ahora tengo tiempo.

El camarero como siempre tardó en atenderles y… en cobrarles. Pensaron en irse sin pagar.

Ese café sabía a muerte. ¿De qué estaría hecho?...

Era realmente malo, pero una invitación no se desprecia y se la habían aceptado.

A caballo regalado…

Ese día pagó Alejandra, sacó sus monedas del monedero verde militar que tanto le gustaba y se las entregó. El anterior le había tocado a su compañera.

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