De acuerdo con dos empresarios paraguayos de gran poder financiero que en sus ratos libres se dedican a la hermenéutica, Aldo Zuccolillo y Antonio Vierci, la actual constitución del Paraguay es perfecta, eterna e inmodificable.

Aunque la Corte Suprema de Justicia es la instancia natural que debe decidir cuando algo es inconstitucional, el poder de Zuccolillo y Vierci hace que le disputen la prerrogativa. Tan acostumbrada está la opinión pública a que impongan su verdad, y se cumplan sus designios, que la mayoría de la población considera a estos potentados una especie de pitonisos del oráculo de Delfos.

Han sido siempre los dueños de la verdad, del honor y prestigio de todos y cada uno de los ciudadanos de la república, y desde tiempos inmemoriales vienen prediciendo el futuro del país.

Con sus titulares en letras de dimensiones catastróficas marcaban la agenda política, social y mediática del país. Lo que decían era palabra sagrada, era imposible contrariarlos. Decidían quienes eran los principales referentes en cada uno de los partidos políticos, quienes los grandes especialistas de tal o cual tema, con qué países el país podía relacionarse, quién podía gobernarlo y quién no.

En todas las profesiones, se necesitaba su bendición para ascender a las cumbres luminosas de la consagración, todos los negocios del estado se realizaban bajo su atenta mirada. Un ministro corrupto podía podía ser un pundonoroso y austero servidor de la patria con su bendición, y un funcionario honrado podría ser considerado un criminal si no se sometía a sus deseos.

En más de una vez, fueron encarcelados funcionarios estatales por el solo hecho de contrariarlos, y quedaron impunes otros tantos que habían vaciado las arcas del estado pero no les habían negado el diezmo a estos empresarios.

Quienes contaban con su visto bueno, tenían algo así como licencia para matar, y eso quedó evidenciado con el operativo de prensa que organizaron hace unos días en Asunción, que acabó con el incendio de la sede del Parlamento.

Como ya lo enfatizamos en esta columna, con ese acto vandálico la oposición dio al presidente Horacio Cartes una oportunidad magnífica para convertirse en dictador, que solo puede compararse al incendio del Reichstag de 1933 que los nazis aprovecharon para imponer su “Ley Habilitante”. Desafortunadamente para los organizadores de la operación, los dueños de diarios y de la opinión de sus periodistas, Cartes no cayó en la trampa.

La operación de prensa organizada por estos empresarios se tiñó de luto con la muerte del joven Rodrigo Quintana, en el interior del local de su partido, dado que militaba en el Partido Liberal. En medio de la confusión, recibió un disparo del policía Gustavo Florentín, también afiliado al Partido Liberal, quien asesinó a su propio correligionario en el local de su partido.

Los desmanes siguieron con un ataque al domicilio del diputado Oscar Tuma, donde intentaron prender fuego como lo hicieron en el mismo Congreso. Al ver que llegaban las fuerzas del orden, los agresores huyeron de tal suerte que si se tratara de una competencia atlética hubieran podido desafiar al mismo Usain Bolt. El reporte policial identificó a los pirómanos, pero Tuma decidió no presentar denuncia dado que los jefes de os vándalos son también diputados de su mismo partido.

Todos los disturbios son en defensa de una constitución redactada en 1991, por convencionales semi analfabetos electos por listas sábanas, con un padrón sin depurar de tiempos de la dictadura neo nazi,, que a pesar de todo Zuccolillo y Vierci consideran perfecta.

Ya lo escribió alguna vez Woody Allen, de la hermenéutica a la heurística hay muy poco trecho. La tesis que la constitución de 1991 es perfecta lo demuestra.