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De las camisetas a los barcos

El arte colorista de Custo en Balearia

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Custo delante del barco

El cielo del fin de semana aparecía despejado, el Sol nos acompañaba e íbamos a dejar la Barcelona cosmopolita, siempre un tanto mareada y llena de ruido, nervios, desesperanza e incluso ilusiones. Nos alejábamos del bullicio ciudadano camino de la tranquilidad de una isla casi desértica en esta época del año. Al final de nuestro viaje nos esperaba Formentera, un oasis de paz, tranquilidad y paraíso de la ecología.

Fuimos de Barcelona a Eivissa en un vuelo de Vueling que tenía su salida desde la T 1, la nueva terminal del Aeropuerto de El Prat por la que tuvimos que caminar casi un kilómetro para llegar a la puerta de embarque que se nos había asignado. Cada vez es más difícil embarcar en los aviones, hay que llegar al aeropuerto con una hora de antelación, pasar después por el control policial donde el día menos pensado nos tendremos que desnudar antes de pasar por debajo del arco detector de metales, sufrir un cacheo si por casualidad se te ha olvidado alguna moneda en los bolsillos y el detector comienza a pitar mientras lo atraviesas y luego, una vez atravesada la estricta frontera policial, escuchar cada cinco minutos cómo por la megafonía te advierten para que no pierdas de vista tu equipaje con lo que acabas con el miedo metido en el cuerpo amarrado a la maleta y mirando con ojos preñados de sospecha a todos los que pasan por tu lado pensando que de un momento a otro te van a birlar el equipaje. Lo dicho, viajar en avión, aunque sea en vuelos cortos, acabará convirtiéndose en una odisea. Al menos aquella mañana los seguidores del Barça que esperaban volar a Londres animaban la espera con sus cánticos, sus camisetas azulgranas y sus ondeantes banderas que horas después volverían victoriosas de Wembley.

Formentera isla mágica
El vuelo en que viajamos camino del descanso mezclado con el trabajo iba lleno, las gentes tenemos ya ganas de playa, tranquilidad y de disfrutar de la placentera visión de las no contaminadas aguas azul turquesa que rodean la isla para dejar olvidado el fuerte estrés de cada día, y eso lo ha hecho posible la aparición de las compañías de low cost que por poco dinero permiten escapadas de fin de semana en busca de ese paraíso perdido que todos ilusionamos para cambiar, aunque sea por unas cortas horas, nuestra vida cotidiana.



El barco de Balearia

Después de treinta minutos en el aire llegamos al aeropuerto ibicenco donde un bus nos esperaba para trasladarnos hasta el puerto desde donde un ferry nos llevaría en otros treinta minutos a la mágica isla de Formentera, la isla hippie donde ya no quedan piratas aunque su antigua presencia todavía se detecta en alguna de las antiguas “torres de guaita” que quedan en los puntos más elevados del terreno, la manera más fácil de moverse por Formentera es alquilar una bicicleta, una Scooter o uno de los pequeños coches descapotables que ofrecen diversas empresas a pie de carretera.

Esta pequeña isla de menos de veinte kilómetros entre una punta y otra de la misma conserva su calma, su sabor y sus casas de una planta con tejado a dos aguas aunque también abundan las construcciones típicas de Eivissa con tejado plano, toda una delicia para el que llega del bullicio urbanita con el valor añadido de ser un reducto casi virgen en la costa mediterránea tan maltratada por el urbanismo salvaje de los años del desarrollo urbanístico sin orden ni control.

Aguas turquesas
En el trayecto entre Eivissa y Formentera sin perder de vista la costa pudimos admirar las aguas transparentes y azules mientras el leve balanceo del ferry nos acunaba durante la media hora de trayecto. Llegamos a nuestro paraíso donde un Sol de justicia nos esperaba a la llegada al hotel de tan sólo dos plantas para ser respetuoso con el entorno, su arquitectura le daba el aspecto de un trasatlántico varado a pie de playa, entre sus alicientes para hacer más grata la estancia a los viajeros no faltaba la piscina ni las clases de submarinismo, los kayaks o pequeños veleros para surcar las tornasoladas aguas de la playa de Migjorn. Abandonamos la maleta, nos vestimos con la ropa de baño, un pareo y una camiseta Custo y comimos en Can Rafalet un arroz seco de rape y marisco y una ensalada típica de la isla hecha con patatas hervidas, tomate, pan y pescado seco todo regado con un buen y fresco vino blanco mientras charlábamos con los amigos en el comedor de la terraza desde el que se divisaba una amplio panorama en el que habían gentes que se bañaban, tomaban el Sol estirados sobre las rocas y en la lejanía algún que otro pequeño barco.

La sobremesa se alargó con la ayuda de los alcohólicos tragos de hierbas ibicencas y en la misma reencontramos con la calma y tranquilidad que da una buena comida a Álex, alma y uno de los dueños de XXL Comunicación y a la colega Anna Alós que conoce bien Formentera e Eivissa y que ha publicado dos guías de estas islas únicas en el mundo. Nos reímos mucho, Álex ejerce a la perfección su papel de anfitrión que conoce bien el mundo en el que vive y Anna es conocida por sus criterios creativos y tiene alma bohemia como las nuestras.

Can Carlos, un jardín italiano en la isla


Custo junto a sus modelos


Luego nos fuimos a dar una vuelta por la isla, tan pequeña como exquisita, sin prisa pero sin pausa recorrimos algunos de sus rincones por una estrecha carretera que nos llevó hasta el faro de la Mola mientras a la salida de alguna de sus curvas se ofrecía a nuestros ojos el paisaje del mar a nuestros pies. Después de una corta siesta y a pesar de que esa noche el Barça jugaba la final de la Champions contra el Manchester decidimos que era más importante cenar con los amigos y conocidos que quedarnos viendo la tele y como al llegar el descanso del partido el juego del Barça nos daba confianza en su victoria nos fuimos a cenar al restaurante Can Carlos propiedad de un joven italiano nacido en Brescia y que acababa de abrir ya que durante la temporada de invierno en Formentera no hay tanta demanda y Carlo divide su tiempo entre este restaurante en verano y otro en invierno en Nueva York, el ying y el yang de la vida.

Estábamos en Formentera para conocer el barco de Balearia en el que Custo Dalmau ha dejado el sello de su arte en ambos lados del mismo. Custo Dalmau acompañado de su mujer, la siempre sonriente, divertida y amena Eva Vollmer fue el anfitrión de esta cena. Llenamos dos mesas circulares instaladas con gusto italiano en el jardín de este restaurante de Formentera, si alguien nos hubiera dicho que estábamos en un restaurante de las afueras de Roma en lugar de en Formentera podríamos haber dicho que sí, un jardín italiano con un cielo formado por diminutas luces era el toque italo del local junto con los manteles de lino y las cubiteras de plata para mantener frío el vino. El perfecto toque del chic italiano conjuntado con la esencia de la isla.

Una amplia carta permitía escoger diversas ensaladas, carpaccios de verduras o pulpo, carnes y pescados preparados de diversas formas y, cómo no, un amplio surtido de pasta fresca, para regar todo ello excelentes y diversos caldos, cavas y champagnes de toda procedencia, nosotros escogimos un afrutado blanco del Penadés que pasaba sin sentir, elección de la que posteriormente no nos tuvimos que arrepentir, ni un solo signo de resaca ni dolor de cabeza. También aquí se alargó la sobremesa entre una gran variedad de postres, cafés y digestivas hierbas ibicencas. A las dos de la madrugada descanso, la isla es muy tranquila, todavía no ha llegado la avalancha de veraneantes llegados de todas partes del mundo aunque ni tan sólo en plena temporada estival Formentera es una isla agobiante, sus dimensiones no lo permiten, tampoco la gente que se ocupa de la isla y muy especialmente los que son nacidos en la misma y viven en ella todo el año. Preservan su paraíso para su bien y el de sus visitantes.

Ramón Llull y Pinar del Río
El mediodía del domingo en el puerto de Formentera los representantes de Balearia con su director general Adolfo Utor al frente, Custo Dalmau, invitados y prensa esperábamos la entrada del nuevo barco de esta naviera para ver lo que Custo había pintado en el mismo. Sus especiales y personales dibujos crean un mundo marino imaginario y colorista como en todas sus creaciones. El barco ha sido bautizado con el nombre de Ramón Llull, en memoria del teólogo y filósofo nacido en Palma, y opera entre Denia, Eivissa y Formentera, en dos horas y media une la península con las islas de manera confortable y con todo lo que un viajero precisa para un trayecto nada largo, en el interior del barco una tienda vende las conocidas camisetas de Custo, también para Balearia Custo ha dejado su impronta en otro barco, el Pinar del Río, casi gemelo al que surca el Mediterráneo y que hace la travesía desde de Miami a las Bahamas.

Custo dedica su obra naval a su madre de 87 años
Durante los parlamentos, y con el barco como testigo, el director general de Balearia, Adolfo Utor, explicó que a alguien se le había ocurrido la posibilidad de decorar los costados de los buques y que el mejor diseñador o creativo que ya había experimentado con temas similares como customizar una Harley, barcos de vela y la cerveza Damm, e incluso aeronaves era Custo: “ha decorado los dos costados de los barcos con motivos vinculados con el fondo del mar y los espacios y las zonas naturales de los trayectos que estos barcos van a cubrir”

Custo fue concreto en sus palabras “Balearia no ofreció 84 metros de eslora de barco para que lo decorásemos. Nuestra propuesta es colorista, lo mismo que los lugares que se unen y representa la gráfica de la vida marina que está un poco maltratada para que la gente tome conciencia de ello”. Aseguró que estas colaboraciones le permiten contemplar la creatividad desde otro ángulo y al mismo tiempo crear sinergias: “cuando compartimos consumidores o valores la dimensión es distinta pero en este tipo de planteamientos nunca renunciamos a nuestro ADN”. El diseñador catalán dedicó su obra a su madre. “Es mi fan número uno, le gusta nuestro grafismo, y hoy cumple 87 años”

Un cóctel en una de las terrazas de cubierta del barco, desde donde divisamos la costa de Eivissa con la mole de Es Vedrà entre la bruma, culminó nuestra visita al Ramón Llull, después vuelta al hotel para hacer la maleta y volver a Barcelona. Mientras esperábamos la hora del regreso seguimos admirando las aguas del Mediterráneo que en esta zona tienen un color especial matizado por las sombras de las rocas sumergidas en el fondo marino, al pie de nuestra habitación unas dunas están siendo cuidadas con el fin de que no se pierdan, un pasillo de madera permite verlas de cerca sin dañarlas y por las hierbas de la zona es posible ver corretear verdes lagartijas que tan sólo se dan en estas islas.

El arte colorista de Custo en Balearia

De las camisetas a los barcos
Teresa Berengueras y Rafa Esteve-Casanova
jueves, 2 de junio de 2011, 11:17 h (CET)


Custo delante del barco

El cielo del fin de semana aparecía despejado, el Sol nos acompañaba e íbamos a dejar la Barcelona cosmopolita, siempre un tanto mareada y llena de ruido, nervios, desesperanza e incluso ilusiones. Nos alejábamos del bullicio ciudadano camino de la tranquilidad de una isla casi desértica en esta época del año. Al final de nuestro viaje nos esperaba Formentera, un oasis de paz, tranquilidad y paraíso de la ecología.

Fuimos de Barcelona a Eivissa en un vuelo de Vueling que tenía su salida desde la T 1, la nueva terminal del Aeropuerto de El Prat por la que tuvimos que caminar casi un kilómetro para llegar a la puerta de embarque que se nos había asignado. Cada vez es más difícil embarcar en los aviones, hay que llegar al aeropuerto con una hora de antelación, pasar después por el control policial donde el día menos pensado nos tendremos que desnudar antes de pasar por debajo del arco detector de metales, sufrir un cacheo si por casualidad se te ha olvidado alguna moneda en los bolsillos y el detector comienza a pitar mientras lo atraviesas y luego, una vez atravesada la estricta frontera policial, escuchar cada cinco minutos cómo por la megafonía te advierten para que no pierdas de vista tu equipaje con lo que acabas con el miedo metido en el cuerpo amarrado a la maleta y mirando con ojos preñados de sospecha a todos los que pasan por tu lado pensando que de un momento a otro te van a birlar el equipaje. Lo dicho, viajar en avión, aunque sea en vuelos cortos, acabará convirtiéndose en una odisea. Al menos aquella mañana los seguidores del Barça que esperaban volar a Londres animaban la espera con sus cánticos, sus camisetas azulgranas y sus ondeantes banderas que horas después volverían victoriosas de Wembley.

Formentera isla mágica
El vuelo en que viajamos camino del descanso mezclado con el trabajo iba lleno, las gentes tenemos ya ganas de playa, tranquilidad y de disfrutar de la placentera visión de las no contaminadas aguas azul turquesa que rodean la isla para dejar olvidado el fuerte estrés de cada día, y eso lo ha hecho posible la aparición de las compañías de low cost que por poco dinero permiten escapadas de fin de semana en busca de ese paraíso perdido que todos ilusionamos para cambiar, aunque sea por unas cortas horas, nuestra vida cotidiana.



El barco de Balearia

Después de treinta minutos en el aire llegamos al aeropuerto ibicenco donde un bus nos esperaba para trasladarnos hasta el puerto desde donde un ferry nos llevaría en otros treinta minutos a la mágica isla de Formentera, la isla hippie donde ya no quedan piratas aunque su antigua presencia todavía se detecta en alguna de las antiguas “torres de guaita” que quedan en los puntos más elevados del terreno, la manera más fácil de moverse por Formentera es alquilar una bicicleta, una Scooter o uno de los pequeños coches descapotables que ofrecen diversas empresas a pie de carretera.

Esta pequeña isla de menos de veinte kilómetros entre una punta y otra de la misma conserva su calma, su sabor y sus casas de una planta con tejado a dos aguas aunque también abundan las construcciones típicas de Eivissa con tejado plano, toda una delicia para el que llega del bullicio urbanita con el valor añadido de ser un reducto casi virgen en la costa mediterránea tan maltratada por el urbanismo salvaje de los años del desarrollo urbanístico sin orden ni control.

Aguas turquesas
En el trayecto entre Eivissa y Formentera sin perder de vista la costa pudimos admirar las aguas transparentes y azules mientras el leve balanceo del ferry nos acunaba durante la media hora de trayecto. Llegamos a nuestro paraíso donde un Sol de justicia nos esperaba a la llegada al hotel de tan sólo dos plantas para ser respetuoso con el entorno, su arquitectura le daba el aspecto de un trasatlántico varado a pie de playa, entre sus alicientes para hacer más grata la estancia a los viajeros no faltaba la piscina ni las clases de submarinismo, los kayaks o pequeños veleros para surcar las tornasoladas aguas de la playa de Migjorn. Abandonamos la maleta, nos vestimos con la ropa de baño, un pareo y una camiseta Custo y comimos en Can Rafalet un arroz seco de rape y marisco y una ensalada típica de la isla hecha con patatas hervidas, tomate, pan y pescado seco todo regado con un buen y fresco vino blanco mientras charlábamos con los amigos en el comedor de la terraza desde el que se divisaba una amplio panorama en el que habían gentes que se bañaban, tomaban el Sol estirados sobre las rocas y en la lejanía algún que otro pequeño barco.

La sobremesa se alargó con la ayuda de los alcohólicos tragos de hierbas ibicencas y en la misma reencontramos con la calma y tranquilidad que da una buena comida a Álex, alma y uno de los dueños de XXL Comunicación y a la colega Anna Alós que conoce bien Formentera e Eivissa y que ha publicado dos guías de estas islas únicas en el mundo. Nos reímos mucho, Álex ejerce a la perfección su papel de anfitrión que conoce bien el mundo en el que vive y Anna es conocida por sus criterios creativos y tiene alma bohemia como las nuestras.

Can Carlos, un jardín italiano en la isla


Custo junto a sus modelos


Luego nos fuimos a dar una vuelta por la isla, tan pequeña como exquisita, sin prisa pero sin pausa recorrimos algunos de sus rincones por una estrecha carretera que nos llevó hasta el faro de la Mola mientras a la salida de alguna de sus curvas se ofrecía a nuestros ojos el paisaje del mar a nuestros pies. Después de una corta siesta y a pesar de que esa noche el Barça jugaba la final de la Champions contra el Manchester decidimos que era más importante cenar con los amigos y conocidos que quedarnos viendo la tele y como al llegar el descanso del partido el juego del Barça nos daba confianza en su victoria nos fuimos a cenar al restaurante Can Carlos propiedad de un joven italiano nacido en Brescia y que acababa de abrir ya que durante la temporada de invierno en Formentera no hay tanta demanda y Carlo divide su tiempo entre este restaurante en verano y otro en invierno en Nueva York, el ying y el yang de la vida.

Estábamos en Formentera para conocer el barco de Balearia en el que Custo Dalmau ha dejado el sello de su arte en ambos lados del mismo. Custo Dalmau acompañado de su mujer, la siempre sonriente, divertida y amena Eva Vollmer fue el anfitrión de esta cena. Llenamos dos mesas circulares instaladas con gusto italiano en el jardín de este restaurante de Formentera, si alguien nos hubiera dicho que estábamos en un restaurante de las afueras de Roma en lugar de en Formentera podríamos haber dicho que sí, un jardín italiano con un cielo formado por diminutas luces era el toque italo del local junto con los manteles de lino y las cubiteras de plata para mantener frío el vino. El perfecto toque del chic italiano conjuntado con la esencia de la isla.

Una amplia carta permitía escoger diversas ensaladas, carpaccios de verduras o pulpo, carnes y pescados preparados de diversas formas y, cómo no, un amplio surtido de pasta fresca, para regar todo ello excelentes y diversos caldos, cavas y champagnes de toda procedencia, nosotros escogimos un afrutado blanco del Penadés que pasaba sin sentir, elección de la que posteriormente no nos tuvimos que arrepentir, ni un solo signo de resaca ni dolor de cabeza. También aquí se alargó la sobremesa entre una gran variedad de postres, cafés y digestivas hierbas ibicencas. A las dos de la madrugada descanso, la isla es muy tranquila, todavía no ha llegado la avalancha de veraneantes llegados de todas partes del mundo aunque ni tan sólo en plena temporada estival Formentera es una isla agobiante, sus dimensiones no lo permiten, tampoco la gente que se ocupa de la isla y muy especialmente los que son nacidos en la misma y viven en ella todo el año. Preservan su paraíso para su bien y el de sus visitantes.

Ramón Llull y Pinar del Río
El mediodía del domingo en el puerto de Formentera los representantes de Balearia con su director general Adolfo Utor al frente, Custo Dalmau, invitados y prensa esperábamos la entrada del nuevo barco de esta naviera para ver lo que Custo había pintado en el mismo. Sus especiales y personales dibujos crean un mundo marino imaginario y colorista como en todas sus creaciones. El barco ha sido bautizado con el nombre de Ramón Llull, en memoria del teólogo y filósofo nacido en Palma, y opera entre Denia, Eivissa y Formentera, en dos horas y media une la península con las islas de manera confortable y con todo lo que un viajero precisa para un trayecto nada largo, en el interior del barco una tienda vende las conocidas camisetas de Custo, también para Balearia Custo ha dejado su impronta en otro barco, el Pinar del Río, casi gemelo al que surca el Mediterráneo y que hace la travesía desde de Miami a las Bahamas.

Custo dedica su obra naval a su madre de 87 años
Durante los parlamentos, y con el barco como testigo, el director general de Balearia, Adolfo Utor, explicó que a alguien se le había ocurrido la posibilidad de decorar los costados de los buques y que el mejor diseñador o creativo que ya había experimentado con temas similares como customizar una Harley, barcos de vela y la cerveza Damm, e incluso aeronaves era Custo: “ha decorado los dos costados de los barcos con motivos vinculados con el fondo del mar y los espacios y las zonas naturales de los trayectos que estos barcos van a cubrir”

Custo fue concreto en sus palabras “Balearia no ofreció 84 metros de eslora de barco para que lo decorásemos. Nuestra propuesta es colorista, lo mismo que los lugares que se unen y representa la gráfica de la vida marina que está un poco maltratada para que la gente tome conciencia de ello”. Aseguró que estas colaboraciones le permiten contemplar la creatividad desde otro ángulo y al mismo tiempo crear sinergias: “cuando compartimos consumidores o valores la dimensión es distinta pero en este tipo de planteamientos nunca renunciamos a nuestro ADN”. El diseñador catalán dedicó su obra a su madre. “Es mi fan número uno, le gusta nuestro grafismo, y hoy cumple 87 años”

Un cóctel en una de las terrazas de cubierta del barco, desde donde divisamos la costa de Eivissa con la mole de Es Vedrà entre la bruma, culminó nuestra visita al Ramón Llull, después vuelta al hotel para hacer la maleta y volver a Barcelona. Mientras esperábamos la hora del regreso seguimos admirando las aguas del Mediterráneo que en esta zona tienen un color especial matizado por las sombras de las rocas sumergidas en el fondo marino, al pie de nuestra habitación unas dunas están siendo cuidadas con el fin de que no se pierdan, un pasillo de madera permite verlas de cerca sin dañarlas y por las hierbas de la zona es posible ver corretear verdes lagartijas que tan sólo se dan en estas islas.

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