| Laura Fernández
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La imagen del superhéroe está deteriorada y desactualizada. Ya no llaman la atención esos humanos con súper poderes, aspecto impecable, capas y uniformes multicolores. Ya no entretienen ni generan la simpatía del público con sus aires ingenuos de justicieros inquebrantables.
Así es como piensa por lo menos la periodista Laura Fernández, autora de la novela Wendolin Kramer (Seix Barral, 2011), quien sostiene que “ahora los niños no ven a los superhéroes del mismo modo”. Una prueba es el fenómeno “Bob esponja” que arrasa entre los jóvenes y se aleja de la tendencia moralizadora del personaje bueno al servicio de la justicia y de las víctimas de cualquier delito que pueda producirse en una ciudad.
Y esa realidad la autora la resume con una idea llamativa: "la pérdida de creencias".
Frente al espectáculo de la perfección, se impone el show de la cotidianidad y de los detalles más burlescos, las averías de todo tipo y las compañías más absurdas. De todo esto nace la historia de Wendolín: una superheroína un poco extraña que, a la edad de 30 años, sigue viviendo en casa de sus padres y se caracteriza por una ingenuidad exagerada. Comparte su vida y pensamientos con un perro que parece a veces más lúcido que ella, que analiza y narra la historia como si fuera el vaso conciencia de Wendolin Krammer.
| Wendolin Kramer
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Encontramos una comparación interesante con el Batman de los años ochenta: el perfecto acompañante ya no es el típico Robín con su peinado de niño bueno y sus aires de adolescente idealista. También descubrimos una semejanza interesante con la obra de John Fante, una influencia destacable para la autora. De él ha cogido su pasión por la escritura pero también el perfil de ciertos personajes. El espíritu de Bandini y de su perro de compañía también impregnan muchas de las escenas.
Al principio, esta novela era destinada a ser una simple historia de detectives en una Barcelona actual, llena de desmesura y de anécdotas insólitas, pero al final se impusieron el proceso creativo y la imaginación de su autora, y la novela negra se convirtió en un relato fantástico de superhéroes.
“Escribir en serio no me sale”, explica Laura Fernández. Lo suyo son las historias creadas con la fuerza de la exageración. Sus personajes acaban siempre sufriendo mucho, al estilo de John Fante, pero ella se lo pasa muy bien. “Escribir me lo planteo como un juego y termino creyéndolo”, comenta la periodista. Además, algo interesante, Laura se reconoce en todos los personajes con sus virtudes y defectos.
En el aspecto visual, la novela incorpora algunas facetas típicas de los comics con el uso de las mayúsculas para recrear las exclamaciones de ciertos protagonistas. “Algunos personajes gritan tanto que acabo teniendo mayúsculas en toda la página”, explica Laura Fernández con espontaneidad.
Wendolin Krammer tiene ese toque de locura, esa amplificación de los hechos que rozan lo absurdo, que la tranforma en una obra de esperpento y, sin embargo, nos hace reflexionar sobre los héroes de cada época. Con ella nos damos cuenta de que las generaciones anteriores –las que vibraron con Spiderman y Superman– eran más ilusas –y puede que más aburridas– a la hora de escoger sus entretenimientos. Al final, el humor cambia con el tiempo. Y los superhéroes también.