Escribo juntando palabras que forman frases formantes de unidades con significado llamados párrafos, a su vez vinculados por un sentido ordenante que es la intención, en ocasiones subordinada al inconsciente por algún mecanismo oculto que dicta con voz de portento y fortaleza, aunque normalmente es la consciencia quien impone su criterio. Esta perorata me sirve para introducir un tema recurrente, circular, que se presenta sin avisar en mi pensamiento y espero que tras este exorcismo quede saldada mi deuda, no debiendo entrometerse en mi futuro bajo pretexto alguno tal incordio.
Me gustaría antes de nada aclarar que el incordio lo es en base a mi percepción y considero que como individuo me pertenezco a mí primero y mí me debo. Razón por la cuál me he invitado a reflexionar sobre lo adecuado de exteriorizar lo que considero una molestia eficaz, capaz de impedir mi normal desarrollo como ser social en el concierto global que comparto. De nuevo un circunloquio para obviar el motivo inquietante que en ocasiones me mantiene en vilo, me desconcierta y me hace dudar de mi presencia real en esta vida.
No voy a demorarme más en la presentación pues preveo la falta de dominancia en mis acciones, la insustancial vereda por la que camino para cualquier lector, pero advierto que mi fastidio también será compartido con él cuando encuadre a mi adversario, cuando finalmente descorra la cortina del escenario y se encienda la luz. Alguien en la tramoya empieza a trabajar hilvanando las estructuras. El apuntador carraspea buscando con sus ojos mi presencia mientras retuerce la obra entre sus manos. Por fin arranco: el Tedio, ¡qué fastidio es él!