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Marcos Méndez Sanguos

'Wimbledon', de Richard Loncraine

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Érase una vez un chico fracasado que conoce a una chica rica y atractiva, se enamoran, rompen y se reconcilian. Pasado un tiempo se casan y tienen hijos, ejerciendo cada uno el oficio que más le gusta, viviendo felices y comiendo perdices. Esta es la base sobre la que Working Title Films construye Wimbledon: el amor está en juego, un film cuya ñoñería y capacidad de irritar al espectador-pagador supera todos los niveles de la productora británica conocida por títulos como Bridget Jones: Sobreviviré o Love Actually (esta última quizá tenía más azúcar que la que nos toca, pero su construcción en historias más o menos paralelas le otorgaba algo más de complejidad).

En las películas de la compañía de Eric Fellner no existen los malos: todos los personajes (si es que se pueden llamar de alguna manera) gozan de una suerte extraordinaria, muchos son graciosos, la mayoría muy guapos/as y, lo más importante, siempre que realizan una acción la hacen pensando en el espectador, decidido (al parecer) a ver una sucesión de secuencias cuyo mayor fundamento es ganar o perder un partido de tenis (aunque damos por supuesto que nunca perderán) o un beso bajo el brillo de un cometa en una playa iluminada por la luz de la luna.

Así, los personajes secundarios -que en principio se observan con capacidad suficiente para amargar la relación de los dos enamorados- se obcecan en no hacer nada, y el ascetismo de la historia pasa a ser un vacío total, permanente y aburrido. Vamos, que un niño de cinco años le podría haber dado más chicha al guión. Y puede que hasta convertir los noventa minutos en cinco, relatando punto por punto la misma historia.

Ah, por cierto, los protagonistas son tenistas y se conocen en el Grand Slam inglés que da nombre al film, el mayor problema al que se enfrentan es a un polvo antes de un partido y no, no es recomendable pagar seis euros para salir con cara atropellada.

Por suerte, la cosa se olvida fácilmente.

'Wimbledon', de Richard Loncraine

Marcos Méndez Sanguos
Marcos Méndez
lunes, 21 de marzo de 2005, 04:01 h (CET)
Érase una vez un chico fracasado que conoce a una chica rica y atractiva, se enamoran, rompen y se reconcilian. Pasado un tiempo se casan y tienen hijos, ejerciendo cada uno el oficio que más le gusta, viviendo felices y comiendo perdices. Esta es la base sobre la que Working Title Films construye Wimbledon: el amor está en juego, un film cuya ñoñería y capacidad de irritar al espectador-pagador supera todos los niveles de la productora británica conocida por títulos como Bridget Jones: Sobreviviré o Love Actually (esta última quizá tenía más azúcar que la que nos toca, pero su construcción en historias más o menos paralelas le otorgaba algo más de complejidad).

En las películas de la compañía de Eric Fellner no existen los malos: todos los personajes (si es que se pueden llamar de alguna manera) gozan de una suerte extraordinaria, muchos son graciosos, la mayoría muy guapos/as y, lo más importante, siempre que realizan una acción la hacen pensando en el espectador, decidido (al parecer) a ver una sucesión de secuencias cuyo mayor fundamento es ganar o perder un partido de tenis (aunque damos por supuesto que nunca perderán) o un beso bajo el brillo de un cometa en una playa iluminada por la luz de la luna.

Así, los personajes secundarios -que en principio se observan con capacidad suficiente para amargar la relación de los dos enamorados- se obcecan en no hacer nada, y el ascetismo de la historia pasa a ser un vacío total, permanente y aburrido. Vamos, que un niño de cinco años le podría haber dado más chicha al guión. Y puede que hasta convertir los noventa minutos en cinco, relatando punto por punto la misma historia.

Ah, por cierto, los protagonistas son tenistas y se conocen en el Grand Slam inglés que da nombre al film, el mayor problema al que se enfrentan es a un polvo antes de un partido y no, no es recomendable pagar seis euros para salir con cara atropellada.

Por suerte, la cosa se olvida fácilmente.

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