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Con esos bigotes de cojones y esos cojones de bigotes, los puso a todos firmes, pero en posición horizontal

Todo el mundo al suelo. Se sienten, coño

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Llevar la contraria es un ejercicio saludable, no solo porque supone llevar al terreno práctico la libertad de expresión, sino porque plantea una alternativa a la versión oficial, la cual siempre es detentada por quienes ocupan el poder, que no siempre es sinónimo de poseer la verdad.

La verdad es algo muy serio y muy escaso. Lo que se da sobre todo, son opiniones relativas, Pero lo que se dice verdades, hay pocas, y es muy bueno que no se confundan estas con opiniones absolutizadas.

Aquella tarde del 23 de febrero de 1981, cuando un grupo de guardias civiles capitaneados por el coronel Tejero tomaron el congreso de los diputados, todo parecía desarrollarse de un modo apacible y aburrido. Era la votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, y no las tenía todas consigo. La parsimonia de la votación fue interrumpida por esos señores de verde que le dieron un poco de chispa a ese plúmbeo coñazo en el que probablemente más de un diputado estaría ya dormido, o quizá durmiendo, siguiendo la puntualización lingüística que algo de tiempo atrás Camilo José Cela hiciera en el senado a Xirinach, haciéndole ver que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo.

La tarde del 23F iba a pasar a la historia como algo anodino, plano. Era la versión oficial. Sin embargo, Tejero, llevando la contraria, se encargó de dejar claro que había otras posibilidades de escribir la historia distintas de la prevista oficialmente. Con independencia de las opiniones políticas que tenga cada cual, no cabe duda que el 23F es un caso paradigmático de llevar la contraria, no a la verdad, puesto que en política no existen verdades, sino opiniones, sino a la versión oficial, aunque haya quien, haciendo dogmas de sus opiniones, confunda la versión oficial con la verdad absoluta.

Me gusta llevar la contraria. Me gusta provocar una catarsis. Me gusta ver la cara de desconcierto de quienes creían que el mundo se acaba en lo que solo cabe en su reducido cerebro. Por eso, con independencia de ideas políticas, me lo pasé bomba aquel 23F viendo a sus señorías por los suelos, acojonados, calladitos, cagándose de miedo y, parafraseando a Pedro Almodóvar, al borde de un ataque de nervios, faltando solo que se pusieran a patalear y a llorar desde el suelo.

Quizá alguien piense que soy un desalmado o un enemigo de la sagrada democracia, encarnada en esos acojonados diputados. Le invito a que lea un poco más adelante. Nadie podrá negar que Tejero era un buen profesional, pues no es fácil meter en un corral a 350 diputados, todos juntitos, y sin hacer ni un solo herido. Con esos bigotes de cojones y esos cojones de bigotes, los puso a todos firmes, pero en posición horizontal. Lo que me pareció censurable en la actuación del coronel fue una cierta ambigüedad en el ejercicio del mando, al menos contradictorio con lo que yo aprendí en la mili. Me refiero a que por una parte les dijo aquello de "todo el mundo al suelo", y por otra, les ordenó lo de "se sienten, coño".

¿En qué quedamos, en que se tumben o en que se sienten? Haciendo un poco de exégesis podría entenderse que se sentaran, pero tumbados, esto es, en posición fetal. Sin embargo, no me suena esa postura como una de las reglamentarias en ninguna de las ordenanzas militares que tuve que estudiar en la mili. Esa es una duda que todavía nadie me ha aclarado y que me tortura constantemente, día y noche.

Hoy día, la percepción del 23F es ya distinta de la que hubo en aquel momento, lo mismo que la percepción del oficio de diputado. También parece que se va abriendo paso un conocimiento más exacto del papel del rey en aquel momento. Son bastantes las publicaciones que, con datos, revelan que no fue precisamente un salvador de la patria y de la democracia, sino otra cosa.

En cuanto a los diputados, por las redes sociales circulan datos muy interesantes sobre estos sacrificados patriotas.

Cuando toman posesión de sus cargos, aparte de recibir un holgado y confortable despacho, se les obsequia con un iPhone, un iPad, un PC, fibra óptica y línea telefónica, un asistente, una dieta de 25 euros por cada cien kilómetros, si usa coche propio, o 3000 euros anuales para taxi (lo normal es que se le asigne coche oficial). En cuanto a los billetes de avión, tren o barco, sin lugar a dudas, van en primera. La clase turista es para el pueblo, no para ellos.

El sueldo base de un diputado son 3.126,52 euros mensuales más dos pagas extras; si forma parte de alguna comisión, se añaden entre 775,15 y 1.590,30 euros más al mes, y si es portavoz, otros 2.318,96 euros mensuales. Eso sin contar con que un diputado tiene compatibilidad para otros trabajos fuera del congreso y para percibir emolumentos del partido por los cargos que tenga en él. Además de esto, si es un diputado no elegido en Madrid, recibe una ayuda de 1.823,86 euros mensuales, más alojamiento y manutención (si ha sido elegido en Madrid, "solo" recibe 870,56 euros al mes). Por lo que se refiere a Hacienda, las dietas relacionadas con el transporte, alojamiento, manutención y los extras por cargo en el congreso, no tributan. En cuanto a las vacaciones, no está mal, pues los periodos de sesiones no duran más de unos 6 meses. Las vacaciones de los diputados solo son comparables con los apuntados al PER.

Si deja de ser diputado, percibe una paga mensual de 2.813,87 euros hasta dos años, aunque en ese tiempo disfrute de un sueldo privado. No está mal.

En cuanto a la jubilación, tampoco está mal: Si el que se jubila tiene más de 55 años y ha sido diputado once años, recibe una pensión de 2.466,20 euros al mes, bajando un poco si ha sido diputado menos años.

Con solo de enumerar esos datos, a más de uno se le vendrá a la cabeza el deseo de llamar a Tejero a que venga a hacer un nuevo trabajito en la Carrera de San Jerónimo. Todo lo anterior, en cuanto al oficio de diputado se refiere.

La democracia en cuanto sistema, tampoco atraviesa sus mejores momentos. Hace años era idolatrada. Incluso Juan Pablo II, en la encíclica Centessimus Annus la defiende como el mejor sistema de gobierno posible. Sin embargo, ya tiene muchos detractores. La aparición de tantos populismos, de derecha y de izquierda, pone en evidencia el desencanto social hacia el sistema, más aun en la medida en que esos populismos "ceden" y, al integrarse en el sistema, terminan igual de corruptos que los que ya estaban metidos dentro.

Parece que la democracia, como sistema, está demostrando que no tiene recursos para auto regenerarse. Parece que esa recomendación de que los errores de la democracia se arreglan con más democracia, falla. Aunque nadie lo reconozca abiertamente, todo el mundo querría ser diputado o senador, o al menos consejero autonómico o diputado provincial, y si eso está difícil, por lo menos concejal de su propio pueblo; liberado, por supuesto, lo que quiere decir cobrando un sueldo y por ello solucionar el problema laboral personal. El ideal de sacrificarse sirviendo a los demás desde la política, pilla hoy día un poco lejos.

De vez en cuando, en Francia u Holanda aparecen sobresaltos motivados por la aparición de populismos de derecha. Pero pasadas las elecciones, todo vuelve a la calma, a la versión oficial, a la democracia sin sobresaltos que todo lo arregla a base de deuda pública y leyes con sustrato ideológico contrario a la dignidad de la persona. Lo importante es que la vida siga apacible, aunque sea narcotizada, como en el mundo feliz de Aldous Huxley.

La aparición de ese no-político al otro lado del Atlántico llamado Donald Trump no deja de ser una incomodidad para la conciencia cauterizada de Europa en la medida en que quede de manifiesto que el rey está desnudo. Pero ya pasará. La democracia lo fagocita todo, como la ciudad, que engulle hasta los edificios más feos e impresentables. A la vuelta de unos años, quizá ni siquiera se estudiará en los libros de texto de historia española contemporánea el episodio del 23F.

La cuestión es si llegará ese momento en el que los libros de texto omitan eso o si esos libros llegarán a salir algún día como manifestación de que el sistema sigue en pie.

Todo el mundo al suelo. Se sienten, coño

Con esos bigotes de cojones y esos cojones de bigotes, los puso a todos firmes, pero en posición horizontal
Antonio Moya Somolinos
domingo, 2 de abril de 2017, 12:43 h (CET)
Llevar la contraria es un ejercicio saludable, no solo porque supone llevar al terreno práctico la libertad de expresión, sino porque plantea una alternativa a la versión oficial, la cual siempre es detentada por quienes ocupan el poder, que no siempre es sinónimo de poseer la verdad.

La verdad es algo muy serio y muy escaso. Lo que se da sobre todo, son opiniones relativas, Pero lo que se dice verdades, hay pocas, y es muy bueno que no se confundan estas con opiniones absolutizadas.

Aquella tarde del 23 de febrero de 1981, cuando un grupo de guardias civiles capitaneados por el coronel Tejero tomaron el congreso de los diputados, todo parecía desarrollarse de un modo apacible y aburrido. Era la votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, y no las tenía todas consigo. La parsimonia de la votación fue interrumpida por esos señores de verde que le dieron un poco de chispa a ese plúmbeo coñazo en el que probablemente más de un diputado estaría ya dormido, o quizá durmiendo, siguiendo la puntualización lingüística que algo de tiempo atrás Camilo José Cela hiciera en el senado a Xirinach, haciéndole ver que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo.

La tarde del 23F iba a pasar a la historia como algo anodino, plano. Era la versión oficial. Sin embargo, Tejero, llevando la contraria, se encargó de dejar claro que había otras posibilidades de escribir la historia distintas de la prevista oficialmente. Con independencia de las opiniones políticas que tenga cada cual, no cabe duda que el 23F es un caso paradigmático de llevar la contraria, no a la verdad, puesto que en política no existen verdades, sino opiniones, sino a la versión oficial, aunque haya quien, haciendo dogmas de sus opiniones, confunda la versión oficial con la verdad absoluta.

Me gusta llevar la contraria. Me gusta provocar una catarsis. Me gusta ver la cara de desconcierto de quienes creían que el mundo se acaba en lo que solo cabe en su reducido cerebro. Por eso, con independencia de ideas políticas, me lo pasé bomba aquel 23F viendo a sus señorías por los suelos, acojonados, calladitos, cagándose de miedo y, parafraseando a Pedro Almodóvar, al borde de un ataque de nervios, faltando solo que se pusieran a patalear y a llorar desde el suelo.

Quizá alguien piense que soy un desalmado o un enemigo de la sagrada democracia, encarnada en esos acojonados diputados. Le invito a que lea un poco más adelante. Nadie podrá negar que Tejero era un buen profesional, pues no es fácil meter en un corral a 350 diputados, todos juntitos, y sin hacer ni un solo herido. Con esos bigotes de cojones y esos cojones de bigotes, los puso a todos firmes, pero en posición horizontal. Lo que me pareció censurable en la actuación del coronel fue una cierta ambigüedad en el ejercicio del mando, al menos contradictorio con lo que yo aprendí en la mili. Me refiero a que por una parte les dijo aquello de "todo el mundo al suelo", y por otra, les ordenó lo de "se sienten, coño".

¿En qué quedamos, en que se tumben o en que se sienten? Haciendo un poco de exégesis podría entenderse que se sentaran, pero tumbados, esto es, en posición fetal. Sin embargo, no me suena esa postura como una de las reglamentarias en ninguna de las ordenanzas militares que tuve que estudiar en la mili. Esa es una duda que todavía nadie me ha aclarado y que me tortura constantemente, día y noche.

Hoy día, la percepción del 23F es ya distinta de la que hubo en aquel momento, lo mismo que la percepción del oficio de diputado. También parece que se va abriendo paso un conocimiento más exacto del papel del rey en aquel momento. Son bastantes las publicaciones que, con datos, revelan que no fue precisamente un salvador de la patria y de la democracia, sino otra cosa.

En cuanto a los diputados, por las redes sociales circulan datos muy interesantes sobre estos sacrificados patriotas.

Cuando toman posesión de sus cargos, aparte de recibir un holgado y confortable despacho, se les obsequia con un iPhone, un iPad, un PC, fibra óptica y línea telefónica, un asistente, una dieta de 25 euros por cada cien kilómetros, si usa coche propio, o 3000 euros anuales para taxi (lo normal es que se le asigne coche oficial). En cuanto a los billetes de avión, tren o barco, sin lugar a dudas, van en primera. La clase turista es para el pueblo, no para ellos.

El sueldo base de un diputado son 3.126,52 euros mensuales más dos pagas extras; si forma parte de alguna comisión, se añaden entre 775,15 y 1.590,30 euros más al mes, y si es portavoz, otros 2.318,96 euros mensuales. Eso sin contar con que un diputado tiene compatibilidad para otros trabajos fuera del congreso y para percibir emolumentos del partido por los cargos que tenga en él. Además de esto, si es un diputado no elegido en Madrid, recibe una ayuda de 1.823,86 euros mensuales, más alojamiento y manutención (si ha sido elegido en Madrid, "solo" recibe 870,56 euros al mes). Por lo que se refiere a Hacienda, las dietas relacionadas con el transporte, alojamiento, manutención y los extras por cargo en el congreso, no tributan. En cuanto a las vacaciones, no está mal, pues los periodos de sesiones no duran más de unos 6 meses. Las vacaciones de los diputados solo son comparables con los apuntados al PER.

Si deja de ser diputado, percibe una paga mensual de 2.813,87 euros hasta dos años, aunque en ese tiempo disfrute de un sueldo privado. No está mal.

En cuanto a la jubilación, tampoco está mal: Si el que se jubila tiene más de 55 años y ha sido diputado once años, recibe una pensión de 2.466,20 euros al mes, bajando un poco si ha sido diputado menos años.

Con solo de enumerar esos datos, a más de uno se le vendrá a la cabeza el deseo de llamar a Tejero a que venga a hacer un nuevo trabajito en la Carrera de San Jerónimo. Todo lo anterior, en cuanto al oficio de diputado se refiere.

La democracia en cuanto sistema, tampoco atraviesa sus mejores momentos. Hace años era idolatrada. Incluso Juan Pablo II, en la encíclica Centessimus Annus la defiende como el mejor sistema de gobierno posible. Sin embargo, ya tiene muchos detractores. La aparición de tantos populismos, de derecha y de izquierda, pone en evidencia el desencanto social hacia el sistema, más aun en la medida en que esos populismos "ceden" y, al integrarse en el sistema, terminan igual de corruptos que los que ya estaban metidos dentro.

Parece que la democracia, como sistema, está demostrando que no tiene recursos para auto regenerarse. Parece que esa recomendación de que los errores de la democracia se arreglan con más democracia, falla. Aunque nadie lo reconozca abiertamente, todo el mundo querría ser diputado o senador, o al menos consejero autonómico o diputado provincial, y si eso está difícil, por lo menos concejal de su propio pueblo; liberado, por supuesto, lo que quiere decir cobrando un sueldo y por ello solucionar el problema laboral personal. El ideal de sacrificarse sirviendo a los demás desde la política, pilla hoy día un poco lejos.

De vez en cuando, en Francia u Holanda aparecen sobresaltos motivados por la aparición de populismos de derecha. Pero pasadas las elecciones, todo vuelve a la calma, a la versión oficial, a la democracia sin sobresaltos que todo lo arregla a base de deuda pública y leyes con sustrato ideológico contrario a la dignidad de la persona. Lo importante es que la vida siga apacible, aunque sea narcotizada, como en el mundo feliz de Aldous Huxley.

La aparición de ese no-político al otro lado del Atlántico llamado Donald Trump no deja de ser una incomodidad para la conciencia cauterizada de Europa en la medida en que quede de manifiesto que el rey está desnudo. Pero ya pasará. La democracia lo fagocita todo, como la ciudad, que engulle hasta los edificios más feos e impresentables. A la vuelta de unos años, quizá ni siquiera se estudiará en los libros de texto de historia española contemporánea el episodio del 23F.

La cuestión es si llegará ese momento en el que los libros de texto omitan eso o si esos libros llegarán a salir algún día como manifestación de que el sistema sigue en pie.

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