La semana pasada la palabra tomó la calle y nos ilusionamos, y gritamos y ansiamos el cambio más que nunca. Pero a veces los sueños se dan de bruces contra muros mucho más altos que ellos. Muros tejidos por prejuicios anquilosados, por el miedo a los verdaderos cambios que son precisamente aquellos que atañen a una profunda remodelación de la mentalidad.
Ayer leí en este mismo periódico que algunas manifestantes habían sido increpadas al intentar colocar una pancarta donde podía leerse lo siguiente: “la revolución será feminista”. Y me pregunto: ¿qué tiene eso de malo? ¿De verdad la revolución no tiene sexo? ¿Tanto pavor produce un verdadero cambio cultural respecto a las mujeres? Al parecer sí.
Pensábamos que este era el instante, el punto de inflexión, la oportunidad para romper los estigmas que el patriarcado nos impone, pero estábamos equivocados porque la palabra “feminismo” sigue generando un rechazo irracional que no entiende de ideologías. La censura y los micromachismos siguen siendo las cadenas invisibles que arrastramos. Y la igualdad real no llega.
Según Marcela Lagarde, el feminismo es una filosofía propositiva y transformadora de las relaciones de género. Una filosofía a favor de la integridad de todas las personas (mujeres y hombres) para lograr un bienestar íntegro y un mayor desarrollo de las sociedades. Pero esas propuestas continúan siendo secundarias.
La participación ciudadana en todas sus formas (más o menos espontáneas) es uno de los mecanismos más eficientes para asegurar el desarrollo democrático de un país. Pese a los cambios históricos en su participación y a los avances en el plano de las políticas públicas, aún hoy la mujer no es sujeto de derechos como ciudadana plena. Muchos estados siguen tratando a las mujeres como a un colectivo vulnerable y no como a sujetos políticos.
Por ello actualmente sigue haciéndose especialmente necesario examinar las teorías y prácticas políticas contemporáneas desde una perspectiva de género, así como realizar una reconceptualización de la ciudadanía en clave de género que incluya el empoderamiento de las mujeres como producto de la construcción de un nuevo paradigma histórico, político y social.
Un paradigma que tal y como expresa Lagarde represente “el conjunto de cambios de las mujeres en pos de la eliminación de las causas de la opresión, tanto en la sociedad como, sobre todo, en sus propias vidas. Dichos cambios que abarcan desde la subjetividad y la conciencia, hasta el ingreso y la salud, la ciudadanía y los derechos humanos, generan poderes positivos, poderes personales y colectivos. Se trata de poderes vitales que permiten a las mujeres hacer uso de los bienes y recursos de la modernidad indispensables para el desarrollo personal y colectivo de género en el siglo XXI”.