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Tal vez sea hora de dejar atrás el pesimismo

Agorero-Economía

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WASHINGTON - Desde el inicio de la crisis económica, los estadounidenses han nadado en miedos e inquietudes. Comprensiblemente. Aunque la recuperación -- definida según criterios económicos -- empezó hace alrededor de dos años, no se ha notado como tal. De los 8,7 millones de nóminas destruidas en la recesión, sólo 1,8 millones se han recuperado. La recuperación rivaliza como la más lenta desde la Segunda Guerra Mundial y se enfrenta a constantes amenazas. Los elevados precios del crudo. La crisis de la deuda de Europa. La inesperada inflación. La trifulca de Washington a tenor del umbral de endeudamiento federal.

Todas reales. Pero también es cierto que la recuperación parece ser cada vez más sostenida. Los estadounidenses vuelven a consumir, aunque con menos afición; las exportaciones mejoran; las empresas están ampliando plantilla. El masivo gasto público y los bajos tipos de la Reserva Federal no parecen tan cruciales de cara al crecimiento. Aunque se trata de buenas noticias, el pesimismo post-crisis omnipresente nos impide reconocerlas.

Salvando diferencias, todas las recesiones comparten ciertos rasgos. Uno es el papel de los "desequilibrios" económicos. Algo está presente en exceso en la economía, y la "corrección" deprime la fabricación, el empleo y los ingresos. La inflación crece, y así la Reserva la extingue subiendo los tipos. O las empresas invierten en fábricas y oficinas más allá de lo justificado por la demanda; el gasto en inversión se derrumba cuando el excedente se hace manifiesto. O la cotización de los valores alcanza máximos artificiales-- y a continuación se desploma.

Las recuperaciones empiezan en el momento en el que los desequilibrios son superados por el paso del tiempo, por otras fuerzas presentes en la economía o por las políticas del estado. Esto está sucediendo ahora mismo a tres enormes desequilibrios que indujeron a la recesión: el consumo por encima de las posibilidades (un desequilibrio entre las compras familiares y la renta familiar); el déficit comercial (el desequilibrio entre las exportaciones y las importaciones); y "la burbuja" inmobiliaria (el desequilibrio entre el precio de la vivienda y la renta de la gente).

Vamos a examinarlos sucesivamente

Durante los años de crecimiento, los estadounidenses se endeudaron más, normalmente utilizando como aval el encarecimiento de la vivienda; ahorraron menos y gastaron más. La tasa de ahorro personal - el porcentaje de la renta que se ahorra post-impuestos -- alcanzó un mínimo en torno al 1% en el año 2005. Florecía el gasto en vehículos, artefactos electrónicos, vacaciones y muchas cosas más. Entonces, desde el año 2008, el consumo se desplomó durante 18 meses consecutivos en los que el precio de la vivienda descendió en picado y el crédito personal se endureció. Los estadounidenses amortizaban los préstamos o eran embargados; gastaron menos y ahorraron más.

Ahora, años de esta práctica (alias "reducir el cociente de endeudamiento") han restaurado el poder adquisitivo. El endeudamiento se ha contraído o ha sido cancelado; la tasa de ahorro se ha recuperado hasta la horquilla del 5% al 6%. Los consumidores no tienen que desviar una parte creciente de la renta destinada al consumo. Por ejemplo, la servidumbre de la deuda del consumidor (extinción de la deuda mas intereses) representa menos del 12% de la renta post-impuestos, menos de casi el 14% del año 2007, informa la Reserva. La diferencia supera los 200.000 millones de dólares en poder adquisitivo potencial.

Ahora el déficit comercial. Alcanzó máximos en el año 2006 en los 759.000 millones de dólares, debilitando la actividad nacional. Ahora, la depreciación del dólar hace más competitivos los productos estadounidenses en el mercado mundial. Tanto la exportación agrícola como la exportación industrial crecen con fluidez, alcanzando el 22% y el 18% durante los tres primeros meses del ejercicio 2011 en comparación con el mismo período de 2010. Hacia 2010, el déficit general baja bruscamente hasta los 496.000 millones de dólares.

Por último la vivienda. Cierto, el mercado sigue deprimido. Pero lo peor podría haber pasado. La morosidad de las hipotecas baja de manera acusada. Mientras tanto, la demanda acumulada está creciendo. La nueva construcción habría de llegar a los 1,6 millones de unidades al año de media durante la próxima década -- el triple del ritmo actual -- para alcanzar el nivel de la creciente población y las nuevas familias, según calcula el economista Ben Herzon, de Macroeconomic Advisers. "En alguna parte ahí fuera hay un crecimiento", aduce. "Sólo es cuestión de cuándo".

Ciertos economistas están haciendo previsiones. Mark Zandi observa en Moody's Analytics que la deuda de los hogares ha descendido 1,1 billones de dólares y que la cifra de tarjetas de crédito y débito ha bajado de golpe de los 600 millones a los 460 millones. Espera mayor crecimiento económico en 2012. Joachim Fels cree en Morgan Stanley que los fabricantes van a elevar el gasto en inversión. "El sector exportador norteamericano no tiene la capacidad suficiente y necesita expandirse", escribe.

Claro, no hay garantías. Los formidables problemas a largo plazo de la nación, empezando por el masivo déficit presupuestario, están siendo ignorados prácticamente por Washington. Los precios más altos de los combustibles y el resto de factores a corto plazo pueden dar al traste con la recuperación; en la práctica, el encarecimiento energético ya ha contribuido a ampliar el déficit comercial. Hasta con una economía más fuerte, el acusado desempleo va a descender lentamente. Los pronósticos de Zandi para el año 2012 son del 7,9%, por debajo del 9% de abril.

Pero el mensaje más importante es que la recuperación se está retroalimentando. El saludable crecimiento económico no tiene que ser apoyado por el estado e, idealmente, no debe ser frustrado por políticas nocivas. El mayor obstáculo a la recuperación a estas alturas podría ser la psicología -- el terco pesimismo -- que condiciona las decisiones del gasto empresarial y familiar. Se da una curiosa inversión de papeles. El optimismo imprudente condujo a la crisis económica y la recesión al suponer que las cosas irían de la mejor forma. Ahora, el pesimismo reflexivo debilita el crecimiento al ignorar las buenas noticias o convencer de que no van a durar.

Agorero-Economía

Tal vez sea hora de dejar atrás el pesimismo
Robert J. Samuelson
lunes, 23 de mayo de 2011, 07:06 h (CET)
WASHINGTON - Desde el inicio de la crisis económica, los estadounidenses han nadado en miedos e inquietudes. Comprensiblemente. Aunque la recuperación -- definida según criterios económicos -- empezó hace alrededor de dos años, no se ha notado como tal. De los 8,7 millones de nóminas destruidas en la recesión, sólo 1,8 millones se han recuperado. La recuperación rivaliza como la más lenta desde la Segunda Guerra Mundial y se enfrenta a constantes amenazas. Los elevados precios del crudo. La crisis de la deuda de Europa. La inesperada inflación. La trifulca de Washington a tenor del umbral de endeudamiento federal.

Todas reales. Pero también es cierto que la recuperación parece ser cada vez más sostenida. Los estadounidenses vuelven a consumir, aunque con menos afición; las exportaciones mejoran; las empresas están ampliando plantilla. El masivo gasto público y los bajos tipos de la Reserva Federal no parecen tan cruciales de cara al crecimiento. Aunque se trata de buenas noticias, el pesimismo post-crisis omnipresente nos impide reconocerlas.

Salvando diferencias, todas las recesiones comparten ciertos rasgos. Uno es el papel de los "desequilibrios" económicos. Algo está presente en exceso en la economía, y la "corrección" deprime la fabricación, el empleo y los ingresos. La inflación crece, y así la Reserva la extingue subiendo los tipos. O las empresas invierten en fábricas y oficinas más allá de lo justificado por la demanda; el gasto en inversión se derrumba cuando el excedente se hace manifiesto. O la cotización de los valores alcanza máximos artificiales-- y a continuación se desploma.

Las recuperaciones empiezan en el momento en el que los desequilibrios son superados por el paso del tiempo, por otras fuerzas presentes en la economía o por las políticas del estado. Esto está sucediendo ahora mismo a tres enormes desequilibrios que indujeron a la recesión: el consumo por encima de las posibilidades (un desequilibrio entre las compras familiares y la renta familiar); el déficit comercial (el desequilibrio entre las exportaciones y las importaciones); y "la burbuja" inmobiliaria (el desequilibrio entre el precio de la vivienda y la renta de la gente).

Vamos a examinarlos sucesivamente

Durante los años de crecimiento, los estadounidenses se endeudaron más, normalmente utilizando como aval el encarecimiento de la vivienda; ahorraron menos y gastaron más. La tasa de ahorro personal - el porcentaje de la renta que se ahorra post-impuestos -- alcanzó un mínimo en torno al 1% en el año 2005. Florecía el gasto en vehículos, artefactos electrónicos, vacaciones y muchas cosas más. Entonces, desde el año 2008, el consumo se desplomó durante 18 meses consecutivos en los que el precio de la vivienda descendió en picado y el crédito personal se endureció. Los estadounidenses amortizaban los préstamos o eran embargados; gastaron menos y ahorraron más.

Ahora, años de esta práctica (alias "reducir el cociente de endeudamiento") han restaurado el poder adquisitivo. El endeudamiento se ha contraído o ha sido cancelado; la tasa de ahorro se ha recuperado hasta la horquilla del 5% al 6%. Los consumidores no tienen que desviar una parte creciente de la renta destinada al consumo. Por ejemplo, la servidumbre de la deuda del consumidor (extinción de la deuda mas intereses) representa menos del 12% de la renta post-impuestos, menos de casi el 14% del año 2007, informa la Reserva. La diferencia supera los 200.000 millones de dólares en poder adquisitivo potencial.

Ahora el déficit comercial. Alcanzó máximos en el año 2006 en los 759.000 millones de dólares, debilitando la actividad nacional. Ahora, la depreciación del dólar hace más competitivos los productos estadounidenses en el mercado mundial. Tanto la exportación agrícola como la exportación industrial crecen con fluidez, alcanzando el 22% y el 18% durante los tres primeros meses del ejercicio 2011 en comparación con el mismo período de 2010. Hacia 2010, el déficit general baja bruscamente hasta los 496.000 millones de dólares.

Por último la vivienda. Cierto, el mercado sigue deprimido. Pero lo peor podría haber pasado. La morosidad de las hipotecas baja de manera acusada. Mientras tanto, la demanda acumulada está creciendo. La nueva construcción habría de llegar a los 1,6 millones de unidades al año de media durante la próxima década -- el triple del ritmo actual -- para alcanzar el nivel de la creciente población y las nuevas familias, según calcula el economista Ben Herzon, de Macroeconomic Advisers. "En alguna parte ahí fuera hay un crecimiento", aduce. "Sólo es cuestión de cuándo".

Ciertos economistas están haciendo previsiones. Mark Zandi observa en Moody's Analytics que la deuda de los hogares ha descendido 1,1 billones de dólares y que la cifra de tarjetas de crédito y débito ha bajado de golpe de los 600 millones a los 460 millones. Espera mayor crecimiento económico en 2012. Joachim Fels cree en Morgan Stanley que los fabricantes van a elevar el gasto en inversión. "El sector exportador norteamericano no tiene la capacidad suficiente y necesita expandirse", escribe.

Claro, no hay garantías. Los formidables problemas a largo plazo de la nación, empezando por el masivo déficit presupuestario, están siendo ignorados prácticamente por Washington. Los precios más altos de los combustibles y el resto de factores a corto plazo pueden dar al traste con la recuperación; en la práctica, el encarecimiento energético ya ha contribuido a ampliar el déficit comercial. Hasta con una economía más fuerte, el acusado desempleo va a descender lentamente. Los pronósticos de Zandi para el año 2012 son del 7,9%, por debajo del 9% de abril.

Pero el mensaje más importante es que la recuperación se está retroalimentando. El saludable crecimiento económico no tiene que ser apoyado por el estado e, idealmente, no debe ser frustrado por políticas nocivas. El mayor obstáculo a la recuperación a estas alturas podría ser la psicología -- el terco pesimismo -- que condiciona las decisiones del gasto empresarial y familiar. Se da una curiosa inversión de papeles. El optimismo imprudente condujo a la crisis económica y la recesión al suponer que las cosas irían de la mejor forma. Ahora, el pesimismo reflexivo debilita el crecimiento al ignorar las buenas noticias o convencer de que no van a durar.

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