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Los españoles manifiestan su descontento y piden un cambio político y social

Todos a la calle

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A pocos días de las elecciones municipales y autonómicas, los ciudadanos españoles se han movilizado por un cambio social en un país cuyos números (paro, morosidad, precariedad, etc) comienzan a bailar junto a Grecia y Portugal, las más feas de Europa.

Son muchas personas y ciudades que se han sumado a la protesta, las necesarias para que los políticos comiencen a preocuparse (todo lo bueno se acaba, lo sabe bien Zapatero) y en los debates televisivos no se hable de otra cosa. La prensa internacional habla de nosotros como hace unos meses hablaban de la revolución de Egipto y los franceses, país reivindicativo por naturaleza, recalcan la importancia de lo que está sucediendo en nuestras calles.

Todo ha transcurrido de forma pacífica, hasta que han comenzado los desalojos y la prohibición –que se han saltado los manifestantes- de acceso a la Puerta del Sol de Madrid. Esto no tiene pinta de terminar bien; la gente está concienciada, por fin, para sacar adelante su reivindicación cueste lo que cueste, y los gobernantes no saben cómo mover ficha en unos días cruciales, donde cualquier decisión puede jugar en su contra.

La fecha elegida ha sido perfecta, felicidades a los organizadores. El resultado más que previsible de las elecciones del próximo domingo han dado un cambio radical, el partido ahora está en la prórroga y a nadie le interesa llegar a los penaltis. Los políticos están asustados: tenían el discurso estudiado para contraatacar al adversario, estaban preparados considerar la derrota como una victoria, para encontrar excusas de todo tipo (terrorismo, conspiración, etc)… pero ninguno pensó en la remota posibilidad en la que los votantes alzarían la voz por encima de ellos. Ahora no saben qué hacer: sumar o restar votos dependerá de quién improvisé mejor sus mentiras.

Todos a la calle

Los españoles manifiestan su descontento y piden un cambio político y social
Eduardo Cassano
jueves, 19 de mayo de 2011, 07:15 h (CET)
A pocos días de las elecciones municipales y autonómicas, los ciudadanos españoles se han movilizado por un cambio social en un país cuyos números (paro, morosidad, precariedad, etc) comienzan a bailar junto a Grecia y Portugal, las más feas de Europa.

Son muchas personas y ciudades que se han sumado a la protesta, las necesarias para que los políticos comiencen a preocuparse (todo lo bueno se acaba, lo sabe bien Zapatero) y en los debates televisivos no se hable de otra cosa. La prensa internacional habla de nosotros como hace unos meses hablaban de la revolución de Egipto y los franceses, país reivindicativo por naturaleza, recalcan la importancia de lo que está sucediendo en nuestras calles.

Todo ha transcurrido de forma pacífica, hasta que han comenzado los desalojos y la prohibición –que se han saltado los manifestantes- de acceso a la Puerta del Sol de Madrid. Esto no tiene pinta de terminar bien; la gente está concienciada, por fin, para sacar adelante su reivindicación cueste lo que cueste, y los gobernantes no saben cómo mover ficha en unos días cruciales, donde cualquier decisión puede jugar en su contra.

La fecha elegida ha sido perfecta, felicidades a los organizadores. El resultado más que previsible de las elecciones del próximo domingo han dado un cambio radical, el partido ahora está en la prórroga y a nadie le interesa llegar a los penaltis. Los políticos están asustados: tenían el discurso estudiado para contraatacar al adversario, estaban preparados considerar la derrota como una victoria, para encontrar excusas de todo tipo (terrorismo, conspiración, etc)… pero ninguno pensó en la remota posibilidad en la que los votantes alzarían la voz por encima de ellos. Ahora no saben qué hacer: sumar o restar votos dependerá de quién improvisé mejor sus mentiras.

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