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Las butacas llenas

El espacio vacío

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El Festival de Otoño en primavera trae a Madrid Una Flauta Mágica de Mozart en la versión teatral del autor Peter Brook del 18 al 22 de mayo en los teatros del Canal. Sé que el enunciado anterior requiere una explicación. Debido a avatares que se me escapan, desde hace dos años el otrora Festival de Otoño que tiñe durante varias semanas la cultura madrileña, con algunos de los artistas más destacados del panorama internacional, se celebra en primavera. La segunda parte del enunciado es más sencilla de interpretar, sin embargo hablar de Peter Brook me llevará un aparte.

Reparé en este autor inglés nacido en 1925 a través de El espacio vacío, libro que recoge lo esencial del arte y técnica del teatro en los cuatro ensayos que lo articulan. Yo era un estudiante de una escuela de cine preocupado por todo menos por el cine. Un profesor recomendó su lectura con vehemencia, haciendo un discurso apasionado sobre las bondades que íbamos a encontrar en sus páginas para interpretar el mundo de los autores, directores de escena y actores. Supongo que alentado por el enorme desconocimiento, que en esa época aún era más visible, que yo tenía por el oficio teatral, compré sin mucha convicción el pequeño libro en la extinta librería La Avispa. Mi profesor se había equivocado. Encontré mucho más de lo que buscaba. Devoré el texto de una sentada, porque el señor Brook tiene esa rara habilidad de ser un maestro en aquello que se proponga, como más tarde pude constatar al revisar su biografía. Mi profesor además se había quedado corto en su discurso.

Decía que el libro se articulaba en torno a cuatro ensayos que se refieren a las cuatro acepciones que tiene el teatro para él: mortal, sagrado, tosco e inmediato. Bajo estos epígrafes el autor, que ha dirigido mucho y bien, disecciona uno de los medios de transmisión cultural más puros y directos que existen. El teatro es un juego, un juego de ficción muy real que requiere de artificios para ser verosímil. Un juego que respira como el propio Brook y como todos un aire distinto en cada hálito. A lo largo de su obra se ha esforzado por buscar la pureza del acto teatral en todos los sentidos, devolviéndonos así a los espectadores un poco de esa inspiración que él ha encontrado en todos los continentes. Alguno de sus montajes más señalados son Mahabharata de origen indio, La conferencia de los pájaros sobre mitos islámicos y Tierno Bokar sobre un sabio maliense. Por no citar su dirección como buen inglés de la obra de Shakespeare.

Su teatro bucea en algo que por tan antiguo es eterno, la vida humana. Para que nos concentremos en ella prescinde de elementos decorativos y retóricas superfluas. Sólo el espectáculo esencial, lo imprescindible, pensando en la persona que paga el precio del alquiler de una butaca por un par de horas, aunque para algunas funciones ya no quedan disponibles.

El espacio vacío

Las butacas llenas
Luis López
martes, 17 de mayo de 2011, 07:30 h (CET)
El Festival de Otoño en primavera trae a Madrid Una Flauta Mágica de Mozart en la versión teatral del autor Peter Brook del 18 al 22 de mayo en los teatros del Canal. Sé que el enunciado anterior requiere una explicación. Debido a avatares que se me escapan, desde hace dos años el otrora Festival de Otoño que tiñe durante varias semanas la cultura madrileña, con algunos de los artistas más destacados del panorama internacional, se celebra en primavera. La segunda parte del enunciado es más sencilla de interpretar, sin embargo hablar de Peter Brook me llevará un aparte.

Reparé en este autor inglés nacido en 1925 a través de El espacio vacío, libro que recoge lo esencial del arte y técnica del teatro en los cuatro ensayos que lo articulan. Yo era un estudiante de una escuela de cine preocupado por todo menos por el cine. Un profesor recomendó su lectura con vehemencia, haciendo un discurso apasionado sobre las bondades que íbamos a encontrar en sus páginas para interpretar el mundo de los autores, directores de escena y actores. Supongo que alentado por el enorme desconocimiento, que en esa época aún era más visible, que yo tenía por el oficio teatral, compré sin mucha convicción el pequeño libro en la extinta librería La Avispa. Mi profesor se había equivocado. Encontré mucho más de lo que buscaba. Devoré el texto de una sentada, porque el señor Brook tiene esa rara habilidad de ser un maestro en aquello que se proponga, como más tarde pude constatar al revisar su biografía. Mi profesor además se había quedado corto en su discurso.

Decía que el libro se articulaba en torno a cuatro ensayos que se refieren a las cuatro acepciones que tiene el teatro para él: mortal, sagrado, tosco e inmediato. Bajo estos epígrafes el autor, que ha dirigido mucho y bien, disecciona uno de los medios de transmisión cultural más puros y directos que existen. El teatro es un juego, un juego de ficción muy real que requiere de artificios para ser verosímil. Un juego que respira como el propio Brook y como todos un aire distinto en cada hálito. A lo largo de su obra se ha esforzado por buscar la pureza del acto teatral en todos los sentidos, devolviéndonos así a los espectadores un poco de esa inspiración que él ha encontrado en todos los continentes. Alguno de sus montajes más señalados son Mahabharata de origen indio, La conferencia de los pájaros sobre mitos islámicos y Tierno Bokar sobre un sabio maliense. Por no citar su dirección como buen inglés de la obra de Shakespeare.

Su teatro bucea en algo que por tan antiguo es eterno, la vida humana. Para que nos concentremos en ella prescinde de elementos decorativos y retóricas superfluas. Sólo el espectáculo esencial, lo imprescindible, pensando en la persona que paga el precio del alquiler de una butaca por un par de horas, aunque para algunas funciones ya no quedan disponibles.

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