La antidemocrática patronal amenazó con romper la negociación colectiva precisamente en vísperas de las elecciones locales y autonómicas del día 22. Algo así podría esperarse de Bildu, pero ¿de los empresarios?
El iracundo ciudadano Rosell entiende que el Gobierno no ha cumplido lo pactado con la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales).
Y ¿qué puede ser lo pactado? ¿Obligar a los obreros a trabajar gratis? ¿O tal vez pretenden los empresarios que sean los obreros quienes les abonen un salario por emplearles?
No, de momento. Pero parece ser que estos casposos empresarios propios del «Novecento» de Bertolucci, quieren tener más control sobre las mutuas laborales.
Los siempre codiciosos padrinos de las Cinco Familias, ahora CEOE, quieren meter sus rechonchas manitas en los suculentos fondos (más de 680.000 millones) que se manejan en la gestión de estos organismos, en la actualidad «demasiado controlados» por el Estado, según ellos.
Sin embargo, y pese a aquel pacto, Valeriano Gómez acudió al Consejo de Ministros del 29 de abril con un nuevo decreto-ley, elaborado por el secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granado, en el que se incluía una reordenación de las mutuas por parte del Estado.
La iniciativa legislativa era totalmente contraria a lo acordado por Gobierno y patronal, ya que los empresarios demandaban más autonomía para las mutuas y Trabajo proponía mayor intervención pública en dichos organismos, algo que provocó las iras del condotiero Joan Rosell, que interpretó la decisión del Gobierno como un «ataque» a los intereses de la gran familia patronal, y un incumplimiento a lo que ya había sido amañado.
El testaferro de la patronal conoció esa misma mañana, durante la reunión del Gobierno, que iba a aprobarse dicha resolución, y su indignación fue tal que sobre la marcha decidió llamar directamente a Moncloa para pedir explicaciones.
El Gobierno de España estaba siendo chantajeado por un puñado de caciques, actuando como unos vulgares hampones del tres al cuarto.
Las amenazas de Rosell fueron tan estentóreas como rastreras, pero lograron su propósito y el consejo de Ministros no aprobó el decreto-ley presentado por el secretario de Estado, Octavio Granado que, además, recibió la infame orden de enviar una carta al presidente de la patronal pidiéndole disculpas.
Para rematar esta claudicación que supone una traición más a los intereses de los trabajadores, Zapatero prometió al capo Joan Rosell que «haría una oferta a los sindicatos que no podrían rechazar» y le aseguró que éstos aceptarían un mayor control de las mutuas por parte de las empresas.
Pese a esta nueva «bajada de pantalones» por parte del Gobierno ante los empresarios, y en un súbito acceso de decencia, el consejo de ministros del 6 de mayo tampoco aprobó la reforma legislativa solicitada por el testaferro de la patronal para traspasar el control de las mutuas a las empresas, lo que volvió a tensar las relaciones de la CEOE con el Ejecutivo y, de rebote, con los sindicatos que, a pesar de su docilidad borreguil y amancebamiento con la patronal, sólo han obtenido de ésta nuevas infidelidades como recompensa a su actitud colaboracionista y de entreguismo ante sus cacicadas.
Con nocturnidad y alevosía, los presuntos empresarios aseguraron que las conversaciones con CCOO y UGT no habían fructificado «porque los sindicatos no quieren flexibilizar sus posiciones en tiempos de crisis». Lo que, dicho de otro modo, vendría a ser que «opusieron resistencia» antes de dejarse sodomizar.
La misma cantinela de siempre en las falaces bocas de unos empresarios llorones, e igual de abusadores que lo fueron sus bisabuelos.
Pero ¿qué pasaría si los sindicatos también se radicalizasen para regresar a postulados de antaño, y que tal vez se dieron por superados demasiado pronto?
Porque, ante tanto abuso y atropello, podría ser que cualquier día reapareciesen las hoces y los martillos amarillos sobre fondo rojo, en las pancartas de unos redivivos sindicatos obreros mucho más combativos.
Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe.