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Etiquetas | La linterna de diógenes | Guerra
Una de las cosas más desconcertantes en cualquier guerra es no acabar de identificar al enemigo

Marionetas del terror

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Parafraseando a Gabriel Albiac en una entrevista que tuve con él hace menos de un año: ”Nuestra generación nunca sabrá realmente qué ocurrió”. El filósofo se refería al atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, pero, en realidad, podría aplicarse a casi cualquier ataque terrorista de los que han sucedido en Europa desde hace menos de dos décadas. El último hace exactamente una semana.

Casi siempre es difícil saber de verdad quién alienta el terror, precisamente porque las manos que de manera tan eficaz mueven los hilos que accionan las bombas, los gatillos y ahora los mandos de los vehículos que atropellan por las calles a inocentes viandantes, pertenecen a poderes que siempre tratarán de permanecer en el anonimato.

¿Por qué?

Otra difícil cuestión, aunque acaso la respuesta más obvia sea que los que tratan de aniquilar el sistema democrático y de libertades cívicas que caracteriza a las sociedades occidentales, no tienen necesariamente que ser los que resultan aparentes (Daesh, Al Qaeda etc.) O, al menos, no los únicos. Y este debe ser un factor a tener en cuenta a la hora de tratar de ordenar las piezas de un rompecabezas incompleto.

Se dice que hay “células durmientes” y “lobos solitarios” dispuestos a matar en cualquier momento; lo cual parece cierto. Y, sin embargo, tenemos la sensación de que falta algo; algo sutil que explique, por ejemplo, el fenómeno de la radicalización; el por qué de quien un buen día, habiendo llevado una vida totalmente normal e integrada en la sociedad en la que vive, decide armarse de dos cuchillos, alquilar un vehículo todoterreno y dirigirse a uno de los lugares más característicos de la capital británica con el único propósito de atropellar gente... ¿En nombre de Alá? Puede ser; al menos es lo que nos cuentan y lo que resulta más cómodo pensar.

Una de las cosas más desconcertantes en cualquier guerra (y esta lo es) es no acabar de identificar al enemigo o, aún peor, que el verdadero enemigo se parapete tras la cortina de humo de lo aparente. Y como lo aparente se convierte en “versión oficial”, todo se simplifica: Los malos son “ellos” y nosotros las víctimas. Se crea un maniqueismo del que se benefician aquellos que profesan una sola religión: La que trata a toda costa de que los ciudadanos no sean libres al estar atenazados por el miedo.

Su triunfo consiste en que nos miremos unos a otros con recelo; que cunda la desconfianza.

Muchos denuestan lo que se ha llamado “teoría de la conspiración”, que se basa esencialmente en la afirmación de que los ciudadanos desconocemos las verdaderas razones que determinan la geopolítica, los acuerdos financieros de alto nivel, el movimiento de masas... e incluso las redes sociales y su función real. Y ello me recuerda a lo que un profesor de religión nos decía en el colegio: “El mayor triunfo del Maligno es que pensemos que no existe” No me malinterpreten: no se trata de abogar por exorcismos, anatemas, ni nada parecido.

Los nazis se las ingeniaron (y bien) para que una buena parte del pueblo alemán considerara que en los judíos se hallaba la fuente de todos sus males. Y el bolchevismo estalinista arrasó con todo lo que no se ajustara a su doctrina totalitaria. Ambos, cada cual a su manera, se basaron en un formidable y eficacísimo aparato de propaganda.

Hace más de cuarenta años (1974), Huari Bumedian, ex Presidente de Argelia, pronunció un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en el que afirmaba: "Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa. La clase política europea ha creado la fórmula perfecta para la nueva colonización islamista. En primer lugar, con la maquinaria abortista y el desprecio a la institución familiar, han hundido el índice de natalidad. La mayoría de los países europeos tiene un índice de natalidad inferior a 1,2; es decir, a partir de ahora, la población europea se reducirá en casi un 50% con cada generación"

En este, como en muchos casos, conviene aplicar aquello de “Qui prodest”

Y no sé por qué me vienen a la cabeza algunos nombres propios: Trump, Putin, Erdogan, Bashar el -Asad, los Emiratos Árabes... Por no mencionar también decisiones políticas que sugieren una indudable manipulación de la opinión pública, como el Brexit y, si el Destino no lo remedia haciendo que Marine Le Pen no gane las elecciones en Francia, el “Frexit”, que supondría el fin de la Unión Europea.

¿Teoría de la conspiración?

Quizá.

En el rompecabezas faltan piezas.

En el tablero de ajedrez están las justas y algunos han previsto ya un gran número de jugadas.

Pero esos “lobos solitarios” son sólo los peones. Un material tan fungible como letal.

Marionetas del terror

Una de las cosas más desconcertantes en cualquier guerra es no acabar de identificar al enemigo
Luis del Palacio
miércoles, 29 de marzo de 2017, 00:36 h (CET)
Parafraseando a Gabriel Albiac en una entrevista que tuve con él hace menos de un año: ”Nuestra generación nunca sabrá realmente qué ocurrió”. El filósofo se refería al atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, pero, en realidad, podría aplicarse a casi cualquier ataque terrorista de los que han sucedido en Europa desde hace menos de dos décadas. El último hace exactamente una semana.

Casi siempre es difícil saber de verdad quién alienta el terror, precisamente porque las manos que de manera tan eficaz mueven los hilos que accionan las bombas, los gatillos y ahora los mandos de los vehículos que atropellan por las calles a inocentes viandantes, pertenecen a poderes que siempre tratarán de permanecer en el anonimato.

¿Por qué?

Otra difícil cuestión, aunque acaso la respuesta más obvia sea que los que tratan de aniquilar el sistema democrático y de libertades cívicas que caracteriza a las sociedades occidentales, no tienen necesariamente que ser los que resultan aparentes (Daesh, Al Qaeda etc.) O, al menos, no los únicos. Y este debe ser un factor a tener en cuenta a la hora de tratar de ordenar las piezas de un rompecabezas incompleto.

Se dice que hay “células durmientes” y “lobos solitarios” dispuestos a matar en cualquier momento; lo cual parece cierto. Y, sin embargo, tenemos la sensación de que falta algo; algo sutil que explique, por ejemplo, el fenómeno de la radicalización; el por qué de quien un buen día, habiendo llevado una vida totalmente normal e integrada en la sociedad en la que vive, decide armarse de dos cuchillos, alquilar un vehículo todoterreno y dirigirse a uno de los lugares más característicos de la capital británica con el único propósito de atropellar gente... ¿En nombre de Alá? Puede ser; al menos es lo que nos cuentan y lo que resulta más cómodo pensar.

Una de las cosas más desconcertantes en cualquier guerra (y esta lo es) es no acabar de identificar al enemigo o, aún peor, que el verdadero enemigo se parapete tras la cortina de humo de lo aparente. Y como lo aparente se convierte en “versión oficial”, todo se simplifica: Los malos son “ellos” y nosotros las víctimas. Se crea un maniqueismo del que se benefician aquellos que profesan una sola religión: La que trata a toda costa de que los ciudadanos no sean libres al estar atenazados por el miedo.

Su triunfo consiste en que nos miremos unos a otros con recelo; que cunda la desconfianza.

Muchos denuestan lo que se ha llamado “teoría de la conspiración”, que se basa esencialmente en la afirmación de que los ciudadanos desconocemos las verdaderas razones que determinan la geopolítica, los acuerdos financieros de alto nivel, el movimiento de masas... e incluso las redes sociales y su función real. Y ello me recuerda a lo que un profesor de religión nos decía en el colegio: “El mayor triunfo del Maligno es que pensemos que no existe” No me malinterpreten: no se trata de abogar por exorcismos, anatemas, ni nada parecido.

Los nazis se las ingeniaron (y bien) para que una buena parte del pueblo alemán considerara que en los judíos se hallaba la fuente de todos sus males. Y el bolchevismo estalinista arrasó con todo lo que no se ajustara a su doctrina totalitaria. Ambos, cada cual a su manera, se basaron en un formidable y eficacísimo aparato de propaganda.

Hace más de cuarenta años (1974), Huari Bumedian, ex Presidente de Argelia, pronunció un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en el que afirmaba: "Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa. La clase política europea ha creado la fórmula perfecta para la nueva colonización islamista. En primer lugar, con la maquinaria abortista y el desprecio a la institución familiar, han hundido el índice de natalidad. La mayoría de los países europeos tiene un índice de natalidad inferior a 1,2; es decir, a partir de ahora, la población europea se reducirá en casi un 50% con cada generación"

En este, como en muchos casos, conviene aplicar aquello de “Qui prodest”

Y no sé por qué me vienen a la cabeza algunos nombres propios: Trump, Putin, Erdogan, Bashar el -Asad, los Emiratos Árabes... Por no mencionar también decisiones políticas que sugieren una indudable manipulación de la opinión pública, como el Brexit y, si el Destino no lo remedia haciendo que Marine Le Pen no gane las elecciones en Francia, el “Frexit”, que supondría el fin de la Unión Europea.

¿Teoría de la conspiración?

Quizá.

En el rompecabezas faltan piezas.

En el tablero de ajedrez están las justas y algunos han previsto ya un gran número de jugadas.

Pero esos “lobos solitarios” son sólo los peones. Un material tan fungible como letal.

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