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Son unos versos que Lucrecio repite varias veces en su obra De rerum natura, o de la naturaleza de las cosas

No oís el grito de la naturaleza…

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Las fuertes lluvias de Perú son una catástrofe humanitaria, pero si fueran un hecho aislado su repercusión sería mucho menor. Pero se tratan de un eslabón más de una gran cadena.

En la última década la climatología ha sufrido cambios extremos; inviernos tardíos, sequías, nevadas primaverales, veranos que duran casi hasta navidad, inundaciones,… Es un fenómeno que se expande como una pandemia por toda la Tierra.

Todo esto, además de ser un grave problema para la agricultura mundial, es, ante todo, un serio aviso del planeta que busca y necesita autorregularse y encontrar su equilibrio. No sé si alguna vez han escuchado la ruptura de un glaciar. Yo, por suerte, o por desgracia, sí. Es un desprendimiento sonoro, y doloroso, como un grito, más que un grito, como un estertor que se retuerce y cuyos ecos quedan grabado en el aire aún después de acabar. Y sus consecuencias aún resuenan más allá.

A pesar de que Donald Trump dice que el cambio climático no es consecuencia humana, tenemos al alcance información suficiente para saber que el hombre incide directamente en estos cambios. Somos, todos nosotros, responsables. Y sin embargo, tendemos a desprendernos del peso de esa responsabilidad, de depositarla en políticos que como Trump, o distintos, que por sí solos ni van, ni pueden cambiar nada. Por muchos tratados de Kyoto, de París, o de dónde sean, que se firmen, si los consumidores no somos responsables y tomamos verdadera conciencia, poco o nada va a cambiar.

Las medidas y los pactos políticos que se adopten pueden ser un factor que influya y ayude, puede ser una guía, y sin duda son importantes. Pero el verdadero poder y la verdadera responsabilidad es de cada uno.

Tenemos la obligación de hacer un uso eficiente de los recursos y no derrocharlos. En muchos países de Asia los tuk tuks, o pequeños triciclos motorizados que suelen emplearse como taxis, apagan sus motores en cada semáforo en rojo sin tener en cuenta la enorme combustión que eso produce, además el reciclaje es algo inexistente. Europa puede parecer un paraíso en ese aspecto, pero estamos lejos de ello. Ni siquiera los avanzados países nórdicos.

Hay que apagar los dispositivos móviles, por ejemplo, cuando no se usan, desconectar toda fuente eléctrica que no se está utilizando, no dejar luces encendidas al marcharse, cerrar los grifos siempre y cuando el agua no se aproveche, etc. Son evidencias que muchas veces, demasiadas, pasamos por alto, y que la suma de sus consecuencias provoca este grito de la naturaleza, del que todos somos culpables.

No oís el grito de la naturaleza…

Son unos versos que Lucrecio repite varias veces en su obra De rerum natura, o de la naturaleza de las cosas
Daniel Laseca
martes, 28 de marzo de 2017, 00:45 h (CET)
Las fuertes lluvias de Perú son una catástrofe humanitaria, pero si fueran un hecho aislado su repercusión sería mucho menor. Pero se tratan de un eslabón más de una gran cadena.

En la última década la climatología ha sufrido cambios extremos; inviernos tardíos, sequías, nevadas primaverales, veranos que duran casi hasta navidad, inundaciones,… Es un fenómeno que se expande como una pandemia por toda la Tierra.

Todo esto, además de ser un grave problema para la agricultura mundial, es, ante todo, un serio aviso del planeta que busca y necesita autorregularse y encontrar su equilibrio. No sé si alguna vez han escuchado la ruptura de un glaciar. Yo, por suerte, o por desgracia, sí. Es un desprendimiento sonoro, y doloroso, como un grito, más que un grito, como un estertor que se retuerce y cuyos ecos quedan grabado en el aire aún después de acabar. Y sus consecuencias aún resuenan más allá.

A pesar de que Donald Trump dice que el cambio climático no es consecuencia humana, tenemos al alcance información suficiente para saber que el hombre incide directamente en estos cambios. Somos, todos nosotros, responsables. Y sin embargo, tendemos a desprendernos del peso de esa responsabilidad, de depositarla en políticos que como Trump, o distintos, que por sí solos ni van, ni pueden cambiar nada. Por muchos tratados de Kyoto, de París, o de dónde sean, que se firmen, si los consumidores no somos responsables y tomamos verdadera conciencia, poco o nada va a cambiar.

Las medidas y los pactos políticos que se adopten pueden ser un factor que influya y ayude, puede ser una guía, y sin duda son importantes. Pero el verdadero poder y la verdadera responsabilidad es de cada uno.

Tenemos la obligación de hacer un uso eficiente de los recursos y no derrocharlos. En muchos países de Asia los tuk tuks, o pequeños triciclos motorizados que suelen emplearse como taxis, apagan sus motores en cada semáforo en rojo sin tener en cuenta la enorme combustión que eso produce, además el reciclaje es algo inexistente. Europa puede parecer un paraíso en ese aspecto, pero estamos lejos de ello. Ni siquiera los avanzados países nórdicos.

Hay que apagar los dispositivos móviles, por ejemplo, cuando no se usan, desconectar toda fuente eléctrica que no se está utilizando, no dejar luces encendidas al marcharse, cerrar los grifos siempre y cuando el agua no se aproveche, etc. Son evidencias que muchas veces, demasiadas, pasamos por alto, y que la suma de sus consecuencias provoca este grito de la naturaleza, del que todos somos culpables.

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