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Las partes suman más que el todo

Los efectos de Pessoa

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En otra ocasión ya hablé de Fernando Pessoa como uno de los escritores más dispares y auténticos que uno puede tener el placer de leer. Esta opinión es discutible. Lo que no lo es tanto, es la asombrosa vitalidad que encierra El libro del desasosiego, libro de fragmentos que este año ya he leído en dos ocasiones. Me resulta difícil explicar el magnetismo que ejerce su prosa tan condensada. La concreción en palabras de unos pensamientos que se trasladan al papel de una manera tan lúcida. Parece que no cuesta, en su caso, transitar de la mente al acto que supone escribir. Sin duda nos encontramos ante un inclasificable, capaz de retorcer su brillantez, hasta crear nuevos conceptos a través de neologismos o a través de senderos no transitados por la escritura occidental.

Me conmueve la importancia que concede a las pequeñas cosas y a lo que permanece oculto. El mundo real que no percibimos está presente de una manera autónoma, sin saber bien de dónde vino, pero con la certeza de que lo trajo Pessoa. Su concepción del ritmo asincrónico, sincopado, fragmentado, nos acerca a una realidad relativa. Del mismo modo que nos expulsa a otra realidad posible en la siguiente línea a la misma velocidad. Todo son fragmentos. Incluso el mismo escritor lo era, como ya contamos, dividiendo su creación en heterónimos según la inspiración y la poesía que escribía. La vida con lo que guarda de incierto respira a la vez que él.

Resumir la filosofía que impulsa este torrente de talento sería categorizar en balde. Pessoa era una filosofía sin interpretación, el átomo de su universo. Tratar de buscar un autor comparable sería una pérdida de tiempo. El genio portugués no dejó pistas, ni escuela, sin embargo su sombra sigue alargándose sobre el país vecino. Este libro produce una inquietud irrenunciable, una saudade confortable, una licencia para soñar. Es la perfecta compañía para escucharse a uno mismo y huir.

Los efectos de Pessoa

Las partes suman más que el todo
Luis López
martes, 10 de mayo de 2011, 07:42 h (CET)
En otra ocasión ya hablé de Fernando Pessoa como uno de los escritores más dispares y auténticos que uno puede tener el placer de leer. Esta opinión es discutible. Lo que no lo es tanto, es la asombrosa vitalidad que encierra El libro del desasosiego, libro de fragmentos que este año ya he leído en dos ocasiones. Me resulta difícil explicar el magnetismo que ejerce su prosa tan condensada. La concreción en palabras de unos pensamientos que se trasladan al papel de una manera tan lúcida. Parece que no cuesta, en su caso, transitar de la mente al acto que supone escribir. Sin duda nos encontramos ante un inclasificable, capaz de retorcer su brillantez, hasta crear nuevos conceptos a través de neologismos o a través de senderos no transitados por la escritura occidental.

Me conmueve la importancia que concede a las pequeñas cosas y a lo que permanece oculto. El mundo real que no percibimos está presente de una manera autónoma, sin saber bien de dónde vino, pero con la certeza de que lo trajo Pessoa. Su concepción del ritmo asincrónico, sincopado, fragmentado, nos acerca a una realidad relativa. Del mismo modo que nos expulsa a otra realidad posible en la siguiente línea a la misma velocidad. Todo son fragmentos. Incluso el mismo escritor lo era, como ya contamos, dividiendo su creación en heterónimos según la inspiración y la poesía que escribía. La vida con lo que guarda de incierto respira a la vez que él.

Resumir la filosofía que impulsa este torrente de talento sería categorizar en balde. Pessoa era una filosofía sin interpretación, el átomo de su universo. Tratar de buscar un autor comparable sería una pérdida de tiempo. El genio portugués no dejó pistas, ni escuela, sin embargo su sombra sigue alargándose sobre el país vecino. Este libro produce una inquietud irrenunciable, una saudade confortable, una licencia para soñar. Es la perfecta compañía para escucharse a uno mismo y huir.

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