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La objetividad es la peor entelequia

Poder adquisitivo

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Entiendo que la política concreta, los asuntos concretos que desde la política se abordan, se abordan desde y para la entelequia de la “objetividad”. Entelequia es una palabra inventada por Aristóteles, el alumno aventajado de Platón. Platón creó el liceo (donde estudió Aristóteles) y Aristóteles la academia (a pesar del maestro); la cosa es enmendarle la plana a tu maestro o, lo que viene a ser los mismo, matar al padre (cosa más propia de adolescentes que de sabios). La cosa es que el pensamiento de Aristóteles ha resultado mucho más hegemónico que el de Platón (y ya quisiéramos que el de Aristóteles fuera tenido en cuenta alguna vez hoy en día, pues a Platón ya como que lo han matado para siempre). Claro, académico suena mejor que licencioso; timoratos que somos.

Según la RAE (que sus razones tendrá para afirmarlo) la entelequia es una cosa, persona o situación perfecta e ideal que solo existe en la imaginación. Pues eso es lo que le pasa a la “objetividad”, que tiene mucho más que ver con la imaginación que con la realidad. La realidad es subjetiva. Porque, ¿quién decide qué es objetivo o no lo es? Pues, como siempre y en todo, el que tiene la satén por el mango.

Así pues, desde la subjetividad, habrá que ver qué cosa es el poder adquisitivo. No hay que pensar demasiado para saber que es una condición a la que se apela continuamente y se nos exige para reputarnos socialmente. Lo que ocurre es que siempre que se habla de poder adquisitivo se hace referencia a la capacidad de adquirir bienes de consumo. Y, la verdad, el verbo adquirir no es tan constringente. Uno también puede adquirir aliento (aire), color de la tez (poniéndose al sol), gustito (tocándose sus partes nobles), belleza (esbozando una sonrisa), cariño (de los seres que te quieren), destreza (aplicándose en determinadas labores), sabiduría (en el inexorable oficio de vivir). Y ninguna de estas adquisiciones pasan necesariamente por los mercados.

El poder adquisitivo, por tanto, no lo determina el capital dinerario del que dispongas sino el capital que atesoras y que, por lo común, nos viene dado en serie, en nuestra condición humana. Si esto no fuera así, si el poder adquisitivo que todos tenemos por el mero hecho de ser humanos se frustra, es que algo falla. Y no es el ser humano sino su diabólica construcción de la existencia.

La objetividad es la peor de las entelequías, solo desde la subjetividad se puede construir una convivencia razonable y razonada, a partir, evidentemente, de la fraternidad, que no es otra cosa que la convivencia feliz de los sujetos.

Poder adquisitivo

La objetividad es la peor entelequia
Mario López
sábado, 25 de marzo de 2017, 12:03 h (CET)
Entiendo que la política concreta, los asuntos concretos que desde la política se abordan, se abordan desde y para la entelequia de la “objetividad”. Entelequia es una palabra inventada por Aristóteles, el alumno aventajado de Platón. Platón creó el liceo (donde estudió Aristóteles) y Aristóteles la academia (a pesar del maestro); la cosa es enmendarle la plana a tu maestro o, lo que viene a ser los mismo, matar al padre (cosa más propia de adolescentes que de sabios). La cosa es que el pensamiento de Aristóteles ha resultado mucho más hegemónico que el de Platón (y ya quisiéramos que el de Aristóteles fuera tenido en cuenta alguna vez hoy en día, pues a Platón ya como que lo han matado para siempre). Claro, académico suena mejor que licencioso; timoratos que somos.

Según la RAE (que sus razones tendrá para afirmarlo) la entelequia es una cosa, persona o situación perfecta e ideal que solo existe en la imaginación. Pues eso es lo que le pasa a la “objetividad”, que tiene mucho más que ver con la imaginación que con la realidad. La realidad es subjetiva. Porque, ¿quién decide qué es objetivo o no lo es? Pues, como siempre y en todo, el que tiene la satén por el mango.

Así pues, desde la subjetividad, habrá que ver qué cosa es el poder adquisitivo. No hay que pensar demasiado para saber que es una condición a la que se apela continuamente y se nos exige para reputarnos socialmente. Lo que ocurre es que siempre que se habla de poder adquisitivo se hace referencia a la capacidad de adquirir bienes de consumo. Y, la verdad, el verbo adquirir no es tan constringente. Uno también puede adquirir aliento (aire), color de la tez (poniéndose al sol), gustito (tocándose sus partes nobles), belleza (esbozando una sonrisa), cariño (de los seres que te quieren), destreza (aplicándose en determinadas labores), sabiduría (en el inexorable oficio de vivir). Y ninguna de estas adquisiciones pasan necesariamente por los mercados.

El poder adquisitivo, por tanto, no lo determina el capital dinerario del que dispongas sino el capital que atesoras y que, por lo común, nos viene dado en serie, en nuestra condición humana. Si esto no fuera así, si el poder adquisitivo que todos tenemos por el mero hecho de ser humanos se frustra, es que algo falla. Y no es el ser humano sino su diabólica construcción de la existencia.

La objetividad es la peor de las entelequías, solo desde la subjetividad se puede construir una convivencia razonable y razonada, a partir, evidentemente, de la fraternidad, que no es otra cosa que la convivencia feliz de los sujetos.

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