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Un poema de Esther Videgain

Espíritus y ánimas que mecen las ramas de los árboles dentro de mis bosques

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- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

Se repetía esta frase, pero sólo en la televisión. Juan Carlos había visto ya dos veces esa película en la misma cadena, en Navio TV. El trabajaba en un periódico online. Tenía su oficina al otro lado del parque que rodeaba el gran bosque, a las afueras de la ciudad. Iba de lunes a viernes en autobús y tenía que andar media hora larga hasta llegar a su empresa.

Le convenía mucho su puesto, estaba muy bien pagado y hacía lo que realmente le gustaba, escribir artículos sobre psicología. Él estudió esa carrera en la universidad y no ejercía por la crisis.

El empleo era de media jornada, cuatro horas y llegaba todos los días a las tres a su casa. Le agradaba mucho, tenía toda la tarde para él y sus asuntos.

Un viernes compró un DVD para verlo por la noche. Se tomaría una pizza sentado en el sofá. Llegando las nueve y media llegó el repartidor y le trajo la cena. Lo dispuso todo en la mesa de cristal y encendió su plasma. En Navio TV estaba la misma película de siempre, estancado en el mismo fotograma.

- La muerte está cerca – repetían en la cadena sin cesar – la muerte está cerca.

Rápidamente, Juan Carlos metió el DVD en el reproductor y empezó a verlo mientras cenaba. Estaba sólo. No había absolutamente nadie más.

De repente, la cinta cambió y se puso también a emitir exactamente lo mismo que en Navio TV. Se oía una y otra vez:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

El joven apretó todos los botones del mando a distancia y en todos los canales se veía lo mismo. Se puso muy nervioso y arrancó el cable de la televisión del enchufe bruscamente de un tirón, pero en el aire se volvía a escuchar intermitentemente:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

De improviso, se fue la luz y empezó a sonar el teléfono inalámbrico. El muchacho encendió su mechero para alumbrarse y contestó muerto de miedo:

- ¿Quién... quién es? - preguntó con tono muy asustado.

Era su cuñado, su hermana se había desmayado por un ataque de ansiedad y le pidió que fuese a verla para un tratamiento psicológico. Su hermana se llamaba Patricia y era de esas típicas personas que se ahogan en un vaso de agua. Vivían al otro lado de la ciudad, cerca de donde él trabajaba. Juan Carlos contestó diciendo que iría inmediatamente. La llama del mechero iluminaba su pálido rostro. Llamó a dos amigos suyos para que le acompañasen.


Los tres amigos se bajaron en la última parada del búho, el autobús nocturno y se adentraron en el parque. Las farolas que lo iluminaban empezaron a parpadear hasta apagarse completamente. Todo estaba muy oscuro y extrañamente tenebroso. Se metieron, sin ver nada, por el carril izquierdo y llegaron al corazón del bosque. Uno de los amigos encontró al fin su mechero. Lo prendió y se vieron todos rodeados de siniestros árboles, sus ramas, al agitarse con el aire, hacían unas temidas sombras. Se oía una voz ronca de ultratumba que exclamaba sin parar:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca. ¿Por qué no has hecho caso a las advertencias de las ánimas y espíritus de las ondas de tu televisor? La muerte está cerca.

Se escuchaban pisadas a lo lejos. Juan Carlos cogió dos troncos pequeños que estaban por el suelo e hizo una cruz de madera pegándolos con papeles de tabaco para liar, mientras se acercaban cada vez más los pasos de los andares. Éstos aceleraban cada vez más y se continuaba oyendo:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca... La cruz no es suficiente. Podéis empezar a rezar...

Los tres chicos rezaron el Padre Nuestro muchas veces poniendo en alto el crucifijo.

- Acabareis muriendo. La muerte está cerca - dijo otra vez la voz.

A lo lejos, se divisó una moto que se acercaba. Era el cuñado de Juan Carlos que exclamaba muy preocupado:

- ¡Juan Carlos! ¡Juan Carlos! ¿Dónde estás?

Los tres hombres gritaron al unísono con entusiasmo y con respiración de alivio:

- ¡Aquí! ¡Aquí!

Y fueron salvados de una muerte prácticamente segura. Volvieron a pie al carril de entrada al parque. Fueron a ver a Patricia. Juan Carlos la atendió de su nerviosismo y regresaron a sus casas. El psicólogo abrió la puerta con su llave brindada. Ya había vuelto la luz y se dispuso a volver a ver la película cinematográfica de Navio TV. Él era un profesional de la psicología y no creía en el más allá ni en sucesos paranormales. Se regía siempre por el comportamiento racional y por las leyes científicas demostrables con varemos medibles. Nunca se movía por lo infuso o sobrenatural.

Empezó otra vez la película con su ritual habitual cada cinco minutos, de:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

Guardaba el crucifijo de madera en el bolsillo de su plumas. Lo sacó y lo puso encima de su mesa.

Analizó toda la trama del audiovisual. Debía de recitar la rima de un conjuro. Después, tenía que clavar una estaca en el corazón del hombre lobo. Un chico mayor muerto hacía años en el bosque devorado por un perro gigante endemoniado. El cántico citaba de este modo:

- “Al son de la noche,

te invoco, estela virtual,

te maldigo con el son del reproche

y con este don y con el rezo de este ritual,

perderás tu poder y tu ánima bien se poche,

ganaré tu alma a las doce puntual”.

Juan Carlos hizo una estaca bien puntiaguda con un tronco de su chimenea y fue de nuevo al parque. Se adentró al centro del bosque donde las ramas de los árboles hacían su peculiar juego de sombras y luces. Esperó tenebroso a la llegada de la temida bestia. Ésta llegó corriendo, nuestro protagonista recitó, palabra por palabra, el ritual y el animal diabólico se derrumbó retorciéndose por la tierra. Le clavó la estaca en el centro de su corazón, pero el bicho dio al héroe un gran zarpazo en la yugular de su cuello.

Juan Carlos cayó al suelo y murió en el acto. Una voz risueña cantaba muy feliz:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca. Otra víctima ha caído en la trampa de mis redes...

El fallecido fue enterrado en el cementerio, al lado de la carretera principal. Su hermana lloraba su pérdida sin consuelo alguno. A las doce en punto de la noche, una sirena de un coche patrulla se oyó y un hombre acostado se levantó de golpe de su sueño. Estaba postrado en su cama. Era el mismo Juan Carlos. Por la mañana, bien temprano, fue a su puesto de trabajo como de costumbre. En el periódico ponía la fecha de hace dos meses. Miró su reloj digital, el día y el mes coincidía con el del diario comarcal. Sus compañeros de la empresa, sus amigos y sus familiares no sabían nada de lo sucedido. Le comentaban todos que había sido una pesadilla.

Trascurrieron varios meses. Juan Carlos fue al cine a ver el último gran estreno de la temporada, la película norteamericana titulada: “La muerte está cerca”, casualmente, con la misma trama que su supuesto mal sueño.

En el bosque que rodeaba el parque, unos cazadores furtivos, encontraron en un surco enterrado a un lobo prehistórico. Medía dos metros y medio de largo. Lo expusieron en el museo arqueológico de la ciudad. Era un auténtico hallazgo. Venía gente de todas las partes del mundo para verlo.

La cadena Navio TV había desaparecido del mapa de las señales de emisiones y, en su lugar, se localizaba el canal Internonews.

Juan Carlos, a partir de esos acontecimientos, se hizo creyente en los temas de videncia y se fue un buen día a echar el tarot. Al tirar el clarividente sus cartas, se le puso mala cara y le dijo gritándole:

- ¡Cuidado! La muerte está cerca. La muerte está cerca...

Espíritus y ánimas que mecen las ramas de los árboles dentro de mis bosques

Un poema de Esther Videgain
Esther Videgain
sábado, 25 de marzo de 2017, 11:40 h (CET)
- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

Se repetía esta frase, pero sólo en la televisión. Juan Carlos había visto ya dos veces esa película en la misma cadena, en Navio TV. El trabajaba en un periódico online. Tenía su oficina al otro lado del parque que rodeaba el gran bosque, a las afueras de la ciudad. Iba de lunes a viernes en autobús y tenía que andar media hora larga hasta llegar a su empresa.

Le convenía mucho su puesto, estaba muy bien pagado y hacía lo que realmente le gustaba, escribir artículos sobre psicología. Él estudió esa carrera en la universidad y no ejercía por la crisis.

El empleo era de media jornada, cuatro horas y llegaba todos los días a las tres a su casa. Le agradaba mucho, tenía toda la tarde para él y sus asuntos.

Un viernes compró un DVD para verlo por la noche. Se tomaría una pizza sentado en el sofá. Llegando las nueve y media llegó el repartidor y le trajo la cena. Lo dispuso todo en la mesa de cristal y encendió su plasma. En Navio TV estaba la misma película de siempre, estancado en el mismo fotograma.

- La muerte está cerca – repetían en la cadena sin cesar – la muerte está cerca.

Rápidamente, Juan Carlos metió el DVD en el reproductor y empezó a verlo mientras cenaba. Estaba sólo. No había absolutamente nadie más.

De repente, la cinta cambió y se puso también a emitir exactamente lo mismo que en Navio TV. Se oía una y otra vez:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

El joven apretó todos los botones del mando a distancia y en todos los canales se veía lo mismo. Se puso muy nervioso y arrancó el cable de la televisión del enchufe bruscamente de un tirón, pero en el aire se volvía a escuchar intermitentemente:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

De improviso, se fue la luz y empezó a sonar el teléfono inalámbrico. El muchacho encendió su mechero para alumbrarse y contestó muerto de miedo:

- ¿Quién... quién es? - preguntó con tono muy asustado.

Era su cuñado, su hermana se había desmayado por un ataque de ansiedad y le pidió que fuese a verla para un tratamiento psicológico. Su hermana se llamaba Patricia y era de esas típicas personas que se ahogan en un vaso de agua. Vivían al otro lado de la ciudad, cerca de donde él trabajaba. Juan Carlos contestó diciendo que iría inmediatamente. La llama del mechero iluminaba su pálido rostro. Llamó a dos amigos suyos para que le acompañasen.


Los tres amigos se bajaron en la última parada del búho, el autobús nocturno y se adentraron en el parque. Las farolas que lo iluminaban empezaron a parpadear hasta apagarse completamente. Todo estaba muy oscuro y extrañamente tenebroso. Se metieron, sin ver nada, por el carril izquierdo y llegaron al corazón del bosque. Uno de los amigos encontró al fin su mechero. Lo prendió y se vieron todos rodeados de siniestros árboles, sus ramas, al agitarse con el aire, hacían unas temidas sombras. Se oía una voz ronca de ultratumba que exclamaba sin parar:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca. ¿Por qué no has hecho caso a las advertencias de las ánimas y espíritus de las ondas de tu televisor? La muerte está cerca.

Se escuchaban pisadas a lo lejos. Juan Carlos cogió dos troncos pequeños que estaban por el suelo e hizo una cruz de madera pegándolos con papeles de tabaco para liar, mientras se acercaban cada vez más los pasos de los andares. Éstos aceleraban cada vez más y se continuaba oyendo:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca... La cruz no es suficiente. Podéis empezar a rezar...

Los tres chicos rezaron el Padre Nuestro muchas veces poniendo en alto el crucifijo.

- Acabareis muriendo. La muerte está cerca - dijo otra vez la voz.

A lo lejos, se divisó una moto que se acercaba. Era el cuñado de Juan Carlos que exclamaba muy preocupado:

- ¡Juan Carlos! ¡Juan Carlos! ¿Dónde estás?

Los tres hombres gritaron al unísono con entusiasmo y con respiración de alivio:

- ¡Aquí! ¡Aquí!

Y fueron salvados de una muerte prácticamente segura. Volvieron a pie al carril de entrada al parque. Fueron a ver a Patricia. Juan Carlos la atendió de su nerviosismo y regresaron a sus casas. El psicólogo abrió la puerta con su llave brindada. Ya había vuelto la luz y se dispuso a volver a ver la película cinematográfica de Navio TV. Él era un profesional de la psicología y no creía en el más allá ni en sucesos paranormales. Se regía siempre por el comportamiento racional y por las leyes científicas demostrables con varemos medibles. Nunca se movía por lo infuso o sobrenatural.

Empezó otra vez la película con su ritual habitual cada cinco minutos, de:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca.

Guardaba el crucifijo de madera en el bolsillo de su plumas. Lo sacó y lo puso encima de su mesa.

Analizó toda la trama del audiovisual. Debía de recitar la rima de un conjuro. Después, tenía que clavar una estaca en el corazón del hombre lobo. Un chico mayor muerto hacía años en el bosque devorado por un perro gigante endemoniado. El cántico citaba de este modo:

- “Al son de la noche,

te invoco, estela virtual,

te maldigo con el son del reproche

y con este don y con el rezo de este ritual,

perderás tu poder y tu ánima bien se poche,

ganaré tu alma a las doce puntual”.

Juan Carlos hizo una estaca bien puntiaguda con un tronco de su chimenea y fue de nuevo al parque. Se adentró al centro del bosque donde las ramas de los árboles hacían su peculiar juego de sombras y luces. Esperó tenebroso a la llegada de la temida bestia. Ésta llegó corriendo, nuestro protagonista recitó, palabra por palabra, el ritual y el animal diabólico se derrumbó retorciéndose por la tierra. Le clavó la estaca en el centro de su corazón, pero el bicho dio al héroe un gran zarpazo en la yugular de su cuello.

Juan Carlos cayó al suelo y murió en el acto. Una voz risueña cantaba muy feliz:

- La muerte está cerca. La muerte está cerca. Otra víctima ha caído en la trampa de mis redes...

El fallecido fue enterrado en el cementerio, al lado de la carretera principal. Su hermana lloraba su pérdida sin consuelo alguno. A las doce en punto de la noche, una sirena de un coche patrulla se oyó y un hombre acostado se levantó de golpe de su sueño. Estaba postrado en su cama. Era el mismo Juan Carlos. Por la mañana, bien temprano, fue a su puesto de trabajo como de costumbre. En el periódico ponía la fecha de hace dos meses. Miró su reloj digital, el día y el mes coincidía con el del diario comarcal. Sus compañeros de la empresa, sus amigos y sus familiares no sabían nada de lo sucedido. Le comentaban todos que había sido una pesadilla.

Trascurrieron varios meses. Juan Carlos fue al cine a ver el último gran estreno de la temporada, la película norteamericana titulada: “La muerte está cerca”, casualmente, con la misma trama que su supuesto mal sueño.

En el bosque que rodeaba el parque, unos cazadores furtivos, encontraron en un surco enterrado a un lobo prehistórico. Medía dos metros y medio de largo. Lo expusieron en el museo arqueológico de la ciudad. Era un auténtico hallazgo. Venía gente de todas las partes del mundo para verlo.

La cadena Navio TV había desaparecido del mapa de las señales de emisiones y, en su lugar, se localizaba el canal Internonews.

Juan Carlos, a partir de esos acontecimientos, se hizo creyente en los temas de videncia y se fue un buen día a echar el tarot. Al tirar el clarividente sus cartas, se le puso mala cara y le dijo gritándole:

- ¡Cuidado! La muerte está cerca. La muerte está cerca...

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