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Imágenes en torno a la muerte de Bin Laden

Fuera de campo

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Que vivimos en una realidad mediada, no coge a nadie desprevenido a estas alturas. Pero precisamente por vivir en un mundo constantemente representado en imágenes o vehiculado por ellas, surgen o resurgen los debates inherentes al ámbito de los visual, como el que hoy concierne a las imágenes de la muerte de Osama Bin Laden.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunciaba su negativa a difundir vídeos o fotografías relativas a la muerte del terrorista. La Casa Blanca no quiere exaltar los ya caldeados ánimos en el mundo islámico y alude, además, a cuestiones éticas. Obama dice que “we don’t trot out this stuff as trophies” y que “that’s not who we are”, léase, que la americana no es una sociedad que utilice la muerte como espectáculo por su "demostrada moralidad" en cuestiones de puesta en escena.

Mostrar o no mostrar, esa es la cuestión. Sean más o menos nobles los motivos – a continuación desgranados- que han llevado a Obama a vetar la difusión de las imágenes de esa muerte, el resultado es que, por el momento, podemos ahorrarnos el afectado estupor colectivo, el voyeurismo ávido que bajo la excusa de mirar las pruebas del acontecimiento, observa relamidamente la violencia y la destrucción sobre el cuerpo del icono.




Así se siguió la escena del operativo de la muerte de Bin Laden.

En esta ocasión, La Casa Blanca rehuye la huella documental del suceso, las imágenes literales –como las que nos llegan, por otras vías, del resto de tiroteados - y opta por difundir esa fotografía en la que podemos ver a Obama y a su equipo mirando hacia una supuesta pantalla en fuera de campo donde se estaría retransmietiendo en directo el asalto a la residencia de Bin laden en Pakistán.

Fuera de campo, un recurso narrativo y estilístico que el cine ha puesto en práctica en no pocas ocasiones para hablar de temas como la violencia o el horror. El director austriaco Michael Haneke es un experto en la materia, valga recordar aquel plano secuencia de Funny Games donde el fuera de campo multiplicaba el realismo de la ultraviolencia practicada sobre una familia común, negando de paso el espectáculo de la sangre del cine de terror.

¿Pero qué significa –regresando a Bin Laden- la no difusión de las imágenes del asalto? Volvamos, para responder a esta pregunta, a la fotografía mencionada. Se trata de una fotografía dentro de la cual Obama y su equipo miran una pantalla, de manera que ni siquiera miran directamente a la realidad, sino a una mediatización de ella, en lo que parece un extraño juego de matrioshkas-imágenes que conecta, en un extremo, la muerte de Bin Laden con, en el otro, los espectadores del mundo entero.

¿Y quién vincula a unos y a otros? Los verdaderos actores de la obra, la clase política americana y sus militares, “los nuestros”, los que sufren con la operación y así lo reflejan en sus rostros concentrados y hasta espantados, como el de Hilary Clinton. Lo que en primer lugar pudo ser una fotografía que supliera el hueco de imágenes documentales del asalto, se rebela rápidamente como epicentro de la historia y del drama: a través de los rostros de estos personajes podemos componer la imagen del horror, recrear el sonido de las balas, las imágenes verdosas de visión nocturna, la tensión creciente por la confusión de los espacios, la detección de Bin Laden y… el disparo definitivo que le deja sin vida. El fuera de campo permite imaginar el horror de forma directamente proporcional a cómo es observado.

El drama está aquí y ahora, en nuestro campo. El fuera de campo es otra realidad, lejana y carente de actores, poblado únicamente por iconos o cadáveres ajenos al sufrimiento. No es la primera vez que EEUU juega a este juego: recordemos el tratamiento en verde y negro de las imágenes de la primera guerra del Golfo, con una delirante estética de videojuego nocturno, dejando en fuera de campo la luz del día y cualquier imagen de aspecto real, que incluyera personas y los efectos de aquella guerra. O, por otros motivos, la eliminación absoluta que se operó sobre las imágenes del ataque al Pentágono sufrido durante el 11-S: en aquella ocasión lo que se dejaba en fuera de campo era la debilidad del sistema militar estadounidense.

Me pregunto si tal vez, en esta ocasión, los materiales del asalto no han sido difundidos no solo por su brutalidad, sino por algo más complejo, inherente al poder en la representación que ejerce cada uno de los bandos en una confrontación: la anulación emocional del contrario. Imaginemos, por un momento, que en el vídeo difundido pudiéramos ver el rostro de uno de los terroristas o del propio Bin Laden –armado o no…- a punto de ser ejecutado. En su cara podríamos ver, quizás, el miedo, y el reflejo de esa acción sangrante que ha prescindido de detenciones y juicios, optando por la radical “eliminación” de los sujetos. ¿Quién quiere ver al otro sufrir, cuando puede verlo, directamente muerto y leer en su cadáver grandes palabras sobre justicia y seguridad?

¿A quién, de qué manera o qué protege el Gobierno de los Estados Unidos cuando decide no mostrar las imágenes de Bin Laden muerto? ¿Cuál es, en un contexto de violencia, el poder de la representación mediante el fuera de campo?

Formulen sus propias teorías.

Fuera de campo

Imágenes en torno a la muerte de Bin Laden
Ana Rodríguez
viernes, 6 de mayo de 2011, 10:34 h (CET)
Que vivimos en una realidad mediada, no coge a nadie desprevenido a estas alturas. Pero precisamente por vivir en un mundo constantemente representado en imágenes o vehiculado por ellas, surgen o resurgen los debates inherentes al ámbito de los visual, como el que hoy concierne a las imágenes de la muerte de Osama Bin Laden.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunciaba su negativa a difundir vídeos o fotografías relativas a la muerte del terrorista. La Casa Blanca no quiere exaltar los ya caldeados ánimos en el mundo islámico y alude, además, a cuestiones éticas. Obama dice que “we don’t trot out this stuff as trophies” y que “that’s not who we are”, léase, que la americana no es una sociedad que utilice la muerte como espectáculo por su "demostrada moralidad" en cuestiones de puesta en escena.

Mostrar o no mostrar, esa es la cuestión. Sean más o menos nobles los motivos – a continuación desgranados- que han llevado a Obama a vetar la difusión de las imágenes de esa muerte, el resultado es que, por el momento, podemos ahorrarnos el afectado estupor colectivo, el voyeurismo ávido que bajo la excusa de mirar las pruebas del acontecimiento, observa relamidamente la violencia y la destrucción sobre el cuerpo del icono.




Así se siguió la escena del operativo de la muerte de Bin Laden.

En esta ocasión, La Casa Blanca rehuye la huella documental del suceso, las imágenes literales –como las que nos llegan, por otras vías, del resto de tiroteados - y opta por difundir esa fotografía en la que podemos ver a Obama y a su equipo mirando hacia una supuesta pantalla en fuera de campo donde se estaría retransmietiendo en directo el asalto a la residencia de Bin laden en Pakistán.

Fuera de campo, un recurso narrativo y estilístico que el cine ha puesto en práctica en no pocas ocasiones para hablar de temas como la violencia o el horror. El director austriaco Michael Haneke es un experto en la materia, valga recordar aquel plano secuencia de Funny Games donde el fuera de campo multiplicaba el realismo de la ultraviolencia practicada sobre una familia común, negando de paso el espectáculo de la sangre del cine de terror.

¿Pero qué significa –regresando a Bin Laden- la no difusión de las imágenes del asalto? Volvamos, para responder a esta pregunta, a la fotografía mencionada. Se trata de una fotografía dentro de la cual Obama y su equipo miran una pantalla, de manera que ni siquiera miran directamente a la realidad, sino a una mediatización de ella, en lo que parece un extraño juego de matrioshkas-imágenes que conecta, en un extremo, la muerte de Bin Laden con, en el otro, los espectadores del mundo entero.

¿Y quién vincula a unos y a otros? Los verdaderos actores de la obra, la clase política americana y sus militares, “los nuestros”, los que sufren con la operación y así lo reflejan en sus rostros concentrados y hasta espantados, como el de Hilary Clinton. Lo que en primer lugar pudo ser una fotografía que supliera el hueco de imágenes documentales del asalto, se rebela rápidamente como epicentro de la historia y del drama: a través de los rostros de estos personajes podemos componer la imagen del horror, recrear el sonido de las balas, las imágenes verdosas de visión nocturna, la tensión creciente por la confusión de los espacios, la detección de Bin Laden y… el disparo definitivo que le deja sin vida. El fuera de campo permite imaginar el horror de forma directamente proporcional a cómo es observado.

El drama está aquí y ahora, en nuestro campo. El fuera de campo es otra realidad, lejana y carente de actores, poblado únicamente por iconos o cadáveres ajenos al sufrimiento. No es la primera vez que EEUU juega a este juego: recordemos el tratamiento en verde y negro de las imágenes de la primera guerra del Golfo, con una delirante estética de videojuego nocturno, dejando en fuera de campo la luz del día y cualquier imagen de aspecto real, que incluyera personas y los efectos de aquella guerra. O, por otros motivos, la eliminación absoluta que se operó sobre las imágenes del ataque al Pentágono sufrido durante el 11-S: en aquella ocasión lo que se dejaba en fuera de campo era la debilidad del sistema militar estadounidense.

Me pregunto si tal vez, en esta ocasión, los materiales del asalto no han sido difundidos no solo por su brutalidad, sino por algo más complejo, inherente al poder en la representación que ejerce cada uno de los bandos en una confrontación: la anulación emocional del contrario. Imaginemos, por un momento, que en el vídeo difundido pudiéramos ver el rostro de uno de los terroristas o del propio Bin Laden –armado o no…- a punto de ser ejecutado. En su cara podríamos ver, quizás, el miedo, y el reflejo de esa acción sangrante que ha prescindido de detenciones y juicios, optando por la radical “eliminación” de los sujetos. ¿Quién quiere ver al otro sufrir, cuando puede verlo, directamente muerto y leer en su cadáver grandes palabras sobre justicia y seguridad?

¿A quién, de qué manera o qué protege el Gobierno de los Estados Unidos cuando decide no mostrar las imágenes de Bin Laden muerto? ¿Cuál es, en un contexto de violencia, el poder de la representación mediante el fuera de campo?

Formulen sus propias teorías.

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