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El TC deslegitima al TS y legaliza a Bildu

Las justicias

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Los hay que ante la reciente sentencia del TC respecto de la legalización de Bildu se echan las manos a la cabeza por la barbaridad perpetrada por sus señorías, acaso porque ignoran que los jueces pertenecer a una escudería política, y que, además de que sus decisiones dependen de los intereses de esos mentores que los han promocionado, apoyan sus sentencias en leyes que se pueden acomodar perfectamente a una cosa… y a su contraria. Leyes que han sido concebidas en base a la lógica difusa, ésa que sirve para todo a la vez.

Algunos, sin embargo, venimos diciendo desde hace mucho que la Justicia y la ley están divorciadas (y enfrentadas) en España, y que todo este descampado no son sino predios donde montan sus carpas los políticos, quienes lo mismo tienen que manejar esto o aquello que sentirse a salvo de lo demás, que nunca se sabe si los pillarán en un renuncio y hay que asegurarse la impunidad. La ley siempre es draconiana para con Juan Pueblo, a quien tanto da que le condenen a galeras por un paquete de cigarrillos (véase el caso del preso más antiguo de España, que ya lleva 45 años de trena) o que según convenga liberen a criminales sanguinarios con penas de poco más de un añito por asesinado (véase el caso de De Juana o de Troitiño y tal y tal y tal), pero siempre de algodón para los pillos, golfos y delictivos predadores en general, especialmente si provienen o pertenecen al orden de la política, para quienes por más gre-gre que haya, nunca habrá un buen Gregorio.

Los jueces y sus aparatos, a la vista de ésta y otras muchísimas sentencias de los más altos tribunales del país, pertenecen en cuerpo, culo y alma a las estirpes políticas, no sé si porque éstas los promocionan a sillones estupendos y muy onerosos sueldos vitalicios con los que se sienten grandiosos dioses enanos, pero que es un gusto verlos, para los que contemplamos su proceder desde la independencia, cómo se afanan por complacer a sus señores dando las vueltas que sean necesarias a las leyes para que queden bien cocinaditas, ignorando o desestimando los pareceres e informes de esos Cuerpos de Seguridad que son los que ponen su vida en el alero por hacer cumplir la ley, o mordiéndose recíprocamente entre distintos y aun entre los miembros de los mismos tribunales, de modo que allá donde el azul perdió, acá gane el rojo. Todo un festival que, sin duda, les viene muy bien a quienes les viene muy bien, que para eso se lo montan como lo hacen.

Los ciudadanos, con todo esto, estamos escandalizados, como es natural, por más que nos juren sobre textos manipulados que son cuestiones propias de procedimientos archivotantes de la enésima estrombótica dimensión cuadrática del filordio jurídico-eschorotajo, que no pertenece al orden de los mortales, pero nos queda muy claro, cristalino, que, si esto es democracia, estamos listos, y que, si la ley es una, debe ser divina, porque puede decir una cosa y su contraria como si tal cosa, según y como lo comprobamos estupefactos por las sucesivas sentencias en que, si el más alto tribunal hoy dice digo, mañana, otro muy alto también, dice Diego, y se queda tan pancho. Y eso cuando no es el mismo tribunal que hoy dice blanco, mañana se desdice y pregona que negro, y el tercer día, sin resucitar, dice que café con leche, gracias.

Como no voto –ni votaré en este truculento reality show pseudodemocrático-, me siento completamente libre para apoyar una u otra sentencia (o las dos al alimón) y puedo valorar ambas según mi único criterio, porque, por suerte, no tengo múltiple personalidad, como parece tener la Justicia en nuestro país, que van a tener que nombrar un alcalde para regular tantas personalidades disímiles. Los que votan, por el contrario, sí que deben considerar si esto es lo que quieren o si están incómodos con esta salvaje competencia entre tribunales y entre togados que parecen tener leyes contrarias, porque el hecho de que lo de hoy les afecte poco o nada, no significa que les pueda afectar y mucho mañana. Tiempo hay para que las cosas den la vuelta varias veces, según resultados electorales, y, si en esta ocasión se salen con su encanto, mañana puede ser que se la tengan que envainar. Lo que es igual, ya se sabe que no es trampa.

En cualquier caso, es un espectáculo bastante risible que dice mucho y todo malo de la sociedad y del país el que los diferentes tribunales anden todo el día diciéndose y desdiciéndose, mordiéndose con inusitada saña y deslegitimándose los unos a los otros, mientras el pueblo, perplejo, ve cómo al mayor traficante de narcóticos le dan vacaciones de fin de semana y se las toma indefinidas (y otros jueces dicen que tan ricamente), cómo a un chaval que guindó un paquete de cigarrillos se le han ido alargando las penas hasta llevar ya 45 años de cárcel, y sigue, cómo a los más terribles asesinos se los libera con penas ridículas, cómo a los más torcidos atracadores de guante blanco les caen penas de alegría por apropiarse de miles de millones que nunca devolvieron o cómo a los que parece que tienen los bolsillos propios y de los próximos tintos de dineros ajenos (y públicos) no les sucede nada de nada. Para ellos siempre habrá justicia a la carta: ¿qué sentencia les complacería?...; para los Juan Pueblo, también a la carta, pero a la más alta. Hay que justificarse con alguna cosilla, claro.

Las justicias

El TC deslegitima al TS y legaliza a Bildu
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 6 de mayo de 2011, 10:28 h (CET)
Los hay que ante la reciente sentencia del TC respecto de la legalización de Bildu se echan las manos a la cabeza por la barbaridad perpetrada por sus señorías, acaso porque ignoran que los jueces pertenecer a una escudería política, y que, además de que sus decisiones dependen de los intereses de esos mentores que los han promocionado, apoyan sus sentencias en leyes que se pueden acomodar perfectamente a una cosa… y a su contraria. Leyes que han sido concebidas en base a la lógica difusa, ésa que sirve para todo a la vez.

Algunos, sin embargo, venimos diciendo desde hace mucho que la Justicia y la ley están divorciadas (y enfrentadas) en España, y que todo este descampado no son sino predios donde montan sus carpas los políticos, quienes lo mismo tienen que manejar esto o aquello que sentirse a salvo de lo demás, que nunca se sabe si los pillarán en un renuncio y hay que asegurarse la impunidad. La ley siempre es draconiana para con Juan Pueblo, a quien tanto da que le condenen a galeras por un paquete de cigarrillos (véase el caso del preso más antiguo de España, que ya lleva 45 años de trena) o que según convenga liberen a criminales sanguinarios con penas de poco más de un añito por asesinado (véase el caso de De Juana o de Troitiño y tal y tal y tal), pero siempre de algodón para los pillos, golfos y delictivos predadores en general, especialmente si provienen o pertenecen al orden de la política, para quienes por más gre-gre que haya, nunca habrá un buen Gregorio.

Los jueces y sus aparatos, a la vista de ésta y otras muchísimas sentencias de los más altos tribunales del país, pertenecen en cuerpo, culo y alma a las estirpes políticas, no sé si porque éstas los promocionan a sillones estupendos y muy onerosos sueldos vitalicios con los que se sienten grandiosos dioses enanos, pero que es un gusto verlos, para los que contemplamos su proceder desde la independencia, cómo se afanan por complacer a sus señores dando las vueltas que sean necesarias a las leyes para que queden bien cocinaditas, ignorando o desestimando los pareceres e informes de esos Cuerpos de Seguridad que son los que ponen su vida en el alero por hacer cumplir la ley, o mordiéndose recíprocamente entre distintos y aun entre los miembros de los mismos tribunales, de modo que allá donde el azul perdió, acá gane el rojo. Todo un festival que, sin duda, les viene muy bien a quienes les viene muy bien, que para eso se lo montan como lo hacen.

Los ciudadanos, con todo esto, estamos escandalizados, como es natural, por más que nos juren sobre textos manipulados que son cuestiones propias de procedimientos archivotantes de la enésima estrombótica dimensión cuadrática del filordio jurídico-eschorotajo, que no pertenece al orden de los mortales, pero nos queda muy claro, cristalino, que, si esto es democracia, estamos listos, y que, si la ley es una, debe ser divina, porque puede decir una cosa y su contraria como si tal cosa, según y como lo comprobamos estupefactos por las sucesivas sentencias en que, si el más alto tribunal hoy dice digo, mañana, otro muy alto también, dice Diego, y se queda tan pancho. Y eso cuando no es el mismo tribunal que hoy dice blanco, mañana se desdice y pregona que negro, y el tercer día, sin resucitar, dice que café con leche, gracias.

Como no voto –ni votaré en este truculento reality show pseudodemocrático-, me siento completamente libre para apoyar una u otra sentencia (o las dos al alimón) y puedo valorar ambas según mi único criterio, porque, por suerte, no tengo múltiple personalidad, como parece tener la Justicia en nuestro país, que van a tener que nombrar un alcalde para regular tantas personalidades disímiles. Los que votan, por el contrario, sí que deben considerar si esto es lo que quieren o si están incómodos con esta salvaje competencia entre tribunales y entre togados que parecen tener leyes contrarias, porque el hecho de que lo de hoy les afecte poco o nada, no significa que les pueda afectar y mucho mañana. Tiempo hay para que las cosas den la vuelta varias veces, según resultados electorales, y, si en esta ocasión se salen con su encanto, mañana puede ser que se la tengan que envainar. Lo que es igual, ya se sabe que no es trampa.

En cualquier caso, es un espectáculo bastante risible que dice mucho y todo malo de la sociedad y del país el que los diferentes tribunales anden todo el día diciéndose y desdiciéndose, mordiéndose con inusitada saña y deslegitimándose los unos a los otros, mientras el pueblo, perplejo, ve cómo al mayor traficante de narcóticos le dan vacaciones de fin de semana y se las toma indefinidas (y otros jueces dicen que tan ricamente), cómo a un chaval que guindó un paquete de cigarrillos se le han ido alargando las penas hasta llevar ya 45 años de cárcel, y sigue, cómo a los más terribles asesinos se los libera con penas ridículas, cómo a los más torcidos atracadores de guante blanco les caen penas de alegría por apropiarse de miles de millones que nunca devolvieron o cómo a los que parece que tienen los bolsillos propios y de los próximos tintos de dineros ajenos (y públicos) no les sucede nada de nada. Para ellos siempre habrá justicia a la carta: ¿qué sentencia les complacería?...; para los Juan Pueblo, también a la carta, pero a la más alta. Hay que justificarse con alguna cosilla, claro.

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