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Creciendo en Nueva Jersey en la década de los 70, el cómico favorito de mis padres era Mel Brooks

Su diálogo de Brooks favorito era "2.000 Year Old Man"

Y su sentencia de Brooks favorita era la siguiente: "Nos burlamos de lo que vamos a ser"

Las compensaciones de hacer la risa

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WASHINGTON -. Escuché esta frase un montón siendo adolescente. No me hacía reír -- muy poco de lo que tenían que decir mis padres allá por entonces me hacía reír. Pero me parece que les hacía sentir mejor a ellos, cosa que merecían sobradamente. Porque yo no era exactamente contraria a burlarme de las cosas: De los barrios residenciales. De tener hijos. De los congelados. De la importancia burguesa conocida como mando eléctrico para abrir el garaje. De cualquier cosa que mi madre considerara, cito, un conjunto encantador. De cualquiera que ella considerara, cito, un buen chico.

Todos son ejemplos, siento decir, de la vida real. Lamento particularmente decir esto porque soy -- y no se sorprenderá de saber -- una madre inquilina de barrio residencial que sirve hortalizas congeladas y que no tendría idea de cómo abrir el garaje si al mando se le acaba la pila.

No sólo no he renunciado a los conjuntos encantadores de las niñas -- perdimos de forma decisiva hace años la guerra contra las sandalias -- sino que el otro día una de mis hijas vetó con decisión algo que yo planeaba ponerme por ser "muy de maruja". ¿Desde cuándo es malo ir conjuntada? Estoy bastante segura de que mi madre le habría dado el visto bueno.

Vengo reflexionando sobre esto a causa del Día de la Madre, y hay dos cosas que me gustaría decir a mi madre: primera, Mel y tú teníais razón. Segunda, estooooo, perdón. Era sólo una etapa.

Como madre de adolescentes, vengo tratando de saltar esa etapa. Así que cuando bajo las escaleras por la mañana y me encuentro todas las luces encendidas y la leche fuera de la nevera, tengo que respirar profundamente. Escucho la voz de mi padre gritando por unos zapatos en medio del pasillo y que el dinero no crece de los árboles.

Y cuando abro la puerta del dormitorio de mi hija para encontrarme con una escena de la Alabama post-huracán, me acuerdo de la vez que mi madre decidió ordenar el caos sembrado por el enmoquetado amarillo siguiendo las enseñanzas del psicoterapeuta Haim Ginott. Afamado psicólogo infantil, el consejo del Dr. Ginott a los padres consistía en explicar sus sentimientos, no amenazar con imponer castigos.

Como: "Cuando veo tu dormitorio desordenado, me lleno de consternación". Mi madre se pasó una semana entera siguiendo a Ginott y compartiendo su consternación, para mi gran choteo adolescente. Finalmente, explotó y me dijo que limpiara mi (taco) dormitorio o que ya vería. Mi actual consternación es su venganza consumada.

De hecho, acabo constante e inevitablemente haciendo las mismas cosas que por entonces me volvían loca. Mi hija mayor se ha sacado el permiso de conducir, y resulta que el pie ligero, el acto reflejo que obliga a pisar un pedal de freno imaginario al que va sentado en el asiento del acompañante, es un rasgo hereditario. Ella es mucho más salada que yo por entonces.

El pie ligero es la manifestación física de la verdad metafísica de que los padres no sentimos ninguna barrera ellos-nosotros con los hijos. Mi madre solía molestarme constantemente apartándome el pelo de la cara. Desde mi punto de vista, estaba invadiendo mi espacio personal. No fue hasta que fui madre cuando finalmente caí en la cuenta: Este concepto no se aplica entre padres e hijos. Ellos son y siempre serán parte de ti.

Existe, simultáneamente, una dinámica contradictoria en marcha. Los hijos, habituados a recibir lo que necesitan de los padres, obvian de la misma forma las barreras paternas. Lo tuyo es mío, piensan ellos. ¿Cuántas veces me habré metido en la lucha para descubrir que mi champú y mi acondicionador -- champú y acondicionador carísimos recién comprados -- se han esfumado? Olvídese de tener una habitación para usted sola. Yo me conformaría con un cajón. Pero si mis hijas me saquean el vestidor en busca de ropa "vintage" -- restos de los años 80 que yo sigo pensando que algún día me van a entrar -- ¿cómo lo voy a tener? No lo haré, pero en privado sé que yo hice lo mismo.

Los adolescentes necesitan burlarse porque necesitan individualizarse. Necesitan burlarse hasta cuando saben -- probablemente porque lo saben, a algún nivel subconsciente -- que con el tiempo se parecerán más a nosotros de lo que se imaginan.

Si tiene suerte, como yo, sus padres vivirán lo bastante para decir: Gracias por aguantar todo eso. Algún día, tan difícil como me es de imaginar ahora, puede que escuche lo mismo a mis hijas.

Las compensaciones de hacer la risa

Creciendo en Nueva Jersey en la década de los 70, el cómico favorito de mis padres era Mel Brooks

Su diálogo de Brooks favorito era "2.000 Year Old Man"

Y su sentencia de Brooks favorita era la siguiente: "Nos burlamos de lo que vamos a ser"
Ruth Marcus
viernes, 6 de mayo de 2011, 07:48 h (CET)
WASHINGTON -. Escuché esta frase un montón siendo adolescente. No me hacía reír -- muy poco de lo que tenían que decir mis padres allá por entonces me hacía reír. Pero me parece que les hacía sentir mejor a ellos, cosa que merecían sobradamente. Porque yo no era exactamente contraria a burlarme de las cosas: De los barrios residenciales. De tener hijos. De los congelados. De la importancia burguesa conocida como mando eléctrico para abrir el garaje. De cualquier cosa que mi madre considerara, cito, un conjunto encantador. De cualquiera que ella considerara, cito, un buen chico.

Todos son ejemplos, siento decir, de la vida real. Lamento particularmente decir esto porque soy -- y no se sorprenderá de saber -- una madre inquilina de barrio residencial que sirve hortalizas congeladas y que no tendría idea de cómo abrir el garaje si al mando se le acaba la pila.

No sólo no he renunciado a los conjuntos encantadores de las niñas -- perdimos de forma decisiva hace años la guerra contra las sandalias -- sino que el otro día una de mis hijas vetó con decisión algo que yo planeaba ponerme por ser "muy de maruja". ¿Desde cuándo es malo ir conjuntada? Estoy bastante segura de que mi madre le habría dado el visto bueno.

Vengo reflexionando sobre esto a causa del Día de la Madre, y hay dos cosas que me gustaría decir a mi madre: primera, Mel y tú teníais razón. Segunda, estooooo, perdón. Era sólo una etapa.

Como madre de adolescentes, vengo tratando de saltar esa etapa. Así que cuando bajo las escaleras por la mañana y me encuentro todas las luces encendidas y la leche fuera de la nevera, tengo que respirar profundamente. Escucho la voz de mi padre gritando por unos zapatos en medio del pasillo y que el dinero no crece de los árboles.

Y cuando abro la puerta del dormitorio de mi hija para encontrarme con una escena de la Alabama post-huracán, me acuerdo de la vez que mi madre decidió ordenar el caos sembrado por el enmoquetado amarillo siguiendo las enseñanzas del psicoterapeuta Haim Ginott. Afamado psicólogo infantil, el consejo del Dr. Ginott a los padres consistía en explicar sus sentimientos, no amenazar con imponer castigos.

Como: "Cuando veo tu dormitorio desordenado, me lleno de consternación". Mi madre se pasó una semana entera siguiendo a Ginott y compartiendo su consternación, para mi gran choteo adolescente. Finalmente, explotó y me dijo que limpiara mi (taco) dormitorio o que ya vería. Mi actual consternación es su venganza consumada.

De hecho, acabo constante e inevitablemente haciendo las mismas cosas que por entonces me volvían loca. Mi hija mayor se ha sacado el permiso de conducir, y resulta que el pie ligero, el acto reflejo que obliga a pisar un pedal de freno imaginario al que va sentado en el asiento del acompañante, es un rasgo hereditario. Ella es mucho más salada que yo por entonces.

El pie ligero es la manifestación física de la verdad metafísica de que los padres no sentimos ninguna barrera ellos-nosotros con los hijos. Mi madre solía molestarme constantemente apartándome el pelo de la cara. Desde mi punto de vista, estaba invadiendo mi espacio personal. No fue hasta que fui madre cuando finalmente caí en la cuenta: Este concepto no se aplica entre padres e hijos. Ellos son y siempre serán parte de ti.

Existe, simultáneamente, una dinámica contradictoria en marcha. Los hijos, habituados a recibir lo que necesitan de los padres, obvian de la misma forma las barreras paternas. Lo tuyo es mío, piensan ellos. ¿Cuántas veces me habré metido en la lucha para descubrir que mi champú y mi acondicionador -- champú y acondicionador carísimos recién comprados -- se han esfumado? Olvídese de tener una habitación para usted sola. Yo me conformaría con un cajón. Pero si mis hijas me saquean el vestidor en busca de ropa "vintage" -- restos de los años 80 que yo sigo pensando que algún día me van a entrar -- ¿cómo lo voy a tener? No lo haré, pero en privado sé que yo hice lo mismo.

Los adolescentes necesitan burlarse porque necesitan individualizarse. Necesitan burlarse hasta cuando saben -- probablemente porque lo saben, a algún nivel subconsciente -- que con el tiempo se parecerán más a nosotros de lo que se imaginan.

Si tiene suerte, como yo, sus padres vivirán lo bastante para decir: Gracias por aguantar todo eso. Algún día, tan difícil como me es de imaginar ahora, puede que escuche lo mismo a mis hijas.

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