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El nivel de algunos oradores del Parlamento roza la más pura idiocia

La altura intelectual del debate parlamentario en España

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Es posible que hayamos entrado en lo que se podría definir como un intento de la izquierda, de esta izquierda hortera y despendolada que parece que se está poniendo de moda, de transformar nuestras instituciones para desposeerlas de todo el prestigio que un día tuvieron, darles este toque de incivismo que tanto les gusta a los lenguaraces miembros de la extrema izquierda y antisistema e intentar sustituir los debates y las discusiones civilizadas (con toda la dureza, intensidad y fogosidad que se les pudiera conceder), por el lenguaje grosero, vulgar y, en ocasiones, sohez propio de la gente barriobajera y el lumpen de lo que se pudieran considerar como las cloacas de la sociedad, reino del vicio y de la delincuencia.

Y es que, señores, el conocido refrán que habla de que: “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”; como suele ocurrir con todo el rico y extenso refranero español, es, sin duda, lo suficiente descriptivo y apropiado para calificar a aquellos que, por mucha ilustración que hayan conseguido obtener, por muchos títulos que coleccionen o por muy populares que se hayan hecho, no obstante, como describe muy acertadamente otro de nuestros dichos populares: “todavía no se les ha caído el pelo de la dehesa”, una expresión que delata a aquellos que no han logrado desprenderse de ciertos hábitos, costumbres o resabios propios de gentes de escasa cultura, provinciana o de pocas luces.

Hoy en España, por desgracia, estamos padeciendo una invasión de personajes venidos a más, con títulos y doctorados que, sin duda, los han puesto en lugares, les ha otorgado influencias y les han concedido mando, sin que, a pesar de todo, hayan conseguido algo que los estudios no son capaces de enseñar, ni de conseguir, ni de regalar y es, una cualidad que a muchos, cuando se les recuerda, les hiere más que una cuchillada en el vientre: tener señorío, saberse comportar con distinción en cualquier momento de la vida, tanto en los salones de palacio como en un bar de pueblo. Normalmente, toda esta ralea de personajes, no son capaces de comportarse medianamente bien, carecen de buenas maneras y confunden la buena educación con la cursilería, el despilfarrar el dinero o el pretender ( generalmente fracasando estrepitosamente) imitar los gestos y el porte de aquellas personas que, por haber recibido una educación esmerada, aunque no tengan dinero, no vivan en lujosas mansiones o vistan pobremente, cuando asisten a una reunión muestran, de forma innata, sin tener que esforzarse y de forma espontánea, unas maneras refinadas que los sitúa, sin tener que esforzarse, por encima del resto.

Cuando comparamos a nuestros parlamentarios de ahora con aquellos otros, que se sentaron en los mismos bancos en el que lo hacen aquéllos, no podemos dejar de sentir la sensación de que, muchos de los nuevos miembros del parlamento, a los que protocolariamente se les trata de “señorías”, no son más que meros comparsas, falsos políticos o advenedizos impostores a los que se les ha entregado un traje que les viene ancho y los han sentado a una mesa en la que no saben distinguir cuál es el cubierto que han de usar para comerse la sopa del de la carne. No, no bastan títulos, no son suficientes licenciaturas u ocupar cátedras universitarias, si resulta que quienes deben representar al pueblo, los que tienen que tomar decisiones en beneficio de la ciudadanía o tratar con representantes diplomáticos de otras naciones, con las que es preciso mantener buenas relaciones; se presentan como simples lacayos, no saben utilizar el lenguaje correcto o demuestran su mala educación delante de aquellos que verán, en sus personas, la imagen de la nación a la que representan y juzgarán en consecuencia.

Y esta sensación de desencanto, de vergüenza ajena, de rechazo y de repulsa es la que hemos sentido cuando, en el debate entre el señor Rajoy, presidente del Gobierno, y el líder del partido de los protegidos por el señor Maduro, los comunistas bolivarianos de Podemos, el señor Pablo Iglesias, olvidándose del respeto que se les debía a los parlamentarios del resto de grupos políticos, representantes de los españoles; sin tener en cuenta el impacto que sus expresiones podían causar en todos los españoles que a través de la radio, las TV o de sus móviles estaban siguiendo el desarrollo del debate parlamentario, sin venir a cuento y con la evidente intención de convertir en insulto sus palabras y de zaherir a quienes no acostumbran a utilizar ni escuchar semejantes expresiones, por su vulgaridad, su inoportunidad y su zafiedad, ha sido capaz de expresarse, sin el menor escrúpulo, como un simple mozo de cuadra.

Se discutía sobre el uso del veto usado por el Gobierno en cuanto a la aplicación de determinados acuerdos parlamentarios. Pablo Iglesias formuló una pregunta retórica que, como es natural, no esperaba que le contestara el señor Rajoy porque él ya tenía preparada una respuesta ad hoc. “Preparando esta pregunta llegaba a la conclusión de que usted me iba a responder que el informe de los letrados le traía sin cuidado, pero como usted utiliza la prosa de Lope con destreza he estado reflexionado sobre la expresión que utilizaría usted” y entonces le daba varias contestaciones a Rajoy “Me importa un comino el informe de los letrados, me importa un pimiento, un huevo, un rábano o me importa un pepino. O incluso tiene usted otras fórmulas más directas: me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla… o incluso he encontrado una que creo que se adapta perfectamente a su estilo: me la bufa”

No había manera más sutil ni educada, por parte del orador comunista, de expresarse. Quizá la soltura con la que se expresó y la facilidad con la que le salieron las palabras, sean orientativas de la frecuencia con la que las debe utilizar dentro del repertorio habitual de sus conversaciones. Y ¿este señor es el que se postula, en nombre de no se sabe qué supuestas carencias del pueblo español, para superar la crisis, representarnos ante la UE y el resto de foros internacionales? Y un comentario: sentada a su lado, una chica bonita que asentía a cada palabra del sátrapa, una mera esclava, aunque ella lo negaría, de su ídolo, incapaz de pensar por sí misma y dispuesta, puño en alto, a seguirlo hasta donde fuere. Una miliciana a la que solo le falta el pistolón en la cintura para ser un calco de aquellas que, en julio de 1936, salieron a la calle con las milicias antifranquistas dispuestas a descerrajarle un tiro al primer “burgués” que se les pusiera delante.

Lo curioso de estos radicales, partidarios del asamblearismo, de la ocupación de las calles para suplir la labor parlamentaria, contrarios a las leyes y de la abolición de la propiedad privada, es que no tienen un verdadero plan para sacar al país de la crisis, ni para relacionarse con el resto de la CE ni, por supuesto, para tener un proyecto de financiación con el que cubrir los 90.000 millones de euros que precisarían para establecer un salario base para todos los españoles. Vuelven a la vieja idea fracasada del intervencionismo estatal en la producción, la estatalización de la riqueza, la supresión de la banca privada, la limitación de las libertades individuales etc. Pero hay algo que se callan y que late en el fondo de todos estos partidos nutridos de rencorosos, envidiosos, vagos, resentidos, desagradecidos y vengativos: la etapa de limpieza, la eliminación de los obstáculos, el momento de deshacerse de todos aquellos a los que se la tenían jurada, de saldar viejas deudas personales, de coger lo que creían que era suyo, en fin, lo que a algunos nos despiertan viejos recuerdos que, aunque parezca mentira, ya no se han trasladado a las nuevas generaciones, gracias a leyes tan absurdas como la de La Memoria Histórica, mediante la cual la derecha se dejó engañar, una vez más, entregando la verdad histórica en manos de aquellos, cuyo objetivo primordial era borrar el pasado y, con ello, enterrar los crímenes de la República.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos apenados como, paso a paso, España va perdiendo sus esencias, la ciudadanía se va dejando arrastrar por viejos tópicos de la izquierda, el relativismo va avanzando en la conciencia de nuestras juventudes y nosotros, los que todavía recordamos y sabemos lo que ocurrió en aquellos años de la Guerra Civil, ya no estamos en disposición de que se nos tome en cuenta a la hora de denunciar el evidente deterioro que está sufriendo la convivencia entre españoles y aquellos viejos valores que heredamos de nuestros mayores.

La altura intelectual del debate parlamentario en España

El nivel de algunos oradores del Parlamento roza la más pura idiocia
Miguel Massanet
jueves, 23 de marzo de 2017, 00:50 h (CET)
Es posible que hayamos entrado en lo que se podría definir como un intento de la izquierda, de esta izquierda hortera y despendolada que parece que se está poniendo de moda, de transformar nuestras instituciones para desposeerlas de todo el prestigio que un día tuvieron, darles este toque de incivismo que tanto les gusta a los lenguaraces miembros de la extrema izquierda y antisistema e intentar sustituir los debates y las discusiones civilizadas (con toda la dureza, intensidad y fogosidad que se les pudiera conceder), por el lenguaje grosero, vulgar y, en ocasiones, sohez propio de la gente barriobajera y el lumpen de lo que se pudieran considerar como las cloacas de la sociedad, reino del vicio y de la delincuencia.

Y es que, señores, el conocido refrán que habla de que: “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”; como suele ocurrir con todo el rico y extenso refranero español, es, sin duda, lo suficiente descriptivo y apropiado para calificar a aquellos que, por mucha ilustración que hayan conseguido obtener, por muchos títulos que coleccionen o por muy populares que se hayan hecho, no obstante, como describe muy acertadamente otro de nuestros dichos populares: “todavía no se les ha caído el pelo de la dehesa”, una expresión que delata a aquellos que no han logrado desprenderse de ciertos hábitos, costumbres o resabios propios de gentes de escasa cultura, provinciana o de pocas luces.

Hoy en España, por desgracia, estamos padeciendo una invasión de personajes venidos a más, con títulos y doctorados que, sin duda, los han puesto en lugares, les ha otorgado influencias y les han concedido mando, sin que, a pesar de todo, hayan conseguido algo que los estudios no son capaces de enseñar, ni de conseguir, ni de regalar y es, una cualidad que a muchos, cuando se les recuerda, les hiere más que una cuchillada en el vientre: tener señorío, saberse comportar con distinción en cualquier momento de la vida, tanto en los salones de palacio como en un bar de pueblo. Normalmente, toda esta ralea de personajes, no son capaces de comportarse medianamente bien, carecen de buenas maneras y confunden la buena educación con la cursilería, el despilfarrar el dinero o el pretender ( generalmente fracasando estrepitosamente) imitar los gestos y el porte de aquellas personas que, por haber recibido una educación esmerada, aunque no tengan dinero, no vivan en lujosas mansiones o vistan pobremente, cuando asisten a una reunión muestran, de forma innata, sin tener que esforzarse y de forma espontánea, unas maneras refinadas que los sitúa, sin tener que esforzarse, por encima del resto.

Cuando comparamos a nuestros parlamentarios de ahora con aquellos otros, que se sentaron en los mismos bancos en el que lo hacen aquéllos, no podemos dejar de sentir la sensación de que, muchos de los nuevos miembros del parlamento, a los que protocolariamente se les trata de “señorías”, no son más que meros comparsas, falsos políticos o advenedizos impostores a los que se les ha entregado un traje que les viene ancho y los han sentado a una mesa en la que no saben distinguir cuál es el cubierto que han de usar para comerse la sopa del de la carne. No, no bastan títulos, no son suficientes licenciaturas u ocupar cátedras universitarias, si resulta que quienes deben representar al pueblo, los que tienen que tomar decisiones en beneficio de la ciudadanía o tratar con representantes diplomáticos de otras naciones, con las que es preciso mantener buenas relaciones; se presentan como simples lacayos, no saben utilizar el lenguaje correcto o demuestran su mala educación delante de aquellos que verán, en sus personas, la imagen de la nación a la que representan y juzgarán en consecuencia.

Y esta sensación de desencanto, de vergüenza ajena, de rechazo y de repulsa es la que hemos sentido cuando, en el debate entre el señor Rajoy, presidente del Gobierno, y el líder del partido de los protegidos por el señor Maduro, los comunistas bolivarianos de Podemos, el señor Pablo Iglesias, olvidándose del respeto que se les debía a los parlamentarios del resto de grupos políticos, representantes de los españoles; sin tener en cuenta el impacto que sus expresiones podían causar en todos los españoles que a través de la radio, las TV o de sus móviles estaban siguiendo el desarrollo del debate parlamentario, sin venir a cuento y con la evidente intención de convertir en insulto sus palabras y de zaherir a quienes no acostumbran a utilizar ni escuchar semejantes expresiones, por su vulgaridad, su inoportunidad y su zafiedad, ha sido capaz de expresarse, sin el menor escrúpulo, como un simple mozo de cuadra.

Se discutía sobre el uso del veto usado por el Gobierno en cuanto a la aplicación de determinados acuerdos parlamentarios. Pablo Iglesias formuló una pregunta retórica que, como es natural, no esperaba que le contestara el señor Rajoy porque él ya tenía preparada una respuesta ad hoc. “Preparando esta pregunta llegaba a la conclusión de que usted me iba a responder que el informe de los letrados le traía sin cuidado, pero como usted utiliza la prosa de Lope con destreza he estado reflexionado sobre la expresión que utilizaría usted” y entonces le daba varias contestaciones a Rajoy “Me importa un comino el informe de los letrados, me importa un pimiento, un huevo, un rábano o me importa un pepino. O incluso tiene usted otras fórmulas más directas: me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla… o incluso he encontrado una que creo que se adapta perfectamente a su estilo: me la bufa”

No había manera más sutil ni educada, por parte del orador comunista, de expresarse. Quizá la soltura con la que se expresó y la facilidad con la que le salieron las palabras, sean orientativas de la frecuencia con la que las debe utilizar dentro del repertorio habitual de sus conversaciones. Y ¿este señor es el que se postula, en nombre de no se sabe qué supuestas carencias del pueblo español, para superar la crisis, representarnos ante la UE y el resto de foros internacionales? Y un comentario: sentada a su lado, una chica bonita que asentía a cada palabra del sátrapa, una mera esclava, aunque ella lo negaría, de su ídolo, incapaz de pensar por sí misma y dispuesta, puño en alto, a seguirlo hasta donde fuere. Una miliciana a la que solo le falta el pistolón en la cintura para ser un calco de aquellas que, en julio de 1936, salieron a la calle con las milicias antifranquistas dispuestas a descerrajarle un tiro al primer “burgués” que se les pusiera delante.

Lo curioso de estos radicales, partidarios del asamblearismo, de la ocupación de las calles para suplir la labor parlamentaria, contrarios a las leyes y de la abolición de la propiedad privada, es que no tienen un verdadero plan para sacar al país de la crisis, ni para relacionarse con el resto de la CE ni, por supuesto, para tener un proyecto de financiación con el que cubrir los 90.000 millones de euros que precisarían para establecer un salario base para todos los españoles. Vuelven a la vieja idea fracasada del intervencionismo estatal en la producción, la estatalización de la riqueza, la supresión de la banca privada, la limitación de las libertades individuales etc. Pero hay algo que se callan y que late en el fondo de todos estos partidos nutridos de rencorosos, envidiosos, vagos, resentidos, desagradecidos y vengativos: la etapa de limpieza, la eliminación de los obstáculos, el momento de deshacerse de todos aquellos a los que se la tenían jurada, de saldar viejas deudas personales, de coger lo que creían que era suyo, en fin, lo que a algunos nos despiertan viejos recuerdos que, aunque parezca mentira, ya no se han trasladado a las nuevas generaciones, gracias a leyes tan absurdas como la de La Memoria Histórica, mediante la cual la derecha se dejó engañar, una vez más, entregando la verdad histórica en manos de aquellos, cuyo objetivo primordial era borrar el pasado y, con ello, enterrar los crímenes de la República.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos apenados como, paso a paso, España va perdiendo sus esencias, la ciudadanía se va dejando arrastrar por viejos tópicos de la izquierda, el relativismo va avanzando en la conciencia de nuestras juventudes y nosotros, los que todavía recordamos y sabemos lo que ocurrió en aquellos años de la Guerra Civil, ya no estamos en disposición de que se nos tome en cuenta a la hora de denunciar el evidente deterioro que está sufriendo la convivencia entre españoles y aquellos viejos valores que heredamos de nuestros mayores.

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