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La tira cómica de Quino sigue de actualidad

Tras los pasos de Mafalda

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Mirando de manera casual el santoral me sorprendí al descubrir que ayer, 2 de mayo, aparecía escrito lo siguiente: Mafalda, beata. Me pareció insólito. Un día antes, beatifican a Juan Pablo II; al día siguiente descubro que Mafalda también es una beata. Irremediablemente me exalté: ¡El mundo se ha vuelto loco! ¡Cuánto golpe de pecho y mantilla! ¿Estaremos volviendo a la Edad Media? ¿Acaso nos van a santificar a todos/as? ¡No puede ser!

Tras el estupor y dejándome llevar por la curiosidad averigüé que Mafalda había sido Infanta de Portugal y reina de Castilla, que a la muerte de su padre debería haber recibido el castillo de Seia así como todas las rentas que allí se producían y que tenía derecho a utilizar el título de reina. No se lo permitieron. Su hermano, Alfonso II el Gordo, impidió que su hermana pudiera recibir los títulos y derechos que le correspondían. Después de eso, Mafalda ingresó en un convento de monjas cistercienses hasta su muerte en 1256.

Seguí leyendo intrigada y resultó que, etimológicamente, Mafalda significa “fuerte en el combate” y entonces pensé en aquella niña argentina educada en una familia de clase media que, sin duda, en el combate dialéctico siempre fue la más fuerte.

Y es que para mí ese “Mafalda, beata” no tenía ningún sentido. Para mí Mafalda solo hay una y siempre será esa niña de 6 años (¿o 47?) que nunca creció, pero que continúa dándonos grandes lecciones sobre este mundo “chambón y jodido” en el que nos ha tocado vivir.

Esa niña, madura e incisiva, lleva casi cinco décadas recordándonos que el mundo del cómic no es solamente manga japonés y superhéroes de firma estadounidense, ya que el humor gráfico iberoamericano siempre ha sido de gran calidad y ha estado dotado de una carga crítica y pedagógica importantísima.

Y no sé si sería una coincidencia, pero hace unos días me regalaron un libro de tamaño enciclopédico: Todo Mafalda. Una compilación imprescindible y a la vez una invitación constante a recapacitar sobre toda una suerte de situaciones políticas, económicas y culturales que no hemos sabido gestionar desde los años 70. Porque lo realmente preocupante es que las reflexiones de Mafalda y de Quino, su padre de carne y hueso, siguen de ferviente actualidad.

Seguimos sin encontrar soluciones para problemas que nos preocupan desde hace mucho tiempo y continuamos alimentando una larga lista de desigualdades (demasiado larga) que en Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano se describía con estas atinadas palabras: “La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas”.

Y leyendo ese crudo enunciado que resume sin tapujos la crueldad del sistema, me doy cuenta de que debemos seguir los pasos de Mafalda y sacudir el polvo al globo terráqueo para quitarle de encima las anquilosadas sinrazones que lo marchitan. Sin perder a esa niña o niño que todos llevamos dentro, que pregunta y cuestiona absolutamente todo porque perder el sentido crítico de la infancia nos convierte en adultos y adultas pusilánimes que dejan de reclamar Justicia y deciden dejarse llevar por la inercia y seguir comiendo la sopa que nos dan sin rechistar. Ya lo decía la propia Mafalda: “Qué tranquilidad reinaría hoy en este mundo si Marx no hubiera tomado la sopa”.

Creamos, como hicieron ella y Quino, en las generaciones futuras; en una cultura y unas tiras cómicas transformadoras que creen conciencia; en el inconformismo de la humanidad que produce cambios; en la paz y los derechos humanos; en la lucha contra el racismo, las armas y los convencionalismos… Hagámonos preguntas y debatamos sobre el orden establecido al más puro estilo de Mafalda, porque nada nos vendrá dado.

“Cuando sea grande voy a trabajar de intérprete en la ONU y cuando un delegado le diga a otro que su país es un asco yo voy a traducir que su país es un encanto y, claro, nadie podrá pelearse. ¡Y se acabarán los líos y las guerras y el mundo estará a salvo!”. Ojalá fuera así, Mafalda, ojalá.

Tras los pasos de Mafalda

La tira cómica de Quino sigue de actualidad
Sonia Herrera
martes, 3 de mayo de 2011, 08:31 h (CET)
Mirando de manera casual el santoral me sorprendí al descubrir que ayer, 2 de mayo, aparecía escrito lo siguiente: Mafalda, beata. Me pareció insólito. Un día antes, beatifican a Juan Pablo II; al día siguiente descubro que Mafalda también es una beata. Irremediablemente me exalté: ¡El mundo se ha vuelto loco! ¡Cuánto golpe de pecho y mantilla! ¿Estaremos volviendo a la Edad Media? ¿Acaso nos van a santificar a todos/as? ¡No puede ser!

Tras el estupor y dejándome llevar por la curiosidad averigüé que Mafalda había sido Infanta de Portugal y reina de Castilla, que a la muerte de su padre debería haber recibido el castillo de Seia así como todas las rentas que allí se producían y que tenía derecho a utilizar el título de reina. No se lo permitieron. Su hermano, Alfonso II el Gordo, impidió que su hermana pudiera recibir los títulos y derechos que le correspondían. Después de eso, Mafalda ingresó en un convento de monjas cistercienses hasta su muerte en 1256.

Seguí leyendo intrigada y resultó que, etimológicamente, Mafalda significa “fuerte en el combate” y entonces pensé en aquella niña argentina educada en una familia de clase media que, sin duda, en el combate dialéctico siempre fue la más fuerte.

Y es que para mí ese “Mafalda, beata” no tenía ningún sentido. Para mí Mafalda solo hay una y siempre será esa niña de 6 años (¿o 47?) que nunca creció, pero que continúa dándonos grandes lecciones sobre este mundo “chambón y jodido” en el que nos ha tocado vivir.

Esa niña, madura e incisiva, lleva casi cinco décadas recordándonos que el mundo del cómic no es solamente manga japonés y superhéroes de firma estadounidense, ya que el humor gráfico iberoamericano siempre ha sido de gran calidad y ha estado dotado de una carga crítica y pedagógica importantísima.

Y no sé si sería una coincidencia, pero hace unos días me regalaron un libro de tamaño enciclopédico: Todo Mafalda. Una compilación imprescindible y a la vez una invitación constante a recapacitar sobre toda una suerte de situaciones políticas, económicas y culturales que no hemos sabido gestionar desde los años 70. Porque lo realmente preocupante es que las reflexiones de Mafalda y de Quino, su padre de carne y hueso, siguen de ferviente actualidad.

Seguimos sin encontrar soluciones para problemas que nos preocupan desde hace mucho tiempo y continuamos alimentando una larga lista de desigualdades (demasiado larga) que en Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano se describía con estas atinadas palabras: “La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas”.

Y leyendo ese crudo enunciado que resume sin tapujos la crueldad del sistema, me doy cuenta de que debemos seguir los pasos de Mafalda y sacudir el polvo al globo terráqueo para quitarle de encima las anquilosadas sinrazones que lo marchitan. Sin perder a esa niña o niño que todos llevamos dentro, que pregunta y cuestiona absolutamente todo porque perder el sentido crítico de la infancia nos convierte en adultos y adultas pusilánimes que dejan de reclamar Justicia y deciden dejarse llevar por la inercia y seguir comiendo la sopa que nos dan sin rechistar. Ya lo decía la propia Mafalda: “Qué tranquilidad reinaría hoy en este mundo si Marx no hubiera tomado la sopa”.

Creamos, como hicieron ella y Quino, en las generaciones futuras; en una cultura y unas tiras cómicas transformadoras que creen conciencia; en el inconformismo de la humanidad que produce cambios; en la paz y los derechos humanos; en la lucha contra el racismo, las armas y los convencionalismos… Hagámonos preguntas y debatamos sobre el orden establecido al más puro estilo de Mafalda, porque nada nos vendrá dado.

“Cuando sea grande voy a trabajar de intérprete en la ONU y cuando un delegado le diga a otro que su país es un asco yo voy a traducir que su país es un encanto y, claro, nadie podrá pelearse. ¡Y se acabarán los líos y las guerras y el mundo estará a salvo!”. Ojalá fuera así, Mafalda, ojalá.

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