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Etiquetas | Capitalismo
Tenía pinta de proletario, pero seguro que era uno de esos hijoputas capitalistas de mierda

Elogio del capitalismo (II)

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Hace dos sábados, mi mujer, una amiga común y yo hicimos una excursión al IKEA de Sevilla. Era un día de perros, tanto en Córdoba como en Sevilla, y donde mejor se estaba era claramente bajo techo.

Entrar en un hiperespacio comercial es entrar en un monumento al capitalismo. Ahí no hay colas de racionamiento, ahí no pasa como en la extinta URSS o como en la todavía no extinta Venezuela, en donde no se sabe qué ocurrirá antes, si que a uno le llegue el turno en la cola para comprar un rollo de papel higiénico o que se cague por la pata abajo en el intento, en medio de la cola.

No, en las grandes áreas comerciales no pasa como en los antiguos países del otro lado del telón de acero, en donde había carestía de todo. Conocí hace bastantes años a un estudiante de la extinta República Democrática Alemana que al venir a España por aquellos años (cosa rara, pues los países socialistas son cárceles desde las que se impide salir a la gente, para que no tomen ideas ni se contaminen de las maldades del capitalismo), le ví un día con un montón de tubos de pasta dentífrica que se había comprado en el Corte Inglés. Le pregunté que por qué había comprado tantos. Me respondió que porque estaban baratísimos en comparación a su país, y porque había muchos en el estante, y no podía dejar pasar una oportunidad así, que podría no volver a presentarse.

A quienes vivíamos en España, un país capitalista, una reacción como la de ese chico nos podría parecer algo anacrónico, y de hecho, no compramos más de uno o dos tubos de dentífrico habitualmente porque sabemos que, no solo en el Corte Inglés, sino en cualquier parte, hay millones de pastas de dientes de todos los tamaños y de todas las marcas y características. Y no compensa llenar la casa de tubos de dentífrico.

Esta variedad de productos es propia del capitalismo, en donde se produce la conjunción de la oferta y la demanda, y por tanto la competencia y la variedad, junto con la libertad para escoger lo que a uno le de la gana en vez del papel higiénico del Estado, lo cual es más acorde con la naturaleza humana, ya que los seres humanos somos de tal manera que no solo nos gusta tener los dientes personalizados, sino también la cara, e incluso el culo, ya que entendemos que es mala cosa un culo despersonalizado, porque aunque algunos tengan la cara como el culo, y no todo el mundo está dispuesto a admitir que el culo es el espejo del alma, basta con que lo sea la cara, no menos cierto es que al culo hay que cuidarlo algo también, con amor, como sabiamente aconsejaba Camilo José Cela.

Decía Montesquieu que donde hay comercio, la vida es dulce. Es verdad; es cuestión de ponerse de acuerdo en el precio. Si no hay acuerdo, tan amigos. Aquí no pasa nada, seguimos siendo personas civilizadas y cada uno se busca la vida por su cuenta, como comprador o como vendedor, sin hacer tragedias, con paz.

El otro día asistí a una conferencia de Elena Cortés, política de Izquierda Unida, en la que, en medio de esa retahíla de jerga demagógica socialista que le caracteriza, hubo un momento en el que contrapuso los valores de la persona con "el negocio", como si hacer negocio fuera algo perverso o contrario a la moral.

Habría que empezar puntualizando a esa señora que negocio (esto es, no-ocio o negación del ocio) lo hacen todos, el que vende, pero también el que compra, pues tanto uno como otro obtienen beneficio económico personal en una compraventa.

Y todos somos especuladores.

¿Qué es especular? Especular es hacer una operación comercial procurando el mayor beneficio posible. Especular es saber esperar a que el precio sea el que más nos convenga. Todos los que esperamos las rebajas de enero o las de julio, especulamos, somos especuladores, incluso la señora Cortés, si va a las rebajas. Claro que, teniendo en cuenta que esta señora puede ser que viva de la política y que tenga un sueldazo de cojones, entonces quizá no vaya a las rebajas y se vista como una marquesa o como quien dispara con pólvora real, que es lo que les pasa a los dirigentes comunistas, ya que la pólvora real es la suya, pues ellos son los reyes, aunque no se llamen tales.

Aquel estudiante de la República Democrática Alemana era un especulador de mierda porque iba buscando el mayor beneficio para su patrimonio; esas amas de casa que compran la leche en marcas blancas a 60 céntimos el litro son unas asquerosas especuladoras fascistas, enemigas de la revolución y del pueblo, por hacer el juego a los capitalistas de mierda del Mercadona, del Aldi, del Lidl, del Carrefour, del Piedra o de lo que sea.

También era un especulador de mierda aquel tipo que vi hace dos sábados en el IKEA de Sevilla. Tenía pinta de proletario, pero seguro que era uno de esos hijoputas capitalistas de mierda, porque llevaba un inmenso carro de IKEA, que le delataba, a rebosar de productos que había ido echando en él, entre los que destacaba un maravilloso cojín de un diseño impresionante, bellísimo, con el que probablemente decoraría con muy buen gusto la sala de estar de su casa.

Pensando más tarde en ello me venía a la cabeza que, si no llega a ser por el capitalismo de mierda, ese señor proletario de IKEA probablemente jamás habría podido llenar ese carro con tantos productos, y probablemente jamás hubiera tenido en propiedad una casa, y mucho menos la habría podido decorar con un cojín tan bonito, tan alegre y tan bien diseñado.

Creo que miré el precio de ese cojín. Estaba en un gran cesto en el que había muchos iguales. Me parece recordar que valía algo así como 9,55 euros. Esos guardianes de la ortodoxia socialista nos pondrán en guardia diciéndonos que esos "9,55" euros son una manipulación capitalista para que el pueblo pique, pues si pusiera "10" euros, que en el fondo, es el precio verdadero, aparecería como más caro, por lo que poniendo 9,55 se le engaña al pueblo tomándole por tonto. No comento tal gilipollez porque entiendo que, técnicas de márketing aparte, cualquier proletario, por el hecho de ser humano, sabe lo que compra y lo que come.

Y hablando de comer, a eso de las 15,00 horas hicimos una pausa en nuestra actividad burguesa-capitalista-comercial y nos metimos en el comedor de IKEA, el cual estaba abarrotado de proletarios y proletarias venidos de Sevilla, de las poblaciones vecinas y de otras no tan vecinas como nosotros. Un comedor fantástico, en dos plantas, con capacidad para unas 500 ó 600 personas, con zona de juego para niños para que estos jueguen mientras sus padres proletarios reponen fuerzas para seguir dedicándose, después de comer, a hacerle el juego al capital y a los banqueros.

Comimos abundantísimamente hasta hartarnos una comida muy bien cocinada, la que incluyendo el postre y los cafés con unos pasteles o helados nos salió por algo más de 9 euros por persona.

Todo esto es intolerable. Hay que declarar urgentemente la guerra al capitalismo fascista. No hay que perder ni un minuto más. Hay que exterminar a todo aquel que haga negocio. Hay que conseguir cuanto antes lo que los de Podemos quieren para este país: que nos limpiemos el culo después de cagar como los de Venezuela, esto es, con una piedra. O al menos, todos con el mismo papel, fabricado por el Estado. Eso sí que es un paradigma de humanidad, de progreso, de revolución, de nivel cultural y de ética.

Elogio del capitalismo (II)

Tenía pinta de proletario, pero seguro que era uno de esos hijoputas capitalistas de mierda
Antonio Moya Somolinos
viernes, 17 de marzo de 2017, 11:21 h (CET)
Hace dos sábados, mi mujer, una amiga común y yo hicimos una excursión al IKEA de Sevilla. Era un día de perros, tanto en Córdoba como en Sevilla, y donde mejor se estaba era claramente bajo techo.

Entrar en un hiperespacio comercial es entrar en un monumento al capitalismo. Ahí no hay colas de racionamiento, ahí no pasa como en la extinta URSS o como en la todavía no extinta Venezuela, en donde no se sabe qué ocurrirá antes, si que a uno le llegue el turno en la cola para comprar un rollo de papel higiénico o que se cague por la pata abajo en el intento, en medio de la cola.

No, en las grandes áreas comerciales no pasa como en los antiguos países del otro lado del telón de acero, en donde había carestía de todo. Conocí hace bastantes años a un estudiante de la extinta República Democrática Alemana que al venir a España por aquellos años (cosa rara, pues los países socialistas son cárceles desde las que se impide salir a la gente, para que no tomen ideas ni se contaminen de las maldades del capitalismo), le ví un día con un montón de tubos de pasta dentífrica que se había comprado en el Corte Inglés. Le pregunté que por qué había comprado tantos. Me respondió que porque estaban baratísimos en comparación a su país, y porque había muchos en el estante, y no podía dejar pasar una oportunidad así, que podría no volver a presentarse.

A quienes vivíamos en España, un país capitalista, una reacción como la de ese chico nos podría parecer algo anacrónico, y de hecho, no compramos más de uno o dos tubos de dentífrico habitualmente porque sabemos que, no solo en el Corte Inglés, sino en cualquier parte, hay millones de pastas de dientes de todos los tamaños y de todas las marcas y características. Y no compensa llenar la casa de tubos de dentífrico.

Esta variedad de productos es propia del capitalismo, en donde se produce la conjunción de la oferta y la demanda, y por tanto la competencia y la variedad, junto con la libertad para escoger lo que a uno le de la gana en vez del papel higiénico del Estado, lo cual es más acorde con la naturaleza humana, ya que los seres humanos somos de tal manera que no solo nos gusta tener los dientes personalizados, sino también la cara, e incluso el culo, ya que entendemos que es mala cosa un culo despersonalizado, porque aunque algunos tengan la cara como el culo, y no todo el mundo está dispuesto a admitir que el culo es el espejo del alma, basta con que lo sea la cara, no menos cierto es que al culo hay que cuidarlo algo también, con amor, como sabiamente aconsejaba Camilo José Cela.

Decía Montesquieu que donde hay comercio, la vida es dulce. Es verdad; es cuestión de ponerse de acuerdo en el precio. Si no hay acuerdo, tan amigos. Aquí no pasa nada, seguimos siendo personas civilizadas y cada uno se busca la vida por su cuenta, como comprador o como vendedor, sin hacer tragedias, con paz.

El otro día asistí a una conferencia de Elena Cortés, política de Izquierda Unida, en la que, en medio de esa retahíla de jerga demagógica socialista que le caracteriza, hubo un momento en el que contrapuso los valores de la persona con "el negocio", como si hacer negocio fuera algo perverso o contrario a la moral.

Habría que empezar puntualizando a esa señora que negocio (esto es, no-ocio o negación del ocio) lo hacen todos, el que vende, pero también el que compra, pues tanto uno como otro obtienen beneficio económico personal en una compraventa.

Y todos somos especuladores.

¿Qué es especular? Especular es hacer una operación comercial procurando el mayor beneficio posible. Especular es saber esperar a que el precio sea el que más nos convenga. Todos los que esperamos las rebajas de enero o las de julio, especulamos, somos especuladores, incluso la señora Cortés, si va a las rebajas. Claro que, teniendo en cuenta que esta señora puede ser que viva de la política y que tenga un sueldazo de cojones, entonces quizá no vaya a las rebajas y se vista como una marquesa o como quien dispara con pólvora real, que es lo que les pasa a los dirigentes comunistas, ya que la pólvora real es la suya, pues ellos son los reyes, aunque no se llamen tales.

Aquel estudiante de la República Democrática Alemana era un especulador de mierda porque iba buscando el mayor beneficio para su patrimonio; esas amas de casa que compran la leche en marcas blancas a 60 céntimos el litro son unas asquerosas especuladoras fascistas, enemigas de la revolución y del pueblo, por hacer el juego a los capitalistas de mierda del Mercadona, del Aldi, del Lidl, del Carrefour, del Piedra o de lo que sea.

También era un especulador de mierda aquel tipo que vi hace dos sábados en el IKEA de Sevilla. Tenía pinta de proletario, pero seguro que era uno de esos hijoputas capitalistas de mierda, porque llevaba un inmenso carro de IKEA, que le delataba, a rebosar de productos que había ido echando en él, entre los que destacaba un maravilloso cojín de un diseño impresionante, bellísimo, con el que probablemente decoraría con muy buen gusto la sala de estar de su casa.

Pensando más tarde en ello me venía a la cabeza que, si no llega a ser por el capitalismo de mierda, ese señor proletario de IKEA probablemente jamás habría podido llenar ese carro con tantos productos, y probablemente jamás hubiera tenido en propiedad una casa, y mucho menos la habría podido decorar con un cojín tan bonito, tan alegre y tan bien diseñado.

Creo que miré el precio de ese cojín. Estaba en un gran cesto en el que había muchos iguales. Me parece recordar que valía algo así como 9,55 euros. Esos guardianes de la ortodoxia socialista nos pondrán en guardia diciéndonos que esos "9,55" euros son una manipulación capitalista para que el pueblo pique, pues si pusiera "10" euros, que en el fondo, es el precio verdadero, aparecería como más caro, por lo que poniendo 9,55 se le engaña al pueblo tomándole por tonto. No comento tal gilipollez porque entiendo que, técnicas de márketing aparte, cualquier proletario, por el hecho de ser humano, sabe lo que compra y lo que come.

Y hablando de comer, a eso de las 15,00 horas hicimos una pausa en nuestra actividad burguesa-capitalista-comercial y nos metimos en el comedor de IKEA, el cual estaba abarrotado de proletarios y proletarias venidos de Sevilla, de las poblaciones vecinas y de otras no tan vecinas como nosotros. Un comedor fantástico, en dos plantas, con capacidad para unas 500 ó 600 personas, con zona de juego para niños para que estos jueguen mientras sus padres proletarios reponen fuerzas para seguir dedicándose, después de comer, a hacerle el juego al capital y a los banqueros.

Comimos abundantísimamente hasta hartarnos una comida muy bien cocinada, la que incluyendo el postre y los cafés con unos pasteles o helados nos salió por algo más de 9 euros por persona.

Todo esto es intolerable. Hay que declarar urgentemente la guerra al capitalismo fascista. No hay que perder ni un minuto más. Hay que exterminar a todo aquel que haga negocio. Hay que conseguir cuanto antes lo que los de Podemos quieren para este país: que nos limpiemos el culo después de cagar como los de Venezuela, esto es, con una piedra. O al menos, todos con el mismo papel, fabricado por el Estado. Eso sí que es un paradigma de humanidad, de progreso, de revolución, de nivel cultural y de ética.

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