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Evoco caras y podría nombrar a decenas, quizá a más de un centenar de periodistas que me hacen sentir nostalgia por su ausencia en este momento de gran cambio

Años de periodismo

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La persona de la que más he aprendido en el oficio del periodismo acaba de comunicar su entrada en una nueva etapa de su vida y que deja de dirigir el Taller de Periodismo Solidario que he coordinado desde hace diez años. La mirada hacia atrás que despierta con ese anuncio evoca de golpe a casi tres centenares de personas con las que, cada año, he tenido alegrías, éxitos, tristezas, enojos, decepciones y, sobre todo, aprendizajes compartidos. No se puede borrar el rastro que te deja cada persona en esa faena compartida que consiste en preguntar, en escuchar, en buscar, en proponer, en observar. A cada uno se le llama por su nombre y se le trata como lo que es: una persona única e irrepetible.

Cada jueves, desde hace 18 años, el profesor José Carlos García Fajardo se ha reunido a las 14:30 con sus estudiantes, que se ponían en círculo para comentar los artículos que cada alumno había escrito y enviado al resto de sus compañeros. Cada uno tenía que imprimir los artículos de sus compañeros, leerlos desde una perspectiva de estilo, de forma y de contenido y anotar comentarios de manera que, a la hora del taller, se intercambiaran impresiones.

Al principio de cada curso se hacía un silencio y se repetía la cara de asombro, con los ojos bien abiertos, cuando el profesor preguntaba en voz alta: ¿hay artículo? Claro, se refería a que no todo escrito impreso en un papel es un artículo. Puede ser una crónica, una nota, un reportaje o, como sucedía muy al principio de cada curso, no tener ni pies ni cabeza. Pero decirlo, aceptarlo y reconocerlo forma parte del aprendizaje.

“Llaneza, muchacho, que toda afectación es vana”. No puedo contar la cantidad de veces que escuché esa frase tan llena de verdad. Antes que a escribir, este taller enseñaba a conducirse con humildad, a escuchar, a acoger, a respetar y a compartir. Como nuestro oficio consiste en contar lo que les sucede a otras personas, resulta fundamental hacer que se sientan cómodas cuando nos cuentan su vida, tratar de entenderlas, de ponernos en su lugar, de escucharlas y de acogerlas. Se suele hablar de “objetividad”, de “equidistancia” y de otros tópicos que dejan de lado una obviedad tan grande como que somos personas antes que periodistas.

Ante un mismo fenómeno, dos personas no pueden contar lo mismo porque manejan lenguajes distintos, marcados por la educación en casa, por el contexto social en el que han crecido, por los libros que han leído, por la publicidad y por los programas a los que unos y otros se han expuesto. La personalidad se impregna del carácter con el que nacemos y que moldeamos con la educación y con la experiencia. Todas nuestras vivencias dan textura y color a nuestra mirada. Por eso dos personas no ven nunca la misma cosa. Incluso la misma persona puede ver hoy de forma distinta lo que ayer veía. La humildad radica en reconocer que esta fragilidad que nos condiciona.

Al cabo de unas semanas, se empezaba a notar en el taller cómo los futuros periodistas empezaban a colocar al principio lo más importante, lo que más impactaba y que llevaba al lector a seguir leyendo. A veces es el quién, otras el qué, otras el dónde, y otras el cuándo. El periodismo consiste también a dar prioridades a estas cuestiones. El por qué lo deduce el lector cuando el artículo está bien escrito.

También empiezan a desaparecer los gerundios innecesarios. Se usan las frases activas en lugar de pasivas, se prescinde de adverbios y de adjetivos en favor de verbos y nombres con fuerza. Así durante casi veinte años.

Evoco caras y podría nombrar a decenas, quizá a más de un centenar de periodistas que me hacen sentir nostalgia por su ausencia en este momento de gran cambio. A estas alturas de cada año empezábamos a sentir la nostalgia anticipada por quienes se iban pero, al mismo tiempo, palpitaban dentro de nosotros quienes estaban viniendo y a quienes esperábamos sin que ellos lo supieran. En estas circunstancias, sólo se puede dar gracias a la vida y a quienes han hecho realidad esta experiencia. Gracias, profesor Fajardo.

Años de periodismo

Evoco caras y podría nombrar a decenas, quizá a más de un centenar de periodistas que me hacen sentir nostalgia por su ausencia en este momento de gran cambio
Carlos Miguélez Monroy
viernes, 17 de marzo de 2017, 11:14 h (CET)
La persona de la que más he aprendido en el oficio del periodismo acaba de comunicar su entrada en una nueva etapa de su vida y que deja de dirigir el Taller de Periodismo Solidario que he coordinado desde hace diez años. La mirada hacia atrás que despierta con ese anuncio evoca de golpe a casi tres centenares de personas con las que, cada año, he tenido alegrías, éxitos, tristezas, enojos, decepciones y, sobre todo, aprendizajes compartidos. No se puede borrar el rastro que te deja cada persona en esa faena compartida que consiste en preguntar, en escuchar, en buscar, en proponer, en observar. A cada uno se le llama por su nombre y se le trata como lo que es: una persona única e irrepetible.

Cada jueves, desde hace 18 años, el profesor José Carlos García Fajardo se ha reunido a las 14:30 con sus estudiantes, que se ponían en círculo para comentar los artículos que cada alumno había escrito y enviado al resto de sus compañeros. Cada uno tenía que imprimir los artículos de sus compañeros, leerlos desde una perspectiva de estilo, de forma y de contenido y anotar comentarios de manera que, a la hora del taller, se intercambiaran impresiones.

Al principio de cada curso se hacía un silencio y se repetía la cara de asombro, con los ojos bien abiertos, cuando el profesor preguntaba en voz alta: ¿hay artículo? Claro, se refería a que no todo escrito impreso en un papel es un artículo. Puede ser una crónica, una nota, un reportaje o, como sucedía muy al principio de cada curso, no tener ni pies ni cabeza. Pero decirlo, aceptarlo y reconocerlo forma parte del aprendizaje.

“Llaneza, muchacho, que toda afectación es vana”. No puedo contar la cantidad de veces que escuché esa frase tan llena de verdad. Antes que a escribir, este taller enseñaba a conducirse con humildad, a escuchar, a acoger, a respetar y a compartir. Como nuestro oficio consiste en contar lo que les sucede a otras personas, resulta fundamental hacer que se sientan cómodas cuando nos cuentan su vida, tratar de entenderlas, de ponernos en su lugar, de escucharlas y de acogerlas. Se suele hablar de “objetividad”, de “equidistancia” y de otros tópicos que dejan de lado una obviedad tan grande como que somos personas antes que periodistas.

Ante un mismo fenómeno, dos personas no pueden contar lo mismo porque manejan lenguajes distintos, marcados por la educación en casa, por el contexto social en el que han crecido, por los libros que han leído, por la publicidad y por los programas a los que unos y otros se han expuesto. La personalidad se impregna del carácter con el que nacemos y que moldeamos con la educación y con la experiencia. Todas nuestras vivencias dan textura y color a nuestra mirada. Por eso dos personas no ven nunca la misma cosa. Incluso la misma persona puede ver hoy de forma distinta lo que ayer veía. La humildad radica en reconocer que esta fragilidad que nos condiciona.

Al cabo de unas semanas, se empezaba a notar en el taller cómo los futuros periodistas empezaban a colocar al principio lo más importante, lo que más impactaba y que llevaba al lector a seguir leyendo. A veces es el quién, otras el qué, otras el dónde, y otras el cuándo. El periodismo consiste también a dar prioridades a estas cuestiones. El por qué lo deduce el lector cuando el artículo está bien escrito.

También empiezan a desaparecer los gerundios innecesarios. Se usan las frases activas en lugar de pasivas, se prescinde de adverbios y de adjetivos en favor de verbos y nombres con fuerza. Así durante casi veinte años.

Evoco caras y podría nombrar a decenas, quizá a más de un centenar de periodistas que me hacen sentir nostalgia por su ausencia en este momento de gran cambio. A estas alturas de cada año empezábamos a sentir la nostalgia anticipada por quienes se iban pero, al mismo tiempo, palpitaban dentro de nosotros quienes estaban viniendo y a quienes esperábamos sin que ellos lo supieran. En estas circunstancias, sólo se puede dar gracias a la vida y a quienes han hecho realidad esta experiencia. Gracias, profesor Fajardo.

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