De entre las revueltas que se están viviendo en el mundo árabe, dos en particular se están siguiendo con especial atención por los medios internacionales debido a la fuerte represión con la que los gobiernos están haciendo frente a las protestas. Hablamos de las revueltas en Siria y Yemen, dos países muy distintos cuyas gentes se levantan hoy por motivos muy similares.
Yemen es uno de los países más pobres de Oriente Próximo, su geografía es prácticamente desértica y su población se aglutina en la costa, entre el Mar Rojo y el golfo de Adén. A pesar de contar con algunas reservas de gas y petróleo su papel en la economía petrolera con respecto a otras potencias como su vecina Arabia Saudí, es de mera comparsa.
El caso de Siria es bien diferente. Se trata de un país mucho más involucrado en toda la complicada política que se desarrolla en Oriente Medio. Sus vecinos son otomanos(Turquía), persas(Irán) y judíos(Isarel), además de colindar también con países en conflicto como Irak, Líbano y Palestina.
Ambos países han visto levantarse a sus ciudadanos contra sus dirigentes con centenares de muertos como resultado. La respuesta internacional ha sido mínima si la comparamos con el revuelo que ha causado Libia. Las manifestaciones pacíficas que se están llevando a cabo durante meses en ambos países son similares a las que saltaron en Túnez y Egipto. Sin embargo la represión de sus gobiernos es más bien comparable a la del general Gadafi. Nadie se ha planteado una intervención militar en estos casos. Tal vez se deba a que Yemen es un lugar alejado de todo y poco relevante y que por su parte Siria sea una pieza demasiado importante en la región como para actuar drásticamente.
Las revueltas sin embargo siguen empujando hacia los cambios. Los yemenís han acorralado el general Saleh(con 32 años en el poder, segundo en el ranking árabe después de Gadafi) hasta hacerle negociar un abandono del gobierno a cambio de concederle inmunidad. Dicha propuesta parece ser una muestra de miedo ante la situación de caos en que está envuelto el país y de culpa al querer eludir el dictador toda responsabilidad. Hoy por hoy la oposición a su gobierno no ha aceptado la concesión de inmunidad.
Por su parte, los sirios han conseguido que el presidente Bashar al-Assad haya terminado con el estado de excepción en el que vivía el país desde hace 48 años. O al menos en la teoría porque en la práctica la policía sigue teniendo un poder ilimitado dentro de una justicia que es de todo menos independiente y la libertad de prensa es una utopía. Además la represión no ha cesado en ningún momento y se ha disparado contra la población y contra activistas internacionales incluso durante los funerales de las víctimas.
Visto el doble rasero con el que la comunidad internacional mide sus intervenciones, debería ponerse en cuestión cuáles son las prioridades de organizaciones salvaguardas de los derechos humanos a la hora de actuar y defender estos derechos. Tal vez nosotros como ciudadanos debiéramos pensar: “si no los defienden allí cuando la población los está necesitando ¿qué garantiza que lo harán aquí si se diera el caso?”