El pasado sábado se celebró como es menester cada año el día del libro. Este 23 de abril también coincidía con la Semana Santa. Por azares vacacionales ese día me encontraba en Tarragona. Así que disfruté, gracias a la tregua que ofreció la lluvia, paseando por la rambla donde se orillaban las casetas que ofrecían libros y rosas, mercadeo político y la nada desdeñable opción de simpatizar con el Nástic, equipo de fútbol que actualmente se encuentra en segunda división, y por el que tengo cierto cariño sin saber muy bien el porqué.
Decía que el día de Sant Jordi era soleado. Muchos lugareños y otros tantos turistas salimos a la calle para disfrutar la concesión de la meteorología a tan magno evento. El paseo estaba lleno de curiosos que dedicábamos la hora de comer a desfilar por el mercadillo. Los libros salían a la calle. Las rosas se confundían en el aire salado del Mediterráneo que baña la costa dorada. Era un día de fiesta. Y yo quise estar a la altura. Para ello seguí el mismo sistema que empleo cuando llega la feria del libro o me dejo caer por la cuesta de san Vicente de Madrid: dar una vuelta por todas las casetas, echar un vistazo, por lo menos, en cada puesto.
Comencé con fuerza mi empeño, regateando personas, sus codos, bolsos y carritos hasta acceder a la primera línea del mostrador, donde poder tocar, hojear, curiosear e invocar a la palabra para escuchar recomendaciones o advertencias. Mi compromiso sin embargo no duró tanto como suele. El estómago declaró su guerra justa invocando su necesidad. Ya tenía un libro en la mano cuando algo en el aire, quizás las rosas, quizás el mar, me hicieron abandonar ese puesto para cruzar el asfalto de la rambla. En seguida vi el propósito. La representación de la casa de Aragón se erigía bajo el Sol.
Casi nunca encuentras lo que quieres, pero a veces encuentras lo que necesitas. El estribillo de esta canción de los Stones vino a mí al hallar el libro-dvd Segundo de Chomón 1903-1912 El cine de la fantasía editado y compilado por Cameo y la Filmoteca de Catalunya. El artista turolense es una figura clave en la incipiente historia del cine. Un técnico imaginativo que trabajó en la industria francesa e italiana para hacer grande el séptimo arte y del que sólo había visto su talento en las míticas Cabiria de G. Pastrone y Napoleón de Abel Gance. Ahora acababa de pagar por sus primeros trabajos. Por ser el día que era me regalaron además A cucharadas de José Luis Borau. Era un día de fiesta. La comida fue otra historia.