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Beatriz García

Sin flash el tempus fugit

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Una vez escribí que se puede seguir toda la historia de una vida a través de las fotografías de sus protagonistas. Hoy, mientras repasaba las instantáneas de mi vuelta de París – porque a París no se va, sino que se vuelve – tuve un déjà vu extrañísimo, la sensación de haber visto cientos de veces las mismas imágenes en otros tantos álbumes… ‘Même pose, même site. Y pensé que si se pretendiera reseguir mi historia a través de mis fotos, los investigadores de lo absurdo no conseguirían avanzar más que en espiral, siendo el único indicio de movimiento las huellas del tiempo en mi cuerpo, los cambios de look, las hombreras que ya no se llevan. La cuestión que me ronda ahora es por qué uno cuando viaja tiende a retratarse siempre en los mismos lugares que el resto, en parecidas poses… Como si la convención lo fuese todo, o tal vez lo único.

Pierre Bourdieu dijo en ‘Fotografía: Un arte intermedio’ que era posible estudiar la manera de pensar de la sociedad del momento a través de las fotografías de aficionados. Cuando encuadramos, estamos haciendo una elección en función de nuestros valores, de aquello merecedor de ser fotografiado, y lo hacemos también muy condicionados por los modelos de la época. Estamos elaborando, a la vez, una representación de la realidad, que no la realidad misma, de acuerdo a un artificio – mi cámara capta la sonrisa y dispara-, la recreación del ideal de la pareja feliz que no es ni siquiera la mitad de sentida, la mitad de poética, que dos vagabundos necesitándose desesperadamente en Los Amantes del Pont Neuf; un ideal serializado.

De vuelta en el Louvre, cada obra era una diana frente a un francotirador-turista que sin temblor de pulso alguno disparaba a una escultura tras otra, como si fuesen patos de goma en una feria. Y tuve la impresión de que la contemplación había pasado a un segundo plano y lo importante era apresar el tiempo o, como diría Roland Barthes, crear un “certificado de presencia”. Así que me dispuse yo también, gregaria y de Barcelona, a fotografiar las pinturas que pasaban desapercibidas, y no tardó en formarse en torno a mí una melé de fotógrafos compulsivos que capturaban la misma imagen sin saber tampoco el porqué. Luego, cómo no, visita obligada a la hija predilecta de Leonardo, Mona Lisa, más asediada por aviesas cámaras digitales que Charlie Sheen saliendo de un prostíbulo con medias de rejilla y un arnés. Tenemos que inmortalizar para paliar la horrible sensación de finitud que nos invade, pensé, y quise ver en esa medio sonrisa bobalicona una mueca de conmiseración.

Observé a cada turista, cada cámara y cada pose, cada pajarito y cada patata, y en el fondo de un flash – hay quien no sabe leer carteles - vislumbré dos nuevas tendencias de la fotografía turística, que a bien seguro le hubieran interesado a Bourdieu: La primera, que la fotografía ha pasado de ser un arte menor a un verdadero canto al virtuosismo del instante (No hago más que ver turistas armados con cámara profesional que descuidan su protagonismo en pos de la imagen idílica, la luz apropiada que se filtra en un punto del enorme rosetón de la catedral de Notre-Dame, ese cuervo posado sobre la tumba de Zola en el cementerio de Montmartre). La segunda tendencia es la nonsense llevada al extremo - mi tipo de fotografía favorita-, la turista que soy, muerta de risa y acalorada, imitando con los brazos extendidos La Victoria de Samotracia; la tonta copia al lado del original, al que le nace una segunda copia, la de otro turista que me copia a mí, y así sigue la serie, se legitima el estándar. Même pose, Mème site. Inmortalización también de la burla, del minuto que se va entre el zoom in y el disparo de mi cámara. Entre el tiempo infinito que pasa cuando te recrimino que siempre me sacas con los ojos rojos y tú me tomas otra foto, mientras cae otra tarde sobre París que se me escapa. Menos mal que la cámara tiene memoria...

Mis vacaciones. Semana Santa 2011.

Sin flash el tempus fugit

Beatriz García
Beatriz García
martes, 26 de abril de 2011, 07:34 h (CET)
Una vez escribí que se puede seguir toda la historia de una vida a través de las fotografías de sus protagonistas. Hoy, mientras repasaba las instantáneas de mi vuelta de París – porque a París no se va, sino que se vuelve – tuve un déjà vu extrañísimo, la sensación de haber visto cientos de veces las mismas imágenes en otros tantos álbumes… ‘Même pose, même site. Y pensé que si se pretendiera reseguir mi historia a través de mis fotos, los investigadores de lo absurdo no conseguirían avanzar más que en espiral, siendo el único indicio de movimiento las huellas del tiempo en mi cuerpo, los cambios de look, las hombreras que ya no se llevan. La cuestión que me ronda ahora es por qué uno cuando viaja tiende a retratarse siempre en los mismos lugares que el resto, en parecidas poses… Como si la convención lo fuese todo, o tal vez lo único.

Pierre Bourdieu dijo en ‘Fotografía: Un arte intermedio’ que era posible estudiar la manera de pensar de la sociedad del momento a través de las fotografías de aficionados. Cuando encuadramos, estamos haciendo una elección en función de nuestros valores, de aquello merecedor de ser fotografiado, y lo hacemos también muy condicionados por los modelos de la época. Estamos elaborando, a la vez, una representación de la realidad, que no la realidad misma, de acuerdo a un artificio – mi cámara capta la sonrisa y dispara-, la recreación del ideal de la pareja feliz que no es ni siquiera la mitad de sentida, la mitad de poética, que dos vagabundos necesitándose desesperadamente en Los Amantes del Pont Neuf; un ideal serializado.

De vuelta en el Louvre, cada obra era una diana frente a un francotirador-turista que sin temblor de pulso alguno disparaba a una escultura tras otra, como si fuesen patos de goma en una feria. Y tuve la impresión de que la contemplación había pasado a un segundo plano y lo importante era apresar el tiempo o, como diría Roland Barthes, crear un “certificado de presencia”. Así que me dispuse yo también, gregaria y de Barcelona, a fotografiar las pinturas que pasaban desapercibidas, y no tardó en formarse en torno a mí una melé de fotógrafos compulsivos que capturaban la misma imagen sin saber tampoco el porqué. Luego, cómo no, visita obligada a la hija predilecta de Leonardo, Mona Lisa, más asediada por aviesas cámaras digitales que Charlie Sheen saliendo de un prostíbulo con medias de rejilla y un arnés. Tenemos que inmortalizar para paliar la horrible sensación de finitud que nos invade, pensé, y quise ver en esa medio sonrisa bobalicona una mueca de conmiseración.

Observé a cada turista, cada cámara y cada pose, cada pajarito y cada patata, y en el fondo de un flash – hay quien no sabe leer carteles - vislumbré dos nuevas tendencias de la fotografía turística, que a bien seguro le hubieran interesado a Bourdieu: La primera, que la fotografía ha pasado de ser un arte menor a un verdadero canto al virtuosismo del instante (No hago más que ver turistas armados con cámara profesional que descuidan su protagonismo en pos de la imagen idílica, la luz apropiada que se filtra en un punto del enorme rosetón de la catedral de Notre-Dame, ese cuervo posado sobre la tumba de Zola en el cementerio de Montmartre). La segunda tendencia es la nonsense llevada al extremo - mi tipo de fotografía favorita-, la turista que soy, muerta de risa y acalorada, imitando con los brazos extendidos La Victoria de Samotracia; la tonta copia al lado del original, al que le nace una segunda copia, la de otro turista que me copia a mí, y así sigue la serie, se legitima el estándar. Même pose, Mème site. Inmortalización también de la burla, del minuto que se va entre el zoom in y el disparo de mi cámara. Entre el tiempo infinito que pasa cuando te recrimino que siempre me sacas con los ojos rojos y tú me tomas otra foto, mientras cae otra tarde sobre París que se me escapa. Menos mal que la cámara tiene memoria...

Mis vacaciones. Semana Santa 2011.

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