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Antonio Pérez Omister

Los nuevos cruzados

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Las Cruzadas tuvieron un marcado propósito comercial, aunque éste se escamoteó detrás de la piadosa empresa de reconquistar los Santos Lugares al Islam. La Cuarta, concretamente, fue tan descarada que ni siquiera se desarrolló en Tierra Santa: varió su rumbo para saquear Constantinopla en 1204. Los patrocinadores de dicha cruzada, los venecianos, estaban mucho más preocupados por liquidar la competencia comercial que les hacía Bizancio, la antigua capital del imperio cristiano de Oriente, que por recuperar el Santo Sepulcro de manos de los musulmanes.

Los reinos cristianos de España no participaron en ninguna de las ocho Cruzadas, aunque se reconocieron como tales distintas campañas militares desarrolladas en la Península contra los sarracenos. Especialmente la gran victoria obtenida contra éstos en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, y en la que participaron todos los reinos cristianos peninsulares. Mientras las armas cristianas triunfaban en España, en Tierra Santa los franceses e ingleses eran estrepitosamente derrotados por el gran caudillo Saladino que recuperaba para el islam la ciudad santa de Jerusalén.

Paradójicamente, y como recompensa por la decisiva victoria para la Cristiandad obtenida por los españoles, el de Aragón fue el único reino cristiano contra el que un papa declaró la Cruzada. Lo hizo Martín IV contra el rey don Pedro III, por su intervención en Sicilia en contra de la voluntad papal. La guerra terminó en 1285 con la aplastante victoria de los aragoneses y catalanes sobre los reinos de Francia, Nápoles, Génova y los Estados Pontificios.

Explico esto para destacar que a los españoles siempre nos ha ido muy bien cuando nos hemos ocupado de nuestros propios asuntos, y muy mal cuando nos hemos aliado con otros países europeos en empresas que ni nos iban ni nos venían. En el siglo XIII era lógico hacer la cruzada en casa, pues buena parte de España todavía estaba en poder del islam, en lugar de arriesgarnos en lejanas aventuras de ultramar para beneficio de franceses, ingleses, alemanes, venecianos y genoveses.

Lo que era recomendable entonces, lo sigue siendo ahora. Sobre todo en estos momentos de agitación generalizada en todo el mundo árabe, no está de más tomarnos un respiro para preguntarnos quiénes están detrás de la orquestación de todas estas algaradas, que ya se han teñido con sangre en muchos lugares, y qué pintamos nosotros en Libia, donde no se nos ha perdido nada.

Alguien dijo en cierta ocasión, a propósito de la Revolución francesa, que “una revuelta puede ser espontánea, pero que una revolución jamás lo es”. Lo que se ha producido en muchos países musulmanes es una auténtica revolución con todos los visos de haber sido organizada y patrocinada desde el exterior.

A los europeos nos ha llevado varios siglos aprender a convivir en lo que pomposamente llamamos “democracia” y que está muy lejos de ser lo que se supone que es: un gobierno del pueblo para el pueblo. La historia de Europa está trufada de horrores provocados por guerras y persecuciones, y el último capítulo de esta larga serie de atrocidades todavía está fresco en nuestra memoria. Lo vivimos recientemente en la extinta Yugoslavia. Nadie ha explicado todavía cómo se iniciaron unas violentas guerras marcadas por el odio racial y la intolerancia religiosa en un país que era uno de los más desarrollados del antiguo bloque soviético.

¿Cómo se explica que de la noche a la mañana unos vecinos se lancen a degollar a otros por ser croatas, serbios o bosnios? El odio no brota de forma espontánea, siempre hay alguien avivándolo subrepticiamente.

En el mundo árabe está sucediendo algo parecido. Ciertamente, no se trata de regímenes ejemplares, pero los que tenemos en Occidente también dejan mucho que desear. A menudo se hace hincapié en las ejecuciones llevadas a cabo en Irán para anatemizar al régimen de Ahmadineyad, pero se pasan por alto las ejecuciones que todos los años se realizan en Estados Unidos. O la brutal represión del Régimen chino contra los disidentes. Washington sigue demonizando a Cuba y Venezuela por ser regímenes socialistas, pero hace negocios alegremente con la República Popular china: un totalitario sistema comunista-capitalista donde los derechos humanos son pisoteados a diario.

Las Naciones tienen derecho a elegir su propio destino sin injerencias exteriores. Puede que los regímenes de Cuba, Venezuela o Irán tengan muchos opositores, pero sin duda también cuentan con muchos sostenedores. De lo contrario, no prevalecerían.

Hay que mantener la cabeza fría y no dejarse llevar por la moda. Los mismos que lideraban las alianzas de civilizaciones y ejercían de falsos profetas del ecumenismo y el diálogo interreligioso, ahora justifican una intervención militar en Libia contra el mismo dictador al que abrazaban efusivamente hace unos pocos meses. Nada sabemos de quiénes están llevando a cabo la oposición armada al régimen de Gadafi. ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Qué esperan obtener Francia y Reino Unido de estos elípticos “rebeldes” a los que apoyan bombardeando indiscriminadamente las poblaciones libias?

Las revueltas en Marruecos están siendo organizadas por grupos religiosos extremistas de nula vocación democrática. ¿Vamos a apoyarles? Por mucho que el monarca alauita no nos sea simpático, cometeríamos un grave error pensando que favorecemos a la democracia, o al pueblo marroquí, apoyando allí, o en Gaza, a los fanáticos salafistas.

Para Hamás, que gobierna la Franja de Gaza desde 2006, el mayor desafío político no proviene de Israel, a pesar del bloqueo, sino de estos grupos salafistas, un movimiento integrista musulmán que está vinculado con la red de Al Qaeda.

En Gaza, como en otros países musulmanes, la miseria se ha convertido en el caldo de cultivo de asociaciones yihadistas que viven de explotar el odio visceral de algunos hacia Occidente, al que responsabilizan de todos sus males. Lo cual, sólo es verdad en parte.
Para estos grupos yihadistas, además de la lucha a muerte contra Israel, el objetivo final es la creación de un gran Califato con capital en Gaza. En esta perspectiva, Hamás es un rival directo, ya que es considerado como un impedimento para la estrategia de los más fanáticos de atacar al Estado hebreo, sin treguas ni compromisos políticos.

Las formaciones salafistas son todavía una minoría en la Franja, pero representan un peligro para la ya delicada situación. Se inspiran en una tradición radical del islam, que se remonta a la corriente de Salafiya, que literalmente significa “Movimiento de los Antepasados”, fundado por el reformista egipcio Rashid Rida en el siglo XIX. Por cierto, contemporáneo de Theodor Herzl, fundador del Movimiento Sionista.

Sobre la fuerza numérica de los salafistas, hay evaluaciones contradictorias. Se estima que los militantes “profesionales” o full-time son un centenar. Entre los activistas hay también islamistas llegados del extranjero, sobre todo sirios y militantes del norte de África. Pero se calcula que esta corriente extremista puede tener un millar de simpatizantes freelance. Hace un año, Abu al Hareth, un portavoz del movimiento salafista, afirmó que en la Franja de Gaza, Al Qaeda “puede contar con 10.000 seguidores”. Analistas locales coinciden en que los salafistas aún son muy minoritarios en comparación con Hamás, que cuenta con unos 25.000 hombres armados, sobre una población total en Gaza de 1,5 millones de habitantes.

La Franja de Gaza se ha convertido en un polvorín que podría estallar en cualquier momento. La población se halla sometida al asedio israelí y al desafío de los radicales salafistas que podrían desencadenar una guerra civil con Hamás.

Estas organizaciones se caracterizan por observar una estricta ideología religiosa, que incluye un rechazo sistemático de todo lo que esté relacionado con Occidente. Su objetivo es restaurar el “verdadero” islam para volver a las fuentes, el Corán y la Sunna del Profeta. En el escenario actual, arrastrados por los proclamas de Osama ben Laden, los salafistas desafían abiertamente a Hamás, al que consideran demasiado “blando” en la aplicación de la Sharía (ley islámica), y acusan a sus integrantes de alejarse de su ideal de instaurar el Califato y de mostrarse sumisos ante Israel y sus aliados occidentales.

En los primeros siglos de expansión del islam, el título de “califa” fue adoptado por algunos príncipes árabes que, como sucesores del profeta Mahoma, ejercieron la suprema autoridad religiosa, militar y civil en los territorios conquistados por los musulmanes. El Califato es, por tanto, una forma de Estado teocrático con vocación imperialista.

De momento, lo único que están consiguiendo los extremistas salafistas partidarios de la restauración del Califato, es agudizar las posturas más encontradas con Israel, avivando las proclamas de los grupos ultrarreligiosos judíos más extremistas.

El odio siempre se retroalimenta del odio y la malhadada intervención militar en Libia, más pronto que tarde, sólo desencadenará más odio y resentimiento contra Occidente en los países musulmanes. Los quiméricos paternalismos de las alianzas de civilizaciones se han trocado en redivivas “cruzadas” para imponer los apócrifos evangelios neoliberales en los países musulmanes. La guerra de Libia no persigue otra cosa que expoliar los recursos naturales que alberga su subsuelo. Léase gas y petróleo.

Cualquier país que “ose” aprovecharse de sus propios recursos naturales, llámese Libia, Irán o Venezuela, se convierte inmediatamente en enemigo de la democracia y constituye una “amenaza” para Occidente. En cambio, si como en el caso de Nigeria, su corrupto Gobierno permite a las multinacionales extranjeras mangonear la extracción y comercialización del crudo a su libre albedrío, hablamos de un país “amigo” y obediente.

Sin embargo, los empobrecidos nigerianos no pueden repostar en las gasolineras de su propio país debido al elevado precio del combustible, y esto les lleva a perforar los oleoductos provocando dantescos accidentes a causa de las consiguientes explosiones e incendios que arrasan poblados enteros. Cientos de personas mueren calcinadas en estos accidentes que nunca aparecen en los informativos de televisión.

A Estados Unidos le preocupa mucho ahora instaurar la democracia en Irán, pero cuando existía, allá por 1953, fue la CIA la que organizó el golpe de Estado que derrocó al presidente electo, doctor Mossadegh, para colocar al sha Pahlavi. Y cuando el sha dejó de ser rentable a para los intereses de los Estados Unidos, fue también la CIA la que organizó el desembarco del ayatolá Jomeini en Teherán en 1979. Ahora ¿qué quieren? Todas estas revueltas en el mundo islámico desprenden un fétido tufo a mentira y parecen el nauseabundo prólogo para justificar una intervención militar a gran escala en Irán.

La guerra de Iraq sólo ha dejado un país destrozado donde ahora brota más que nunca el odio hacia los cristianos. No es de extrañar. Fueron tropas “cristianas” las que bombardearon sus ciudades y mataron a sus familiares y amigos en una sucia guerra por petróleo. ¿Qué esperábamos? Desgraciadamente, como siempre, quienes apechugan con las trágicas consecuencias son los inocentes: en esta ocasión les ha tocado a los cristianos iraquíes.

El movimiento salafista en Gaza, que empezó a extenderse en 2004, ha atraído a nuevos seguidores en los últimos años, que han sido reclutados sobre todo entre los decepcionados con Hamás. El caldo de cultivo para el extremismo –cuatro años después de iniciarse el bloqueo israelí– es el desempleo que atenaza a una juventud sin esperanza ni horizonte de futuro. Las organizaciones yihadistas en el extranjero lo saben, y están dispuestas a capitalizar el odio de estos jóvenes y la animadversión contra Israel que ha provocado en ellos el asedio a Gaza.

Este odio visceral ha servido para que los grupúsculos más radicales emprendan la lucha contra Hamás, a la que consideran “atea”. Preocupado por este desafío interno, el Gobierno de la Franja ha diseñado un plan para propagar su versión del islam y frenar a los islamistas rivales. Ahora se trata de ver quién es más “islamista” y fanático a fin de captar más seguidores y mantener el poder. Asimismo, esto sirve para que los colonos judíos y los grupos ultrarreligiosos justifiquen su extremismo.

Mientras el mundo árabe se desangra con las revueltas iniciadas a principios de año, el conflicto interno palestino se ha convertido en una confrontación abierta en Gaza. Y para frenar a los salafistas, a los de Hamás no se les ha ocurrido nada mejor que organizar sórdidas redadas y asesinar a varios líderes radicales.

Viendo lo que está pasando en el mundo árabe, lo mejor que podríamos hacer los europeos, al menos los españoles, es no alentar más el odio y poner fin a nuestra intervención militar en Libia con independencia de lo que diga la ONU. Porque, a fin de cuentas, ¿quién corta el bacalao en el Consejo de Seguridad de la ONU? Pues los mismos que organizan las guerras. Las resoluciones de la ONU no son más que subterfugios y ardides diplomáticos para legitimar sus reprobables acciones.

Entretanto, lo que debería hacer el actual Gobierno es centrar todos sus esfuerzos en combatir el desempleo, y olvidarse de “cruzadas” allende los mares.

Los nuevos cruzados

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
martes, 26 de abril de 2011, 07:19 h (CET)
Las Cruzadas tuvieron un marcado propósito comercial, aunque éste se escamoteó detrás de la piadosa empresa de reconquistar los Santos Lugares al Islam. La Cuarta, concretamente, fue tan descarada que ni siquiera se desarrolló en Tierra Santa: varió su rumbo para saquear Constantinopla en 1204. Los patrocinadores de dicha cruzada, los venecianos, estaban mucho más preocupados por liquidar la competencia comercial que les hacía Bizancio, la antigua capital del imperio cristiano de Oriente, que por recuperar el Santo Sepulcro de manos de los musulmanes.

Los reinos cristianos de España no participaron en ninguna de las ocho Cruzadas, aunque se reconocieron como tales distintas campañas militares desarrolladas en la Península contra los sarracenos. Especialmente la gran victoria obtenida contra éstos en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, y en la que participaron todos los reinos cristianos peninsulares. Mientras las armas cristianas triunfaban en España, en Tierra Santa los franceses e ingleses eran estrepitosamente derrotados por el gran caudillo Saladino que recuperaba para el islam la ciudad santa de Jerusalén.

Paradójicamente, y como recompensa por la decisiva victoria para la Cristiandad obtenida por los españoles, el de Aragón fue el único reino cristiano contra el que un papa declaró la Cruzada. Lo hizo Martín IV contra el rey don Pedro III, por su intervención en Sicilia en contra de la voluntad papal. La guerra terminó en 1285 con la aplastante victoria de los aragoneses y catalanes sobre los reinos de Francia, Nápoles, Génova y los Estados Pontificios.

Explico esto para destacar que a los españoles siempre nos ha ido muy bien cuando nos hemos ocupado de nuestros propios asuntos, y muy mal cuando nos hemos aliado con otros países europeos en empresas que ni nos iban ni nos venían. En el siglo XIII era lógico hacer la cruzada en casa, pues buena parte de España todavía estaba en poder del islam, en lugar de arriesgarnos en lejanas aventuras de ultramar para beneficio de franceses, ingleses, alemanes, venecianos y genoveses.

Lo que era recomendable entonces, lo sigue siendo ahora. Sobre todo en estos momentos de agitación generalizada en todo el mundo árabe, no está de más tomarnos un respiro para preguntarnos quiénes están detrás de la orquestación de todas estas algaradas, que ya se han teñido con sangre en muchos lugares, y qué pintamos nosotros en Libia, donde no se nos ha perdido nada.

Alguien dijo en cierta ocasión, a propósito de la Revolución francesa, que “una revuelta puede ser espontánea, pero que una revolución jamás lo es”. Lo que se ha producido en muchos países musulmanes es una auténtica revolución con todos los visos de haber sido organizada y patrocinada desde el exterior.

A los europeos nos ha llevado varios siglos aprender a convivir en lo que pomposamente llamamos “democracia” y que está muy lejos de ser lo que se supone que es: un gobierno del pueblo para el pueblo. La historia de Europa está trufada de horrores provocados por guerras y persecuciones, y el último capítulo de esta larga serie de atrocidades todavía está fresco en nuestra memoria. Lo vivimos recientemente en la extinta Yugoslavia. Nadie ha explicado todavía cómo se iniciaron unas violentas guerras marcadas por el odio racial y la intolerancia religiosa en un país que era uno de los más desarrollados del antiguo bloque soviético.

¿Cómo se explica que de la noche a la mañana unos vecinos se lancen a degollar a otros por ser croatas, serbios o bosnios? El odio no brota de forma espontánea, siempre hay alguien avivándolo subrepticiamente.

En el mundo árabe está sucediendo algo parecido. Ciertamente, no se trata de regímenes ejemplares, pero los que tenemos en Occidente también dejan mucho que desear. A menudo se hace hincapié en las ejecuciones llevadas a cabo en Irán para anatemizar al régimen de Ahmadineyad, pero se pasan por alto las ejecuciones que todos los años se realizan en Estados Unidos. O la brutal represión del Régimen chino contra los disidentes. Washington sigue demonizando a Cuba y Venezuela por ser regímenes socialistas, pero hace negocios alegremente con la República Popular china: un totalitario sistema comunista-capitalista donde los derechos humanos son pisoteados a diario.

Las Naciones tienen derecho a elegir su propio destino sin injerencias exteriores. Puede que los regímenes de Cuba, Venezuela o Irán tengan muchos opositores, pero sin duda también cuentan con muchos sostenedores. De lo contrario, no prevalecerían.

Hay que mantener la cabeza fría y no dejarse llevar por la moda. Los mismos que lideraban las alianzas de civilizaciones y ejercían de falsos profetas del ecumenismo y el diálogo interreligioso, ahora justifican una intervención militar en Libia contra el mismo dictador al que abrazaban efusivamente hace unos pocos meses. Nada sabemos de quiénes están llevando a cabo la oposición armada al régimen de Gadafi. ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Qué esperan obtener Francia y Reino Unido de estos elípticos “rebeldes” a los que apoyan bombardeando indiscriminadamente las poblaciones libias?

Las revueltas en Marruecos están siendo organizadas por grupos religiosos extremistas de nula vocación democrática. ¿Vamos a apoyarles? Por mucho que el monarca alauita no nos sea simpático, cometeríamos un grave error pensando que favorecemos a la democracia, o al pueblo marroquí, apoyando allí, o en Gaza, a los fanáticos salafistas.

Para Hamás, que gobierna la Franja de Gaza desde 2006, el mayor desafío político no proviene de Israel, a pesar del bloqueo, sino de estos grupos salafistas, un movimiento integrista musulmán que está vinculado con la red de Al Qaeda.

En Gaza, como en otros países musulmanes, la miseria se ha convertido en el caldo de cultivo de asociaciones yihadistas que viven de explotar el odio visceral de algunos hacia Occidente, al que responsabilizan de todos sus males. Lo cual, sólo es verdad en parte.
Para estos grupos yihadistas, además de la lucha a muerte contra Israel, el objetivo final es la creación de un gran Califato con capital en Gaza. En esta perspectiva, Hamás es un rival directo, ya que es considerado como un impedimento para la estrategia de los más fanáticos de atacar al Estado hebreo, sin treguas ni compromisos políticos.

Las formaciones salafistas son todavía una minoría en la Franja, pero representan un peligro para la ya delicada situación. Se inspiran en una tradición radical del islam, que se remonta a la corriente de Salafiya, que literalmente significa “Movimiento de los Antepasados”, fundado por el reformista egipcio Rashid Rida en el siglo XIX. Por cierto, contemporáneo de Theodor Herzl, fundador del Movimiento Sionista.

Sobre la fuerza numérica de los salafistas, hay evaluaciones contradictorias. Se estima que los militantes “profesionales” o full-time son un centenar. Entre los activistas hay también islamistas llegados del extranjero, sobre todo sirios y militantes del norte de África. Pero se calcula que esta corriente extremista puede tener un millar de simpatizantes freelance. Hace un año, Abu al Hareth, un portavoz del movimiento salafista, afirmó que en la Franja de Gaza, Al Qaeda “puede contar con 10.000 seguidores”. Analistas locales coinciden en que los salafistas aún son muy minoritarios en comparación con Hamás, que cuenta con unos 25.000 hombres armados, sobre una población total en Gaza de 1,5 millones de habitantes.

La Franja de Gaza se ha convertido en un polvorín que podría estallar en cualquier momento. La población se halla sometida al asedio israelí y al desafío de los radicales salafistas que podrían desencadenar una guerra civil con Hamás.

Estas organizaciones se caracterizan por observar una estricta ideología religiosa, que incluye un rechazo sistemático de todo lo que esté relacionado con Occidente. Su objetivo es restaurar el “verdadero” islam para volver a las fuentes, el Corán y la Sunna del Profeta. En el escenario actual, arrastrados por los proclamas de Osama ben Laden, los salafistas desafían abiertamente a Hamás, al que consideran demasiado “blando” en la aplicación de la Sharía (ley islámica), y acusan a sus integrantes de alejarse de su ideal de instaurar el Califato y de mostrarse sumisos ante Israel y sus aliados occidentales.

En los primeros siglos de expansión del islam, el título de “califa” fue adoptado por algunos príncipes árabes que, como sucesores del profeta Mahoma, ejercieron la suprema autoridad religiosa, militar y civil en los territorios conquistados por los musulmanes. El Califato es, por tanto, una forma de Estado teocrático con vocación imperialista.

De momento, lo único que están consiguiendo los extremistas salafistas partidarios de la restauración del Califato, es agudizar las posturas más encontradas con Israel, avivando las proclamas de los grupos ultrarreligiosos judíos más extremistas.

El odio siempre se retroalimenta del odio y la malhadada intervención militar en Libia, más pronto que tarde, sólo desencadenará más odio y resentimiento contra Occidente en los países musulmanes. Los quiméricos paternalismos de las alianzas de civilizaciones se han trocado en redivivas “cruzadas” para imponer los apócrifos evangelios neoliberales en los países musulmanes. La guerra de Libia no persigue otra cosa que expoliar los recursos naturales que alberga su subsuelo. Léase gas y petróleo.

Cualquier país que “ose” aprovecharse de sus propios recursos naturales, llámese Libia, Irán o Venezuela, se convierte inmediatamente en enemigo de la democracia y constituye una “amenaza” para Occidente. En cambio, si como en el caso de Nigeria, su corrupto Gobierno permite a las multinacionales extranjeras mangonear la extracción y comercialización del crudo a su libre albedrío, hablamos de un país “amigo” y obediente.

Sin embargo, los empobrecidos nigerianos no pueden repostar en las gasolineras de su propio país debido al elevado precio del combustible, y esto les lleva a perforar los oleoductos provocando dantescos accidentes a causa de las consiguientes explosiones e incendios que arrasan poblados enteros. Cientos de personas mueren calcinadas en estos accidentes que nunca aparecen en los informativos de televisión.

A Estados Unidos le preocupa mucho ahora instaurar la democracia en Irán, pero cuando existía, allá por 1953, fue la CIA la que organizó el golpe de Estado que derrocó al presidente electo, doctor Mossadegh, para colocar al sha Pahlavi. Y cuando el sha dejó de ser rentable a para los intereses de los Estados Unidos, fue también la CIA la que organizó el desembarco del ayatolá Jomeini en Teherán en 1979. Ahora ¿qué quieren? Todas estas revueltas en el mundo islámico desprenden un fétido tufo a mentira y parecen el nauseabundo prólogo para justificar una intervención militar a gran escala en Irán.

La guerra de Iraq sólo ha dejado un país destrozado donde ahora brota más que nunca el odio hacia los cristianos. No es de extrañar. Fueron tropas “cristianas” las que bombardearon sus ciudades y mataron a sus familiares y amigos en una sucia guerra por petróleo. ¿Qué esperábamos? Desgraciadamente, como siempre, quienes apechugan con las trágicas consecuencias son los inocentes: en esta ocasión les ha tocado a los cristianos iraquíes.

El movimiento salafista en Gaza, que empezó a extenderse en 2004, ha atraído a nuevos seguidores en los últimos años, que han sido reclutados sobre todo entre los decepcionados con Hamás. El caldo de cultivo para el extremismo –cuatro años después de iniciarse el bloqueo israelí– es el desempleo que atenaza a una juventud sin esperanza ni horizonte de futuro. Las organizaciones yihadistas en el extranjero lo saben, y están dispuestas a capitalizar el odio de estos jóvenes y la animadversión contra Israel que ha provocado en ellos el asedio a Gaza.

Este odio visceral ha servido para que los grupúsculos más radicales emprendan la lucha contra Hamás, a la que consideran “atea”. Preocupado por este desafío interno, el Gobierno de la Franja ha diseñado un plan para propagar su versión del islam y frenar a los islamistas rivales. Ahora se trata de ver quién es más “islamista” y fanático a fin de captar más seguidores y mantener el poder. Asimismo, esto sirve para que los colonos judíos y los grupos ultrarreligiosos justifiquen su extremismo.

Mientras el mundo árabe se desangra con las revueltas iniciadas a principios de año, el conflicto interno palestino se ha convertido en una confrontación abierta en Gaza. Y para frenar a los salafistas, a los de Hamás no se les ha ocurrido nada mejor que organizar sórdidas redadas y asesinar a varios líderes radicales.

Viendo lo que está pasando en el mundo árabe, lo mejor que podríamos hacer los europeos, al menos los españoles, es no alentar más el odio y poner fin a nuestra intervención militar en Libia con independencia de lo que diga la ONU. Porque, a fin de cuentas, ¿quién corta el bacalao en el Consejo de Seguridad de la ONU? Pues los mismos que organizan las guerras. Las resoluciones de la ONU no son más que subterfugios y ardides diplomáticos para legitimar sus reprobables acciones.

Entretanto, lo que debería hacer el actual Gobierno es centrar todos sus esfuerzos en combatir el desempleo, y olvidarse de “cruzadas” allende los mares.

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Estimula tu mente para construir el futuro anhelado, arraigados en nuestra población está el clamor y pensamientos desconcertante que ahoga en profundas aguas a tantas personas sumergiéndolos con dilemas desafiantes que los insta a constantes cambios: sociales, climáticos, migratorios, políticos, también las críticas destructivas, escasez en conocimiento, inconsciencia, como pérdida en valores morales persiguen a cada individuo y su descendencia.

La experimentación animal está obsoleta, es cruel y además no tiene efectividad, pues las reacciones no son las mismas en animales que en personas y, sin embargo, en nombre de la ciencia se mantiene un oscuro negocio, el negocio del horror siendo de nuevo los animales las víctimas inocentes que lo padecen.

He mostrado públicamente mis diferencias con algunas medidas que ha tomado el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y con su política de alianzas en los últimos tiempos. Lo hice por convicción y lealtad y por esas mismas razones quiero expresarle ahora mi completo apoyo, mi solidaridad, mi afecto y mi agradecimiento.

 
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