Dice poco a favor de los espectadores de Sundance que Happythankyoumoreplease se llevara el premio del público, porque, en muchos sentidos, el film dirigido por Josh Radnor representa el poco estimulante aire de autosatisfacción que ha ido acusando cierto cine “indie” (entre varios pares de comillas) en los últimos tiempos.
Little Miss Sunshine ya hizo progresos en la presentación en envoltorio disfuncional de dramas de corazón enclenque y poco progresista, a pesar de los taparrabos. El indie sundanciano está cada vez menos volado y más established. ¿Qué separa Happythankyoumoreplease de Sin Compromiso, que reseñábamos hace un par de semanas?
Pues quizás menos de lo quisiera la primera de ellas respecto a la segunda, porque otra cosa no, pero espíritu de voz generacional de los treintañeros culturetas neoyorkinos, a Josh Radnor no le falta. A los treinta, no hay que quedarse nunca corto en expectativas, o la muerte espiritual acecha.
Y las expectativas que propone la película tienen mucho que ver con el amor, la alegría y la felicidad, que dan la sensación de ser musts de los sujetos en crisis que abandonan, abismo mediante, la juventud. Haz lo que sea, parece susurrar a veces Happythankyoumoreplease, para ser feliz, porque lo agradable, lo que engloba en su campo semántico palabras como “please”, “thank you” y “happy, es lo que cuenta, at the end of the day.
No deja de tener razón en cierto sentido, pero algo en cómo se narra la historia, con qué personajes maravillosos lo hace y lo poco incisivo que resulta el director con ellos, hace el mensaje del film tremendamente aburrido, sosaina y trilladísimo. Y es una lástima, porque dramas oscuros y reconcentrados, los hay a patadas, pero películas capaces de representar con honestidad las partes más positivas de nuestra existencia, de esas, hay menos.
Quizás la autoayuda audiovisual que practica Happythankyoumoreplease necesita reformular un poco su candidez para resultarnos atractiva y veraz. Añadir a su receta “Indie” una pizca de mala leche y otra de estilo en la puesta en escena, para no tener la impresión de que en el lugar común en que reside su estética se reconcentra la naturaleza acomodada de la película.
Ello no evita que los sentimientos que desprenden los actores, todos ellos comprometidos con el film, circulen con cierta densidad muy viva, que el actor de Cómo conocí a vuestra madre parezca un atractivo treintañero proyecto de sex symbol y que algunas historias apunten arriba y con maneras. Tiene momentos, como se dice en las charlas posteriores al cine, tiene puntos, como se solía decir y espero que aún se diga, y tiene comas, añado, aunque no tenga muy claro por qué.
Pero, at the end of the day, de nuevo, la película queda lejos del ingenio corrosivo de las comedias de Allen o de las crisis de fibrilación de los personajes de P.T. Anderson, para proponerse como su reverso descafeinado y vaciado del sufrimiento incómodo de aquéllas. Es, quizás en el peor sentido, una película de nuestros tiempos. Una “voz generacional”, sí, pero tan poco crítica y tan obsesionada por el bienestar, que en realidad, y sin intención alguna por su parte, termina resultando inquietante.