El sector secundario supone el 16% del PIB español, frente a una media en la Europa desarrollada del 40%.La temporalidad roza el 30% y supera con mucho la de los países occidentales de la UE.
La fuerte creación de empleo en España en los años de bonanza fue el asombro de la economía europea. Del mismo modo que ahora el brutal crecimiento del desempleo causa perplejidad y alarma en la UE. En apenas un par de años, se pasó de una tasa de paro del 8% a otra próxima al 12,8%, mientras la mayoría de países europeos mantenían sus tasas de empleo. El alto nivel de temporalidad, y un modelo productivo precario y con escaso sector industrial, son los responsables.
Gracias a las casposas recetas neoliberales aplicadas en los últimos años –no sólo los de Zapatero–, hemos pasado de ser un país desarrollado, a volver a ser un país en vías (muertas) de desarrollo. O subdesarrollado, si se prefiere. No somos una “economía emergente” porque nos estamos hundiendo y, además, aquéllas crean empleo, nosotros lo destruimos. Sólo nos parecemos a ellas en la precariedad laboral que ya compartimos con albaneses, moldavos, indios y chinos. Sin embargo, nuestra élite empresarial opina que todavía podemos empobrecernos un poco más para su mayor gloria y enriquecimiento. ¡Loados sean!
El desempleo en España ha subido hasta llegar a los 4,7 millones de parados. Es cierto que, porcentualmente, Albania, Moldavia, Marruecos, Zimbabue y Mozambique nos superan. Pero estamos muy lejos de Francia, Alemania y los países escandinavos, donde la crisis apenas sí está afectando al empleo. La prueba es que incluso están logrando disminuir sus tasas de paro.
De hecho, sólo Grecia, Irlanda y Portugal sufren graves deterioros de sus mercados laborales. Precisamente los países “rescatados” o en ciernes de serlo. España (¿?) es el socio de la UE donde crece más el desempleo, y algunos expertos dan por sentado que se llegará a los 5 millones en 2012. Tal vez, antes.
En 2007, cuando empezó a vislumbrarse la crisis, el 75% del Producto Interior Bruto (PIB) estaba sustentado por los servicios (63,5%), principalmente el turismo, y por la construcción (11,5%), mientras que la industria apenas sí aportaba el 16%. En los países industrializados europeos, el peso de las empresas productivas es del 40%. Incluso en estados menos desarrollados como Turquía, la industria representa casi un 25%. Pero aquí preferimos deslocalizar las pocas empresas industriales que teníamos pensando que podríamos vivir del turismo y de especular con la compra-venta de viviendas. En una palabra: vivir del cuento.
Nos equivocamos al apostar por los servicios y ahora estamos sufriendo los efectos perniciosos de la altísima precariedad de ese mercado laboral, ya que se sustenta en la contratación de temporales porque son más baratos y fáciles de echar. Sobre todo los trabajadores inmigrantes, a los que se explota a conciencia. En España se firman al mes más de un millón de contratos de este tipo (contrato-basura), frente a apenas 120.000 fijos o indefinidos. La tasa de temporalidad roza el 30%, cuando en Alemania está en el 14%, en Italia es del 12%, y en Portugal es del 22%. Bélgica, Holanda y Reino Unido no llegan a los dos dígitos.
Algunos expertos niegan que, como defienden las empresas del IBEX-35, la legislación laboral española sea demasiado rígida. Los costes del despido, apuntan, son similares en toda Europa, e incluso países como Francia u Holanda ofrecen muchas más garantías a los trabajadores que España. Los empresarios españoles recurren demasiado a la flexibilidad externa (a los despidos), mientras que en Europa se ensayan más medidas de flexibilidad interna: reorganización de plantillas.
Por otra parte, en Francia o Alemania, una empresa como Telefónica, por poner un ejemplo, no podría plantear un ERE y echar a 5.600 personas a la calle, después de haber repartido beneficios entre sus accionistas y aumentado escandalosamente los ya abultados salarios de sus ejecutivos.
Es más, en un país serio, el presidente de Telefónica no se habría atrevido a plantear semejante cacicada al Gobierno. Claro que, en un país serio, tampoco se presentarían en las listas electorales para los comicios municipales de mayo, más de 100 imputados por casos de corrupción. Y tampoco se permitiría a los tránsfugas aprovecharse del sistema.
Pero si el nuestro fuese un país serio, no sería España.