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Opinión
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Robert J. Samuelson

El primer adulto, ausente

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WASHINGTON - Si se ha preguntado el motivo de que sea tan difícil dominar el déficit presupuestario, debería de consultar un nuevo estudio de la Oficina Presupuestaria del Congreso llamado "Reducir el déficit: opciones de gasto público y recaudación fiscal" (puede encontrarse gratuitamente en www.cbo.gov). Descubrirá en sus 240 páginas que el déficit puede ser contenido definitivamente. La Oficina plantea 105 políticas (no las suscribe) que contraerían el déficit billones de dólares a lo largo de la próxima década. También descubrirá - ¡sorpresa! - que la gran mayoría de opciones son veneno político.

Suponga que elevamos el impuesto federal de los combustibles 25 centavos el galón, de 18,4 centavos a 43,4 centavos de dólar. Eso recaudará 291.000 millones de dólares a lo largo de la década que va de 2012 a 2021, según calcula la Oficina. O podríamos elevar la edad de jubilación anticipada o formal de la seguridad social; una sugerencia consiste en elevar las edades (62 años y 66 años ahora) dos meses al año hasta alcanzar los objetivos fijados (pongamos 64 y 70 años). La Oficina calcula que los ahorros de la década rondan los 264.000 millones de dólares. Qué le parece desplazar paulatinamente la edad mínima para acogerse al programa Medicare de la tercera edad de los 65 a los 67 años. El ahorro: 125.000 millones.

¿Hemos acabado? De empezar. A lo sumo, estos mínimos halagadores de multitudes suponen reducciones mínimamente visibles. Recuerde que el déficit ronda en total los 10 billones de dólares a lo largo de la próxima década dentro de los presupuestos originales del Presidente Obama para el ejercicio 2012. Ésa es la idea: hasta descontando el impacto de la acusada recesión, el déficit futuro es tan considerable que no puede extinguirse mediante retoques cosméticos. Deberíamos de estar haciendo preguntas básicas:

- ¿Qué tamaño tiene la administración pública que queremos? Durante cuatro décadas, el gasto federal ha rondado el 21% del producto interior bruto de media. Una población que envejece y unos costes sanitarios elevados se traducen en que el gasto público medio, como porcentaje del PIB, se elevará un tercio o más durante los próximos 10 a 15 años si los programas de hoy se prolongan sin más.

- ¿Quién merece recibir subvenciones públicas y de qué cuantía? Alrededor del 55% del gasto público se destina a particulares, ancianos, veteranos, granjeros, estudiantes, discapacitados y pobres incluidos.

- ¿En qué medida, de haber alguna, debe permitirse que el gasto público social presione al gasto de la defensa nacional?

- Si suben los impuestos, ¿cuánto y a quién? ¿Qué subidas tributarias perjudicarán menos al crecimiento económico?

No estamos manteniendo este debate, y el Presidente Obama tiene la culpa más que nadie. Su reciente discurso presupuestario en la Universidad George Washington fue un revelador referente de huida de un tema, contradicciones y engaño mediante artificios. Él advirtió que hacia el ejercicio 2025, los actuales tipos impositivos sólo bastarán para financiar "Medicare, Medicaid, la seguridad social y la servidumbre de la deuda... Todas las demás prioridades nacionales -- la educación, el transporte público, hasta nuestra seguridad nacional -- se pagarán con dinero prestado". Señalaba que las empresas pueden no invertir en un país que parece "incapaz de cuadrar sus cuentas".

Vale. Pero Obama no tiene ningún plan para cuadrar los presupuestos -- nunca lo ha tenido. Afirma que "todo tipo de gasto público se contempla". Pero no se está contemplando todo tipo de gasto público. Él descarta prácticamente recortar la seguridad social, el mayor programa de la administración (gasto en el ejercicio 2011: 727.000 millones de dólares). Por ejemplo, la seguridad social queda excluida del mecanismo propuesto que automáticamente reduciría el gasto público y elevaría los impuestos en caso de no cumplirse determinados objetivos de reducción del déficit. También exime al programa Medicare (gasto durante el ejercicio 2011: 572.000 millones) casi íntegramente.

El presidente sigue promoviendo "una conversación adulta" en torno a los presupuestos, pero no puede tener lugar si el Primer Adulto no interpreta su papel. Obama está impaciente por ser de todo para todo el mundo. Está contra la deuda pública y sus efectos secundarios, pero está a favor de conservar la seguridad social y el programa Medicare sin cambios sustanciales. Está a favor de hacer "recortes dolorosos" pero está en contra de decir cuáles son y de defenderlos. Predica a los cuatro vientos objetivos ambiciosos sin decir cómo se pretenden alcanzar. Por encima de todo, está a favor de meter goles políticos a los Republicanos.

La política de reducción del déficit es inherentemente impopular. Una forma -- tal vez la única -- de romper la parálisis actual consiste en alterar a la opinión pública de forma que ciertas prestaciones públicas se consideren innecesarias o ilegítimas y ciertos impuestos sean considerados lastre compartido justo.

Teniendo en cuenta el mejor estado de salud, la mayor esperanza de vida y la situación más acomodada de la tercera edad, ¿por qué no deben de elevarse las edades mínimas para recibir la pensión de la seguridad social y el programa Medicare y generalizarse el uso de condicionantes para acceder a ciertas prestaciones? El presidente no aborda este debate. Los ganaderos reciben alrededor de 15.000 millones de dólares al ejercicio en concepto de subvenciones agrícolas para ayudar a compensar la incertidumbre del clima y la fluctuación de los precios. Considerando que los mercados volátiles imponen incertidumbres comparables a muchos estadounidenses, ¿por qué merecen protección especial los granjeros? El presidente no toma parte de este debate. ¿Un impuesto a los combustibles más elevado no reduciría el déficit presupuestario y la importación de crudo? Obama también guarda silencio en esto.

Todo esto puede ser políticamente inteligente. Los votantes desprecian las decisiones difíciles. A los tertulianos de izquierdas les encantó el discurso de Obama. Pero otra audiencia no está tan impresionada -- los gestores globales. La respetada columnista del Financial Times Gillian Tett preguntaba hace poco si se puede creer "la tranquilizadora charla de la administración sobre la deuda". Por completo no, concluía. Poco después, Standard & Poor's advertía que podría rebajar la calificación de la deuda soberana estadounidense. Obama está flirteando con problemas graves, incluso si no se da cuenta de ello.

El primer adulto, ausente

Robert J. Samuelson
Robert J. Samuelson
domingo, 24 de abril de 2011, 08:38 h (CET)
WASHINGTON - Si se ha preguntado el motivo de que sea tan difícil dominar el déficit presupuestario, debería de consultar un nuevo estudio de la Oficina Presupuestaria del Congreso llamado "Reducir el déficit: opciones de gasto público y recaudación fiscal" (puede encontrarse gratuitamente en www.cbo.gov). Descubrirá en sus 240 páginas que el déficit puede ser contenido definitivamente. La Oficina plantea 105 políticas (no las suscribe) que contraerían el déficit billones de dólares a lo largo de la próxima década. También descubrirá - ¡sorpresa! - que la gran mayoría de opciones son veneno político.

Suponga que elevamos el impuesto federal de los combustibles 25 centavos el galón, de 18,4 centavos a 43,4 centavos de dólar. Eso recaudará 291.000 millones de dólares a lo largo de la década que va de 2012 a 2021, según calcula la Oficina. O podríamos elevar la edad de jubilación anticipada o formal de la seguridad social; una sugerencia consiste en elevar las edades (62 años y 66 años ahora) dos meses al año hasta alcanzar los objetivos fijados (pongamos 64 y 70 años). La Oficina calcula que los ahorros de la década rondan los 264.000 millones de dólares. Qué le parece desplazar paulatinamente la edad mínima para acogerse al programa Medicare de la tercera edad de los 65 a los 67 años. El ahorro: 125.000 millones.

¿Hemos acabado? De empezar. A lo sumo, estos mínimos halagadores de multitudes suponen reducciones mínimamente visibles. Recuerde que el déficit ronda en total los 10 billones de dólares a lo largo de la próxima década dentro de los presupuestos originales del Presidente Obama para el ejercicio 2012. Ésa es la idea: hasta descontando el impacto de la acusada recesión, el déficit futuro es tan considerable que no puede extinguirse mediante retoques cosméticos. Deberíamos de estar haciendo preguntas básicas:

- ¿Qué tamaño tiene la administración pública que queremos? Durante cuatro décadas, el gasto federal ha rondado el 21% del producto interior bruto de media. Una población que envejece y unos costes sanitarios elevados se traducen en que el gasto público medio, como porcentaje del PIB, se elevará un tercio o más durante los próximos 10 a 15 años si los programas de hoy se prolongan sin más.

- ¿Quién merece recibir subvenciones públicas y de qué cuantía? Alrededor del 55% del gasto público se destina a particulares, ancianos, veteranos, granjeros, estudiantes, discapacitados y pobres incluidos.

- ¿En qué medida, de haber alguna, debe permitirse que el gasto público social presione al gasto de la defensa nacional?

- Si suben los impuestos, ¿cuánto y a quién? ¿Qué subidas tributarias perjudicarán menos al crecimiento económico?

No estamos manteniendo este debate, y el Presidente Obama tiene la culpa más que nadie. Su reciente discurso presupuestario en la Universidad George Washington fue un revelador referente de huida de un tema, contradicciones y engaño mediante artificios. Él advirtió que hacia el ejercicio 2025, los actuales tipos impositivos sólo bastarán para financiar "Medicare, Medicaid, la seguridad social y la servidumbre de la deuda... Todas las demás prioridades nacionales -- la educación, el transporte público, hasta nuestra seguridad nacional -- se pagarán con dinero prestado". Señalaba que las empresas pueden no invertir en un país que parece "incapaz de cuadrar sus cuentas".

Vale. Pero Obama no tiene ningún plan para cuadrar los presupuestos -- nunca lo ha tenido. Afirma que "todo tipo de gasto público se contempla". Pero no se está contemplando todo tipo de gasto público. Él descarta prácticamente recortar la seguridad social, el mayor programa de la administración (gasto en el ejercicio 2011: 727.000 millones de dólares). Por ejemplo, la seguridad social queda excluida del mecanismo propuesto que automáticamente reduciría el gasto público y elevaría los impuestos en caso de no cumplirse determinados objetivos de reducción del déficit. También exime al programa Medicare (gasto durante el ejercicio 2011: 572.000 millones) casi íntegramente.

El presidente sigue promoviendo "una conversación adulta" en torno a los presupuestos, pero no puede tener lugar si el Primer Adulto no interpreta su papel. Obama está impaciente por ser de todo para todo el mundo. Está contra la deuda pública y sus efectos secundarios, pero está a favor de conservar la seguridad social y el programa Medicare sin cambios sustanciales. Está a favor de hacer "recortes dolorosos" pero está en contra de decir cuáles son y de defenderlos. Predica a los cuatro vientos objetivos ambiciosos sin decir cómo se pretenden alcanzar. Por encima de todo, está a favor de meter goles políticos a los Republicanos.

La política de reducción del déficit es inherentemente impopular. Una forma -- tal vez la única -- de romper la parálisis actual consiste en alterar a la opinión pública de forma que ciertas prestaciones públicas se consideren innecesarias o ilegítimas y ciertos impuestos sean considerados lastre compartido justo.

Teniendo en cuenta el mejor estado de salud, la mayor esperanza de vida y la situación más acomodada de la tercera edad, ¿por qué no deben de elevarse las edades mínimas para recibir la pensión de la seguridad social y el programa Medicare y generalizarse el uso de condicionantes para acceder a ciertas prestaciones? El presidente no aborda este debate. Los ganaderos reciben alrededor de 15.000 millones de dólares al ejercicio en concepto de subvenciones agrícolas para ayudar a compensar la incertidumbre del clima y la fluctuación de los precios. Considerando que los mercados volátiles imponen incertidumbres comparables a muchos estadounidenses, ¿por qué merecen protección especial los granjeros? El presidente no toma parte de este debate. ¿Un impuesto a los combustibles más elevado no reduciría el déficit presupuestario y la importación de crudo? Obama también guarda silencio en esto.

Todo esto puede ser políticamente inteligente. Los votantes desprecian las decisiones difíciles. A los tertulianos de izquierdas les encantó el discurso de Obama. Pero otra audiencia no está tan impresionada -- los gestores globales. La respetada columnista del Financial Times Gillian Tett preguntaba hace poco si se puede creer "la tranquilizadora charla de la administración sobre la deuda". Por completo no, concluía. Poco después, Standard & Poor's advertía que podría rebajar la calificación de la deuda soberana estadounidense. Obama está flirteando con problemas graves, incluso si no se da cuenta de ello.

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