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E. J. Dionne

Por qué siguen pesando las "falsas elecciones"

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WASHINGTON - La idea de que las "falsas elecciones" están distorsionando nuestra política es objeto de ataques. Quiero defender el concepto tanto por contenido como por motivos personales.

El primer indicador de que algo no va bien fue la columna de mi colega Ruth Marcus publicada el 31 de marzo en la que afirma directamente: "Es hora de jubilar las falsas elecciones".

"Como artefacto retórico, artefacto retórico político sobre todo, la falsa elección ha superado su vida útil, si es que en algún momento la tuvo", escribía ella. "La fórmula se ha convertido en un sucedáneo del razonamiento serio. Con demasiada frecuencia sirve para enmarañar las cosas en lugar de explicarlas".

Aunque empatizo con la frustración de Marcus con la elección falsa evocada en ocasiones para evadir cualquier elección, respetuosa pero apasionadamente discrepo de ella. Y ella no está sola en su escepticismo.

Pocos días después de publicarse su columna, el locutor de la radio pública Ari Shapiro ofrecía una columna equilibrada, entretenida y resueltamente justa acerca de la debilidad del Presidente Obama por las elecciones falsas. Incluyó las opiniones de Mary Kate Cary, una crítica de las elecciones falsas y antigua redactora de discursos del Presidente George H.W. Bush: "Es tentador para el que habla distorsionar los dos extremos de forma que se enfurezca a la crítica y se invite a respuestas del tipo, bueno, del tipo eso no tiene nada que ver con lo que yo digo".

Cary tiene razón en que la elección falsa es un recurso verbal que se utiliza de forma errónea con demasiada facilidad. Mi valoración reciente favorita de una falsa elección falsa -- perdón -- clásica parece ofrecida por mi colega Hendrik Hertzberg en su blog del New Yorker.

Al elogiar el discurso del Presidente Obama en la Universidad George Washington a principios de este mes en materia presupuestaria, Hertzberg decía alegrarse de que el presidente no cayera en el peor tipo de elección. "Sé que es estúpido", escribe Hertzberg, "pero me preocupaba un poco que nos pudiéramos alterar con algo como 'Hemos de rechazar los dos extremos, los que dicen que no debemos de ayudar a los ancianos y los enfermos, y los que dicen que debemos hacerlo'". Yo también; me alegro de que Obama no se acercara a esa clase de cosas.

Pero si bien son falsas elecciones falsas, también hay falsas elecciones reales. Y llegados a este punto, debo reconocer mi propio interés personal en este debate. Hace veinte años, escribí un libro titulado "Por qué odian los estadounidenses la política" argumentando que izquierdistas y conservadores imponen a menudo una serie de elecciones artificiales al elector que le impiden expresar sus verdaderos gustos. Muchos electores prefirieron la política inteligente de "las dos cosas" al enfoque artificialmente limitado del "una de las dos".

El caso clásico para mí es la división artificial de los estadounidenses en "feministas" y "pro-familia". Destacaba que la mayoría de los estadounidenses acepta la igualdad de hombres y mujeres pero se muestran preocupados por la forma en la que las nuevas formas de conciliación de la vida laboral afectan a la vida familiar.

"Las mujeres que sacan tiempo de su vida profesional para cuidar de los hijos son 'castigadas' de manera rutinaria por limitar sus posibilidades de ascenso", escribía. "¿Describir esta práctica como injusta es 'feminista' o es 'pro-familia'? ¿Es 'feminista' o 'pro-familia' afirmar que esta práctica pone de relieve el escaso reconocimiento de la sociedad a la labor que desempeñan los tutores?"

Existía y existe un abanico de elecciones falsas paralizantes más en el seno de nuestro diálogo político. El Presidente Bill Clinton escribió abundantemente acerca del impacto de mi argumento de falsa elección en sus memorias "My Life", y a continuación profirió un excelente catálogo de elecciones falsas que hemos de evitar. Entre ellas: Entre "excelencia e igualdad" en la educación; entre "igualdad y acceso universal a la sanidad"; entre "un medio ambiente más limpio o más crecimiento económico"; entre "prevención de la delincuencia y "castigo de los delincuentes".

Desenmascarar las falsas elecciones es especialmente importante para los progresistas para los que la tarea de encontrar el equilibrio idóneo -- entre gobierno y mercado, entre mayor igualdad y la necesidad de incentivos, entre el respeto a la tradición y el compromiso con la libertad individual -- es fundamental para su filosofía política. En el actual combate presupuestario, la quintaesencia de las elecciones falsas es la premisa fundamental del plan de los legisladores Republicanos: que hemos de elegir entre recortes en los programas públicos o subidas tributarias. Ellos se decantan exclusivamente por los recortes en los programas públicos. Nuestro objetivo habría de ser encontrar el equilibrio idóneo entre las dos cosas.

Marcus, Cary y el resto de críticos de las elecciones falsas pueden realizar un útil servicio público si persuaden a los políticos de utilizar el término como caricatura con la que discrepan o de evitar tomar cualquier decisión. Pero no debemos abandonar la idea de que combatir las falsas elecciones es esencial para enmarcar de forma honesta las elecciones que verdaderamente y con urgencia hemos de hacer.

Por qué siguen pesando las "falsas elecciones"

E. J. Dionne
E. J. Dionne
domingo, 24 de abril de 2011, 08:36 h (CET)
WASHINGTON - La idea de que las "falsas elecciones" están distorsionando nuestra política es objeto de ataques. Quiero defender el concepto tanto por contenido como por motivos personales.

El primer indicador de que algo no va bien fue la columna de mi colega Ruth Marcus publicada el 31 de marzo en la que afirma directamente: "Es hora de jubilar las falsas elecciones".

"Como artefacto retórico, artefacto retórico político sobre todo, la falsa elección ha superado su vida útil, si es que en algún momento la tuvo", escribía ella. "La fórmula se ha convertido en un sucedáneo del razonamiento serio. Con demasiada frecuencia sirve para enmarañar las cosas en lugar de explicarlas".

Aunque empatizo con la frustración de Marcus con la elección falsa evocada en ocasiones para evadir cualquier elección, respetuosa pero apasionadamente discrepo de ella. Y ella no está sola en su escepticismo.

Pocos días después de publicarse su columna, el locutor de la radio pública Ari Shapiro ofrecía una columna equilibrada, entretenida y resueltamente justa acerca de la debilidad del Presidente Obama por las elecciones falsas. Incluyó las opiniones de Mary Kate Cary, una crítica de las elecciones falsas y antigua redactora de discursos del Presidente George H.W. Bush: "Es tentador para el que habla distorsionar los dos extremos de forma que se enfurezca a la crítica y se invite a respuestas del tipo, bueno, del tipo eso no tiene nada que ver con lo que yo digo".

Cary tiene razón en que la elección falsa es un recurso verbal que se utiliza de forma errónea con demasiada facilidad. Mi valoración reciente favorita de una falsa elección falsa -- perdón -- clásica parece ofrecida por mi colega Hendrik Hertzberg en su blog del New Yorker.

Al elogiar el discurso del Presidente Obama en la Universidad George Washington a principios de este mes en materia presupuestaria, Hertzberg decía alegrarse de que el presidente no cayera en el peor tipo de elección. "Sé que es estúpido", escribe Hertzberg, "pero me preocupaba un poco que nos pudiéramos alterar con algo como 'Hemos de rechazar los dos extremos, los que dicen que no debemos de ayudar a los ancianos y los enfermos, y los que dicen que debemos hacerlo'". Yo también; me alegro de que Obama no se acercara a esa clase de cosas.

Pero si bien son falsas elecciones falsas, también hay falsas elecciones reales. Y llegados a este punto, debo reconocer mi propio interés personal en este debate. Hace veinte años, escribí un libro titulado "Por qué odian los estadounidenses la política" argumentando que izquierdistas y conservadores imponen a menudo una serie de elecciones artificiales al elector que le impiden expresar sus verdaderos gustos. Muchos electores prefirieron la política inteligente de "las dos cosas" al enfoque artificialmente limitado del "una de las dos".

El caso clásico para mí es la división artificial de los estadounidenses en "feministas" y "pro-familia". Destacaba que la mayoría de los estadounidenses acepta la igualdad de hombres y mujeres pero se muestran preocupados por la forma en la que las nuevas formas de conciliación de la vida laboral afectan a la vida familiar.

"Las mujeres que sacan tiempo de su vida profesional para cuidar de los hijos son 'castigadas' de manera rutinaria por limitar sus posibilidades de ascenso", escribía. "¿Describir esta práctica como injusta es 'feminista' o es 'pro-familia'? ¿Es 'feminista' o 'pro-familia' afirmar que esta práctica pone de relieve el escaso reconocimiento de la sociedad a la labor que desempeñan los tutores?"

Existía y existe un abanico de elecciones falsas paralizantes más en el seno de nuestro diálogo político. El Presidente Bill Clinton escribió abundantemente acerca del impacto de mi argumento de falsa elección en sus memorias "My Life", y a continuación profirió un excelente catálogo de elecciones falsas que hemos de evitar. Entre ellas: Entre "excelencia e igualdad" en la educación; entre "igualdad y acceso universal a la sanidad"; entre "un medio ambiente más limpio o más crecimiento económico"; entre "prevención de la delincuencia y "castigo de los delincuentes".

Desenmascarar las falsas elecciones es especialmente importante para los progresistas para los que la tarea de encontrar el equilibrio idóneo -- entre gobierno y mercado, entre mayor igualdad y la necesidad de incentivos, entre el respeto a la tradición y el compromiso con la libertad individual -- es fundamental para su filosofía política. En el actual combate presupuestario, la quintaesencia de las elecciones falsas es la premisa fundamental del plan de los legisladores Republicanos: que hemos de elegir entre recortes en los programas públicos o subidas tributarias. Ellos se decantan exclusivamente por los recortes en los programas públicos. Nuestro objetivo habría de ser encontrar el equilibrio idóneo entre las dos cosas.

Marcus, Cary y el resto de críticos de las elecciones falsas pueden realizar un útil servicio público si persuaden a los políticos de utilizar el término como caricatura con la que discrepan o de evitar tomar cualquier decisión. Pero no debemos abandonar la idea de que combatir las falsas elecciones es esencial para enmarcar de forma honesta las elecciones que verdaderamente y con urgencia hemos de hacer.

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