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Sonia Herrera

Días de libros y rosas

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Los libros son, en palabras de la escritora Laura Freixas, “un par de alas de cera, un genio en la botella, un pasadizo secreto plegable, encuadernado, que se mete en el bolso…”. Para mí, como barcelonesa, el Día del Libro siempre irá de la mano de la Diada de Sant Jordi. Cada año, el 23 de abril, tradición oral e industria editorial caminan juntas, se retroalimentan, se renuevan, se reinventan…

Cuenta la leyenda que un infame dragón estaba aterrorizando a los habitantes de Montblanc. Para mantener alejada a la bestia de las murallas de la villa, empezaron por ofrecer en sacrificio a su ganado para alimentarla, pero cuando el ganado se acabó, tuvieron que sacrificarse así mismos. Cada día, una mano inocente, extraía el nombre de alguno de los habitantes de Montblanc y un día, la nefasta suerte recayó sobre la hija del rey. Pero justamente en el momento en el que el terrible animal se iba a abalanzar sobre su víctima, un valiente caballero apareció y mató al dragón con su lanza. De la sangre que brotó, nació un rosal y desde entonces los habitantes de aquel pueblo vivieron en paz. (Más o menos, eso es lo que nos enseñan en el colegio desde pequeños, lo que dibujamos, representamos, recitamos y escribimos cada año por estas fechas…).

Algunos cientos de años más tarde, hacia el siglo XV, se estableció la costumbre de que los hombres regalaran una rosa a las mujeres como símbolo de amor y todavía más tarde se añadió la tradición de que éstas regalaran un libro a aquellos. La tradición siempre tan patriarcal… Pero, ¿seguro que fue Sant Jordi quién mató al dragón? ¿O tal vez fue la propia princesa? ¿De verdad se merecía tan magno castigo la “bestia” o solamente fue un cabeza de turco? ¿Por qué no recibió un juicio justo? ¿Dónde está la lista de víctimas anteriores al secuestro de la princesa? ¿No hay cuentos medievales sin monarquía?

Son muchas las preguntas que un niño o niña se hace al crecer sobre las historias que guiaron su infancia. Lo bonito es ver como la tradición se mantiene y se moderniza a un mismo tiempo. El intercambio de libros y rosas se “desexualiza” y se amplia la noción de amor a padres, madres, amigas, compañeros de trabajos, vecinos, etc. Personalmente, siempre tuve libro y rosa y creo que así debería ser para todos, hombres y mujeres, porque evidentemente las mujeres leemos (y mucho) y cada vez son más los hombres que no ven amenazada su virilidad por recibir flores.

Se desprende de los mandatos de género la población de a pie, pero no así la industria ni la crítica. Según 55 críticos y periodistas de la revista literaria y cultural de El País (Babelia), los autores de los 10 mejores libros de 2010 fueron Coetzee, Yeats, Piglia, Vargas Llosa, Guelbenzu, Talese, Judt, Vila-Matas, Pacheco, Zambrano, Giralt y Lahiri. Solo 1 mujer. Las cifras escandalosas son muchas más: de los libros que se publican en España de autores españoles, son de autoría femenina alrededor del 25 %. En cambio, el 54% de las mujeres leen habitualmente.

Y cada año, esas mujeres y hombres que leemos y a los que nos encanta regalar rosas por el placer de ver la sonrisa de la persona que la recibe, nos zambullimos en las Ramblas y en los puestos de libros y de rosas en cada esquina de la ciudad. Ese día la primavera rinde homenaje a la cultura, a las letras y quizás por eso no recuerdo un Sant Jordi lluvioso. Puede que me falle la memoria, pero siempre he salido a pasear el 23 de abril, a respirar por mis calles; a hojear novelas, ensayos y rarezas y antigüedades literarias; a cotillear quién firma qué novela en qué librería; a recordar en forma de oda aquella frase de Octavio Paz: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. Porque la palabra, la lectura y la escritura nos hacen libres para imaginar otros mundos y mejorar el que tenemos.

(A Jordi Pla, que me animó siempre a seguir escribiendo. Gràcies, avui i sempre).

Días de libros y rosas

Sonia Herrera
Sonia Herrera
martes, 19 de abril de 2011, 07:36 h (CET)
Los libros son, en palabras de la escritora Laura Freixas, “un par de alas de cera, un genio en la botella, un pasadizo secreto plegable, encuadernado, que se mete en el bolso…”. Para mí, como barcelonesa, el Día del Libro siempre irá de la mano de la Diada de Sant Jordi. Cada año, el 23 de abril, tradición oral e industria editorial caminan juntas, se retroalimentan, se renuevan, se reinventan…

Cuenta la leyenda que un infame dragón estaba aterrorizando a los habitantes de Montblanc. Para mantener alejada a la bestia de las murallas de la villa, empezaron por ofrecer en sacrificio a su ganado para alimentarla, pero cuando el ganado se acabó, tuvieron que sacrificarse así mismos. Cada día, una mano inocente, extraía el nombre de alguno de los habitantes de Montblanc y un día, la nefasta suerte recayó sobre la hija del rey. Pero justamente en el momento en el que el terrible animal se iba a abalanzar sobre su víctima, un valiente caballero apareció y mató al dragón con su lanza. De la sangre que brotó, nació un rosal y desde entonces los habitantes de aquel pueblo vivieron en paz. (Más o menos, eso es lo que nos enseñan en el colegio desde pequeños, lo que dibujamos, representamos, recitamos y escribimos cada año por estas fechas…).

Algunos cientos de años más tarde, hacia el siglo XV, se estableció la costumbre de que los hombres regalaran una rosa a las mujeres como símbolo de amor y todavía más tarde se añadió la tradición de que éstas regalaran un libro a aquellos. La tradición siempre tan patriarcal… Pero, ¿seguro que fue Sant Jordi quién mató al dragón? ¿O tal vez fue la propia princesa? ¿De verdad se merecía tan magno castigo la “bestia” o solamente fue un cabeza de turco? ¿Por qué no recibió un juicio justo? ¿Dónde está la lista de víctimas anteriores al secuestro de la princesa? ¿No hay cuentos medievales sin monarquía?

Son muchas las preguntas que un niño o niña se hace al crecer sobre las historias que guiaron su infancia. Lo bonito es ver como la tradición se mantiene y se moderniza a un mismo tiempo. El intercambio de libros y rosas se “desexualiza” y se amplia la noción de amor a padres, madres, amigas, compañeros de trabajos, vecinos, etc. Personalmente, siempre tuve libro y rosa y creo que así debería ser para todos, hombres y mujeres, porque evidentemente las mujeres leemos (y mucho) y cada vez son más los hombres que no ven amenazada su virilidad por recibir flores.

Se desprende de los mandatos de género la población de a pie, pero no así la industria ni la crítica. Según 55 críticos y periodistas de la revista literaria y cultural de El País (Babelia), los autores de los 10 mejores libros de 2010 fueron Coetzee, Yeats, Piglia, Vargas Llosa, Guelbenzu, Talese, Judt, Vila-Matas, Pacheco, Zambrano, Giralt y Lahiri. Solo 1 mujer. Las cifras escandalosas son muchas más: de los libros que se publican en España de autores españoles, son de autoría femenina alrededor del 25 %. En cambio, el 54% de las mujeres leen habitualmente.

Y cada año, esas mujeres y hombres que leemos y a los que nos encanta regalar rosas por el placer de ver la sonrisa de la persona que la recibe, nos zambullimos en las Ramblas y en los puestos de libros y de rosas en cada esquina de la ciudad. Ese día la primavera rinde homenaje a la cultura, a las letras y quizás por eso no recuerdo un Sant Jordi lluvioso. Puede que me falle la memoria, pero siempre he salido a pasear el 23 de abril, a respirar por mis calles; a hojear novelas, ensayos y rarezas y antigüedades literarias; a cotillear quién firma qué novela en qué librería; a recordar en forma de oda aquella frase de Octavio Paz: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. Porque la palabra, la lectura y la escritura nos hacen libres para imaginar otros mundos y mejorar el que tenemos.

(A Jordi Pla, que me animó siempre a seguir escribiendo. Gràcies, avui i sempre).

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