Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Etiquetas | Cadaver exquisito
Beatriz García

Ya nadie escribe cartas de amor

|

¿Tienen idea de cuántas veces le suena el móvil a un enamorado? ¿Qué cantidad de mensajes melifluos y azucarados se envían y reciben diariamente? Seguramente no lo sabremos nunca, pero una cosa es cierta, ya nadie escribe cartas de amor. Exceptuando, claro, algún septuagenario que rinda culto a la Olivetti y alguien que se proponga escribir un libro estructurado en epístolas, como las que escribía San Pablo a los Corintios, que si bien no eran de amor a veces sí lo parecían – ¿no les advirtió también que no se juntaran con libertinos?

No pretendo aquí mostrarme enferma de ese ángel de amor que devastó a Julieta, pero me preocupa la futura desaparición de la correspondencia amorosa, tanto más cuando es la vida privada de mis autores favoritos la que nunca servirá a nuestros nietos para estudiar nada. Quedará borrada, a medias alimentada por testimonios de cuarta y quinta generación y anacrónicos perfiles de facebook que sólo nos permitirán sacar conclusiones parciales de cuál fue su relación con las mujeres de su vida, de qué manera sentía y pensaba ese erudito que alguna vez también envió algo que debe parecerse a esto: : “Te veo n chat lueg. X ti me grapo ls párpados pa k no m dé sueño. I L Y”.

En la era de la información, cuando se dice que la Red y los nuevos medios son una suerte de cajón de sastre de todas las cosas posibles que existen en nuestro mundo, no deja de parecerme grieta de un sistema a golpes deshumanizado, que no haya forma – que tampoco queramos encontrarla – de guardar nuestras íntimas misivas, emails y SMS, mensajes privados de facebook, para que algún nieto arruinado los desempolve y los publique y, entonces, nosotros – nuestras reencarnaciones futuras, señor Weiss – puedan estudiar con todo el conocimiento que da el rebuscar bajo alfombras ajenas si es que H. estaba herido de amor cuando escribió como la Fermina Daza de El Amor en los tiempos del cólera: “Me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas”. Pero eso también era una carta.

¿Qué hubiera pasado con nuestros más excelso escritores si el papel no hubiese guardado a buen recaudo sus desvelos secretos? Si el monstruo Windows hubiera formateado las edípicas epístolas que enviara desde un supuesto iphone William Blake a su madre pormenorizando sus correrías… Nos hubiésemos quedado sin el sentimiento naïf y como de patei de belem desecho al sol de Lisboa de un Fernando Pessoa diciéndole a su Ophelia “Álvaro de Campos también te ama”. Hubiéramos perdido las nieves de un Machado loco de amor platónico y clandestino por la casada Pilar de Valderrama, y tampoco nadie sabría que el hombre que tan magistralmente describió el Dublín de su tiempo y unió pensamiento-acción-pensamiento, descontrol del tiempo, el gran James Joyce, tenía más ardor en su lecho conyugal que los amantes de Teruel si estos fueran pareja sadomasoquista en club fetish.

¿Qué pasará con las cartas de amor cuando muera el último escritor viejo? Habremos de inventar la figura del hacker-paparazzi de bienes culturales del futuro, pues me niego a perder las huellas de un Javier Marías en el efímero disco duro que llamamos modernidad y deberíamos llamar olvido.

Ya nadie escribe cartas de amor

Beatriz García
Beatriz García
martes, 19 de abril de 2011, 07:30 h (CET)
¿Tienen idea de cuántas veces le suena el móvil a un enamorado? ¿Qué cantidad de mensajes melifluos y azucarados se envían y reciben diariamente? Seguramente no lo sabremos nunca, pero una cosa es cierta, ya nadie escribe cartas de amor. Exceptuando, claro, algún septuagenario que rinda culto a la Olivetti y alguien que se proponga escribir un libro estructurado en epístolas, como las que escribía San Pablo a los Corintios, que si bien no eran de amor a veces sí lo parecían – ¿no les advirtió también que no se juntaran con libertinos?

No pretendo aquí mostrarme enferma de ese ángel de amor que devastó a Julieta, pero me preocupa la futura desaparición de la correspondencia amorosa, tanto más cuando es la vida privada de mis autores favoritos la que nunca servirá a nuestros nietos para estudiar nada. Quedará borrada, a medias alimentada por testimonios de cuarta y quinta generación y anacrónicos perfiles de facebook que sólo nos permitirán sacar conclusiones parciales de cuál fue su relación con las mujeres de su vida, de qué manera sentía y pensaba ese erudito que alguna vez también envió algo que debe parecerse a esto: : “Te veo n chat lueg. X ti me grapo ls párpados pa k no m dé sueño. I L Y”.

En la era de la información, cuando se dice que la Red y los nuevos medios son una suerte de cajón de sastre de todas las cosas posibles que existen en nuestro mundo, no deja de parecerme grieta de un sistema a golpes deshumanizado, que no haya forma – que tampoco queramos encontrarla – de guardar nuestras íntimas misivas, emails y SMS, mensajes privados de facebook, para que algún nieto arruinado los desempolve y los publique y, entonces, nosotros – nuestras reencarnaciones futuras, señor Weiss – puedan estudiar con todo el conocimiento que da el rebuscar bajo alfombras ajenas si es que H. estaba herido de amor cuando escribió como la Fermina Daza de El Amor en los tiempos del cólera: “Me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas”. Pero eso también era una carta.

¿Qué hubiera pasado con nuestros más excelso escritores si el papel no hubiese guardado a buen recaudo sus desvelos secretos? Si el monstruo Windows hubiera formateado las edípicas epístolas que enviara desde un supuesto iphone William Blake a su madre pormenorizando sus correrías… Nos hubiésemos quedado sin el sentimiento naïf y como de patei de belem desecho al sol de Lisboa de un Fernando Pessoa diciéndole a su Ophelia “Álvaro de Campos también te ama”. Hubiéramos perdido las nieves de un Machado loco de amor platónico y clandestino por la casada Pilar de Valderrama, y tampoco nadie sabría que el hombre que tan magistralmente describió el Dublín de su tiempo y unió pensamiento-acción-pensamiento, descontrol del tiempo, el gran James Joyce, tenía más ardor en su lecho conyugal que los amantes de Teruel si estos fueran pareja sadomasoquista en club fetish.

¿Qué pasará con las cartas de amor cuando muera el último escritor viejo? Habremos de inventar la figura del hacker-paparazzi de bienes culturales del futuro, pues me niego a perder las huellas de un Javier Marías en el efímero disco duro que llamamos modernidad y deberíamos llamar olvido.

Noticias relacionadas

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto