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Felipe Muñoz

Los sindicatos y el plato de lentejas

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No se sabe muy bien ni cómo ni por qué, circula, y está muy extendida, la leyenda de que fue la aparición de los sindicatos la que obligó a los gobiernos a establecer y promulgar las leyes de protección social.

Inicios del movimiento obrero
No obstante, si acudimos a los datos históricos, podemos constatar que las primeras asociaciones modernas parecidas a un sindicato nacieron en 1811, en la primera oleada de lo que se conoce como movimiento ludista.

Los ludistas eran conocidos como los “rompedores de máquinas” por sus ataques a las innovaciones tecnológicas de las empresas, que restaban necesidad mano de obra. No hablamos de ataques intelectuales, sino de invasiones de las fábricas y destrucción física de las máquinas.

Los rompedores de máquinas
Gran Bretaña sufrió cuatro grandes oleadas ludistas, cuyo caldo de cultivo vino dado por el súbito incremento del paro, a consecuencia de la introducción de las hiladoras y tejedoras mecánicas en la industria inglesa.

En 1811, tras la disolución violenta, por parte del ejército, de una manifestación de trabajadores en Nottingham, se produjo el incendio de setenta máquinas hiladoras, aquella misma noche. Esta acción fijó la pauta, y el ejemplo cundió a lo largo de Inglaterra durante los cinco años siguientes.

Impuesto revolucionario
El ataque de los “rompedores de máquinas” iba siempre precedido de una carta amenazante, firmada por el personaje imaginario “Capitán Ludd”, en las que se concedía al propietario un plazo para la retirada de todos los ingenios mecánicos de su negocio y su sustitución por mano de obra humana. De no cumplirse el plazo, Ludd enviaría a sus hombres para destruirlas. Y, si se encontraban con resistencia, estos hombres estaban autorizados para asesinar a los propietarios y destruir toda la fábrica.

El gobierno británico reaccionó imponiendo la pena de muerte para quien destruyera las máquinas de las empresas, pena que ejecutó efectivamente, en 1813, sobre dieciocho trabajadores del movimiento ludista.

Qué hacía el gobierno, mientras tanto
Ciertamente, en sentido estricto, las hordas ludistas no pueden ser consideradas sindicatos. Los primeros sindicatos, en sentido propio, fueron las trade-unions inglesas, cuya fundación data de 1830. Traemos a colación estos inicios, para constatar qué se estaba haciendo desde el gobierno, mientras los trabajadores aún no se habían organizado y descargaban su frustración contra la tecnología.

El gobierno británico, con el objetivo de paliar el paro creado en un primer momento por el maquinismo y, sobre todo, con el objetivo de crear demanda interna para una producción que se estaba multiplicando velozmente, ya había promulgado las primeras leyes sociales.

Primeras leyes sociales
En 1802 se fijó la jornada laboral máxima en 12 horas y, en 1819, se prohibió el trabajo de los niños menores de diez años (medida que, por cierto, llevó al hambre a muchos de ellos, al no ir acompañada de ninguna medida política más).

Por otra parte, en 1833 se crea la educación pública y se aprueba la abolición de la esclavitud. En 1834, se promulga la “Ley de Pobres”, que establecerá un sistema estatal de ayuda a los más necesitados, pero prohíbe la mendicidad “fuera de la propia parroquia”.

Como vemos, las “leyes sociales” aparecieron y se desarrollaron progresivamente, como una adaptación de un sistema económico que, debido a la explosión productiva, necesitaba crear demanda de productos entre los propios trabajadores. Los sindicados aún no estaban organizados y, por supuesto, aún no habían alcanzado una influencia significativa.

La marca de agua de los sindicatos
Esto no implica que las organizaciones sindicales, mientras fueron una fuerza política y no se limitaron al marco laboral, no ejercieran presión efectiva sobre los gobiernos. Con más precisión, fueron los partidos que se vieron apoyados por los sindicatos, los que pudieron ejercer más influencia en el gobierno, en orden a mejorar la condición de la clase trabajadora.

Sea como fuere, el movimiento ludista nos muestra ya una impronta, una marca de agua, propia de la acción sindical, que ha continuado a lo largo de su historia y que llega hasta nuestros días: la defensa de los intereses de sus afiliados, y sólo los de sus afiliados, aun en contra del resto de los trabajadores

La defensa de los afiliados propios
Los ludistas destruían máquinas, defendiendo su puesto de trabajo, de tejedor o hilandero, a costa del puesto de trabajo de los montadores y ensambladores de telares mecánicos, que también eran obreros y compartían parecidas, si no peores, condiciones laborales. Por no hablar de lo que luego demostró la historia.

Esta marca de agua se ha mantenido a lo largo de la historia y se ha hecho más evidente en nuestros días, desde el momento en que los gobiernos incorporaron a los sindicatos al aparato estatal, por medio de subvenciones y negociaciones colectivas a nivel nacional.

Los gobiernos incorporan a los sindicatos
La subvención permanente, ha convertido a las organizaciones sindicales en grandes máquinas burocráticas, dependientes de los gobiernos y, por tanto, con una capacidad de presión cuanto menos limitada. Literalmente, existen, a día de hoy, miles y miles de puestos burocráticos, ocupados por miles y miles de sindicalistas, cuyo principal interés, por muy bienintencionado que cada uno sea, no puede ser otro que el de mantener, o mejorar, sus relaciones con el gobierno.

Y aquí los tenemos, envolviéndonos a todos en negociaciones colectivas, proponiendo subidas salariales que provocan, directamente, paro (y lo saben), callando en EREs fraudulentos, permitiendo reformas laborales y de pensiones, mientras sus arcas sigan aumentando de peso, y callando ante planes económicos absurdos, siempre que pasen por sus manos.
El plato de lentejas
En realidad, los sindicatos sólo fueron efectivos y útiles, cuando estaban ligados con (o animaban a) un movimiento política. Y, sobre todo, cuando estaban financiados por sus propios afiliados. En la situación actual, todo lo que han ganado en poder financiero, lo han perdido en credibilidad.

Se cuenta que, un día, el filósofo Aristipo, que trabajaba para el rey, fue a visitar a Diógenes de Sínope. Encontró al maestro, en el río, cubierto con un taparrabos y comiendo un cuenco de lentejas. Aristipo se apiadó y dijo: “Si trabajaras para el rey, como yo, no tendrías que comer lentejas”. A lo que Diógenes respondió: “Si comieras lentejas, como yo, no tendrías que trabajar para el rey”.

Los sindicatos y el plato de lentejas

Felipe Muñoz
Felipe Muñoz
martes, 19 de abril de 2011, 07:02 h (CET)
No se sabe muy bien ni cómo ni por qué, circula, y está muy extendida, la leyenda de que fue la aparición de los sindicatos la que obligó a los gobiernos a establecer y promulgar las leyes de protección social.

Inicios del movimiento obrero
No obstante, si acudimos a los datos históricos, podemos constatar que las primeras asociaciones modernas parecidas a un sindicato nacieron en 1811, en la primera oleada de lo que se conoce como movimiento ludista.

Los ludistas eran conocidos como los “rompedores de máquinas” por sus ataques a las innovaciones tecnológicas de las empresas, que restaban necesidad mano de obra. No hablamos de ataques intelectuales, sino de invasiones de las fábricas y destrucción física de las máquinas.

Los rompedores de máquinas
Gran Bretaña sufrió cuatro grandes oleadas ludistas, cuyo caldo de cultivo vino dado por el súbito incremento del paro, a consecuencia de la introducción de las hiladoras y tejedoras mecánicas en la industria inglesa.

En 1811, tras la disolución violenta, por parte del ejército, de una manifestación de trabajadores en Nottingham, se produjo el incendio de setenta máquinas hiladoras, aquella misma noche. Esta acción fijó la pauta, y el ejemplo cundió a lo largo de Inglaterra durante los cinco años siguientes.

Impuesto revolucionario
El ataque de los “rompedores de máquinas” iba siempre precedido de una carta amenazante, firmada por el personaje imaginario “Capitán Ludd”, en las que se concedía al propietario un plazo para la retirada de todos los ingenios mecánicos de su negocio y su sustitución por mano de obra humana. De no cumplirse el plazo, Ludd enviaría a sus hombres para destruirlas. Y, si se encontraban con resistencia, estos hombres estaban autorizados para asesinar a los propietarios y destruir toda la fábrica.

El gobierno británico reaccionó imponiendo la pena de muerte para quien destruyera las máquinas de las empresas, pena que ejecutó efectivamente, en 1813, sobre dieciocho trabajadores del movimiento ludista.

Qué hacía el gobierno, mientras tanto
Ciertamente, en sentido estricto, las hordas ludistas no pueden ser consideradas sindicatos. Los primeros sindicatos, en sentido propio, fueron las trade-unions inglesas, cuya fundación data de 1830. Traemos a colación estos inicios, para constatar qué se estaba haciendo desde el gobierno, mientras los trabajadores aún no se habían organizado y descargaban su frustración contra la tecnología.

El gobierno británico, con el objetivo de paliar el paro creado en un primer momento por el maquinismo y, sobre todo, con el objetivo de crear demanda interna para una producción que se estaba multiplicando velozmente, ya había promulgado las primeras leyes sociales.

Primeras leyes sociales
En 1802 se fijó la jornada laboral máxima en 12 horas y, en 1819, se prohibió el trabajo de los niños menores de diez años (medida que, por cierto, llevó al hambre a muchos de ellos, al no ir acompañada de ninguna medida política más).

Por otra parte, en 1833 se crea la educación pública y se aprueba la abolición de la esclavitud. En 1834, se promulga la “Ley de Pobres”, que establecerá un sistema estatal de ayuda a los más necesitados, pero prohíbe la mendicidad “fuera de la propia parroquia”.

Como vemos, las “leyes sociales” aparecieron y se desarrollaron progresivamente, como una adaptación de un sistema económico que, debido a la explosión productiva, necesitaba crear demanda de productos entre los propios trabajadores. Los sindicados aún no estaban organizados y, por supuesto, aún no habían alcanzado una influencia significativa.

La marca de agua de los sindicatos
Esto no implica que las organizaciones sindicales, mientras fueron una fuerza política y no se limitaron al marco laboral, no ejercieran presión efectiva sobre los gobiernos. Con más precisión, fueron los partidos que se vieron apoyados por los sindicatos, los que pudieron ejercer más influencia en el gobierno, en orden a mejorar la condición de la clase trabajadora.

Sea como fuere, el movimiento ludista nos muestra ya una impronta, una marca de agua, propia de la acción sindical, que ha continuado a lo largo de su historia y que llega hasta nuestros días: la defensa de los intereses de sus afiliados, y sólo los de sus afiliados, aun en contra del resto de los trabajadores

La defensa de los afiliados propios
Los ludistas destruían máquinas, defendiendo su puesto de trabajo, de tejedor o hilandero, a costa del puesto de trabajo de los montadores y ensambladores de telares mecánicos, que también eran obreros y compartían parecidas, si no peores, condiciones laborales. Por no hablar de lo que luego demostró la historia.

Esta marca de agua se ha mantenido a lo largo de la historia y se ha hecho más evidente en nuestros días, desde el momento en que los gobiernos incorporaron a los sindicatos al aparato estatal, por medio de subvenciones y negociaciones colectivas a nivel nacional.

Los gobiernos incorporan a los sindicatos
La subvención permanente, ha convertido a las organizaciones sindicales en grandes máquinas burocráticas, dependientes de los gobiernos y, por tanto, con una capacidad de presión cuanto menos limitada. Literalmente, existen, a día de hoy, miles y miles de puestos burocráticos, ocupados por miles y miles de sindicalistas, cuyo principal interés, por muy bienintencionado que cada uno sea, no puede ser otro que el de mantener, o mejorar, sus relaciones con el gobierno.

Y aquí los tenemos, envolviéndonos a todos en negociaciones colectivas, proponiendo subidas salariales que provocan, directamente, paro (y lo saben), callando en EREs fraudulentos, permitiendo reformas laborales y de pensiones, mientras sus arcas sigan aumentando de peso, y callando ante planes económicos absurdos, siempre que pasen por sus manos.
El plato de lentejas
En realidad, los sindicatos sólo fueron efectivos y útiles, cuando estaban ligados con (o animaban a) un movimiento política. Y, sobre todo, cuando estaban financiados por sus propios afiliados. En la situación actual, todo lo que han ganado en poder financiero, lo han perdido en credibilidad.

Se cuenta que, un día, el filósofo Aristipo, que trabajaba para el rey, fue a visitar a Diógenes de Sínope. Encontró al maestro, en el río, cubierto con un taparrabos y comiendo un cuenco de lentejas. Aristipo se apiadó y dijo: “Si trabajaras para el rey, como yo, no tendrías que comer lentejas”. A lo que Diógenes respondió: “Si comieras lentejas, como yo, no tendrías que trabajar para el rey”.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

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Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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