NUEVA YORK - Mientras las filas de Republicanos que se declaran candidatos presidenciales potenciales empiezan a parecerse a la cola de la conga sin música, la esperanza aguarda a que en alguna parte desapercibido haya un brillante caballo ganador esperando su momento de gloria.
Donde tertulianos y melopeas se encuentran, se materializa el mantra. Sin duda ocurrirá el milagro y El Candidato surgirá en el momento preciso para rescatar al electorado aburrido de miembros de la institución Republicana y de sus jovencitos del movimiento fiscal. Sonarán los platillos; los ángeles sucumbirán a las arias; los Demócratas saldrán corriendo. Y vendrá la prosperidad, la paz mundial y los chavales equilibrados. Pero, ¿quién será?
Según parece: El candidato será alto y rico y exhibirá un penacho que desafía a la identificación partidista. Será una estrella del reality televisivo. Y su nombre será conocido por todos, de tal forma que hasta los veteranos se sorprenderán cuando lo obvio se haga evidente. ¡Pero claro!
El Donald
En lo que a sondeos se refiere, no se puede encontrar un candidato más raro -- y aun así más predecible -- que Donald Trump, cuyo nombre no necesita presentaciones. A duras penas se puede recorrer una manzana de esta ciudad sin toparse con un inmueble que lleve su nombre. Se eleva sobre todos los demás en el tablero del Monopoly.
Trump es inevitable en el mismo sentido en que lo fue Barack Obama. Lo que viene a ser, cada presidente tiende a ser una reacción al anterior jefe del ejecutivo. George W. Bush fue lo opuesto a Bill Clinton, y Obama sin duda no se parece a Bush. Como candidato por lo menos.
Esta fórmula presidencial, consistente en gran medida a lo largo de los años, se ha exagerado recientemente a causa de sucesos ideológicos únicos de nuestro tiempo, incluyendo nuestra obsesión con los famosos y nuestra atracción por las formas extremas de expresión. De las películas a los deportes pasando por la política y los tertulianos, todo es grande, sonoro y extravagante.
Si la gente se ha cansado de la serenidad cerebral de Obama y de un enfoque sobre la administración pública que parece dar demasiadas vueltas, entonces ¿quién mejor que El Donald para coger la alternativa? Trump, en todo su esplendor, es un Mohammed Alí de la gente de a pie -- ampuloso y fanfarrón, un provocador con dinero que utiliza para defender aquello en lo que cree. Él sabe lo que hay que saber, y nosotros podemos cogerlo o dejarlo. Al Donald no le importa. Entre la tertulianocracia obsesionada con las encuestas, la opinión manifestada libremente ofrece un revulsivo a la toxicidad.
Menos cuando no es así. Al hablar de lo de que Obama no es americano.
Trump entró en la batalla presidencial con el pronunciamiento sorprendente de que Obama debe mostrar pruebas de su nacimiento en suelo estadounidense. Este sinsentido por todos conocido, resuelto de forma generalizada por entidades independientes, recibe no obstante la atención de rigor.
Tratar de convencer a los activistas del nacimiento de que Obama es un ciudadano legítimo en lugar de un yihadista en el armario es como convencer a un chaval aterrorizado de que debajo de su cama no hay monstruos. No hay razonamiento que sirva, aunque hay un atisbo de lógica que parece haber evadido la mención y que tendría que suponer un alivio a las mentes más febriles.
Por la presente: Si hubiera un ápice de prueba que apuntara que Obama no nació en este país, ¿alguien cree en serio que Hillary Clinton no la habría mostrado públicamente durante la campaña? ¿En serio?
El matrimonio Clinton no sólo tiene gente; tienen ejércitos de maquinaria política. Si Obama hubiera nacido en alguna parte distinta a la que dice que nació, todo el mundo diríamos "Señora Presidenta" y la "Salsa Barbacoa Billiciosa de Bill" desplazaría a la salsa de tomate de Paul Newman en las estanterías del ultramarinos.
Un cínico consideraría la posibilidad de que el Equipo Obama esté manteniendo vivo el bulo. Como el propio presidente decía a George Stephanopoulos en ABC News, los Republicanos que apoyan al movimiento de los que creen que Obama no es americano se están perjudicando solos.
En tiempos más cuerdos, reconoceríamos y desecharíamos los delirios de los locos, los ávidos de protagonismo y los falsos profetas. Hoy, gracias a la democratización del megáfono y la bulimia política que eufemísticamente llamamos "diálogo", cualquier patraña puede disfrutar de sus 15 minutos de credibilidad.
Efectivamente, el cuestionamiento por parte de Trump de la ciudadanía por nacimiento de Obama ha ganado fuerza entre una cifra preocupante de los que se lo creen todo, superando al resto en los sondeos presidenciales del Partido Republicano.
Mientras el nuevo secretario del Partido Republicano, Reince Priebus, insta a los activistas a tomarse su medicación, hay quien se pregunta si las diatribas de Trump no serán un simple truco. En la era de los famosos, no importa lo que diga la gente acerca tuyo mientras hablen de ti, reza "el dicho".
Según este cálculo, cuanto más ridículo se es, más probable es beneficiarse del revuelo. Y entonces, quién sabe, puedes convertirte en la sensación del Twitteruniverso, y luego se acaba el chollo, y eso es to-to-todo amigos.
Hasta que empieza la campaña siguiente, un poco antes que la anterior.