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Pablo Lázaro

80 años después

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Tal día como hoy, hace 80 años, fue proclamada la II República Española. Un valiente intento de modernizar nuestro país que acabó sepultado en 39 años de férrea dictadura. Durante todo este tiempo se han publicado cientos de estudios sobre el tema. Reputados historiadores, algunos más imparciales que otros, han aportado su granito de arena para arrojar un poco de luz sobre lo ocurrido en aquellos años.

Es difícil encontrar visiones sobre este periodo de nuestra historia reciente que no estén sesgadas por la ideología de su autor. Dependiendo de su militancia política, cada historiador hará hincapié en los crímenes cometidos por el otro bando, y tratará de ocultar, minimizar o justificar los del propio. Es inevitable, pero hay que tratar de evitarlo y ser lo más respetuoso posible con la realidad.

La incipiente democracia, tras el entusiasmo inicial, se tropezó con grandes dificultades. En un momento histórico de crisis económica, emprender la tarea de sacar a España del siglo XIX no era cosa fácil. Mientras en el resto de Europa, mucho más desarrollado, las frágiles democracias de debatían entre el fascismo y el comunismo, aquí seguía lo de siempre: una derecha conservadora que se apoyaba en la Iglesia y el Ejército para no perder sus privilegios, y enfrente, una masa de campesinos hambrientos y ansiosos por recibir su trozo del pastel.

Para sacar al país del atraso en el que se encontraba, la República abordó la reforma de tres pilares fundamentales del estado: la Iglesia, el Ejército y el sistema educativo. En todos los casos, la resistencia por parte de la derecha más reaccionaria consiguió boicotear las reformas, retrasándolas y dejándolas incompletas, lo que provocó la impaciencia de las clases trabajadoras, que habían depositado en el nuevo régimen todas sus esperanzas de cambio.

El resto de la historia ya la conocemos: obreros y campesinos, agrupados en sindicatos y partidos anarquistas o socialistas, salían a la calle para reivindicar una profundización de las reformas para mejorar sus condiciones de vida, amenazando con iniciar una revolución. Las derechas, alarmadas, empezaron a gestar con el ejército y la complicidad de la Iglesia un golpe de estado para acabar con el sistema democrático y conjurar el peligro revolucionario.

Con una España polarizada en derechas e izquierdas, pocos apoyos le quedaban ya a la República, que comenzó a desangrarse el 19 de julio de 1936 para terminar de morir tres años después, tras una guerra fratricida que partió al país en dos bandos irreconciliables.
¿Se podría haber evitado la guerra civil? Por supuesto, pero esto era España. ¿La responsabilidad? Compartida, está claro. Pero no a partes iguales. ¿Quién podría culpar por igual al campesino hambriento que asaltaba un granero para poder comer, que al banquero que financió la represión franquista para mantener sus privilegios? Todos cometieron atrocidades, es cierto, y entre todos se cargaron la República. Pero algunos motivos fueron más justo que otros, eso no hay que olvidarlo.

80 años después

Pablo Lázaro
Pablo Lázaro
viernes, 15 de abril de 2011, 07:35 h (CET)
Tal día como hoy, hace 80 años, fue proclamada la II República Española. Un valiente intento de modernizar nuestro país que acabó sepultado en 39 años de férrea dictadura. Durante todo este tiempo se han publicado cientos de estudios sobre el tema. Reputados historiadores, algunos más imparciales que otros, han aportado su granito de arena para arrojar un poco de luz sobre lo ocurrido en aquellos años.

Es difícil encontrar visiones sobre este periodo de nuestra historia reciente que no estén sesgadas por la ideología de su autor. Dependiendo de su militancia política, cada historiador hará hincapié en los crímenes cometidos por el otro bando, y tratará de ocultar, minimizar o justificar los del propio. Es inevitable, pero hay que tratar de evitarlo y ser lo más respetuoso posible con la realidad.

La incipiente democracia, tras el entusiasmo inicial, se tropezó con grandes dificultades. En un momento histórico de crisis económica, emprender la tarea de sacar a España del siglo XIX no era cosa fácil. Mientras en el resto de Europa, mucho más desarrollado, las frágiles democracias de debatían entre el fascismo y el comunismo, aquí seguía lo de siempre: una derecha conservadora que se apoyaba en la Iglesia y el Ejército para no perder sus privilegios, y enfrente, una masa de campesinos hambrientos y ansiosos por recibir su trozo del pastel.

Para sacar al país del atraso en el que se encontraba, la República abordó la reforma de tres pilares fundamentales del estado: la Iglesia, el Ejército y el sistema educativo. En todos los casos, la resistencia por parte de la derecha más reaccionaria consiguió boicotear las reformas, retrasándolas y dejándolas incompletas, lo que provocó la impaciencia de las clases trabajadoras, que habían depositado en el nuevo régimen todas sus esperanzas de cambio.

El resto de la historia ya la conocemos: obreros y campesinos, agrupados en sindicatos y partidos anarquistas o socialistas, salían a la calle para reivindicar una profundización de las reformas para mejorar sus condiciones de vida, amenazando con iniciar una revolución. Las derechas, alarmadas, empezaron a gestar con el ejército y la complicidad de la Iglesia un golpe de estado para acabar con el sistema democrático y conjurar el peligro revolucionario.

Con una España polarizada en derechas e izquierdas, pocos apoyos le quedaban ya a la República, que comenzó a desangrarse el 19 de julio de 1936 para terminar de morir tres años después, tras una guerra fratricida que partió al país en dos bandos irreconciliables.
¿Se podría haber evitado la guerra civil? Por supuesto, pero esto era España. ¿La responsabilidad? Compartida, está claro. Pero no a partes iguales. ¿Quién podría culpar por igual al campesino hambriento que asaltaba un granero para poder comer, que al banquero que financió la represión franquista para mantener sus privilegios? Todos cometieron atrocidades, es cierto, y entre todos se cargaron la República. Pero algunos motivos fueron más justo que otros, eso no hay que olvidarlo.

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