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En España viven más de 8 millones de personas mayores de 65 años, de las cuales un 20% viven solas. Una gran parte de ellas se sienten solas y aisladas

La soledad y aislamiento de muchas personas mayores

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Todo lo bueno y positivo que se ha logrado en la historia es porque alguien lo soñó primero, lo compartió con un amigo o con un familiar, decidieron conocer la realidad y las necesidades de otras personas, aprendieron de las experiencias de otros grupos y movimientos sociales... y se echaron a andar convencidos de que nadie sabe de lo que capaz hasta que se pone a hacerlo. He leído este mini reportaje sobre la labor de voluntariado social que se desarrolla desde hace décadas con personas mayores que viven y se sienten solas. Me ha encantado y por eso quiero compartirlo porque lo que no se comparte, se pierde. ¿Quién dijo que todo está perdido? Hay centenares de miles de personas que observan, aprenden, se ofrecen y transforman su indignación o compasión en compromiso. Pasemos la palabra.

En España viven más de 8 millones de personas mayores de 65 años, de las cuales un 20% viven solas. Una gran parte de ellas se sienten solas y aisladas. Esta soledad prolongada tiene efectos perjudiciales para su salud física y mental. Los recursos sociales son insuficientes y no atienden sus necesidades.

En la ONG Solidarios para el Desarrollo y en otras asociaciones admirables visitan a personas mayores que se sienten solas y que agradecen tener a alguien con quien pasar un rato a la semana. Mientras compartimos un paseo, conversación o un rato de ocio, los mayores refuerzan su ilusión, su autoestima, sus habilidades sociales y se mantienen activos.

Esto se ha ido haciendo realidad mediante lo que consigue el voluntariado social: Romper el aislamiento y la soledad, evitando además la depresión y los trastornos cognitivos. Que los mayores vuelvan a abrirse al mundo recuperando hábitos saludables como pasear, participar en actividades sociales y culturales que no podrían hacer solas. Promover la autonomía de las personas mayores y sentirse parte de una sociedad que, s veces, pasa a su lado y no los “reconocen” como parte de su propia vida, pues todos somos enanos que cabalgamos a hombros de gigantes que, de una u otra forma, nos han traído hasta aquí. Y es bueno caer en la cuenta de que esas personas que viven en soledad no buscada fueron en su día jóvenes, trabajadores, formaron parte de una familia y nos transmiten su sabiduría. Y aunque duela, es bueno proyectarnos en esas personas que tuvieron nuestros años y nuestras fuerzas porque la mayoría de ellos jamás habían soñado un final semejante.

Por eso nos animan a acompañar a esas personas para que puedan recuperar las relaciones sociales, participar en un espacio intergeneracional, donde se comparten experiencias de vida diferentes. Voluntarios sociales y personas mayores aprendemos unos de otros y nos enriquecemos.

Esas personas mayores no quieren ser tratados como “objeto” de nuestra compasión o altruismo. Porque nadie puede ser “objeto” de nuestra generosidad o ayuda, ya que el “otro” siempre es “sujeto” que sale al encuentro y nos interpela.

Dicen los expertos que la edad es la tercera forma de discriminación tras el racismo y el machismo. Se trata de prejuicios y estereotipos que se aplican a las personas en función de su edad. Se les asocia con la enfermedad y la incapacidad, con una mayor rigidez psicológica y con incapacidad para aprender y adaptarse a los cambios. Estos prejuicios nos impiden conocer a nuestros mayores tal y como son en la realidad más auténtica y cierta.

Faltan recursos económicos y humanos para asegurar la cobertura social de nuestros mayores. Sólo en 2015, las ayudas a las personas dependientes se han recortado en 2.000 millones de euros. Además, la congelación de las pensiones y el copago farmacéutico han deteriorado su calidad de vida. Mientras los medios de comunicación nos bombardean con infames muestras de corrupción por políticos, algunos altos funcionarios e instituciones que parecen vivir bajo el dictado de bánksters, de oligarcas y de entidades desalmadas sin más patria que el interés y el beneficio económico, a cualquier precio y caiga quien caiga.

Muchas de esas personas son mujeres que reivindicaron la autonomía de la mujer y su presencia en el espacio público, y proyectaron una vida mejor para sus hijos e hijas, basada en la educación, facilitándoles unos medios de los que ellas carecieron. Son susceptibles de padecer la exclusión social. Muchas de las mujeres que ahora son mayores, tuvieron que quedarse en casa cuidando a los hijos y a sus mayores, padres y abuelos, y sólo pudieron trabajar de manera intermitente. Esto ha provocado que tengan pensiones más bajas y una posición económica más débil y dependiente. Lo cual es radicalmente injusto e inhumano. Sin olvidar que muchas viviendas y calles no están adaptadas a personas con alguna discapacidad. Las barreras arquitectónicas son una de las causas por las que muchos mayores no salen de sus casas, por no poder afrontar unas escaleras o por miedo a caerse en la calle

La soledad y aislamiento de muchas personas mayores

En España viven más de 8 millones de personas mayores de 65 años, de las cuales un 20% viven solas. Una gran parte de ellas se sienten solas y aisladas
José Carlos García Fajardo
miércoles, 8 de marzo de 2017, 00:01 h (CET)
Todo lo bueno y positivo que se ha logrado en la historia es porque alguien lo soñó primero, lo compartió con un amigo o con un familiar, decidieron conocer la realidad y las necesidades de otras personas, aprendieron de las experiencias de otros grupos y movimientos sociales... y se echaron a andar convencidos de que nadie sabe de lo que capaz hasta que se pone a hacerlo. He leído este mini reportaje sobre la labor de voluntariado social que se desarrolla desde hace décadas con personas mayores que viven y se sienten solas. Me ha encantado y por eso quiero compartirlo porque lo que no se comparte, se pierde. ¿Quién dijo que todo está perdido? Hay centenares de miles de personas que observan, aprenden, se ofrecen y transforman su indignación o compasión en compromiso. Pasemos la palabra.

En España viven más de 8 millones de personas mayores de 65 años, de las cuales un 20% viven solas. Una gran parte de ellas se sienten solas y aisladas. Esta soledad prolongada tiene efectos perjudiciales para su salud física y mental. Los recursos sociales son insuficientes y no atienden sus necesidades.

En la ONG Solidarios para el Desarrollo y en otras asociaciones admirables visitan a personas mayores que se sienten solas y que agradecen tener a alguien con quien pasar un rato a la semana. Mientras compartimos un paseo, conversación o un rato de ocio, los mayores refuerzan su ilusión, su autoestima, sus habilidades sociales y se mantienen activos.

Esto se ha ido haciendo realidad mediante lo que consigue el voluntariado social: Romper el aislamiento y la soledad, evitando además la depresión y los trastornos cognitivos. Que los mayores vuelvan a abrirse al mundo recuperando hábitos saludables como pasear, participar en actividades sociales y culturales que no podrían hacer solas. Promover la autonomía de las personas mayores y sentirse parte de una sociedad que, s veces, pasa a su lado y no los “reconocen” como parte de su propia vida, pues todos somos enanos que cabalgamos a hombros de gigantes que, de una u otra forma, nos han traído hasta aquí. Y es bueno caer en la cuenta de que esas personas que viven en soledad no buscada fueron en su día jóvenes, trabajadores, formaron parte de una familia y nos transmiten su sabiduría. Y aunque duela, es bueno proyectarnos en esas personas que tuvieron nuestros años y nuestras fuerzas porque la mayoría de ellos jamás habían soñado un final semejante.

Por eso nos animan a acompañar a esas personas para que puedan recuperar las relaciones sociales, participar en un espacio intergeneracional, donde se comparten experiencias de vida diferentes. Voluntarios sociales y personas mayores aprendemos unos de otros y nos enriquecemos.

Esas personas mayores no quieren ser tratados como “objeto” de nuestra compasión o altruismo. Porque nadie puede ser “objeto” de nuestra generosidad o ayuda, ya que el “otro” siempre es “sujeto” que sale al encuentro y nos interpela.

Dicen los expertos que la edad es la tercera forma de discriminación tras el racismo y el machismo. Se trata de prejuicios y estereotipos que se aplican a las personas en función de su edad. Se les asocia con la enfermedad y la incapacidad, con una mayor rigidez psicológica y con incapacidad para aprender y adaptarse a los cambios. Estos prejuicios nos impiden conocer a nuestros mayores tal y como son en la realidad más auténtica y cierta.

Faltan recursos económicos y humanos para asegurar la cobertura social de nuestros mayores. Sólo en 2015, las ayudas a las personas dependientes se han recortado en 2.000 millones de euros. Además, la congelación de las pensiones y el copago farmacéutico han deteriorado su calidad de vida. Mientras los medios de comunicación nos bombardean con infames muestras de corrupción por políticos, algunos altos funcionarios e instituciones que parecen vivir bajo el dictado de bánksters, de oligarcas y de entidades desalmadas sin más patria que el interés y el beneficio económico, a cualquier precio y caiga quien caiga.

Muchas de esas personas son mujeres que reivindicaron la autonomía de la mujer y su presencia en el espacio público, y proyectaron una vida mejor para sus hijos e hijas, basada en la educación, facilitándoles unos medios de los que ellas carecieron. Son susceptibles de padecer la exclusión social. Muchas de las mujeres que ahora son mayores, tuvieron que quedarse en casa cuidando a los hijos y a sus mayores, padres y abuelos, y sólo pudieron trabajar de manera intermitente. Esto ha provocado que tengan pensiones más bajas y una posición económica más débil y dependiente. Lo cual es radicalmente injusto e inhumano. Sin olvidar que muchas viviendas y calles no están adaptadas a personas con alguna discapacidad. Las barreras arquitectónicas son una de las causas por las que muchos mayores no salen de sus casas, por no poder afrontar unas escaleras o por miedo a caerse en la calle

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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