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Beatriz García

Cuando a ‘follicare’ le sale un ‘amicus’

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El castellano es una lengua concluyente e inclusa, que diría el de los quevedos en la punta de la nariz roma. Tan rica que pueden crearse nuevas palabras en la combinación de dos y hasta tres ya existentes; importamos vocablos extranjeros que se convierten en neologismos, nos inventamos términos para designar con más detalle y, a veces, también asesinamos con la mala dicción, con una reconversión errónea o por desuso, palabras que una vez significaron. En los últimos tiempos, en conversaciones con amigos y también en las tertulias de radio, en las revistas, llama mi atención poderosamente la creación – tal vez transformación – del término ‘folla amigo’. Y yo que creí que después de mangurrino y chorrear no podía existir palabra más fea, más falta de una belleza implícita, si cabe a veces sórdida, que debe tener toda palabra. Pues cuando designamos, construimos con nuestras palabras la realidad que nos envuelve. También en los diccionarios, en las enciclopedias y en el lenguaje corriente podemos rastrear nuestra propia historia, la forma en que las costumbres y los valores asociados a las cosas han evolucionado, la forma en que sentimos y así lo verbalizamos.

Decía Jorge Luis Borges que la amistad puede prescindir de frecuencia y de confidencias, que uno puede pasar años sin charlar con sus más queridos amigos o que puede hablar con ellos sólo de minucias, callarse si se quiere todos sus secretos. ¿Pero hay algo más privado, más íntimo, que la caricia de un cuerpo? Unos quieren ver en la palabra ‘folla amigo’ la actualización más honesta del mojigato “amigos con derecho a roce”, que a mí me evoca imágenes de sesiones por la tarde en cines de barriada con un Linterna llamando al orden a las manos que se despegan del brazo de la butaca. También hay quien ahora utiliza el término – no sé si debo repetirlo, empieza a picarme la lengua... – ‘folla amigo’ para hablar del amante, de una relación clandestina y de carácter sexual que pervive en el tiempo y que a la manera clásica, trovadoresca, era incluso poética: dos personas separadas por la convención social o por matrimonios de apaño que juegan al escondite, y que hoy suena a trasnoche y quincuagenario que se entiende con su secretaria. Y aquí es donde aparece la cuestión del tiempo: Si la amistad se construye en el tiempo, si bien el amor, el verdadero, crece y se transforma con el tiempo, los folla amigos viven en un tiempo aparte, digamos, un tiempo muerto.

Sin ánimo de sonar a queso rancio en nevera de soltero, me permito citar a los hebreos, que en eso de jugar al scrabble con la vida saben un rato largo, cuando dicen que el mundo de su Dios es un mundo hecho de palabras, palabras con sentido, que vibran y para Kandisnki eran color: Amor en rojo, amistad en verde… ‘folla amigo’ en un caqui desvaído, como un manchón de…. en las…, que son de punto y puntos suspensivos. Y cuenta Fray Luis de León que si queréis verdad en vuestras palabras, buscadla en la primera lengua, en casi todas se guarda. Así que si follar viene de ‘follicare’, que se traduce por resoplido, y amigo, aunque las más de las veces nadie lo aclare, venga de ‘amore’ o del latín ‘animis’ (alma) que es casi lo mismo, el sentido literal de ser folla amigos es el de “dos almas que resoplan juntas”. Y todo al final se reduce a eso, a un resoplido.

Cuando a ‘follicare’ le sale un ‘amicus’

Beatriz García
Beatriz García
martes, 12 de abril de 2011, 09:24 h (CET)
El castellano es una lengua concluyente e inclusa, que diría el de los quevedos en la punta de la nariz roma. Tan rica que pueden crearse nuevas palabras en la combinación de dos y hasta tres ya existentes; importamos vocablos extranjeros que se convierten en neologismos, nos inventamos términos para designar con más detalle y, a veces, también asesinamos con la mala dicción, con una reconversión errónea o por desuso, palabras que una vez significaron. En los últimos tiempos, en conversaciones con amigos y también en las tertulias de radio, en las revistas, llama mi atención poderosamente la creación – tal vez transformación – del término ‘folla amigo’. Y yo que creí que después de mangurrino y chorrear no podía existir palabra más fea, más falta de una belleza implícita, si cabe a veces sórdida, que debe tener toda palabra. Pues cuando designamos, construimos con nuestras palabras la realidad que nos envuelve. También en los diccionarios, en las enciclopedias y en el lenguaje corriente podemos rastrear nuestra propia historia, la forma en que las costumbres y los valores asociados a las cosas han evolucionado, la forma en que sentimos y así lo verbalizamos.

Decía Jorge Luis Borges que la amistad puede prescindir de frecuencia y de confidencias, que uno puede pasar años sin charlar con sus más queridos amigos o que puede hablar con ellos sólo de minucias, callarse si se quiere todos sus secretos. ¿Pero hay algo más privado, más íntimo, que la caricia de un cuerpo? Unos quieren ver en la palabra ‘folla amigo’ la actualización más honesta del mojigato “amigos con derecho a roce”, que a mí me evoca imágenes de sesiones por la tarde en cines de barriada con un Linterna llamando al orden a las manos que se despegan del brazo de la butaca. También hay quien ahora utiliza el término – no sé si debo repetirlo, empieza a picarme la lengua... – ‘folla amigo’ para hablar del amante, de una relación clandestina y de carácter sexual que pervive en el tiempo y que a la manera clásica, trovadoresca, era incluso poética: dos personas separadas por la convención social o por matrimonios de apaño que juegan al escondite, y que hoy suena a trasnoche y quincuagenario que se entiende con su secretaria. Y aquí es donde aparece la cuestión del tiempo: Si la amistad se construye en el tiempo, si bien el amor, el verdadero, crece y se transforma con el tiempo, los folla amigos viven en un tiempo aparte, digamos, un tiempo muerto.

Sin ánimo de sonar a queso rancio en nevera de soltero, me permito citar a los hebreos, que en eso de jugar al scrabble con la vida saben un rato largo, cuando dicen que el mundo de su Dios es un mundo hecho de palabras, palabras con sentido, que vibran y para Kandisnki eran color: Amor en rojo, amistad en verde… ‘folla amigo’ en un caqui desvaído, como un manchón de…. en las…, que son de punto y puntos suspensivos. Y cuenta Fray Luis de León que si queréis verdad en vuestras palabras, buscadla en la primera lengua, en casi todas se guarda. Así que si follar viene de ‘follicare’, que se traduce por resoplido, y amigo, aunque las más de las veces nadie lo aclare, venga de ‘amore’ o del latín ‘animis’ (alma) que es casi lo mismo, el sentido literal de ser folla amigos es el de “dos almas que resoplan juntas”. Y todo al final se reduce a eso, a un resoplido.

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