Desde que el pasado miércoles, 16 eurodiputados del PP y 18 del PSOE emitieran su voto en contra, los focos se han centrado en una clase política despreocupada por sus ciudadanos e insolidaria con la situación de su país
Gina Gulberti / Corresponsal en Bruselas
El tema estalló con los abucheos y desaprobación desde las redes sociales, que funcionaron como auténticas balas de difusión. Aunque la cuestión en sí no ha sido muy señalada entre los medios internacionales, lo cierto es que bien por la indignación retenida por parte de los españoles, o bien por la continua insistencia de los medios nacionales, el tema no ha dejado de estar presente en la opinión pública española.
Ayer los eurodiputados regresaron a sus puestos de trabajo en Bruselas. Tras una semana de votaciones y discordia en la sede de Estrasburgo del Parlamento Europeo, los parlamentarios han vuelto cómodamente en su mullido asiento de primera clase, tasado en unos 900 euros. En 1979, la eurocámara fue elegida por primera vez por sufragio universal; sin embargo casi nadie había reparado en ello, hasta que el pasado miércoles una votación un tanto inusual recordara a los comunes mortales, que los eurodiputados que nos representan, se encuentran en una esfera muy diferente y paralela.
Precisamente, en un momento de aguda crisis económica, en que Portugal ha solicitado el rescate por parte de la Unión, y sobre todo, cuando el Parlamento Europeo está siendo investigado por posibles casos de fraude, negarse a viajar en turista parece más un gesto de niños malcriados, y no una posición propia de personas adultas y sensatas
Sin embargo, lejos de lo que en España se pueda pensar, el asunto no resuena en los pasillos del Parlamento, los diputados no se esfuerzan en disfrazar su "políticamente incorrecta" actitud. La vida transcurre con normalidad para una cámara que acude a votar como si de un mero trámite se tratara, sin más importancia que la de pulsar uno de los tres "botoncitos" que tienen a su alcance. La dinámica es la siguiente: los timbres del edificio suenan cinco minutos antes de las votaciones. Es tiempo para que los parlamentarios aceleren el paso hasta la sala de plenos. Tras una llegada en estampida, emiten sus votos y después de quince minutos, el 80 por ciento de la cámara se levanta, sin ningún tipo de elegancia o discreción, y emprende el regreso a sus respectivas actividades habituales. Tomar el café parece más importante que asistir a los debates posteriores a la votación, a los cuales ni el propio Presidente asiste en su totalidad...
Esta es la realidad de una clase política que ejerce como portavoz de nuestros derechos, y cuyas "malas prácticas" últimamente la están dejando en evidencia. ¿Será ya momento de preocuparse de los intereses de los ciudadanos y no de los privilegios que nosotros mismos les costeamos?