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Sonia Herrera

Los entresijos del ala oeste

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Este año, las Reinas Magas de Gloria Fuertes le trajeron a mi pareja un interesante regalo: las siete temporadas de El ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing). Al principio pensé que sería un suplicio, que se me había ido la mano con la serie de culto, que había hipotecado mis sesiones televisivas para el próximo año… Lo que no sospeché en primera instancia es que la “enganchada” a la serie sería yo.

Y es que esta representación en la ficción (galardonada con varios premios a lo largo de sus siete temporadas) de la vida política estadounidense que narra las aventuras y desventuras del presidente y de las personas más cercanas a este tanto a nivel personal como profesional, conjuga a la perfección las funciones de informar, formar y entretener y demuestra al mismo tiempo que se pueden hacer productos televisivos con cierto sentido pedagógico e incluso invitando a la reflexión.

Hace años vi la película de Sorkin que dio origen a El ala oeste de la Casa Blanca y a sus complejos personajes: El Presidente y Miss Wade. En ese momento caí en la cuenta sin saber conceptualizarlo de la importancia que juega en la persuasión el personalismo de los candidatos y la humanización de la política.

Actualmente la prioridad de la comunicación política se centra precisamente en acercar a los candidatos lo máximo posible a la gente, eliminando en cierta manera el distanciamiento de clase política respecto al conjunto de la sociedad. Hoy en día, el “quién” prevalece sobre el “qué”. Interesa más conocer en profundidad el perfil de los candidatos que el contenido de sus programas electorales y en ello centran sus esfuerzos los asesores de comunicación política. Yuri Morejón es uno de ellos y tiene claro que un político debe “saber aprender, rectificar, empatizar, emocionar(se), sonreír… para romper barreras, para mostrarse humanos”.

La ficción creada por Sorkin pone el acento en este punto y nos aproxima a un presidente de Estados Unidos que padece esclerosis múltiple, un dato que en principio pertenecería al ámbito privado, pero que al hacerse público juega un papel primordial sobre su imagen y pone en cuestión su capacidad para dirigir el país. ¿Dónde acaba el político y empieza la persona? ¿Dónde acaba lo público y empieza lo privado? El ala oeste de la Casa Blanca reflexiona continuamente sobre este tema a través de sus personajes, idealistas y apasionados, que pasan más horas dedicados al trabajo que a sus propias vidas personales.

Guerras que ponen a prueba ideologías, conflictos diplomáticos que cuestionan ciertos aspectos de la política exterior estadounidense, las entrañas de una campaña electoral, discursos, enfermedades, secretos, sentimientos, lealtad, sentido del deber. Todos estos factores se mezclan en la ficción, viajando una y otra vez a los dos lados del espejo, como si Carroll hubiera decidido que Alicia pudiera trasladarse a su voluntad desde la ficción a la realidad y desde lo personal a lo público.

En lugar de separar cultura y política como si fuera dos conceptos opuestos, El ala oeste de la Casa Blanca aúna ambos ámbitos en un solo concepto, venciendo el oxímoron y creando un nuevo terreno de estudio: la cultura política. Larry Diamond definió la cultura política como el conjunto de “creencias, actitudes, valores, ideales, sentimientos y juicios de un pueblo acerca de su sistema político y del rol del mismo en el sistema internacional”.

Más allá de las contradicciones propias de la "doble moral" de los Estados Unidos que también se reflejan (no sé si intencionalmente o no) en la serie, esta ficción nos impregna de cultura política estadounidense mediante unas tramas y diálogos brillantes e inteligentes.

Según explica Antonio Trashorras en un artículo publicado hace ya 6 años, Sorkin dio rienda suelta a sus preocupaciones políticas y sociales a través de El ala oeste de la Casa Blanca, que fue tildada en más de una ocasión de “imprudentemente izquierdista” por sus ataques hacia “determinadas posturas republicanas respecto a temas como la Educación, los subsidios o las parejas homosexuales”. Y es que hoy en día la neutralidad está sobrevalorada y ampliamente mitificada.

En televisión, al igual que en muchos otros campos que generan conocimiento, sería mucho más loable apelar al concepto de “honradez intelectual” acuñado por Gabriel Jackson y explicitar (o no ocultar al menos) la ideología de partida, la posición discursiva desde la que narramos.

¿Sería posible realizar una serie así en España sin caer en la comedia? Sin duda, la carga patriótica al más puro estilo “God bless Spain” no acaba de encajar y tampoco lo hacen los aires de superioridad en el tratamiento de la política exterior ya que los españoles no nos solemos considerar los salvadores del “mundo libre” (demos gracias por ello). Pero salvo esas peculiaridades, ciertamente seria interesante conocer los adentros de un presidente (ojalá algún día presidenta) del gobierno y acercarnos a las estrategias que se emplean en los gabinetes políticos para transmitir sus mensajes.

Queda claro que la erótica del poder se retroalimenta en los medios de comunicación y viceversa. Por ello, me quedo con una frase de Roger-Gerard Schwartzenberg que resume a la perfección en qué consiste la cultura política en la que estamos inmersos/as: “En otro tiempo, la política eran las ideas. Hoy, son las personas. O más bien los personajes. Ya que cada dirigente parece elegir un empleo y desempeñar un papel. Como en el espectáculo”.

Los entresijos del ala oeste

Sonia Herrera
Sonia Herrera
martes, 12 de abril de 2011, 06:58 h (CET)
Este año, las Reinas Magas de Gloria Fuertes le trajeron a mi pareja un interesante regalo: las siete temporadas de El ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing). Al principio pensé que sería un suplicio, que se me había ido la mano con la serie de culto, que había hipotecado mis sesiones televisivas para el próximo año… Lo que no sospeché en primera instancia es que la “enganchada” a la serie sería yo.

Y es que esta representación en la ficción (galardonada con varios premios a lo largo de sus siete temporadas) de la vida política estadounidense que narra las aventuras y desventuras del presidente y de las personas más cercanas a este tanto a nivel personal como profesional, conjuga a la perfección las funciones de informar, formar y entretener y demuestra al mismo tiempo que se pueden hacer productos televisivos con cierto sentido pedagógico e incluso invitando a la reflexión.

Hace años vi la película de Sorkin que dio origen a El ala oeste de la Casa Blanca y a sus complejos personajes: El Presidente y Miss Wade. En ese momento caí en la cuenta sin saber conceptualizarlo de la importancia que juega en la persuasión el personalismo de los candidatos y la humanización de la política.

Actualmente la prioridad de la comunicación política se centra precisamente en acercar a los candidatos lo máximo posible a la gente, eliminando en cierta manera el distanciamiento de clase política respecto al conjunto de la sociedad. Hoy en día, el “quién” prevalece sobre el “qué”. Interesa más conocer en profundidad el perfil de los candidatos que el contenido de sus programas electorales y en ello centran sus esfuerzos los asesores de comunicación política. Yuri Morejón es uno de ellos y tiene claro que un político debe “saber aprender, rectificar, empatizar, emocionar(se), sonreír… para romper barreras, para mostrarse humanos”.

La ficción creada por Sorkin pone el acento en este punto y nos aproxima a un presidente de Estados Unidos que padece esclerosis múltiple, un dato que en principio pertenecería al ámbito privado, pero que al hacerse público juega un papel primordial sobre su imagen y pone en cuestión su capacidad para dirigir el país. ¿Dónde acaba el político y empieza la persona? ¿Dónde acaba lo público y empieza lo privado? El ala oeste de la Casa Blanca reflexiona continuamente sobre este tema a través de sus personajes, idealistas y apasionados, que pasan más horas dedicados al trabajo que a sus propias vidas personales.

Guerras que ponen a prueba ideologías, conflictos diplomáticos que cuestionan ciertos aspectos de la política exterior estadounidense, las entrañas de una campaña electoral, discursos, enfermedades, secretos, sentimientos, lealtad, sentido del deber. Todos estos factores se mezclan en la ficción, viajando una y otra vez a los dos lados del espejo, como si Carroll hubiera decidido que Alicia pudiera trasladarse a su voluntad desde la ficción a la realidad y desde lo personal a lo público.

En lugar de separar cultura y política como si fuera dos conceptos opuestos, El ala oeste de la Casa Blanca aúna ambos ámbitos en un solo concepto, venciendo el oxímoron y creando un nuevo terreno de estudio: la cultura política. Larry Diamond definió la cultura política como el conjunto de “creencias, actitudes, valores, ideales, sentimientos y juicios de un pueblo acerca de su sistema político y del rol del mismo en el sistema internacional”.

Más allá de las contradicciones propias de la "doble moral" de los Estados Unidos que también se reflejan (no sé si intencionalmente o no) en la serie, esta ficción nos impregna de cultura política estadounidense mediante unas tramas y diálogos brillantes e inteligentes.

Según explica Antonio Trashorras en un artículo publicado hace ya 6 años, Sorkin dio rienda suelta a sus preocupaciones políticas y sociales a través de El ala oeste de la Casa Blanca, que fue tildada en más de una ocasión de “imprudentemente izquierdista” por sus ataques hacia “determinadas posturas republicanas respecto a temas como la Educación, los subsidios o las parejas homosexuales”. Y es que hoy en día la neutralidad está sobrevalorada y ampliamente mitificada.

En televisión, al igual que en muchos otros campos que generan conocimiento, sería mucho más loable apelar al concepto de “honradez intelectual” acuñado por Gabriel Jackson y explicitar (o no ocultar al menos) la ideología de partida, la posición discursiva desde la que narramos.

¿Sería posible realizar una serie así en España sin caer en la comedia? Sin duda, la carga patriótica al más puro estilo “God bless Spain” no acaba de encajar y tampoco lo hacen los aires de superioridad en el tratamiento de la política exterior ya que los españoles no nos solemos considerar los salvadores del “mundo libre” (demos gracias por ello). Pero salvo esas peculiaridades, ciertamente seria interesante conocer los adentros de un presidente (ojalá algún día presidenta) del gobierno y acercarnos a las estrategias que se emplean en los gabinetes políticos para transmitir sus mensajes.

Queda claro que la erótica del poder se retroalimenta en los medios de comunicación y viceversa. Por ello, me quedo con una frase de Roger-Gerard Schwartzenberg que resume a la perfección en qué consiste la cultura política en la que estamos inmersos/as: “En otro tiempo, la política eran las ideas. Hoy, son las personas. O más bien los personajes. Ya que cada dirigente parece elegir un empleo y desempeñar un papel. Como en el espectáculo”.

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