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E. J. Dionne

La elevada factura de odiar a la administración pública

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WASHINGTON - Una imagen plasma perfectamente el significado de la confrontación absurda, irracional y totalmente innecesaria en torno a la clausura de la actividad pública por falta de recursos apoyada en diferencias llamativamente pequeñas a tenor de cifras presupuestarias y legislación política.

Durante una concentración del movimiento fiscal convocada en las inmediaciones del Capitolio el miércoles -- "concentración" es un término generoso para referirse a una reunión de unos cuantos cientos de personas -- el congresista Mike Pence, pirómano legislador Republicano de Indiana, anunciaba que si los Demócratas del Senado se niegan a aceptar "el pago de una modesta entrada en concepto de reformas y disciplina fiscal, yo digo: '¡Echamos el cierre!"

Y la multitud estalló, enardecida y alegremente: "¡Echa el cierre! ¡Echa el cierre!"

Lo que quedó claro mientras los gritos persistían es que la administración del país más poderoso del mundo está secuestrada por un puñado de fanáticos que (1) representan una proporción muy reducida de nuestra población; (2) odian al gobierno tanto que disfrutan ante la idea de echarle el cierre, al margen de la factura; y que (3) son reacios a reconocer que unas elecciones democráticas dieron lugar a una administración repartida entre formaciones y que el compromiso es la única forma de salir adelante.

El Senador Charles E. Schumer, D-N.Y., provocó un pequeño revuelo cuando fue traicionado por un micrófono abierto dando ganchos a sus colegas Demócratas para animarles a presentar el enfoque Republicano como "fanático" o "extremista". Pero la vergüenza de Schumer no tuvo repercusión porque su idea está avalada por la realidad. El reto del presidente de la Cámara John Boehner durante toda esta saga ha residido en la dificultad de bregar con fuerzas en el seno del Partido Republicano que son genuinamente extremas.

Un país serio no puede seguir siendo serio mucho tiempo si organiza su vida política de esta forma. La amenaza de clausurar la actividad de la administración pública entera por una diferencia de unos cuantos miles de millones dentro de unos presupuestos próximos a los 4 billones de dólares en total es ridícula. Igualmente absurdo es valerse del cerrojazo para alterar el papel del colectivo Paternidad Responsable dentro de nuestro sistema de salud pública, o intimidar al presidente para relajar los reglamentos de protección medioambiental.

Boehner en persona parece ser consciente de esto. "Controlamos la mitad de la tercera parte de la administración", ha dicho con regularidad. (Yo diría que los Republicanos también tienen el control práctico del Tribunal Supremo, pero vamos a dejar esto aparte).

Boehner tiene motivos para sentirse bien con su éxito a la hora de sacar al presidente y a su partido concesiones mucho más sustanciales de lo que esperaba nadie. Pero el presidente de la Cámara no tuvo otra elección que llevar al país al borde del abismo porque sabía que el grupo del échale-el-cierre considera la clausura de la administración federal no una táctica simplemente sino un bien positivo.

Sí, los Demócratas despejaron el terreno a esta absurda tragedia al no tramitar unos presupuestos para este ejercicio fiscal cuando controlaban las dos cámaras del Congreso. Pero también es cierto que el abuso del veto legislativo en el Senado ha vuelto insoportable el ejercicio de la administración pública al convertir asuntos antes rutinarios en motivos de intensa trifulca partidista. De nuevo, es una forma estúpida de dirigir una administración.

Tenemos que hacer frente a lo que está sucediendo: una minoría de derechas dentro del Partido Republicano disfruta de una influencia mucho mayor sobre el mecanismo de la administración de la que justificaría su presencia entre el electorado porque sus miembros casualmente acuden masivamente a las urnas en las primarias Republicanas.

Recordemos las primarias Republicanas al Senado en Delaware el año pasado: Cuando una candidata sin cualificación como Christine O'Donnell puede derrotar a Mike Castle, uno de los legisladores más respetados de la Cámara, todo Republicano -- conservadores de referencia o de los contados moderados que quedan en pie en la misma medida -- tiene motivos para estar aterrorizado. Ese terror se cierne sobre las estancias del Congreso.

Subrayando esto hay una total pérdida de respeto al propio gobierno democrático y una ausencia total de aprecio hacia el milagro que es la autonomía. Si la administración se convierte en algo perverso, entonces nadie tiene obligación ninguna de hacerse responsable de nuestras instituciones. La falta de escrúpulos en la búsqueda de unas cuantas victorias políticas sin importancia se convierte en virtud. La indiferencia hacia aquellos que forman parte de, o trabajan en, la administración pública se convierte en una distinción.

Entre los gritos de "Échale el cierre", el "-le" rezuma desprecio. Nos alegramos siempre que clausuramos pisos de camellos o desmantelamos zulos terroristas. No debería ser motivo de alegría la clausura de nuestra administración pública.

Boehner no opina de esta forma con nuestras instituciones, pero tiene la obligación de asumir el riesgo político de enfrentarse a aquéllos que sí opinan así. Y en el caso del Presidente Obama, ya no basta ser considerado el director del colegio que regaña a las pandillas rivales. Necesita el valor de defender a la administración que encabeza.

La elevada factura de odiar a la administración pública

E. J. Dionne
E. J. Dionne
lunes, 11 de abril de 2011, 07:02 h (CET)
WASHINGTON - Una imagen plasma perfectamente el significado de la confrontación absurda, irracional y totalmente innecesaria en torno a la clausura de la actividad pública por falta de recursos apoyada en diferencias llamativamente pequeñas a tenor de cifras presupuestarias y legislación política.

Durante una concentración del movimiento fiscal convocada en las inmediaciones del Capitolio el miércoles -- "concentración" es un término generoso para referirse a una reunión de unos cuantos cientos de personas -- el congresista Mike Pence, pirómano legislador Republicano de Indiana, anunciaba que si los Demócratas del Senado se niegan a aceptar "el pago de una modesta entrada en concepto de reformas y disciplina fiscal, yo digo: '¡Echamos el cierre!"

Y la multitud estalló, enardecida y alegremente: "¡Echa el cierre! ¡Echa el cierre!"

Lo que quedó claro mientras los gritos persistían es que la administración del país más poderoso del mundo está secuestrada por un puñado de fanáticos que (1) representan una proporción muy reducida de nuestra población; (2) odian al gobierno tanto que disfrutan ante la idea de echarle el cierre, al margen de la factura; y que (3) son reacios a reconocer que unas elecciones democráticas dieron lugar a una administración repartida entre formaciones y que el compromiso es la única forma de salir adelante.

El Senador Charles E. Schumer, D-N.Y., provocó un pequeño revuelo cuando fue traicionado por un micrófono abierto dando ganchos a sus colegas Demócratas para animarles a presentar el enfoque Republicano como "fanático" o "extremista". Pero la vergüenza de Schumer no tuvo repercusión porque su idea está avalada por la realidad. El reto del presidente de la Cámara John Boehner durante toda esta saga ha residido en la dificultad de bregar con fuerzas en el seno del Partido Republicano que son genuinamente extremas.

Un país serio no puede seguir siendo serio mucho tiempo si organiza su vida política de esta forma. La amenaza de clausurar la actividad de la administración pública entera por una diferencia de unos cuantos miles de millones dentro de unos presupuestos próximos a los 4 billones de dólares en total es ridícula. Igualmente absurdo es valerse del cerrojazo para alterar el papel del colectivo Paternidad Responsable dentro de nuestro sistema de salud pública, o intimidar al presidente para relajar los reglamentos de protección medioambiental.

Boehner en persona parece ser consciente de esto. "Controlamos la mitad de la tercera parte de la administración", ha dicho con regularidad. (Yo diría que los Republicanos también tienen el control práctico del Tribunal Supremo, pero vamos a dejar esto aparte).

Boehner tiene motivos para sentirse bien con su éxito a la hora de sacar al presidente y a su partido concesiones mucho más sustanciales de lo que esperaba nadie. Pero el presidente de la Cámara no tuvo otra elección que llevar al país al borde del abismo porque sabía que el grupo del échale-el-cierre considera la clausura de la administración federal no una táctica simplemente sino un bien positivo.

Sí, los Demócratas despejaron el terreno a esta absurda tragedia al no tramitar unos presupuestos para este ejercicio fiscal cuando controlaban las dos cámaras del Congreso. Pero también es cierto que el abuso del veto legislativo en el Senado ha vuelto insoportable el ejercicio de la administración pública al convertir asuntos antes rutinarios en motivos de intensa trifulca partidista. De nuevo, es una forma estúpida de dirigir una administración.

Tenemos que hacer frente a lo que está sucediendo: una minoría de derechas dentro del Partido Republicano disfruta de una influencia mucho mayor sobre el mecanismo de la administración de la que justificaría su presencia entre el electorado porque sus miembros casualmente acuden masivamente a las urnas en las primarias Republicanas.

Recordemos las primarias Republicanas al Senado en Delaware el año pasado: Cuando una candidata sin cualificación como Christine O'Donnell puede derrotar a Mike Castle, uno de los legisladores más respetados de la Cámara, todo Republicano -- conservadores de referencia o de los contados moderados que quedan en pie en la misma medida -- tiene motivos para estar aterrorizado. Ese terror se cierne sobre las estancias del Congreso.

Subrayando esto hay una total pérdida de respeto al propio gobierno democrático y una ausencia total de aprecio hacia el milagro que es la autonomía. Si la administración se convierte en algo perverso, entonces nadie tiene obligación ninguna de hacerse responsable de nuestras instituciones. La falta de escrúpulos en la búsqueda de unas cuantas victorias políticas sin importancia se convierte en virtud. La indiferencia hacia aquellos que forman parte de, o trabajan en, la administración pública se convierte en una distinción.

Entre los gritos de "Échale el cierre", el "-le" rezuma desprecio. Nos alegramos siempre que clausuramos pisos de camellos o desmantelamos zulos terroristas. No debería ser motivo de alegría la clausura de nuestra administración pública.

Boehner no opina de esta forma con nuestras instituciones, pero tiene la obligación de asumir el riesgo político de enfrentarse a aquéllos que sí opinan así. Y en el caso del Presidente Obama, ya no basta ser considerado el director del colegio que regaña a las pandillas rivales. Necesita el valor de defender a la administración que encabeza.

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