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Los compañeros de clase de Alejandra

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (II)

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Unnamed 4

Alejandra se fue a vivir a la capital para estudiar en el colegio. Le hacían gracia sus profesores. La de Contabilidad y economía aplicada era tan pequeña que parecía caerse en los huecos del suelo roto y de vieja madera apolillada de la clase 7, de esa gran casa de más de cincuenta años convertida en colegio por unos extranjeros, la de la Literatura que parecía maquiavélica, falsa. El de Química les decía que llamasen a sus hijos “Hipoclorito de sodio, potasio, magnesio, Hipoclorito de yo no sé que otra cosa”, perdón si lo cuento mal.

Era un centro mixto, lo que permitió a Alejandra tener amigos de ambos sexos. No era tonta y hablaba con todos los seres vivientes. Le gustaba el color rubio para el cabello, y de hecho, llegó a teñírselo durante cuatro años, cejas incluidas, hasta que la profesora de música le dijo que eso era malo para la salud en personas tan jóvenes, que no lo hiciese más, que hablaría con su madre. Le gustaba parecer nórdica, pero su tez era morena por lo cual el amarillo en el pelo no le sentaba bien, y los que la querían se lo decían.

Le atraían los chicos de clase, le gustó Ángel, y a quien no le gustaba ese chico. Era cariñoso, atento, con un físico de espanto, simpático… su padre también estaba de buen ver, cuando en el colegio una niña de clase dijo que levantaran la mano los que querían a Ángel ella… también la levantó, pero se dio cuenta de que a él le gustaba una niña de nombre indígena “Huchartielí”, jamás se lo hubiese imaginado. Era así. Sin más. Sin embargo, a quien más miraba era a ella. Se sentaba a su lado en la clase, en los cambios de asignatura la veía, a veces se quedaban observando el uno al otro minutos interminables, a los ojos, sin titubeos, sin falsedades, sin más. Eso tenía que querer decir algo y ya está.

Ella le sacó una foto saltando a la cuerda durante el recreo. Era un buen deportista, ella le veía así, con buenos ojos, y a ella siempre le gustaron los deportes. Esa foto la guardó, como si fuese oro, durante muchos años, como un tesoro, el mayor de sus bienes. Era “él”, saltando a la cuerda, el más guapo, su ilusión, el que la hacía soñar… y lo tenía en una foto.

Sentía secreta admiración por Isabel, Gabriela, Mariela, Dolhitars, y otras chicas de la clase, muy espabiladas, muy habladoras. A veces le tocaba apuntar a los niños que hablaban en clase y siempre apuntaba a Cresphijí, ya que siempre estaba hablando y a ella eso le molestaba, pues en las clases, decía con razón la maestra, había que estar callados, mudos, sin más. Eran las normas y ella era la que tenía que apuntarles si no las seguían.

Gabriela quería ser odontóloga, no era muy alta, pero siempre llevaba tacones de diez centímetros y algo colgando de su largo pelo aclarado con productos especiales. Una vez no se pusiera desodorante y sus amigos le regalaron uno. Mariela y Dolhitars no sabían lo que querían ser profesionalmente, e Isabel, quería ser una buena diseñadora de moda. Y llegó a serlo, sí señor, muy buena, ciertamente. Hizo bonitos modelos de ropa que no dejaron indiferentes a importantes firmas comerciales del país.

A Alejandra le gustaban los desfiles de moda. Le gustaban las fotografías, viajar. Llegó a ser modelo profesional durante cuatro años, fue portada de revistas, hacía bonitos desfiles, su profesora decía que caminaba muy bien, que era una buenísima profesional, aunque le sobraban dos o tres kilos.

Quería que la peinasen, maquillasen, la pusiesen guapa, le hiciesen nuevos vestidos, de muchos colores neutros, uno de ellos lo lució con la bandera de Venezuela al lado en un acto público en Irmhanjithú Ghilligaters.

En el colegio le decían que ser modelo de pasarela y fotos era una profesión pecaminosa y ella sintió miedo de estarse metiendo en algo malo, pero siguió allí, firme en sus propósitos y de ese mismo modo, todos la quisieron igualmente.

Tuvo miedo, en el colegio, de un hombre moreno y bajito que decían que era sádico, que le gustaban los niños. Entraba en el colegio y lo recorría de arriba abajo como un loco, sin nadie ser capaz de hacer nada, ni de llamar a la policía.

Cambió de Instituto después de que le arrancaran una oreja a un compañero de un curso superior. Su madre le salvó, como si fuese una heroína, la vida y afortunadamente la oreja pudo recuperarla. A partir de aquel entonces, se convirtió en un símbolo, en una salvadora, en una justiciera. Pero hubo más disturbios, en carnavales les tiraron tomates podridos a las ventanas de las aulas, sobretodo la 8 y la 10. Los alumnos se defendían escondiéndose detrás de los pupitres para evitar las agresiones. A Alejandra nunca le pasó nada.

Le llegó a gustar un chico rubio del colegio que se portaba muy mal, Shimiopit era muy travieso, y vaya suerte, se sentaba también cerca de ella, también se veían mucho. Más de una vez la madre de ese chico fue a hablar con los profesores para que lo aprobasen pues era muy mal estudiante. Fracasaría en la vida.

Shimiopit tenía todo lo que a Alejandra podía llenarle, sólo fallaba en una cosa, tenía los ojitos negritos como el carbón, y a ella le gustaban verde campo. Los suyos no lo eran.

Admiraba a Charment Magfiliegnha porque estudiaba mucho y quería llegar a ser doctora en medicina. Jamás le perdonó que sintiese vergüenza por su madre ser barrendera. A ella no le importaba que Magfiliegnha fuese pobre, era su amiga a pesar de eso y sus ideales de ayudar a través de la curación, la llenaban por completo. Ella presumía de saber tocar muy bien el acordeón.

Un día se dio cuenta de que la vocación de Magfiliegnha era ficticia, que estaba siendo inducida por su madre, que la niña tenía que ser médico por vocación más materna que de su chiquita, por cuestión de estatus más que de cualquier otra cosa y porque de ese modo su hija sería un ángel celestial al morir. Falso, todo es mentira. Lo cierto es que Magfiliegnha jamás llegó a ser un médico genial ni entregado. Alegre no estaba su músculo cardíaco, fue mediocre, fallaba en sus diagnósticos y se le morían los enfermos.

Mismo falló en el diagnóstico de su mamá cuando dijo que no la operasen de una ruptura de tibia, la vieja quedó mal, muy mal. La madre también era una alcohólica, bebía y bebía alcohol sin cesar, hasta el agotamiento, su hígado no podía ya más, todo empeoró su cuadro y falleció cuando a mayores le apareció una rara enfermedad que ahora no podría describir. Yo creo que tomaba licor de banana y de frutos rojos por los caminitos rurales porque sentía frío, era friolera y se calentaba bebiendo mucho. Por eso bebía. Su marido murió joven de un accidente de tráfico. Magfiliegnha no lloró mucho por él. Siguió adelante. Eso sorprendió a Alejandra. No había dolor en ella por la perdida de su querido progenitor. Eso la desconcertó por completo.

Magfiliegnha se trabajaba mucho las exposiciones de clase, hacía bonitos dibujos en las cartulinas, pintaba con colores fuertes. Alejandra más de una vez quiso imitarla, y lo hizo, con menos aciertos, dibujaba peor, pero lo hizo. Ella se chapaba todo y sacaba buenas notas por eso, no porque comprendiese las clases, sino porque se chapaba todo, absolutamente todo sorprendiendo, consecuentemente a todos por su capacidad memorística.

En el colegio, Ale prestaba su bata de biología a sus mejores amigos, hasta que un día la regañaron por hacerlo, la profesora Nhirielgha como castigo dio la clase con ella puesta y Alejandra sufrió la clase entera y no se enteró de lo que contaba. Al final, la profesora se la devolvió pero le pidió que no volviese a prestarla, que no lo hiciese pues la responsabilidad también, curiosamente, era evaluada por ella con sumo detalle, de los más detallados detalles mundiales. A Alejandra le daba rabia que la profesora Marisela Juisy Chucespasharty Vións “Nhirielgha”, de Biología matase animales y los disecase. Eran seres vivos que tenían derecho a vivir libres o no, pero siempre protegidos, siempre. A ella le gustaban los animalitos. Lo pasaba mal en sus clases, lo pasaba realmente mal. Un día les tocó abrir un gusano y ella lo hizo, otros días les tocaría matar ranas. Por eso se fue de ese colegio, no quería matar animalitos inocentes que ningún mal le habían hecho.

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (II)

Los compañeros de clase de Alejandra
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
lunes, 6 de marzo de 2017, 00:41 h (CET)

Unnamed 4

Alejandra se fue a vivir a la capital para estudiar en el colegio. Le hacían gracia sus profesores. La de Contabilidad y economía aplicada era tan pequeña que parecía caerse en los huecos del suelo roto y de vieja madera apolillada de la clase 7, de esa gran casa de más de cincuenta años convertida en colegio por unos extranjeros, la de la Literatura que parecía maquiavélica, falsa. El de Química les decía que llamasen a sus hijos “Hipoclorito de sodio, potasio, magnesio, Hipoclorito de yo no sé que otra cosa”, perdón si lo cuento mal.

Era un centro mixto, lo que permitió a Alejandra tener amigos de ambos sexos. No era tonta y hablaba con todos los seres vivientes. Le gustaba el color rubio para el cabello, y de hecho, llegó a teñírselo durante cuatro años, cejas incluidas, hasta que la profesora de música le dijo que eso era malo para la salud en personas tan jóvenes, que no lo hiciese más, que hablaría con su madre. Le gustaba parecer nórdica, pero su tez era morena por lo cual el amarillo en el pelo no le sentaba bien, y los que la querían se lo decían.

Le atraían los chicos de clase, le gustó Ángel, y a quien no le gustaba ese chico. Era cariñoso, atento, con un físico de espanto, simpático… su padre también estaba de buen ver, cuando en el colegio una niña de clase dijo que levantaran la mano los que querían a Ángel ella… también la levantó, pero se dio cuenta de que a él le gustaba una niña de nombre indígena “Huchartielí”, jamás se lo hubiese imaginado. Era así. Sin más. Sin embargo, a quien más miraba era a ella. Se sentaba a su lado en la clase, en los cambios de asignatura la veía, a veces se quedaban observando el uno al otro minutos interminables, a los ojos, sin titubeos, sin falsedades, sin más. Eso tenía que querer decir algo y ya está.

Ella le sacó una foto saltando a la cuerda durante el recreo. Era un buen deportista, ella le veía así, con buenos ojos, y a ella siempre le gustaron los deportes. Esa foto la guardó, como si fuese oro, durante muchos años, como un tesoro, el mayor de sus bienes. Era “él”, saltando a la cuerda, el más guapo, su ilusión, el que la hacía soñar… y lo tenía en una foto.

Sentía secreta admiración por Isabel, Gabriela, Mariela, Dolhitars, y otras chicas de la clase, muy espabiladas, muy habladoras. A veces le tocaba apuntar a los niños que hablaban en clase y siempre apuntaba a Cresphijí, ya que siempre estaba hablando y a ella eso le molestaba, pues en las clases, decía con razón la maestra, había que estar callados, mudos, sin más. Eran las normas y ella era la que tenía que apuntarles si no las seguían.

Gabriela quería ser odontóloga, no era muy alta, pero siempre llevaba tacones de diez centímetros y algo colgando de su largo pelo aclarado con productos especiales. Una vez no se pusiera desodorante y sus amigos le regalaron uno. Mariela y Dolhitars no sabían lo que querían ser profesionalmente, e Isabel, quería ser una buena diseñadora de moda. Y llegó a serlo, sí señor, muy buena, ciertamente. Hizo bonitos modelos de ropa que no dejaron indiferentes a importantes firmas comerciales del país.

A Alejandra le gustaban los desfiles de moda. Le gustaban las fotografías, viajar. Llegó a ser modelo profesional durante cuatro años, fue portada de revistas, hacía bonitos desfiles, su profesora decía que caminaba muy bien, que era una buenísima profesional, aunque le sobraban dos o tres kilos.

Quería que la peinasen, maquillasen, la pusiesen guapa, le hiciesen nuevos vestidos, de muchos colores neutros, uno de ellos lo lució con la bandera de Venezuela al lado en un acto público en Irmhanjithú Ghilligaters.

En el colegio le decían que ser modelo de pasarela y fotos era una profesión pecaminosa y ella sintió miedo de estarse metiendo en algo malo, pero siguió allí, firme en sus propósitos y de ese mismo modo, todos la quisieron igualmente.

Tuvo miedo, en el colegio, de un hombre moreno y bajito que decían que era sádico, que le gustaban los niños. Entraba en el colegio y lo recorría de arriba abajo como un loco, sin nadie ser capaz de hacer nada, ni de llamar a la policía.

Cambió de Instituto después de que le arrancaran una oreja a un compañero de un curso superior. Su madre le salvó, como si fuese una heroína, la vida y afortunadamente la oreja pudo recuperarla. A partir de aquel entonces, se convirtió en un símbolo, en una salvadora, en una justiciera. Pero hubo más disturbios, en carnavales les tiraron tomates podridos a las ventanas de las aulas, sobretodo la 8 y la 10. Los alumnos se defendían escondiéndose detrás de los pupitres para evitar las agresiones. A Alejandra nunca le pasó nada.

Le llegó a gustar un chico rubio del colegio que se portaba muy mal, Shimiopit era muy travieso, y vaya suerte, se sentaba también cerca de ella, también se veían mucho. Más de una vez la madre de ese chico fue a hablar con los profesores para que lo aprobasen pues era muy mal estudiante. Fracasaría en la vida.

Shimiopit tenía todo lo que a Alejandra podía llenarle, sólo fallaba en una cosa, tenía los ojitos negritos como el carbón, y a ella le gustaban verde campo. Los suyos no lo eran.

Admiraba a Charment Magfiliegnha porque estudiaba mucho y quería llegar a ser doctora en medicina. Jamás le perdonó que sintiese vergüenza por su madre ser barrendera. A ella no le importaba que Magfiliegnha fuese pobre, era su amiga a pesar de eso y sus ideales de ayudar a través de la curación, la llenaban por completo. Ella presumía de saber tocar muy bien el acordeón.

Un día se dio cuenta de que la vocación de Magfiliegnha era ficticia, que estaba siendo inducida por su madre, que la niña tenía que ser médico por vocación más materna que de su chiquita, por cuestión de estatus más que de cualquier otra cosa y porque de ese modo su hija sería un ángel celestial al morir. Falso, todo es mentira. Lo cierto es que Magfiliegnha jamás llegó a ser un médico genial ni entregado. Alegre no estaba su músculo cardíaco, fue mediocre, fallaba en sus diagnósticos y se le morían los enfermos.

Mismo falló en el diagnóstico de su mamá cuando dijo que no la operasen de una ruptura de tibia, la vieja quedó mal, muy mal. La madre también era una alcohólica, bebía y bebía alcohol sin cesar, hasta el agotamiento, su hígado no podía ya más, todo empeoró su cuadro y falleció cuando a mayores le apareció una rara enfermedad que ahora no podría describir. Yo creo que tomaba licor de banana y de frutos rojos por los caminitos rurales porque sentía frío, era friolera y se calentaba bebiendo mucho. Por eso bebía. Su marido murió joven de un accidente de tráfico. Magfiliegnha no lloró mucho por él. Siguió adelante. Eso sorprendió a Alejandra. No había dolor en ella por la perdida de su querido progenitor. Eso la desconcertó por completo.

Magfiliegnha se trabajaba mucho las exposiciones de clase, hacía bonitos dibujos en las cartulinas, pintaba con colores fuertes. Alejandra más de una vez quiso imitarla, y lo hizo, con menos aciertos, dibujaba peor, pero lo hizo. Ella se chapaba todo y sacaba buenas notas por eso, no porque comprendiese las clases, sino porque se chapaba todo, absolutamente todo sorprendiendo, consecuentemente a todos por su capacidad memorística.

En el colegio, Ale prestaba su bata de biología a sus mejores amigos, hasta que un día la regañaron por hacerlo, la profesora Nhirielgha como castigo dio la clase con ella puesta y Alejandra sufrió la clase entera y no se enteró de lo que contaba. Al final, la profesora se la devolvió pero le pidió que no volviese a prestarla, que no lo hiciese pues la responsabilidad también, curiosamente, era evaluada por ella con sumo detalle, de los más detallados detalles mundiales. A Alejandra le daba rabia que la profesora Marisela Juisy Chucespasharty Vións “Nhirielgha”, de Biología matase animales y los disecase. Eran seres vivos que tenían derecho a vivir libres o no, pero siempre protegidos, siempre. A ella le gustaban los animalitos. Lo pasaba mal en sus clases, lo pasaba realmente mal. Un día les tocó abrir un gusano y ella lo hizo, otros días les tocaría matar ranas. Por eso se fue de ese colegio, no quería matar animalitos inocentes que ningún mal le habían hecho.

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