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Ruth Marcus

La red de protección social no es ninguna hamaca

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WASHINGTON - Hay un montón de reparos que poner al plan presupuestario del congresista Paul Ryan. Me gustaría centrarme en una sola palabra: hamaca.

Como en la comparación que hacía el congresista Republicano de Wisconsin con la reforma de lo social implantada durante la década de los 90. "Estos presupuestos", anunciaba Ryan a los cuatro vientos, "amplían esos éxitos... para garantizar que la red de protección social de América no se convierte en una hamaca que adormece a los ciudadanos capaces hasta llevar vidas de complacencia y dependencia del estado".

Vamos a examinar esa hamaca, y la analogía defectuosa con la reforma de lo social. Si usted es de los que creen, como parece pensar Ryan, secretario del Comité Presupuestario de la Cámara, que la red de protección social es un cómodo sillón, considere estos datos:

- Los adultos sin hijos no perciben ninguna ayuda para pagar los gastos sanitarios, ni siquiera si viven por debajo del umbral de la pobreza (10.890 dólares en 2011). La reforma sanitaria ampliará la cobertura del programa Medicaid de los pobres a los adultos pobres sin hijos en 2014, pero por supuesto, Ryan quiere deshacer ese cambio.

- El hogar medio que tiene derecho a las cartillas de alimentación percibe 133,70 dólares al mes (4,46 dólares al día) por cada miembro de la familia, según el Centro de Prioridades Presupuestarias y Legislativas. Para tener derecho a la cartilla, la renta del hogar no debe superar el 130% del umbral de la pobreza (23.800 dólares en el caso de una familia de tres miembros). Menos en momentos de contracción económica, los adultos sin hijos en general tienen limitada las ayudas a tres meses.

- La mitad de los afiliados al programa Medicare de la tercera edad tuvieron en 2010 ingresos inferiores a los 21.000 dólares, según la Fundación Kaiser Family. Tan baja cifra está viciada en parte por la miserable renta media (14.387 dólares) de los afiliados con discapacidad al programa Medicare, pero los ingresos medios entre los afiliados de 65 a 74 años fueron de sólo 26.255 dólares. Los estadounidenses mayores de 75 años viven con menos todavía.

La teoría sensata detrás de la reforma de lo social consistía en alterar los incentivos del sistema para convertir el mecanismo de protección "en una segunda posibilidad, no en un modo de vida", como dijo Bill Clinton al aprobar la legislación en 1996. Hay muy poco de lo contenido en la estructura actual de protección que Ryan proponga reformar -- una palabra mejor es triturar -- que replique los defectos del sistema original, y poco de su reorganización que aborde la cultura de dependencia en la que él dice estar poniendo las miras.

Escribo esto en calidad de una que insiste repetidamente en la importancia de abordar el déficit a largo plazo y que ha elogiado a personas como Ryan por poner un plan sobre la mesa al menos. Pero los planes de Ryan, tanto como dice querer tejer "una red más segura de protección para los pobres y los enfermos", están desequilibrados de forma fundamental. Se acometen recortes imposibles para situar al país por una senda fiscal sostenible. Nada justifica el gasto de casi 700.000 millones de dólares para ampliar bajadas tributarias a las rentas estadounidenses más altas al tiempo que se está recortando todavía más, en 771.000 millones de dólares, el sistema sanitario destinado a los más pobres.

Ryan dice transformar el programa Medicaid de los pobres en una partida presupuestaria sin límite destinada a los estados -- pero el importe sólo aumenta con la población y la inflación total. Dado que el coste de la sanidad ha tendido a crecer con mayor rapidez cada vez, los estados acabarán sacando con el tiempo a los pobres de sus sistemas y limitando las prestaciones de los que permanezcan afiliados. En recesión, con los presupuestos estatales estancados y más gente pasándolo mal, la reforma castigará con más dureza en contraste con el actual efecto anticíclico de Medicaid. También quiere convertir el programa de cartillas alimentarias en una partida presupuestaria, con efectos igualmente nocivos.

Yo estoy más abierta a la idea de reestructurar el programa Medicare de la tercera edad convirtiéndolo, en la práctica, en un programa de recetas dentro del cual los afiliados contratan planes de protección que compiten entre sí. El modelo de remuneración por consulta en vigor dentro del que la administración paga la factura de las consultas sin límite no es sostenible. Habrá jubilados a los que habrá que pedir que abonen una parte de su cobertura.

Pero los vales de Ryan no harán sino elevar la inflación general, traduciéndose en que con el tiempo la protección se vuelve cada vez menos asequible. Esto es particularmente problemático teniendo en cuenta la escasa renta del afiliado medio al programa Medicare y que la Oficina Presupuestaria del Congreso calcula que el gasto que tendrá que pagar el afiliado de 65 años típico en el año 2022, cuando se implanta el programa, habrá pasado a ser más del doble, de 6.150 a 12.500 dólares. Ryan también quiere elevar la edad de jubilación a los 67 años paulatinamente. ¿Donde se supone exactamente que los de 65 y 66 años van a poder contratar una póliza de salud asequible, sobre todo después de que Ryan y los Republicanos deshagan los nuevos mercados de seguros supervisados por el gobierno?

Ryan tiene miedo a la hamaca y teme la cultura de dependencia del estado. Yo temo por la familia que se queda en la calle y por un gobierno incapaz -- o reacio -- a satisfacer una de sus misiones fundamentales.

La red de protección social no es ninguna hamaca

Ruth Marcus
Ruth Marcus
viernes, 8 de abril de 2011, 07:10 h (CET)
WASHINGTON - Hay un montón de reparos que poner al plan presupuestario del congresista Paul Ryan. Me gustaría centrarme en una sola palabra: hamaca.

Como en la comparación que hacía el congresista Republicano de Wisconsin con la reforma de lo social implantada durante la década de los 90. "Estos presupuestos", anunciaba Ryan a los cuatro vientos, "amplían esos éxitos... para garantizar que la red de protección social de América no se convierte en una hamaca que adormece a los ciudadanos capaces hasta llevar vidas de complacencia y dependencia del estado".

Vamos a examinar esa hamaca, y la analogía defectuosa con la reforma de lo social. Si usted es de los que creen, como parece pensar Ryan, secretario del Comité Presupuestario de la Cámara, que la red de protección social es un cómodo sillón, considere estos datos:

- Los adultos sin hijos no perciben ninguna ayuda para pagar los gastos sanitarios, ni siquiera si viven por debajo del umbral de la pobreza (10.890 dólares en 2011). La reforma sanitaria ampliará la cobertura del programa Medicaid de los pobres a los adultos pobres sin hijos en 2014, pero por supuesto, Ryan quiere deshacer ese cambio.

- El hogar medio que tiene derecho a las cartillas de alimentación percibe 133,70 dólares al mes (4,46 dólares al día) por cada miembro de la familia, según el Centro de Prioridades Presupuestarias y Legislativas. Para tener derecho a la cartilla, la renta del hogar no debe superar el 130% del umbral de la pobreza (23.800 dólares en el caso de una familia de tres miembros). Menos en momentos de contracción económica, los adultos sin hijos en general tienen limitada las ayudas a tres meses.

- La mitad de los afiliados al programa Medicare de la tercera edad tuvieron en 2010 ingresos inferiores a los 21.000 dólares, según la Fundación Kaiser Family. Tan baja cifra está viciada en parte por la miserable renta media (14.387 dólares) de los afiliados con discapacidad al programa Medicare, pero los ingresos medios entre los afiliados de 65 a 74 años fueron de sólo 26.255 dólares. Los estadounidenses mayores de 75 años viven con menos todavía.

La teoría sensata detrás de la reforma de lo social consistía en alterar los incentivos del sistema para convertir el mecanismo de protección "en una segunda posibilidad, no en un modo de vida", como dijo Bill Clinton al aprobar la legislación en 1996. Hay muy poco de lo contenido en la estructura actual de protección que Ryan proponga reformar -- una palabra mejor es triturar -- que replique los defectos del sistema original, y poco de su reorganización que aborde la cultura de dependencia en la que él dice estar poniendo las miras.

Escribo esto en calidad de una que insiste repetidamente en la importancia de abordar el déficit a largo plazo y que ha elogiado a personas como Ryan por poner un plan sobre la mesa al menos. Pero los planes de Ryan, tanto como dice querer tejer "una red más segura de protección para los pobres y los enfermos", están desequilibrados de forma fundamental. Se acometen recortes imposibles para situar al país por una senda fiscal sostenible. Nada justifica el gasto de casi 700.000 millones de dólares para ampliar bajadas tributarias a las rentas estadounidenses más altas al tiempo que se está recortando todavía más, en 771.000 millones de dólares, el sistema sanitario destinado a los más pobres.

Ryan dice transformar el programa Medicaid de los pobres en una partida presupuestaria sin límite destinada a los estados -- pero el importe sólo aumenta con la población y la inflación total. Dado que el coste de la sanidad ha tendido a crecer con mayor rapidez cada vez, los estados acabarán sacando con el tiempo a los pobres de sus sistemas y limitando las prestaciones de los que permanezcan afiliados. En recesión, con los presupuestos estatales estancados y más gente pasándolo mal, la reforma castigará con más dureza en contraste con el actual efecto anticíclico de Medicaid. También quiere convertir el programa de cartillas alimentarias en una partida presupuestaria, con efectos igualmente nocivos.

Yo estoy más abierta a la idea de reestructurar el programa Medicare de la tercera edad convirtiéndolo, en la práctica, en un programa de recetas dentro del cual los afiliados contratan planes de protección que compiten entre sí. El modelo de remuneración por consulta en vigor dentro del que la administración paga la factura de las consultas sin límite no es sostenible. Habrá jubilados a los que habrá que pedir que abonen una parte de su cobertura.

Pero los vales de Ryan no harán sino elevar la inflación general, traduciéndose en que con el tiempo la protección se vuelve cada vez menos asequible. Esto es particularmente problemático teniendo en cuenta la escasa renta del afiliado medio al programa Medicare y que la Oficina Presupuestaria del Congreso calcula que el gasto que tendrá que pagar el afiliado de 65 años típico en el año 2022, cuando se implanta el programa, habrá pasado a ser más del doble, de 6.150 a 12.500 dólares. Ryan también quiere elevar la edad de jubilación a los 67 años paulatinamente. ¿Donde se supone exactamente que los de 65 y 66 años van a poder contratar una póliza de salud asequible, sobre todo después de que Ryan y los Republicanos deshagan los nuevos mercados de seguros supervisados por el gobierno?

Ryan tiene miedo a la hamaca y teme la cultura de dependencia del estado. Yo temo por la familia que se queda en la calle y por un gobierno incapaz -- o reacio -- a satisfacer una de sus misiones fundamentales.

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