Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | The Washington Post Writers Group
Ruth Marcus

Resbalando bajo el techo de cristal

|

WASHINGTON - En las cenas de alto copete de Washington hace décadas, era costumbre que caballeros y señoras se separaran tras el ágape. Los caballeros permanecían sentados a la mesa para disfrutar del brandy y los puros y mantener Conversaciones Serias; las mujeres, como relataba en su autobiografía la directora del Washington Post Katharine Graham, se retiraban "a empolvarse la nariz y cotillear".

La Señora Graham, gracias a Dios, cortó de raíz esa costumbre rancia. El pasado fin de semana, sin embargo, yo me encontraba en una cena en Washington -- del tipo viejos amigos, no del tipo pijo -- y los géneros se separaron por acuerdo mutuo.

Los caballeros, que Dios bendiga sus cerebros repletos de deportes, miraban el baloncesto. Las damas hablaban de política -- concretamente, de política de sexos. Nuestro grupo incluía alguna veterana de la campaña de la primera congresista en presentarse a vicepresidenta, Geraldine Ferraro, así que la cuestión surgió con naturalidad: ¿Han cambiado las cosas para las mujeres en política para mejor o para peor de lo que esperábamos nosotras allá por entonces?

Para mucho peor fue la conclusión unánime de nuestro grupo -- una directora de hospital, una abogada de derechos civiles, una profesora universitaria de empresariales y una becaria del Senado convaleciente. ¿Quién habría dicho, en los vertiginosos días en los que se repartían puros en los que ponía "Es una niña" por el pleno, que 27 años más tarde no habría habido una presidenta ni una vicepresidenta?

Yo no, aunque adopté la postura del vaso medio lleno. En ausencia del fenómeno Barack Obama, Hillary Clinton sería presidenta -- y el arco iris de la política de sexos habría cobrado un tono mucho más optimista. En 1984, cuando Ferraro fue elegida candidata a la vicepresidencia, sólo había 24 mujeres en el Congreso, incluidas dos senadoras. En la actualidad hay 88, incluidas 17 senadoras (más senadoras que nunca). El sexismo flagrante con el que se topó Ferraro -- preguntas acerca de si sabría hornear magdalenas o, alternativamente, si sabría presionar el botón nuclear - sería inconcebible hoy en día.

Por otro lado, el número de mujeres en el Congreso cayó el año pasado, aunque ligeramente. Más alarmante tal vez, según el grupo Centro para la Mujer y la Política, es que la cifra de mujeres en las legislaturas estatales, campo abonado de la política nacional, bajó al 81, un punto porcentual entero.

Lo que más me ha calado es un nuevo informe de la Universidad de Princeton acerca de la cifra paulatinamente menor de estudiantes femeninas que ocupan cargos de poder allí (presidentas estudiantiles, editoras del periódico) o que logran distinciones académicas y prestigiosas becas de postgrado.

"Asumimos... que tras los años pioneros de licenciaturas mixtas en Princeton, las mujeres habrían progresado constantemente hasta tener cada vez más presencia en la cúpula universitaria", concluye el informe, solicitado por la presidenta de la universidad Shirley Tilghman. "En realidad, fue el caso durante la década de los 80 y los 90. Pero... se ha producido una acusada caída en la presencia de mujeres en estos cargos destacados desde el año 2000 más o menos".

Durante la década de los 90, por ejemplo, 22 mujeres ocupaban cargos tan notables. Durante la década posterior, esa cifra se redujo casi a la mitad, hasta 12 -- incluso al tiempo que la proporción de mujeres en las aulas crecía hasta cifras casi comparables. Sólo una mujer ha sido elegida presidenta del estamento estudiantil desde 1994.

Este retroceso no es un fenómeno único de Princeton. Harvard lleva desde 2003 sin una mujer al frente de su consejo de licenciatura. Yale ha elegido a una mujer presidenta del estamento estudiantil en la última década. A pesar de las estelares credenciales exigidas para la matriculación, las mujeres ingresan en Princeton, como en otras instituciones universitarias parecidas, mostrando niveles de autoconfianza inferiores y menor probabilidad de creer en sí mismas como líderes que los varones de igual cualificación.

El estudio de Princeton describe una situación que resultará familiar para cualquiera que haya estado presente en una reunión con representantes de ambos sexos. Las mujeres "se malvenden" y "hacen comentarios autocríticos". Las mujeres son "más reacias a hablar claro", mientras los varones tienden "a mover sus manos y expresar sus ideas antes incluso de articularlas en su totalidad".

Y, la explicación más convincente e inquietante: Las mujeres no alcanzan estos cargos porque las mujeres no se están presentando para ocuparlos. Son más propensas a hacer el trabajo duro entre bambalinas.

Esta conclusión refleja un estudio de 2008 realizado por Jennifer Lawless y Richard Fox que concluye que "las mujeres obtienen resultados comparables a los de los hombres al presentarse a un cargo". El problema se produce de antemano, con "una sustancial brecha de ambición política". La cifra de candidatas creció durante la década de los 80 y los 90 pero desde entonces se ha estabilizado.

Puedo entender que las mujeres que hacen malabares para conciliar la vida laboral con la familiar puedan sentirse disuadidas de aspirar a la vida política. ¿Pero las universitarias? ¿Entre las universitarias más destacadas del país? Si no se abren paso ahora, ¿qué va a pasar cuando se licencien?

Período posterior a Ferraro aparte, es inimaginable que, en algún momento de los 27 próximos años, no haya salido elegida presidenta una mujer. ¿O sí lo es?

Resbalando bajo el techo de cristal

Ruth Marcus
Ruth Marcus
jueves, 7 de abril de 2011, 06:40 h (CET)
WASHINGTON - En las cenas de alto copete de Washington hace décadas, era costumbre que caballeros y señoras se separaran tras el ágape. Los caballeros permanecían sentados a la mesa para disfrutar del brandy y los puros y mantener Conversaciones Serias; las mujeres, como relataba en su autobiografía la directora del Washington Post Katharine Graham, se retiraban "a empolvarse la nariz y cotillear".

La Señora Graham, gracias a Dios, cortó de raíz esa costumbre rancia. El pasado fin de semana, sin embargo, yo me encontraba en una cena en Washington -- del tipo viejos amigos, no del tipo pijo -- y los géneros se separaron por acuerdo mutuo.

Los caballeros, que Dios bendiga sus cerebros repletos de deportes, miraban el baloncesto. Las damas hablaban de política -- concretamente, de política de sexos. Nuestro grupo incluía alguna veterana de la campaña de la primera congresista en presentarse a vicepresidenta, Geraldine Ferraro, así que la cuestión surgió con naturalidad: ¿Han cambiado las cosas para las mujeres en política para mejor o para peor de lo que esperábamos nosotras allá por entonces?

Para mucho peor fue la conclusión unánime de nuestro grupo -- una directora de hospital, una abogada de derechos civiles, una profesora universitaria de empresariales y una becaria del Senado convaleciente. ¿Quién habría dicho, en los vertiginosos días en los que se repartían puros en los que ponía "Es una niña" por el pleno, que 27 años más tarde no habría habido una presidenta ni una vicepresidenta?

Yo no, aunque adopté la postura del vaso medio lleno. En ausencia del fenómeno Barack Obama, Hillary Clinton sería presidenta -- y el arco iris de la política de sexos habría cobrado un tono mucho más optimista. En 1984, cuando Ferraro fue elegida candidata a la vicepresidencia, sólo había 24 mujeres en el Congreso, incluidas dos senadoras. En la actualidad hay 88, incluidas 17 senadoras (más senadoras que nunca). El sexismo flagrante con el que se topó Ferraro -- preguntas acerca de si sabría hornear magdalenas o, alternativamente, si sabría presionar el botón nuclear - sería inconcebible hoy en día.

Por otro lado, el número de mujeres en el Congreso cayó el año pasado, aunque ligeramente. Más alarmante tal vez, según el grupo Centro para la Mujer y la Política, es que la cifra de mujeres en las legislaturas estatales, campo abonado de la política nacional, bajó al 81, un punto porcentual entero.

Lo que más me ha calado es un nuevo informe de la Universidad de Princeton acerca de la cifra paulatinamente menor de estudiantes femeninas que ocupan cargos de poder allí (presidentas estudiantiles, editoras del periódico) o que logran distinciones académicas y prestigiosas becas de postgrado.

"Asumimos... que tras los años pioneros de licenciaturas mixtas en Princeton, las mujeres habrían progresado constantemente hasta tener cada vez más presencia en la cúpula universitaria", concluye el informe, solicitado por la presidenta de la universidad Shirley Tilghman. "En realidad, fue el caso durante la década de los 80 y los 90. Pero... se ha producido una acusada caída en la presencia de mujeres en estos cargos destacados desde el año 2000 más o menos".

Durante la década de los 90, por ejemplo, 22 mujeres ocupaban cargos tan notables. Durante la década posterior, esa cifra se redujo casi a la mitad, hasta 12 -- incluso al tiempo que la proporción de mujeres en las aulas crecía hasta cifras casi comparables. Sólo una mujer ha sido elegida presidenta del estamento estudiantil desde 1994.

Este retroceso no es un fenómeno único de Princeton. Harvard lleva desde 2003 sin una mujer al frente de su consejo de licenciatura. Yale ha elegido a una mujer presidenta del estamento estudiantil en la última década. A pesar de las estelares credenciales exigidas para la matriculación, las mujeres ingresan en Princeton, como en otras instituciones universitarias parecidas, mostrando niveles de autoconfianza inferiores y menor probabilidad de creer en sí mismas como líderes que los varones de igual cualificación.

El estudio de Princeton describe una situación que resultará familiar para cualquiera que haya estado presente en una reunión con representantes de ambos sexos. Las mujeres "se malvenden" y "hacen comentarios autocríticos". Las mujeres son "más reacias a hablar claro", mientras los varones tienden "a mover sus manos y expresar sus ideas antes incluso de articularlas en su totalidad".

Y, la explicación más convincente e inquietante: Las mujeres no alcanzan estos cargos porque las mujeres no se están presentando para ocuparlos. Son más propensas a hacer el trabajo duro entre bambalinas.

Esta conclusión refleja un estudio de 2008 realizado por Jennifer Lawless y Richard Fox que concluye que "las mujeres obtienen resultados comparables a los de los hombres al presentarse a un cargo". El problema se produce de antemano, con "una sustancial brecha de ambición política". La cifra de candidatas creció durante la década de los 80 y los 90 pero desde entonces se ha estabilizado.

Puedo entender que las mujeres que hacen malabares para conciliar la vida laboral con la familiar puedan sentirse disuadidas de aspirar a la vida política. ¿Pero las universitarias? ¿Entre las universitarias más destacadas del país? Si no se abren paso ahora, ¿qué va a pasar cuando se licencien?

Período posterior a Ferraro aparte, es inimaginable que, en algún momento de los 27 próximos años, no haya salido elegida presidenta una mujer. ¿O sí lo es?

Noticias relacionadas

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto