Si un gobierno de izquierdas queda sometido por las exigencias de los mercados internacionales, ¿qué es lo que le define? ¿Qué es lo que diferencia a la izquierda de la derecha en ese caso?
Entiendo que las consecuencias de la Revolución de Octubre y la asfixia soviética son una prueba monstruosa de la radicalización de la izquierda. Al fin y al cabo, parece que el mal de la humanidad no residía básicamente en la distribución capitalista de la economía. Pero entre la homogeneización del socialismo reactivo y el abandono a los poderes liberales ha de existir necesariamente un término medio.
Porque uno puede estar más o menos de acuerdo con la derecha, pero conoce que no dejarán pasar la ocasión de beneficiar las parcelas exclusivas de poder político y económico. Es ése el sentido de todo su aparato doctrinal, que cualquier persona tenga la libertad de hacer lo que quiera en términos económicos. Claro que su preocupación principal es posibilitar la diferencia en los puntos de salida, mantener los privilegios que permiten que los mismos alcancen las mismas posiciones.
Será fácil suponer que la mayoría de los beneficiados por las medidas discriminatorias estarán a favor de tales políticas, mientras que los más lucharán por seguir siendo esclavos mientras creen luchar por su libertad.
Lo complicado llega cuando estas características son aplicables también a unos partidos autoproclamados de izquierdas. Partidos cuyos individuos conservan privilegios de por vida tras su paso por las instituciones, pensiones que descontarían a más de una abuela, ayudas incondicionales a banqueros, privilegios de una clase superior, sin duda.
El obrero ha cambiado desde Marx y las necesidades de la izquierda se han aburguesado. No hay nadie desde el espectro político que abogue por la igualdad de oportunidades desde el inicio. El capitalismo más cruel se nutre de dinero público y el socialismo firma los talones mientras reduce prestaciones sociales.
Todo ello sobre un discurso ideológicamente abstracto, con puños en alto y “arriba parias de la tierra”. Una teoría aprendida a la perfección con muy buenas intenciones, coronadas por una práctica sometida sin condición al poder económico. Quizás un gobierno de izquierdas debiera ponerse de parte de las víctimas de la economía y dejar de extender la alfombra roja a los verdugos.