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Kathleen Parker

Las mujeres, idiota

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NUEVA YORK - Ya hablemos de los rebeldes de Libia o de la "reconciliación" con los talibanes de Afganistán, el interrogante fundamental es, o debería ser: ¿Qué hay de las mujeres?

Durante mi breve paso como presentadora de la CNN, planteé con asistencia esta pregunta y constantemente quedé decepcionada con la respuesta, que rezaba más o menos así:

"Sí, bueno, las mujeres. Una pena lo de las mujeres. Lo van a pasar mal".

Las mujeres, y los menores por extensión, constituyen lo que demasiada gente acaba por aceptar como "daños colaterales" de los escenarios de conflicto. Lo odiamos, por supuesto, pero ¿qué se puede hacer? Salvar a las mujeres y los niños del mundo no entra dentro de nuestro interés estratégico. O como declaraba hace poco al Washington Post un alto funcionario de la Casa Blanca:

"Las cuestiones de sexos van a tener que pasar a un segundo plano en favor de otras prioridades. No existe ninguna manera de que podamos tener éxito si conservamos cada trato de favor y grupo particular. Todo ese peso muerto en nuestra mochila nos estaba lastrando".

La Secretario de Estado Hillary Clinton, que no es ajena a la importancia de impulsar los derechos de la mujer, refutaba inmediatamente las declaraciones. Aun así, la opinión del portavoz anónimo, aunque manifestada sin ninguna atención, no es en absoluto aislada.

Pero ¿qué pasaría si fuera una premisa falsa? ¿Qué pasaría si salvar a las mujeres de las culturas que les dispensan trato de esclava formara parte de nuestro interés estratégico y no sólo de nuestro interés moral? ¿Qué pasaría si ayudar a las mujeres a convertirse en miembros equiparables de una sociedad fuera la vía más segura a nuestra propia seguridad?

No hace falta ser un visionario para aceptar este pilar simple no sólo como verdad probable sino como verdad insalvable. Sin ninguna excepción, toda nación que oprime a la mujer es un país disfuncional y, por tanto, una nación peligrosa.

No es cuestión de sorprendentes revelaciones, pero a menudo se pasa por alto voluntariamente o se le resta importancia. Mayor importancia se da característicamente a los ejércitos y la artillería. El verdadero enfrentamiento está en las trincheras en las que históricamente los hombres han resuelto sus diferencias.

Irónicamente tal vez para los que esperan que el nivel de las aguas retroceda o el planeta se cure, el Presidente George W. Bush y Laura Bush siempre entendieron la necesidad de incluir a la mujer en la ecuación de la paz. De ahí el histórico Consejo Afgano-Estadounidense de la Mujer creado en el año 2002 por Bush y el Presidente afgano Hamid Karzai.

En una conferencia ofrecida la semana pasada por la primera pareja -- "Construyendo el futuro de Afganistán: la promoción de la libertad de la mujer y el impulso de sus oportunidades económicas" -- los Bush reiteraron su compromiso con las mujeres de Afganistán y su fe en que proteger a la mujer debería de ocupar el centro de nuestra política exterior.

"Liberamos Afganistán de los talibanes, por proporcionar asilo a al-Qaeda", decía George W. Bush a la presentadora de Fox News Greta Van Susteren. "Yo estaba seguro y estoy convencido ahora de que tenemos la obligación de ayudar a sobrevivir a esta joven democracia de Afganistán -- y a prosperar. Y una de las mejores y más eficaces formas de hacerlo es dar mayor protagonismo a la mujer".

Un concepto muy sencillo, dar mayor protagonismo a la mujer. Menos porque en un país en donde los hombres se sienten con libertad para arrojar ácido a la cara de niñas pequeñas que tratan de ir al colegio, no es tan simple. En un país donde el matrimonio con menores y "las matanzas de honor" son costumbres todavía aceptadas, esto no es tan fácil.

Nadie subestima los desafíos propios de ayudar a la mujer a convertirse en actor comparable en el seno de una sociedad civil creada hace poco. Pero tolerar que retroceda el progreso no debería ser una opción. Las negociaciones recientes entre la administración de Karzai y los talibanes, en las que los derechos de la mujer podrían esfumarse, deberían de habernos preocupado a todos.

Es una pena, en tanto, que nos veamos restringidos en estos debates por cuestiones de terminología rayanas en el cliché. "Los derechos de la mujer" suena demasiado parecido a los debates del aborto y las ayudas por maternidad. En realidad hablamos de derechos humanos básicos. La libertad de trabajar, de tomar decisiones relativas a la propia vida, de aspirar a una educación y de caminar con seguridad por la calle sin acompañamiento masculino. De ser plenamente humanas, en otras palabras.

Cualquier otra cosa es terrorismo con otro nombre. La locura que envía yihadistas a sembrar el pánico en países civilizados es la misma que lapida a las mujeres por no someterse a normas cavernícolas de comportamiento.

Como escribió Clinton en Time en 2001, "El maltrato a la mujer en Afganistán fue una especie de aviso anticipado de la clase de terrorismo que culminó en los atentados del 11 de Septiembre".

Las mujeres no son daños colaterales en la lucha por la seguridad. No son pesos muertos dentro de una mochila, ni notas al pie de la crónica principal. Son la crónica -- y debería ocupar el centro de nuestra estrategia en política exterior en Afganistán en la misma medida que en cualquier otro sitio.

Las mujeres, idiota

Kathleen Parker
Kathleen Parker
martes, 5 de abril de 2011, 06:41 h (CET)
NUEVA YORK - Ya hablemos de los rebeldes de Libia o de la "reconciliación" con los talibanes de Afganistán, el interrogante fundamental es, o debería ser: ¿Qué hay de las mujeres?

Durante mi breve paso como presentadora de la CNN, planteé con asistencia esta pregunta y constantemente quedé decepcionada con la respuesta, que rezaba más o menos así:

"Sí, bueno, las mujeres. Una pena lo de las mujeres. Lo van a pasar mal".

Las mujeres, y los menores por extensión, constituyen lo que demasiada gente acaba por aceptar como "daños colaterales" de los escenarios de conflicto. Lo odiamos, por supuesto, pero ¿qué se puede hacer? Salvar a las mujeres y los niños del mundo no entra dentro de nuestro interés estratégico. O como declaraba hace poco al Washington Post un alto funcionario de la Casa Blanca:

"Las cuestiones de sexos van a tener que pasar a un segundo plano en favor de otras prioridades. No existe ninguna manera de que podamos tener éxito si conservamos cada trato de favor y grupo particular. Todo ese peso muerto en nuestra mochila nos estaba lastrando".

La Secretario de Estado Hillary Clinton, que no es ajena a la importancia de impulsar los derechos de la mujer, refutaba inmediatamente las declaraciones. Aun así, la opinión del portavoz anónimo, aunque manifestada sin ninguna atención, no es en absoluto aislada.

Pero ¿qué pasaría si fuera una premisa falsa? ¿Qué pasaría si salvar a las mujeres de las culturas que les dispensan trato de esclava formara parte de nuestro interés estratégico y no sólo de nuestro interés moral? ¿Qué pasaría si ayudar a las mujeres a convertirse en miembros equiparables de una sociedad fuera la vía más segura a nuestra propia seguridad?

No hace falta ser un visionario para aceptar este pilar simple no sólo como verdad probable sino como verdad insalvable. Sin ninguna excepción, toda nación que oprime a la mujer es un país disfuncional y, por tanto, una nación peligrosa.

No es cuestión de sorprendentes revelaciones, pero a menudo se pasa por alto voluntariamente o se le resta importancia. Mayor importancia se da característicamente a los ejércitos y la artillería. El verdadero enfrentamiento está en las trincheras en las que históricamente los hombres han resuelto sus diferencias.

Irónicamente tal vez para los que esperan que el nivel de las aguas retroceda o el planeta se cure, el Presidente George W. Bush y Laura Bush siempre entendieron la necesidad de incluir a la mujer en la ecuación de la paz. De ahí el histórico Consejo Afgano-Estadounidense de la Mujer creado en el año 2002 por Bush y el Presidente afgano Hamid Karzai.

En una conferencia ofrecida la semana pasada por la primera pareja -- "Construyendo el futuro de Afganistán: la promoción de la libertad de la mujer y el impulso de sus oportunidades económicas" -- los Bush reiteraron su compromiso con las mujeres de Afganistán y su fe en que proteger a la mujer debería de ocupar el centro de nuestra política exterior.

"Liberamos Afganistán de los talibanes, por proporcionar asilo a al-Qaeda", decía George W. Bush a la presentadora de Fox News Greta Van Susteren. "Yo estaba seguro y estoy convencido ahora de que tenemos la obligación de ayudar a sobrevivir a esta joven democracia de Afganistán -- y a prosperar. Y una de las mejores y más eficaces formas de hacerlo es dar mayor protagonismo a la mujer".

Un concepto muy sencillo, dar mayor protagonismo a la mujer. Menos porque en un país en donde los hombres se sienten con libertad para arrojar ácido a la cara de niñas pequeñas que tratan de ir al colegio, no es tan simple. En un país donde el matrimonio con menores y "las matanzas de honor" son costumbres todavía aceptadas, esto no es tan fácil.

Nadie subestima los desafíos propios de ayudar a la mujer a convertirse en actor comparable en el seno de una sociedad civil creada hace poco. Pero tolerar que retroceda el progreso no debería ser una opción. Las negociaciones recientes entre la administración de Karzai y los talibanes, en las que los derechos de la mujer podrían esfumarse, deberían de habernos preocupado a todos.

Es una pena, en tanto, que nos veamos restringidos en estos debates por cuestiones de terminología rayanas en el cliché. "Los derechos de la mujer" suena demasiado parecido a los debates del aborto y las ayudas por maternidad. En realidad hablamos de derechos humanos básicos. La libertad de trabajar, de tomar decisiones relativas a la propia vida, de aspirar a una educación y de caminar con seguridad por la calle sin acompañamiento masculino. De ser plenamente humanas, en otras palabras.

Cualquier otra cosa es terrorismo con otro nombre. La locura que envía yihadistas a sembrar el pánico en países civilizados es la misma que lapida a las mujeres por no someterse a normas cavernícolas de comportamiento.

Como escribió Clinton en Time en 2001, "El maltrato a la mujer en Afganistán fue una especie de aviso anticipado de la clase de terrorismo que culminó en los atentados del 11 de Septiembre".

Las mujeres no son daños colaterales en la lucha por la seguridad. No son pesos muertos dentro de una mochila, ni notas al pie de la crónica principal. Son la crónica -- y debería ocupar el centro de nuestra estrategia en política exterior en Afganistán en la misma medida que en cualquier otro sitio.

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