El microrrelato que analizamos hoy pertenece a Maite, escritora en progresión imparable dentro del género que cada día alimenta el blog Historias Mayúsculas en Porciones Minúsculas.
Necedad demográfica
A Ramiro todo el mundo le tomaba por tonto. Hacía cosas extrañas como sentarse en un banco que tuviera un cartel de “recién pintado”. Se mofaban de su torpeza y a veces, esperaban largo rato a que Ramiro se levantara para ver las rayas de pintura decorando su ropa, pero él nunca les daba ese gusto. Cuando nadie le veía, regresaba a casa con su cartel bajo el brazo, a sabiendas de que mañana tendría, sin duda, el mejor banco del parque.
Lo he seleccionado porque creo que es un visual ejemplo para mostrar todo lo que cabe dentro de un microrrelato. Concretamente, en este caso, cabe una perfecta composición que ni mucho menos nace de la arbitrariedad, sino de algo ya premeditado anteriormente. Ahí, reside precisamente una de las máximas del microrrelato: nada queda al azar porque el argumento de un microrrelato siempre se sostiene sobre una base compositiva estable que genera a posteriori ese cercano encuentro con el lector.
Por ello, la narradora, presenta a un personaje que parece “el tonto del pueblo” y que después, resulta ser, sino el más listo, uno de ellos, porque se mofa tanto de los personajes como del lector.
La palabra cartel es la que aglutina ambas historias contradictorias que terminan convergiendo en esa misma palabra.
El presentar un argumento y luego convertirlo en lo contrario suele ser un eficaz recurso a la hora de elaborar un microrrelato. Son muchos los ejemplos que se pueden leer por la red, si bien es el uso preciso de la palabras (en este caso, yo no quitaría ni añadiría nada en el microrrelato) el que lo convierte en una obra cerrada, completa y perfectamente esculpida. De ahí, la grandeza de este texto.
Engañar a nuestro cerebro no es tarea fácil, quien lo logra, por méritos propios, merece estar en olimpo de este género.